24 de diciembre de 2009

"Y JESÚS IBA CRECIENDO..."

SAGRADA FAMILIA –C- Ecl 3,2-6.12-14/Col 3,12-21/Lc 2,41-52

           

            Las raíces más profundas de la familia se encuentran en Dios creador, que hizo al hombre a su imagen ("Hombre y mujer los creó"), le llamó al amor y a la comunión ("Y dejará y serán los dos...") e hizo fecunda su unión. Mediante la comunión de personas, que se realiza en el matrimonio, hombre y mujer dan origen a la familia, institución sólidamente arraigada en la naturaleza misma del hombre que, en su seno, aprende a ser hijo, padre, hermano.... El árbol genealógico de cada uno de nosotros tiene un tronco, nuestros padres; y unas raíces, nuestros abuelos, bisabuelos... Las ramas necesitan un tronco fuerte y unas raíces profundas que aporten la savia necesaria de los valores y el sentido de la vida heredados de su mejor tradición y de la experiencia de los antepasados. El hombre, como el árbol, no puede vivir sin raíces. Dicen que la encina tiene tanto volumen de raíces bajo tierra, como ramas hacia el cielo. Así es capaz de soportar la sequía o el vendaval; de igual modo, la familia con raíces profundas se mantiene firme y sabe transmitir y vivir la fe en Dios y el amor al hombre en la verdad, el bien y la belleza.

La fiesta de la Sagrada Familia pone de relieve los valores permanentes de la que es  unidad básica de la sociedad humana y centro fundamental de la vida afectiva y moral del individuo. Al ser humano no le bastan las relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad, ternura... que realiza la familia cuando es una comunidad  bien constituida bajo cuyo techo, sin ocultar las dificultades y los problemas,  "cada uno es querido y aceptado por lo que es no por lo que tiene". El evangelio, al recordarnos que Jesús "crecía en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres", nos afirma que la procreación responsable y generosa se prolonga siempre en la tarea educativa. Esta misión consiste en el paciente trabajo de sacar lo mejor de los hijos para que aprendan a vivir en la verdadera libertad del amor. Los padres son los primeros evangelizadores de sus hijos y    lo son, ante todo, con su testimonio y ejemplo de confianza en Dios, de oración y de diálogo y ayuda mutua. 

 La vida familiar no es nunca una cosa fácil ni es presentada en los textos bíblicos como una realidad idílica. Por la más buena voluntad que pongamos, siempre hay cosas que angustian, que no se entienden demasiado, que uno piensan que deberían ser de una manera y otro de otra... Hoy hemos vista como, en aquella familia de Nazaret tan llena de fe y de buena voluntad, las cosas no iban siempre sobre ruedas: por lo poco que nos explica el evangelio, sabemos que junto al amor que se profesaban José, María y Jesús, también existían momentos de angustia. No todo cuadraba siempre. Y es en esta situación, con estos momentos de complicación y de malentendidos, donde los tres reconstruyen la vida de amor familiar que es modelo para todas nuestras familias. Así, asumiendo todo esto, las cosas buenas y las cosas difíciles de la condición humana, Dios ha vivido nuestra vida. Y por eso podemos decir con gozo que somos hijos de Dios: somos hermanos de Jesús, hombres y mujeres que viven cosas como las que Jesús vivió.

Nuestra vida: esta vida que a menudo nos preocupa tanto y que a veces nos alegra. Esta vida, la nuestra, es la vida de Dios, la vida que Dios ha querido para sí mismo. "Mirad qué amor nos ha tenido al padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". Son profundas estas palabras; significan precisamente aquellos que celebramos en Navidad. Dios ha venido a hacerse uno de los nuestros, con todo lo que esto significa, y por eso nosotros ahora somos de la familia de Dios. Podemos mirar a Dios cara a cara, sin temor, con toda confianza, como hijos de un Padre que sabe amar profundamente, totalmente.  Que así sea con la  Gracia de Dios. Y a todas las familias los mejores deseos de crecimiento en el amor y  en la unidad para el nuevo año.

18 de diciembre de 2009

"DICHOSA TÚ QUE HAS CREÏDO..."

IV DOMINGO DE ADVIENTO –C- Miq 5,1-4/Heb 10,5-10/Lc 1,39-48

 

En un contexto social y cultural en el que muchos hombres y mujeres han perdido la esperanza en un Dios Salvador o sencillamente viven atraídos por otras seducciones marcadas por el paganismo o el consumismo... una de las enseñanzas que nos recuerda la  Palabra de este domingo es que no podemos perder el asombro ante el Misterio de Dios –que se manifiesta de forma sorprendente-  y la respuesta de fe del hombre en la vida. Dos apuntes:

. Creer y esperar: El modo de actuar de Dios contrasta con el modo de actuar del hombre, siempre tentado de cumplir cosas extraordinarias y de exigir a Dios gestos sensacionales para creer. Dios, sin embargo, se dirige a aquello que parece insignificante en la historia de los hombres y lo coloca en el centro de su proyecto de salvación al mismo tiempo que invita a los hombres a reconocerlo: Belén, María, José, Nazareth, una visita, un saludo... "Dichosa tú que has creído que se cumplirá lo que te ha dicho el Señor". ¡Dichosa tú!, porque para Dios "nada hay imposible". La Carta a los Hebreos, que más que ningún otro escrito del NT subraya la plena humanidad de Jesús, presenta el momento sublime, el Misterio fundamental del Dios hecho hombre, como un acontecimiento que pasó desapercibido a los ojos de la historia y de los hombres. Y, sin embargo, ese hecho es el centro de la historia. Para acogerlo es necesaria la fe, don de Dios que toma la iniciativa y respuesta libre del hombre que se fía de su Palabra.

. Acompañar y servir: María creyó, esperó e hizo. El primer gesto tras acoger y decir sí a la propuesta de Dios es ponerse en camino y marchar aprisa para acompañar a otra mujer que necesita su cercanía.La fe solo tiene sentido si suscita la vida. La virginidad de María es fecunda porque ofrece su vida. "No ofrendas, ni sacrificios, ni holocaustos...", sino la vida entregada a Dios para hacer su voluntad. Esta es la experiencia que vivió María. Su fe es una actitud de apertura y disponibilidad incondicional al Señor: es servicialidad plena al Hijo de Dios y solicitud maternal por todos los hombres como queda patente en su visita a Isabel. María, con su actitud se introduce y nos introduce en el corazón del cristianismo que palpita al ritmo del amor a Dios, a su palabra y al prójimo. Se vive plenamente el mandamiento del amor a Dios y se expresa en el amor hacia el hermano. Como María nos ponemos en camino, salimos de nuestras rutinas, inconsciencias e individualismos y expresamos la fe que nos mueve acompañando y sirviendo,  a quien se siente solo, abandonado, enfermo o deprimido. Servir en las pequeñas cosas que están a nuestro alcance.

La verdad es que Dios no cita a sus hijos en lejanos lugares, sino que sale a nuestro encuentro en la persona de cualquier caminante. Recuerdo esta sencilla historia: "Tuvo Dimitri que salir, por orden del Señor, hacia un lugar de la estepa rusa para allí celebrar con El, a una hora determinada, una importante conversación. En el camino tropezó con un viajero cuyo carruaje se había atascado. Se detuvo a ayudarle. La operación fue muy laboriosa, duró largo rato. Al final, Dimitri consultó la hora, vio que se había hecho muy tarde y reemprendió su marcha a toda prisa. Voló más que corrió y llegó jadeante al lugar de la cita. ¡Inútil! Dios no había esperado, se había ido ya!, pensó el pobre Dimitri. Pero, sin embargo, de pronto oyó la voz de Dios que le dijo: "Has llegado puntualmente a la cita, pues yo era arriero al que se le había atascado el carro".

Si Cristo naciera mil veces en Belén  y ninguna en nuestro corazón confiado, sería falsa la Navidad..., por eso preparemos en nuestro espíritu y en nuestras familias una digna morada en  la que Él, en cada hombre, nuestro hermano,  se sienta acogido con fe y amor. Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de diciembre de 2009

"¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?"

III DOM. DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

 

Estamos en un momento en el que, en muchas ocasiones y en no pocos temas importantes, tenemos la sensación de que vamos hacia el vacío, la indiferencia; en donde los gozos están más que contados y parece que nos aplasta  un sopor tristón, conformista. Y sin embargo,  estando como estamos, en pleno tiempo de adviento, la Iglesia nos invita a estar alegres y a ponernos siempre en movimiento. No se trata de un imperativo sino que nos recuerda la  verdadera sabiduría, esa que proviene no del privilegio, sino del don que recibimos del Señor y que nos permite  ver las cosas, la realidad,  con una mirada distinta. Las circunstancias seguirán siendo las mismas, pero las contemplaremos desde otra óptica, esa que coincide con los ojos de Dios.

La liturgia de la Iglesia nos llama a la alegría desbordante como preparación inmediata a la fiesta del gozo y salvación con que celebraremos el nacimiento del Señor. Es la alegría de una Buena Noticia que nos recuerda nuevamente que lo que  mueve y llena el corazón del hombre, de todo hombre, es el deseo de ser definitivamente amado. La vida es el torpe o el feliz comentario  de este deseo infinito escrito en nuestra entraña. El acontecimiento cristiano es un hecho en la historia que narra con pasión y belleza que ese deseo de nuestro corazón es verdadero y que Jesús ha venido para hacer posible que la exigencia de felicidad que nos embarga sea cumplida y realizada en nuestra humanidad. Es como un guiño de esperanza para que se despierte nuestra alegría; no una alegría fugaz y tramposa sino esa que nadie nos podrá arrebatar porque   nace del  encuentro con el Dios que viene.

Pese a las contrariedades y los momentos difíciles de la vida, el creyente lleva siempre en su interior la convicción de estar acompañado por Alguien que no le abandona: "No temas... el Señor se complace en ti, te ama y se alegra como en un día de fiesta", ha recordado el profeta Sofonías al pueblo de Israel que, sabiéndose amado por Yavé,  recobra sus fuerzas, deja de temer y da gracias porque su suerte ha cambiado. Estos mismos temas : alegría, proximidad del Señor, valentía y liberación proféticos los encontramos en la segunda lectura. Pablo exhorta a los cristianos de Filipos con una frase: "Estad siempre alegres en el Señor" e invita a vivir en la paz de Dios, con mesura,  el don de una relación íntima con el Señor que  está cerca. Esta presencia y proximidad de Dios es la que nos hace vivir gozosos pues lo sabemos cercano en tantas experiencias de entrega, de amor, "en cada hombre y en cada acontecimiento"; una  presencia que no nos adormece en una falsa seguridad. 

Por eso, también nosotros como los que se acercaban a Juan podemos preguntar "¿Qué tenemos que hacer?". Con aparente simplicidad Juan nos sitúa ante nuestra verdad y responsabilidad personal. La respuesta es semejante y concierne a todos: el que goce de cualquier situación de privilegio  que no se aproveche de ella; nada de acumular, extorsionar o chantajear. Así de claro, así de simple. No valen evasiones, ni excusas: tú puedes ser honrado y honesto, solidario; tú puedes ser  gente legal que no se aprovecha de la injusticia. Todas sus exigencias están referidas a la convivencia, al reconocimiento de la dignidad y al respeto de los otros… no es poca exigencia para quien tiene la misión de preparar el camino al liberador y Salvador que llega. Su llamada a la responsabilidad ética  no se basa en mero voluntarismo; acompaña a la certeza de que el Señor llega y esto nos  llena de esperanza.  Dios cercano quiere un mundo de hombres y mujeres libres, generosos; un mundo de hombres y mujeres hijos suyos que viven desde la serenidad y la paz del corazón. Hemos rezado en el Salmo: "El Señor es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré...". Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de diciembre de 2009

"PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR..."

II DOMINGO ADVIENTO -C-  Bar 5,1-9/Fip 1,4.6-8.11/Lc 3,1-6

 

            Lucas -que es el evangelista que seguiremos a lo largo del año litúrgico que acabamos de comenzar -C- quiere remarcar con mucho énfasis que Jesús es hijo de una tierra, de una época y de una cultura concreta. Y por eso, tras documentarse con atención,  nos recuerda solemnemente quienes eran los gobernantes políticos y religiosos cuando acontecía lo que nos quiere explicar. Allí, en aquellas circunstancias propias, movido por lo que veía y vivía, comienza a predicar y a remover conciencias Juan, un hombre sorprendente. Juan (último profeta que anuncia la llegada del Mesías y primer testigo de la misma),  quiere que el pueblo de Israel, su pueblo, despierte, se prepare para cambiar de vida, y sea capaz de creer que Dios quiere actuar en aquel mundo tan necesitado de esperanza. Juan habla y predica porque vive a fondo la vida, las angustias y las esperanzas de su pueblo. Y así, desde la vida de su gente, desde la realidad de su momento,  será capaz de anunciar la llegada  del enviado de Dios, Jesús, y de reconocer, al mismo tiempo, que no es digno de él.          

 Juan predicaba a la gente la conversión y recogía unas palabras proféticas: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". En medio de la vida difícil, confusa, a menudo desconcertada,  invitaba a cambiar el corazón y a encontrar cuál era el camino de Dios, lo que esperaba el Señor. Se trataba que cada uno descubriera en su interior los pasos nuevos que tenía que dar para cambiar, cómo podía acercarse más a la clase de mundo que Dios quería, como podía contribuir a hacer que la vida de todos estuviera regida por el amor y la generosidad de Dios y no por la dureza y la cerrazón. La consigna del Bautista en el evangelio de Lucas es concreta y actual: todos sabemos qué puede significar -dentro de la metáfora y aplicada a nuestra vida de cada día- esta invitación: "preparad el camino, allanad senderos, enderezar lo torcido...". En nuestra vida hay cosas que sobran e impiden la marcha,  hay lagunas y deficiencias, desvíos... esa es nuestra historia y ese es el lugar de la salvación.

            Necesitamos redescubrir que ser cristiano es orientar e impulsar nuestra vida actual hacia su plenitud final. Escuchar una llamada a "preparar caminos" que nos acerquen a los hombres al estilo de vida y convivencia promovido por Jesús.  Todos podemos ayudarnos a ser más humanos, a crear un nuevo tipo de solidaridad entre nosotros, a  humanizar comportamientos ante los bienes y las personas, a reaccionar con valentía, coherencia  y honestidad  frente a abusos, mentiras y manipulaciones. Lo que debemos tener siempre claro es que «la espera de una nueva tierra no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana» (Gaudium et Spes). Todos podemos y debemos colaborar en la gestación de ese hombre nuevo.

            La salvación es un don de Dios, no una conquista de nuestras fuerzas. Pero, a la vez, exige una respuesta activa por nuestra parte. Dios mismo preparará el camino de vuelta del destierro de Babilonia, guiará con su justicia y misericordia a un pueblo que debe alzarse y caminar, despojarse del luto, mirar con ojos nuevos… como nos ha recordado el hermoso texto profético de Baruc. El mensaje es claro: aunque parezca increíble la salvación de Dios sigue siendo viable, pero hay que creer activamente, quitar obstáculos, construir puentes en vez de  levantar muros; es necesario  seguir madurando en la fe como ha recordado san Pablo: "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más" hasta  "el día de Cristo". Que así sea con la Gracia de Dios.

27 de noviembre de 2009

"ESTAD SIEMPRE DESPIERTOS"

I DOMINGO ADVIENTO -C- Jer 33,14-16/Tes 3,12-4,2/Lc 21,25-28.34

 

Dentro del escepticismo de tantos hombres y mujeres de nuestros días no es fácil lanzar un mensaje de esperanza. Precisamente el tiempo litúrgico de Adviento, con el que iniciamos el nuevo año cristiano,  es esencialmente una llamada a creer que un mundo nuevo es posible. Y, más allá de las palabras tan hermosas que iremos escuchando en la liturgia, desde el gran realismo cristiano, nos invita a hacerlo posible manteniendo  una actitud vigilante y una conversión permanente. La esperanza cristiana no es un castillo en el aire. Contamos con la Providencia de Dios que vela por nosotros, pero  ofrecemos nuestra colaboración y nuestra actitud crítica frente a la "cultura de la satisfacción inmediata" y del conformismo que nos envuelve. Debemos mantener los ojos abiertos para ver lúcidamente la realidad de nuestro mundo sin caer en la pasividad,  en la resignación o incluso en la negación de cualquier posibilidad de cambio.

La Palabra nos recuerda hoy: "Levantaos": por muchos que sean los caminos torcidos de nuestra vida, por mucho que nos sintamos atenazados por la rutina y la monotonía de la existencia, podemos, ante ese Dios que nos busca, comenzar siempre de nuevo, cambiar lo torcido... Liberar el corazón de las ataduras y los ídolos de la vida... "Alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación": no nos podemos quedar en una vida externa, marcada por la sensación de impotencia ante los problemas, de desencanto o miedo o en una lectura e interpretación superficial de los acontecimientos; debemos elevar  la mirada, despertar al presente, a lo que acontece y está cerca; ser lúcidos y críticos ante los acontecimientos de esta nuestra aldea global,  encontrar estrellas que den luz y sabor a la existencia, dar razón de lo que creemos y esperamos abiertos al futuro..."Dios está a la vista" y existe un camino, una brújula y una estela que nos conduce a la Palabra hecha carne que nos va a manifestar un año más al Dios que cumple su promesa, que es fiel, que es  "mucho más de lo que podemos pensar"... «Llegan días en que cumpliré la promesa que hice... En aquellos días se salvará Judá», nos dice el profeta Jeremías.

            Tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera una cuna que va a recibir a Aquél que nos da la vida. El tren de la esperanza  pasa por delante de nosotros, no lo perdamos, subamos a él y valoremos todo lo bueno que vamos encontrando en nuestro camino. Siendo nosotros también liberadores, justos, alegres y solidarios podremos hacer que todos los que en él viajamos podamos construir la nueva humanidad que tanto anhelamos.  Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento; hombres y mujeres realistas sí, esperanzados también. No necesitamos que nadie nos diga que está mal el mundo -ya lo sabemos-; necesitamos que alguien nos recuerde que está en la manos de Dios por los cuatro costados. La esperanza es el mejor antídoto contra el vacío, el fatalismo o la desesperación, porque "la esperanza se actúa dando el paso siguiente". "Que solo en el amor es mi destino", escribía san Juan de la Cruz. El que vino en la historia vendrá de nuevo en su gloria..., mientras tanto, es nuestro tiempo. Vivamos y anticipemos con el amor mutuo, llenos de confianza en Dios y en el hombre, sin temor, aquella liberación que esperamos, tomando con responsabilidad las riendas de la vida. "Mi esperanza, decía Benedicto XVI, no soy yo, ni las cosas, es Dios". ¡Ven Señor Jesús!, Ven a nuestro corazón y al corazón del mundo. Amén

20 de noviembre de 2009

"Tú lo dices. Soy rey"

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO -B- Dn 7,13-14/Ap 1,5-8/Jn 18,33-37

 

            Pilato y Jesús representan dos concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilato no puede concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a unos súbditos, como el famoso Herodes el Grande. Jesús, sin embargo, habla de un reino que no es de este mundo, es decir, no tiene en el mundo de los hombres su proveniencia, sino en solo Dios. Pilato piensa en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor. Pilato no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilato decir que alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu. A Pilato le preocupa el poder, a Jesús la verdad. Dos concepciones diferentes del reino , que siguen presentes en la historia.

            El reino de Jesús es un reino  en el que se cumple lo que los profetas de siglos anteriores habían prometido de parte de Dios. El señorío de Jesús es el del Hijo del hombre, a quien Dios le entrega todo poder y todo reino como recuerda el profeta Daniel. El reino de Jesús goza de una gran singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo, aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu. El rey se define como testimonio de la verdad,  y los súbditos como los que son de la verdad y escuchan su voz. Jesús  es rey en cuanto da testimonio de la verdad, es decir, de la Palabra de Dios Padre que él encarna, y que el Espíritu interioriza y hace eficaz en los corazones de los hombres. Jesús es un rey totalmente libre; el mundo no tiene poder sobre él. Y lo que Jesús dice de sí mismo se aplica también a nosotros. Cada uno de nosotros es un rey, una reina. Hay en nosotros una naturaleza que no pertenece a este mundo y por eso el mundo no tiene poder sobre nosotros. La paradoja consiste en que esta naturaleza se hace visible en la Pasión, allí donde somos débiles, heridos, enfermos..., es entonces cuando  se manifiesta un espacio que nadie puede dañar: nuestra dignidad real que nace de la filiación divina.

            Jesús no es rey del espacio, sino del tiempo, de todos los tiempos. El texto del Apocalipsis nos revela que Jesús, el primogénito de entre los muertos,  es "alfa y omega", principio y fin, el que da sentido a la historia. Jesús es "el que es, el que era y el que viene". Además, dice el Apocalipsis,  que ese Jesús triunfador es también "aquel que nos amó" y "nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre". Más aún: el que "nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre". Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. De esta manera, los cristianos  participamos de la misión real de Jesús; somos una comunidad soberana y libre, no esclavos de nada ni de nadie; una comunidad que visibiliza la realeza de Cristo no mediante el poder, el prestigio o el esplendor sino mediante la lucha por la justicia,  por la reconciliación y por la paz en el mundo. No olvidemos la lección de la historia: por muy poderosos que parezcan los imperios son efímeros, caen. Por eso, ojalá que solo ante Dios nos arrodillemos. El es el único Señor, el rey de nuestros corazones. Que así sea con la Gracia de Dios.

13 de noviembre de 2009

"MIS PALABRAS NO PASARÁN..."

09. DOMINGO XXXIII T. O. -B- Dan 12,1-3/Heb 10,11-14.18/Mc 13,24-32 -2-

 

            Hoy, a punto de terminar el año litúrgico, la Palabra de Dios, mediante un lenguaje misterioso, marcadamente simbólico, plástico, intentan introducirnos en el misterio del fin del tiempo y de la historia. No hay que confundir lenguaje y mensaje. Oculto tras una representación de enorme viveza ("los que duermen en el polvo despertarán", "el sol se hará tinieblas, caerán las estrellas...") hay un mensaje divino que nos enfrenta con la certeza de que todo lo humano tiene su fin; todo lo humano, hasta las cosas mejores de la vida, tiene fecha de caducidad. Quizás por eso las personas no acabamos de encontrar esa alegría y esa felicidad que promete el mundo y que, cuando creemos que se acerca, se aleja, como una sombra,  de nuestro corazón. 

            El fin de la vida y el fin del tiempo. El ropaje literario, propio de la apocalíptica judía, que aparece en tiempos de persecución (Antíoco IV Epifanes y posiblemente Nerón) no debe angustiarnos y menos todavía ocultarnos el mensaje de revelación de Dios: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". Para Mc la destrucción de Jerusalén y del Templo sirve de símbolo de los tiempos finales. Igualmente la imagen de la higuera desde que florece en primavera hasta que maduran los higos sirve para señalar el tiempo intermedio entre la historia concreta y el final de la misma. Hay pues una relación entre el tiempo y la eternidad, entre el fin de la vida y el fin del tiempo. Ambos finales, que llegan con la muerte, se viven a la luz de la esperanza cristiana.

            El hombre vive de esperanza. Al niño le hace ilusión hacerse mayor; el estudiante desea aprobar;  los recién casados confían en ser felices; el desocupado desea encontrar trabajo;  el encarcelado salir... Expectativas todas buenas, legítimas, necesarias incluso. Expectativas unidas a un bien que no tenemos y que deseamos poseer. Deseos  que nos dirigen a la Esperanza, con mayúsculas, que nos remite,  a Dios. Es ésta la esperanza que nos da acceso a la plenitud y a la realización de nuestro ser personal desde Dios, en Dios y con Dios. Desde el realismo de la vida, sabemos también que mientras el mundo exista no dejarán de suceder los signos de los que habla Jesús, fruto de la locura y de la barbarie de los hombres: guerras, odio, desolación y muerte. Es la cara oscura del pecado que asola la tierra y muchas veces, sumerge a los creyentes en la duda sobre la victoria final. Es preciso velar, resistir la tentación del sueño, porque la palabra de Cristo -eso es lo cierto- no dejará de cumplirse, como las yemas de la higuera que anuncian el verano. Esta es la verdad definitiva: el cielo y la tierra pasarán, las palabras de Cristo no pasarán. Y estas palabras no sitúan sabiamente en la incertidumbre de lo cierto. Cristo está a la puerta, llama. Si le abrimos entrará, se sentará junto a nosotros…

            El futuro está en manos de Dios ("Y mañana Dios dirá…", decimos en lenguaje coloquial). Sin embargo, nosotros, debemos construirlo, no desde la angustia o  el miedo, sino viviendo el presente que está en nuestras manos con una actitud vigilante, positiva, esperanzadora. Para nosotros, creyentes, el final de la historia no es catástrofe sino salvación para los elegidos, el acontecimiento último de la historia de la salvación. Para eso Cristo murió en la cruz, "ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio"  y ahora, junto al Padre, nos espera para darnos, cuando El quiera, el abrazo de la comunión definitiva y perfecta, del amor. Nos lo dará,  si nos dejamos santificar por él, si vivimos desde la "Palabra que no pasará" que es Cristo, el Señor. Y esto siempre es posible hacerlo... Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de noviembre de 2009

...LA ALCUZA DE ACEITE NO SE AGOTARA.

XXXII-TO – B- Reyes 17, 10-16/Hb 9, 24-28/Mc 12, 38-44

 

            La escena de la viuda pobre ocupa un lugar significativo en Marcos. Es el último episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén,  puesto en el contexto del discurso en el que traza un retrato sobre la falsa religiosidad de los escribas  que "no les impide devorar los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos".  Frente a la actitud farisea de quienes dicen pero no hacen ("Haced lo que ellos digan, no hagáis lo que ellos hacen", dice Jesús); de los que se sirven de la religión (política) para su propia utilidad;  de los que se pavonean con sus ropajes llamativos, reclamo de reverencias y adulación de la gente; de los que buscan ser tenidos por justos al margen de Dios…,  Jesús llama la atención, al fijarse en la pobre viuda, sobre lo realmente esencial de la persona. Porque lo que de verdad importa no es la cantidad, sino la buena disposición, la voluntad de hacer el bien, la generosidad... (incluso dando todo lo que tiene, lo que necesita para sobrevivir), la capacidad de servicio, ayuda, cercanía. Los dos reales son un sello del don total de la persona, porque entrega a Dios todo lo que tiene para vivir. Elegir el último puesto, como hizo Jesús en la Encarnación y en la Cruz; "ofrecerse para quitar los pecados del mundo", es el sello auténtico de un amor que se entrega y nos ama de verdad; esto mide la grandeza de una vida.

           

            Con su limosna la viuda convirtió su pobreza en auténtico sacrificio e inmolación; como si hubiera derramado su vida o la hubiera quemado  como incienso en la presencia de Dios y todo sin ser notada, como se hacen las cosas grandes,  en secreto, descubierta solo por la mirada de Cristo que, más allá de las apariencias, penetra en lo interior,  mira el corazón. Por eso Jesús puede decir: "Esta pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie". El Señor no se fija tanto en lo que damos, sino en lo que nos reservamos para nosotros; en la mayor o menor confianza en la providencia de Dios,  única esperanza de nuestra vida.  El profeta Elías recuerda a la viuda de Sarepta que, recogiendo leña, espera la muerte: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará…".  En una situación extrema la viuda se fió,  creyó y obedeció: "Y comieron  él, ella y su hijo". Y es que, escribía san León Magno:  "En la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones".

 

 "Todo lo que no damos se pierde". Y es una pena que se pierdan tantas posibilidades de hacer el bien; que se malogre tanta buena voluntad sin canalizarla en un sentido u en otro, que se despilfarren tantos medios..., que se estropeen tantas cosas  que no nos sirven pero tampoco dejamos que sirvan a otros que lo necesitan... Las pequeñas cosas no cambian las estructuras pero pueden cambiar el corazón de los hombres  que son los que pueden cambiar las estructuras. Esta es la  lógica de Jesús: ser sencillos de corazón y confiar  plenamente en Dios sin dar tantas vueltas a nuestros miedos. Descubrir en esta lógica sorprendente  el verdadero fundamento de la religión: darse a Dios sin reserva, con lo que somos  y lo que tenemos, sin ser notados, como se hace en las cosas grandes, en secreto, desde el interior. Es el mejor ejemplo de la religión en espíritu y en verdad. No debemos fundar nuestra confianza en la conciencia que tenemos de nuestros medios sino en la misericordia y en bondad de quien nunca nos abandona; nuestras seguridades nacen de esta confianza filial. No olvidemos las consoladoras palabras del Salmo: "El Señor hace justicia a los oprimidos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan; El Señor ama a los justos; el Señor sustenta al huérfano y a la viuda". Que así sea con la Gracia de Dios.

30 de octubre de 2009

"VEREMOS A DIOS TAL CUAL ES"

TODOS LOS SANTOS – Ap 7, 2-4.9-14/Jn 3, 1-3/Mt 5, 1-12a

            Si contemplamos el firmamento en una noche estrellada y clara, vemos innumerables puntos luminosos. Algunos destacan más y tienen un nombre propio conocido por todos, como la estrella polar. Pero también observamos  racimos de estrellas sin nombre, constelaciones y galaxias que forman una polvareda luminosa, como la Vía Láctea. Algo parecido sucede en el firmamento de la iglesia. Hay santos que destacan: san José, san Francisco, santa Teresa, san José Manyanet... pero hay también multitud de santos anónimos que no figuran en el santoral del calendario de la Iglesia pero que son una luz encendida que ilumina, tenuemente quizás,  el camino diario de la humanidad.

            Desde hace ya mucho tiempo (IV siglo en Oriente y VII en Occidente, cuando el Papa Bonifacio IV dedicó en honor a los mártires cristianos el Panteón  de Roma donde se veneraban a los dioses del imperio), la Iglesia ha expresado el  reconocimiento a estos hijos suyos; si a lo largo del año, en los días del calendario litúrgico, conmemora y nos propone para la imitación la figura de un mártir, apóstol, doctora, confesor de la fe..., nos dice hoy: "Alegraos en el Señor al celebrar  en este día la fiesta de todos los Santos". Su recuerdo no lo podemos ocultar: son hombres y mujeres que a lo largo de su vida no pretendieron hacer "cosas extraordinarias" sino hacer extraordinariamente las "cosas ordinarias" de cada día; hombre y mujeres que, en la heroicidad de lo cotidiano, "lavaron sus vestiduras en la sangre del Cordero"; hombres y mujeres que hicieron, sencillamente, lo que tenían que hacer con una conciencia recta. La fiesta es pues un homenaje y reconocimiento que hace la Iglesia a tantos hermanos en la fe ("Una muchedumbre que nadie podría contar", leemos en el Apocalipsis) que han creído,  testimoniado, amado  a Cristo y a los hermanos en la vida de cada día y, además, en comunión con toda la Iglesia...

            Todos ellos escucharon la voz de Dios y lo siguieron. Y lo hicieron de "mil formas distintas". Cada uno a su estilo y en su circunstancia,  con las cualidades y  dones que el Señor le ha dado. San Pablo pone un buen ejemplo de ello cuando habla de que "los miembros del cuerpo humano son muchos y distintos" y a cada uno le corresponde una función, diferente a los demás, pero "para el bien común". Cada cual en su puesto, en su responsabilidad hace que "florezca la diversidad en la unidad". No hay una "santidad en serie"..., sino infinitas variantes y carismas, según el don de Dios, que en Jesucristo nos ha revelado el  modelo de santidad para todos.

            Ser "Santo", honesto, justo, bueno… parece estar devaluado en una cultura vitalista como la nuestra que presenta y propone "otros modelos" aparentemente más atractivos... y, sin embargo debemos recordar que  ser santo es amar la Vida y hacerlo plenamente y que todos estamos llamados a la santidad y plenitud de vida. Los santos no son seres de otras épocas, al contrario, hoy sigue habiendo muchos hombres y mujeres anónimos  que dedican sus energías al evangelio, héroes desconocidos que se desviven por los más necesitados; personas de toda clase y condición que han llegado ya a la meta del encuentro con el Padre, santificados en el día a día;  padres y madres de familia que, a pesar de las dificultades confían siempre en el Señor y transmiten a sus hijos el don de la fe; seres de carne y hueso..., de todas las edades y condiciones... que  creen  y testimonian  el amor de Dios y, al hacerlo, llenan de esperanza este mundo.

            Es santo, nos recuerda hoy el evangelio,  aquel que vive según el Espíritu de las Bienaventuranzas: libre frente a las cosas que tanto fascinan; limpio y puro de corazón practicando la misericordia; hambriento de justicia y de paz;  sencillo... Nuestra vocación es "vivir como hijos de Dios, pues lo somos". Él nos ama; él nos purifica; Él nos santifica. Nuestra vocación es la santidad. Lo que otros han podido hacer con la Gracia de Dios podemos lograrlo también nosotros. Que así sea.

23 de octubre de 2009

"QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?"

DOMINGO XXX - T.O. -B- Jer 31,7-9/Heb 5,1-6/Mc 10,46-52

"¿Qué quieres que haga por ti?". ¡Vaya pregunta! ¿Qué va a querer un ciego?. Jesús lo pregunta porque su Amor no impone nada, no hace nada sin contar con nosotros. Los zebedeos, el domingo pasado, pedían honores, poder, privilegios; el ciego pide  vida: "que pueda ver". Eso sí es voluntad de Dios, para eso sí ha venido Jesús: para que tengamos vida en abundancia. Y la primera vida, la básica, es la vida física que exige desarrollarse en plenitud: desde la comida y bebida, hasta las capacidades sensoriales, sociales, culturales…  El ciego tiene mucha luz interior; puede que no sea capaz de  percibir la facciones de los rostros, pero escucha  e intuye los latidos del corazón;  tiene la firme convicción de que aquel momento es decisivo en su vida y se pone en pie, grita, grita…"Tu fe te ha curado": esta frase que Jesús dice en otras ocasiones de curación,  expresa  que la salvación  viene de Él como presencia de Dios, pero que ha sido eficaz gracias a la confianza de la persona, y es que el amor sólo es eficaz cuando se le acoge; el amor de Dios puede hacer maravillas, y las hace, pero necesita una respuesta acogedora: un amor que responda a su amor. ¡Cuántas veces Jesús se lamenta de que su amor no encontró la confianza y la respuesta adecuada!... "Y se marchó de allí sin hacer ningún milagro debido a su falta de fe".

            "Recobró la vista y le seguía por el camino". Bartimeo (Marcos es el único que le llama por su nombre) ha descubierto el amor de Dios expresado en la atención, la escucha y curación de Jesús. Era un hombre apartado de la vida social, en la cuneta; un hombre que grita sin miedo su necesidad, ante quien Jesús no pasa de largo; al contrario se para, se interesa por él, lo cura. La narración de Marcos es toda una historia de fe y de amor en la que la tradición cristiana ha visto  una viva imagen del proceso  de la fe y de la conversión. Hoy se nos ofrece una invitación a permanecer, como el ciego, atentos al paso del Señor que viene continuamente a nuestro encuentro, para ello es necesario no tener miedo de nuestra propia realidad, reconocernos tal cual somos, sin máscaras, sin tapujos, sin doble lenguaje ni doble moral.  Los demás también pueden salir a nuestro encuentro. Ayudar a quitarse el manto y dar un salto en la dirección indicada, escuchando las palabras de ánimo de los discípulos, es también la misión de la Iglesia. La comunidad cristiana tiene que ser la animadora del encuentro con Jesús. La Iglesia no está para condenar sino para acercar al ser humano hacia sí mismo, hacia los demás y hacia Dios. Tenemos que decir al que busca a Dios: "- Ánimo, levántate. Te está llamando." Muy probablemente el ciego no sabía la distancia a la que estaba Jesús y fueron los demás los que haciendo el papel de lazarillos le condujeron hasta Él. La Iglesia lazarilla a través de los siglos ha mostrado y ha acercado a millones de ciegos a Dios que, ante la misericordia del Señor, que llega siempre,  han iniciado el camino del seguimiento como discípulos.

            Por el bautismo todos somos sacerdotes, porque participamos del sacerdocio de Cristo. Pero nuestro sacerdocio no borra nuestras debilidades. Como personas débiles que somos, debemos comprender las debilidades de los demás y acercarnos a ellos con humildad y amor. La arrogancia espiritual nos distancia de los demás,  nos hace estériles e infecundos. Como Cristo, sepamos, si llega el caso, sentarnos a la mesa de los pecadores y ser amigos de publicanos. "Señor que pueda ver" con tu mismo corazón para seguir el camino hacia la cruz, el camino hacia la Luz. "Libra mis ojos de la muerte, dales la luz que es su destino. Yo, como el ciego del camino, pido un milagro para verte". Que así sea con la Gracia de Dios.

15 de octubre de 2009

"...Y DAR SU VIDA EN RESCATE POR TODOS"

DOMINGO XXIX TO -B- Is 53,10-11/Heb 4,14-16/ Mc 10,35-45

 

            En el cristianismo todo tiene la medida de Cristo. Él lo sustenta todo, da plenitud a todo. Todo se mide por él y desde él. Él es la medida de su Reino, de su Ley y de la salvación que ofrece a los hombres. Por eso, cuando Santiago y Juan le piden el privilegio de  sentarse a su derecha y a su izquierda en su gloria, Jesús les interroga por su capacidad de unirse a él en la pasión que deberá sufrir y que momentos antes les había anunciado. Jesús beberá el cáliz y se sumergirá en la muerte para borrar el pecado del mundo y ofrecer la salvación a los hombres. La gloria que buscan los hijos de Zebedeo se trastoca, se convierte en una oferta de sufrimiento y muerte en unión con su Maestro. Para entrar en el Reino de Dios es preciso entrar por Jesús, que es la puerta, unidos a su destino;  dejar de pensar en categorías de poder, riqueza, gloria..."No sabéis lo que pedís".

            En el fondo Jesús examina de amor a Santiago y a Juan, como hará con Pedro en el lago de Tiberíades, tras la Resurrección. Quien ama de veras sólo desea vivir plenamente la vida y la suerte de la persona amada. Jesús les pregunta por esa capacidad de amar que es la única condición para ser grande en su Reino y gozar de su compañía. No hay mayor oferta que ésta, ni mayor reto para quien ama: participar en el mismo destino del Amado. En comparación con esto, el puesto a la derecha y a la izquierda, pierde relieve. Al amor le sobran condiciones. En la Encarnación Jesús puso las bases de un Reino que nada tiene que ver con los de la tierra. Por eso los que quieran ser grandes y primeros en este Reino deben seguir el ejemplo de Cristo, imitarle en todo y amar como Él lo hizo. La vida entregada es la "autoridad" que hace crecer  en la realización humana; es una oferta libre que no se impone ni busca privilegios de ningún tipo.

            La ley constitucional de la comunidad cristiana es el servicio. Jesús subraya la radical diferencia entre sus seguidores y los de otras instituciones humanas en las que  se busca el poder, el prestigio y se trepa para conseguir los primeros puestos. "Vosotros nada de eso": la responsabilidad en el campo cristiano se identifica con la humildad, el servicio, la alegría por el crecimiento y el bien del otro. La clave de la autoridad, eclesiástica como civil, está en el servicio. El signo de Jesús "probado en todo exactamente como nosotros menos en el pecado" es  entregar la vida hasta la muerte por amor a todos, un amor que transforma el dolor y el sufrimiento en salvación.  Se trata  de acompañar, de compartir, de vivir la vida como entrega, donación, servicio; se  trata  de iluminar antes que deslumbrar.

            Precisamente e lema del Domund de este año es muy significativo: "La Palabra, Luz para  los pueblos". Nosotros hemos escuchado  y hemos creído en la Palabra; ahora nos corresponde ser pregoneros y misioneros de esta Palabra  pronunciada y encarnada. La Palabra de Dios es un bien para todos los hombres que la Iglesia no debe conservar sólo para sí, sino compartir con alegría y generosidad con todos los pueblos y culturas, para que también ellos puedan encontrarse en Jesucristo la vía, la verdad,  la vida, la Luz… este anuncio debe ser claro,  hecho en todas partes y siempre acompañado por  el testimonio coherente de la vida. Todo cristiano está llamado a ser misionero y testigo. Es un mandato explícito del Señor que,  más que un deber,  debe ser un privilegio: cooperar con el Señor a la salvación de cada uno y de la humanidad entera: en la familia, la escuela, la catequesis… somos misioneros, testigos de la  fe, de la esperanza que no defrauda, del amor que se transforma en obras de servicio. Y hemos de serlo con el ejercicio de la misericordia, la compasión y la entrega humilde "por la vida del mundo". No es el poder el que salva sino el amor. Que así sea con la Gracia de Dios.

9 de octubre de 2009

"...Y EN LA EDAD FUTURA, VIDA ETERNA"

DOM  XXVIII  TO-B- 1- Sab 7, 7-11 / Heb 4, 12-13 / Mc 10, 17-30

            Entre tantos valores que el hombre encuentra en su existencia ¿Cuál es el valor supremo?. La primera lectura  responde que la sabiduría es el valor superior, más precioso que las riquezas ("Todo le oro a su lado es un poco de arena y, junto a ella, la plata vale lo que el barro"). Para el AT  el espíritu de sabiduría nos conduce a la conquista del bien y de la felicidad. Tiene mucho que ver con la prudencia, con el equilibrio interior, con la clarividencia, con un verdadero y acertado discernimiento. Ya los griegos decían que el verdadero sabio es el santo, el que acierta a comportarse correctamente en las distintas circunstancias de la vida. Las personas sabias y santas son, además, felices, porque saben ajustar su vida al orden de las cosas, a la voluntad de Dios.  

Prototipo del hombre sabio es Salomón: "… te doy un corazón prudente, como no ha habido antes de ti ni lo habrá después. Pero además te añado lo que no has pedido: riquezas y gloria en tal grado que no habrá en tus días rey alguno como tú" (1 Re 3, 10-13).  Encontrar un sentido a la existencia; saber discernir los valores humanos y morales y dejarse guiar por ellos…, abrir el corazón al espíritu de Dios,  vivir en la verdad de la vida,  descubrir el "arte de vivir". Esta sabiduría  no es tanto fruto del esfuerzo humano, cuando don de Dios que debemos pedir cada día; no es acumular conocimientos sino abrirse a Dios con profundo respeto y reconocimiento  humilde de su divinidad. Por eso, al sabio,  le vienen por añadidura todos aquellos bienes que no había buscado por entregarse a la búsqueda de la sabiduría.

            Esta reflexión nos descubre  que la búsqueda de la vida eterna no está alejada de la búsqueda de la sabiduría: "¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?". Jesús "mira con cariño"  a quien tiene  una inquietud,  a quien busca  el sentido profundo de su vida y le deja marchar;  no le codena (quizás necesita más tiempo…) cuando, triste, no acepta ni comprende la  invitación de Jesús  ("Vende lo que tienes… así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme"). Jesús no condena la riqueza sino la dependencia, la esclavitud de los bienes materiales cuando cierran el horizonte a cualquier pregunta. Qué gran verdad es aquella de que "el que posee es poseído", está atrapado en una red brillante, apetitosa, falaz… "Qué difícil desprenderse de las riquezas en las que se ha puesto el corazón!".

"¿Qué hacer para alcanzar la vida eterna?"  No es cuestión de reunir una serie de requisitos sino de ser transparentes en el trato  con Jesús, relativizar todo aquello que puede restarnos fuerzas, coherencia e ilusión en el vivir como hijos de Dios. El secreto es hacer  un buen uso  de nuestra riqueza, no idolatrar el dinero ("Consumir es un agua que cada vez da más sed"), ser capaces de compartir según nuestras posibilidades. Jesús recuerda: Dios como valor supremo es la máxima riqueza y  sabiduría del hombre, que nos invita a no despreciar los demás valores sino a estimarlos positivamente y  buscarlos ordenadamente. Para alcanzar el Reino y la felicidad el camino es despojarnos de nuestras seguridades (sean o no económicas) para ser "llenados" por la Gracia de Dios que es quien nos dará la salvación.

            El evangelio nos ayuda  a ser profundamente humanos,  a vivir con  libertad frente a las cosas materiales; a saber dar a cada cosa en valor que tiene dentro del conjunto y en relación al servicio que ofrece a las personas. Vivimos según lo que son nuestros valores, por eso no es indiferente que predominen en nuestra vida unos u otros pues determinan la mentalidad, el modo de afrontar los problemas, las relaciones…, por eso es necesario recordar que el espíritu de sabiduría es como una luz que nos muestra el verdadero camino que debemos seguir para vivir santamente en esta vida y alcanzar así la vida eterna. Santa Teresa escribía: "El que se salva sabe y el que no, no sabe nada". Que así sea con la Gracia de Dios.

2 de octubre de 2009

"SERÁN LOS DOS UNA SOLA CARNE"

DOMINGO XXVII -B- 1- Gn 2,18-24/Heb 2,9-11/Mc 10,2-16

 

            El divorcio es una realidad incontestable en nuestra cultura. Ha desaparecido la controversia que acompañó al debate público de su legalización en España hace más de veinticinco años pero se ha impuesto socialmente en la vida real. Hoy, sin embargo, las estadísticas marcan la tendencia en otra dirección: el descenso de número de matrimonios y el ascenso considerable de uniones de "pareja de hecho" de todo tipo, sin  vínculos legales, que buscan la realización individual en libertad al margen de compromisos definitivos. El descenso, constatable en cualquier parroquia, y, en cualquier caso, el aplazamiento en formalizar el matrimonio civil o religioso después de años de convivencia, nos obligan a una reflexión. En muchos jóvenes es más importante tener a mano la posibilidad de divorciarse que aspirar a amarse con más plenitud y a fondo perdido. En realidad no confían en sí mismos o en su pareja y se favorece un cambio hacia valores más individualistas.

            La Palabra de Dios hoy nos plantea directamente la cuestión del divorcio. La legislación judía en tiempos de Jesús reconocía al varón capacidad jurídica para divorciarse de su mujer. El divorcio era decisión exclusiva del esposo, nunca de la esposa ni de una autoridad judicial externa, por eso era claramente discriminatoria con la mujer. Las escuelas discutían sobre los motivos y supuestos que podía alegar el varón, pero no sobre el hecho y la licitud de derecho que tenía para conceder el divorcio. La pregunta de los fariseos a Jesús, tal como la presenta el evangelista Marcos, rebasa el planteamiento judío. Pregunta malintencionada, de la que seguramente ya sabían la respuesta: "¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?" Jesús aborda la cuestión en dos momentos distintos.

            En primer lugar reivindica la igualdad y dignidad de la mujer. A los fariseos les responde a partir de la legislación y con principios rotundos. Ellos se amparan en la ley, pero Jesús la interpreta, aclara y corrige con una autoridad sorprendente, argumentando a partir del Génesis: "Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer". Dios los crea en igualdad profunda y para la unidad plena: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!" La legislación muestra la incapacidad para entender el proyecto de Dios: "Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto". Pero sus palabras no son jurídicas sino proféticas y evangélicas. El proyecto de Dios es un proyecto de amor, de ayuda mutua, de unión estable y permanente hasta la muerte. En un sociedad machista Jesús lanza una impresionante denuncia contra la opresión de la mujer y manifiesta que es posible que un hombre y una mujer, iguales en naturaleza y dignidad, mantengan una relación de amor hasta la muerte.

            Tampoco los discípulos acababan de entender y, ya en casa, "volvieron a preguntarle sobre lo mismo". Y aclara con un nuevo principio: también la mujer habría de tener la misma capacidad jurídica para divorciarse de su esposo, pero por ello mismo su divorcio queda desautorizado en nombre de Dios: "si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro comete adulterio".  Jesús, en un segundo momento,  amplía su enseñanza en el círculo de los discípulos  con una escena gráfica y un gesto que entra por los ojos: el niño por definición se abre al otro, acoge el don gratuito, confía. El divorcio es un mal que perderá su poder cuando hombres y mujeres adquieran la calidad personal del niño; la unidad querida por Dios se alcanzará en la medida en que tengan la capacidad de acogida y la limpieza de miras de los niños. 

No olvidamos que la fragilidad humana hace que muchas veces el ideal de la unidad no se pueda vivir y la convivencia termina siendo un infierno..., que existen situaciones extremadamente duras y difíciles, que cuesta aceptar las exigencias y sacrificios de una vida en común..., sobre todo cuando de raíz falta lo fundamental: la madurez en el amor, la libertad o la verdad. En estos casos la Iglesia tiene que ser comprensiva y ayudar a que las personas puedan rehacer su vida y no se sientan apartadas de la comunión eclesial ("Madre y Maestra", no indiferente sino misericordiosa). La comunidad cristiana debe acompañar, fortalecer, animar... Que así sea con la Gracia de Dios.

25 de septiembre de 2009

"EL QUE OS DE A BEBER UN VASO DE AGUA... NO QUEDARÁ SIN RECOMPENSA"

XXVI DOMING TO -B- Nm 11,25-29/St 5,6-1/Mc 9,38-43.45.47-48

 

            A pesar de que la tolerancia se considera un valor insustituible de las sociedades democráticas, no parece que la intolerancia sea un mal extinguido, al contrario crece como mala hierba que envenena la convivencia: "Quien no es de los míos es mi enemigo", parece ser la consigna de muchos (sobre todo en la manipulación de los sentimientos religiosos). Tolerancia no significa indiferencia,  que todo vale. Pero el que no todo valga no significa ni justifica actitudes  de fuerza o de coacción. No todo se puede tolerar (el hambre, la injusticia, la manipulación de los sentimientos religiosos, la mentira...). El encuentro con el otro debe ser siempre desde el respeto a la persona y a la identidad propia y, en el ámbito religioso, el respeto por lo Sagrado.

De modo que los cristianos tenemos que contar y cooperar con todos los hombres de buena voluntad, que son muchos más de los que pensamos. Todos los seres humanos pertenecemos a la misma familia, la humanidad. Nos diferencia el sexo, la edad, la lengua, la nacionalidad, la religión. Pero todas las diferencias sirven para enriquecer no para justificar la desigualdad, ni la discriminación, ni las guerras. La variedad de culturas, de razas y lenguas, de religión y nacionalidades, no son un obstáculo para la unidad; al contrario, contribuyen y enriquecen la cultura humana.  Lo malo es cuando prevalece el espíritu partidista y cada cual busca su propio interés por encima y a costa del de los otros.  Jesús les invita a tener una visión amplia, universal, respeto... hay que apoyar a quien defiende la justicia, la dignidad, la vida, aunque no sea del grupo. "Haz el bien y no mires a quien".

            En un tono de palabras muy duro Marcos da una seria advertencia sobre la necesidad de no escandalizar a los "pequeños que creen", expresión que hace referencia a los menos privilegiados en la comunidad. El escándalo surge cuando en la comunidad hay quienes pretenden ser más grandes, ser servidos en lugar de servir, poniéndose por encima de los otros como supriores a ellos. Esta ambición pone en peligro la adhesión a Jesús. También dan escándalo en la comunidad quienes  estorban o impiden el trabajo y el compromiso de alguien por la liberación de los hombres. El escándalo es hacer tropezar a alguien que lucha por el Reino de Dios, cansar, desanimar... El escándalo, en palabras del siempre directo Santiago es  la explotación que lleva a la acumulación de riquezas...arrogancia... es hacer mal uso o abusar de la autoridad que tienen; es dejar de hacer el bien por querer salvaguardar el propio prestigio o parcela de poder. Escandalosas y obscenas son las desigualdades económicas y sociales, los apaños y manejos turbios, las violencias verbales y descalificaciones, la incoherencia entre principios y conducta en cuestiones fundamentales, el uso público de una doble moral.

            Jesús se refiere expresamente al escándalo "religioso", aquello, de cualquier tipo que sea, que puede desviar o alejar de la fe "a uno de estos pequeñuelos que creen". Una vez más los pequeños son el punto de referencia y la medida de salvación. Ojos, pies y manos, en cuanto órganos activos y símbolos de la acción de la autoridad, pueden pervertirse y causar escándalo en los débiles. No se trata de despreciar el cuerpo (ser realistas y ver que las tentaciones nos vienen por los sentidos) sino de abrir los ojos y caminar en la buena dirección.  Se trata de asegurar la plenitud de la vida tanto en el mundo presente como en el futuro. Todo lo que se hace y ayuda a las personas, aun lo más pequeño, no quedará sin recompensa; y viceversa: todo lo que no tiene en cuenta a los más pequeños no quedará impune. Jesús decía que quien os de " un vaso de agua no quedará sin recompensa".

19 de septiembre de 2009

"...Y EL SERVIDOR DE TODO"

DOMINGO XXV DEL T.O. -B-  Sab 2,17-20/St 3,16-4,3/Mc 9,30-37

 

            Marcos presenta a unos discípulos muy humanos,  tanto que parece que Jesús no se puede fiar de ellos pues sus proyectos y expectativas son tan distintos a los que Él les presenta. No terminan de entender cómo se va a cumplir el Mesianismo de Jesús y Él les instruye, en el segundo anuncio de la Pasión y dentro de la teología del justo sufriente,  que tiene que pasar por la muerte pero ésta no será definitiva pues el Padre le resucitará;  ellos, si embargo, parecen sordos,  están "en sus cosas" y "sus cosas" son el reparto del poder y  planificar su futuro de manera individual...        

Jesús va poniendo las bases de una comunidad alternativa y ofrece los criterios sobre el poder y servicio dentro de la comunidad: el más importante es el que sirve; querer ser el primero no es luchar por alcanzar el puesto de más relevancia sino  ponerse el delantal del servidor, empezando por quienes tienen más responsabilidad en la comunidad;  y  hacer sitio,  acoger, no rechazar,  a quienes no cuentan y necesitan ayuda: "Cogiendo a un niño lo puso en medio, lo abrazó y les dijo: El que acoge a uno de estos por causa mía me acoge a mí". Resulta que los pequeños y los últimos se convierten en sacramento privilegiado y desconcertante de Jesús y de Dios. "Y quien me acoge a mí no es a mí a quien acoge sino al que me ha enviado". Jesús orienta el sentido de grandeza que ellos sueñan hacia el servicio.

            Sólo cuando se haya logrado esta nueva actitud vital, esta convicción  existencial, "la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía" guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Sin esta configuración que requiere gracia, esfuerzo y tiempo, las viejas estructuras de poder seguirán vigentes y con ellas actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de poder, las envidias. Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo y asumiendo, como se nos recordaba el  domingo pasado que "hay que cargar con la propia  cruz", esto es,  aceptarse en la propia realidad, reconocer con serenidad lo que somos, limitados e infieles a  la llamada del evangelio y responsabilizarse de la propia vida sin ampararse  en lo que otros hacen ni excluirse porque otros no sean tan coherentes como dicen.

            La Carta de Santiago  tiene junto a la preocupación social y la insistencia de las obras junto a la fe un alto contenido moral. Esto no es extraño pues las primeras comunidades cristianas tienen que convivir en una sociedad heredera de la gran cultura grecorromana pero llena de contradicciones. Santiago reprocha a los cristianos que habiendo entrado en la comunidad siguen viviendo  como los que no creen y recuerda que  la fe conlleva una práctica, un "ethos", una elección de vida en la que no caben ni envidias ni rivalidades que traen solo males… sino  procurar la  justicia y sembrar la paz. Esta actitud "sabia" es un regalo que hay que acoger y un camino hacia lo "máximo" que perfecciona a la persona haciéndola más humana. 

Ahora que hemos iniciado en el colegio el nuevo curso escolar es legítimo y recomendable recordar la importancia de educar en máximos. Cada hijo, cada alumno es una promesa que hay que  hacer realidad en la máxima excelencia posible. Aspiremos a los bienes más altos y concretemos esa aspiración con un proyecto de vida personal. Decía San Escrivá de Balaguer: ¿Por qué conformarse con ser un ave de corral cuando se puede ser una águila?. Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de agosto de 2009

"Y EL PAN QUE YO DARÉ ES MI CARNE PARA LA VIDA DEL MUNDO"

XIX TO –B- 1 Re 19, 4-8/Ef 4, 30-5, 2/Jn 6, 41-51

 

Hay momentos en los que pensamos que ya hemos terminado el camino. El cansancio puede más que nuestras fuerzas; hemos luchado, hemos puesto de nuestra parte todo que podíamos poner y más…, pero sentimos que todo terminó, nos faltan ánimos para continuar y nos justificamos diciendo que "ya no podemos más". Es entonces cuando nos hace falta, como a Elías, "el ángel del Señor" que nos ofrezca tantas veces cuanto sean necesarias, el alimento básico porque "el camino es superior a nuestra fuerzas". Nos puede ocurrir a nosotros y también a los demás, por eso, debemos ser "ángeles del Señor" que, sin demasiados discursos y sin querer hacer el camino de cada cual ha de hacer, ofrezcamos al que lo necesita "un pan cocido y un cántaro de agua", diciendo con sencillez: "¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas".           Y ese alimento que nos hace falta a nosotros y que nosotros podemos ofrecer es Jesús, el pan vivo, el pan de la vida, el pan que nos da fuerzas.

Terminaba el evangelio el domingo pasado: "Yo soy el pan vivo". Hoy, el punto de partida es la murmuración de los interlocutores a esta afirmación. En un primer momento la crítica  no es tanto sobre el pan cuanto sobre el "origen" de ese pan. Se plantea de nuevo (como en los evangelios sinópticos cuando narran la presencia de Jesús en Nazaret) la dificultad de reconocer a Jesús y llegar a la fe. Juan juega, como es su costumbre en los diálogos, con un doble nivel de significado: una lectura plana, literal y una simbólica, profunda. En este caso la pregunta sobre el origen apunta al verdadero valor de Jesús como expresión de lo que es Dios, a su autoridad como revelador del rostro de Dios. En este diálogo la obstinación de los judíos les impide reconocer más allá  de su propio mundo, de su propio interés, cerrazón sobre sí mismos. Paradójicamente, Jesús, con sus palabras, critica la actitud del desierto, la murmuración como contrapuesta  a la del verdadero discípulo que escucha, que se abre, que recibe y aprende, que se alimenta.

La mención al pan y al vino apunta también a la "carne" de Jesús. Esta expresión alude primariamente a la Encarnación; es una reivindicación de la existencia de Jesús como Palabra hecha carne e historia en Jesús. Y Jesús promete vida eterna al que come su cuerpo y bebe su sangre. Es verdad que "es duro este lenguaje", que "muchos discípulos se volvieron atrás y o andaban con él", pero Jesús quiere subrayar: Dios está en los signos sencillos de pan y de vino, símbolos de los bienes de la tierra y del trabajo de los hombres, signos de comunión y de entrega total, de hospitalidad, amistad, encuentro, fiesta alrededor de la misma mesa,  fuente de unidad, lugar privilegiado para la construcción de una Iglesia fraterna  y reconciliada...

Lo que lleva vida empieza por cosas tan simples como las que nos ha recordado hoy san Pablo: "Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados… sed buenos, comprensivos…". Aunque sea más fácil decirlo que practicarlo sólo haciéndolo  mostramos que hemos encontrado y comido el Pan de vida; podremos levantar al cansado para continuar el camino, contagiar a los demás los ánimos y la fuerza necesaria para no desfallecer en la lucha, a veces dura, de la vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

NB. Que tengáis todos un feliz mes de agosto. Nos volvemos a comunicar, Dm, en septiembre. Gracias.

28 de julio de 2009

"DANOS SIEMPRE DE ESE PAN"

 XVIII TO –B-  Ex 12, 2-4.12-15/Ef 4, 17.20-24/Jn 6, 24-35

 

            Los textos de este domingo nos invitan a buscar la vida en plenitud.  Cuenta el libro del Éxodo que, cuando los israelitas caminaban con grandes  dificultades por el desierto hacia la libertad, comenzó a oírse este grito de protesta: "Con el faraón vivíamos mejor"; algunos añoraban la esclavitud porque les daba seguridad y alimento, pero alguien les enseñó a cazar codornices  y a descubrir el maná ("¿qué es esto?") don de Dios para alimento diario, y siguieron caminando hacia la tierra prometida de la libertad. El maná debían recogerlo como un don cotidiano, cada mañana, sin acumularlo; era una prueba  para que la confianza en Dios fuera creciendo en el corazón del pueblo, así como la corrección del ansia de poseer. El texto nos recuerda que  la libertad "regalada" por Dios al pueblo se encuentra ahora frente a la realidad dura del desierto; en este contexto,  Dios ha de educar el corazón de Israel (y de cada persona) para que no fundamente la relación con Él en la gratificación del deseo (hambre, seguridad…) sino en la fe.

El dicho clásico de Aristóteles: "Primun vivere, deinde filosofare", recuerda que lo primero es satisfacer las necesidades básicas de la persona;  cierto es que, como decía Santo Tomás, "con un estómago vacío los oídos no escuchan",  pero lo es también  que el hombre no es sólo "estómago". La vida nos muestra que la persona puede nadar en la abundancia y estar, sin embargo, verdaderamente insatisfecha, positivamente hambrienta o sedienta.  No se puede vivir solo de "cosas"; es necesario encontrar y  vivir con un sentido espiritual en el sentido más amplio del término… no se puede vivir sin poesía, sin color, sin amistad, sin gozo, sin amor… A lo largo de la historia, sobre todo en los períodos de prosperidad, el hombre ha sufrido la tentación de reducir su ser y su hambre a una parte de sí mismo, queriendo saciar solo con pan –cosas- otras hambres de su ser que las cosas materiales no pueden satisfacer. En la persona hay un deseo natural de "algo más" que el consumo, los mercados, los objetos… Hay un hambre, en la persona, que solo se satisface con amor, con bondad, fe, sentido de la vida, ideal, ilusión, esperanza… Santo Tomás afirmaba que " en todas estas apetencias" afloraba, lo que él llamaba, "el deseo natural de ver a Dios, un deseo que muchas veces no sabe explícitamente lo que quiere aunque distingue muy bien lo que no le satisface". San Agustín, siglos antes, había pensado también en esto al escribir: "Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón  está inquieto hasta que no repose en Ti"

            Jesús se presenta hoy como el Pan de vida que da la vida eterna, la  santificación del hombre, la satisfacción de su hambre infinita, la salvación del pecado y de sus consecuencias sociales… la  plenitud  del corazón humano dándole luz, sentido, trascendencia. Él es el alimento que no perece y nos permite no perecer. No reduzcamos al hambre material todas las apetencias de nuestro ser y, al mismo tiempo,  no separemos indebidamente el hambre material del espiritual.  El hambre de Dios está conectada, en el evangelio, con el hambre y la sed de justicia, del Reino. Lo que verdaderamente viene de Dios y enriquece la vida de los hombres, lo que da plenitud a las relaciones y al mundo,  es precisamente lo que abre al hombre sacándole de sí mismo: el amor, la sensibilidad, la generosidad, la entrega… como desarrollo existencial en la vida. Pablo  invitaba a los cristianos de Éfeso a vivir libres de la esclavitud consumista y hedonista, de la vaciedad de criterios de los gentiles,  y a vestirse de la nueva condición  humana, a vivir plenamente como hombres  y mujeres nuevos que, fundamentados en Cristo Jesús en quien se encuentra la verdad,  tienen actitudes de bondad, misericordia, santidad… como hijos de Dios. Que así sea con la Gracia de Dios