DOMINGO XXVII TO -C- Habacuc 1,2-3,2,2-4/2 Tim 1,6-8.13-14/Lc 17,5-10
. Todos los textos de la liturgia de este domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida cristiana. Jesús educó a sus discípulos a crecer en la fe, a creer y a confiar cada vez más en él, para construir su propia vida sobre roca. Por esto le piden: "Auméntanos la fe" (Lc 17, 6). Es una bella petición que dirigen al Señor, es la petición fundamental: no piden bienes materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que oriente e ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder estar en relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, la valentía, el amor y la esperanza. Sin responder directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen paradójica para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca mueve mucho más que su propio peso, así la fe, incluso una pizca de fe es capaz de realizar cosas impensables, extraordinarias, como arrancar de raíz un árbol grande y trasplantarlo en el mar.
. La fe, fiarse de Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas, hace posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad. Nos da testimonio de esto el profeta Habacuc en la primera lectura. Implora al Señor a partir de una situación tremenda de violencia, de iniquidad y de opresión; y precisamente en esta situación difícil y de inseguridad, el profeta introduce una visión que ofrece una parte del proyecto que Dios está trazando y realizando en la historia: "El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe" (Ha 2, 4). El impío, el que no actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya en una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a caer; el justo, en cambio, confía en una realidad oculta pero sólida; confía en Dios y por ello tendrá la vida.
. También el apóstol san Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la fe. Invita a Timoteo a tener fe y, por medio de ella, a practicar la caridad. Exhorta al discípulo a reavivar en la fe el don de Dios que está en él por la imposición de las manos de Pablo, es decir, el don de la ordenación, recibido para desempeñar el ministerio apostólico como colaborador de Pablo. No debe dejar apagar este don; debe hacerlo cada vez más vivo por medio de la fe. Y el Apóstol añade: "Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de templanza".
. No tengamos miedo de vivir y testimoniar la fe en los diversos ambientes de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia humana, ¡sobre todo en las difíciles! La fe nos da la fuerza de Dios para tener siempre confianza y valentía, para seguir adelante sin desfallecer. Fe y vida se sostienen juntas o se derrumban. Por supuesto, huir de la cruz es humano. Y tal vez también tener poca fe. Uno lo reconoce y confía en que el Señor tendrá misericordia, como la tuvo con Pedro, con la mujer pecadora...
. Santa Teresita del niño Jesús, cuya memoria celebramos el día 1 escribía en sus momentos oscuros: "Dios sabe muy bien que, aun no gozando de la alegría de la fe, procuro al menos realizar sus obras". Teresa en su "noche oscura" va aprendiendo a desprenderse de una fe "que quiere evidencias y que sólo está movida por el deseo de ver" hacia otra que "no consiste tanto en verlo todo y en atravesarlo todo, sino en amar; sobre todo, en la noche". Una fe que no se agota "por no ver" sino que, precisamente porque no ve se hace más deseosa de "ejercitarse en la bondad y en el amor". Se abandonó confiada en manos del Padre. Que así sea para todos, con la Gracia de Dios.
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