24 de mayo de 2025

"Que no tiemble vuestro corazón..."

VI DE PASQUA -C-Hech15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29-

 

. Juan escribe en el contexto de la última cena, la despedida de Jesús, su testamento espiritual en el que nos recuerda que el centro de la fe es la relación con el padre, el Hijo y el Espíritu, de donde todo proviene y adonde todo conduce. Jesús pertenece en el corazón de cada persona. "Somos templo De Dios" y esto da un valor infinito a la persona.  "Hijas mías, que no estáis huecas", decía santa Teresa a las monjas desanimadas. Dios nos habita. No hay dignidad más grande.

 

. El Espíritu Defensor que el Señor nos promete es consuelo, fortaleza; nos recordará y ayudará a entender las palabras de Jesús. Así ha sido a lo largo de la historia, desde los inicios. La segunda lectura de los Hechos nos lo recuerda. Los discípulos se reúnen para hablar de lo que es esencial para seguir a Cristo y de lo que no lo es. Es el primer

concilio de la Iglesia en el que se subraya que lo fundamental es creer en Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación y amarse unos a otros, judíos y gentiles. No hay que poner más cargas que las imprescindibles. En este discernimiento comunitario que realizan, iluminados por el Espíritu Santo, entienden que no ha de poner más cargas que las indispensables. Y que todo nace de la unión íntima con Jesús, de la comunión con él y entre los hermanos. Es la fe en Jesucristo, no la sobras de la ley, la que nos salva.

 

. Jesús, en el evangelio de hoy, nos ofrece también el don de la paz. Una paz que, ante todo, es la unificación total de la persona, de la que nace la serenidad y la confianza. No es ausencia de problemas, no depende de circunstancias exteriores: es la certeza interior de saberse amado por Dios. La paz de Cristo es una paz "desarmada y desarmante" como recordó el papa León en su primer saludo al ser nombrado papa. Quien se siente amado no coacciona, no grita, no necesita usar la violencia, ni verbal, ni física ni moral para que triunfe la verdad. Porque la verdad, con qué fuerza lo recordaba san Juan Pablo II, no se impone, se propone, se entrega, se testimonia.

 

Pero la paz de Cristo no es ingenua ni ajena a la justicia. Al contrario, es fruto maduro de la justicia. Sin relaciones justas con Dios, con los demás, con nosotros mismos no puede haber una verdadera paz. Esa paz implica verdad, reparación, perdón. Y, de todas formas, la paz plena solo se dará en la plena comunión con Dios.

 

. La meta final es la Jerusalén del cielo, nos recuerda el Apocalipsis. Dios mismo, el Cordero son el templo. Y la gloria De Dios, desde lo profundo del corazón, ilumina todo, por eso no es necesario el sol ni la luna. Que podamos vivir esta comunión con Dios que nos da serenidad en todos los momentos de la vida: "Que no tiemble vuestro corazón".  Con la Gracia de Dios.

17 de mayo de 2025

"... como yo os he amado"

V Pascua - Hch 14, 2b-27/Ao 21, 1-5a/Jn 13, 31-33a.34-35

«Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado»

El amor verdadero comienza por respetar la libertad del otro, incluso cuando no la entendemos o no la compartimos. Amar es no aplastar al otro con nuestras razones, sino honrar su misterio

P. Jesús Higueras

 

No se trata de un consejo, ni de una opción recomendable para quienes quieran vivir la fe con más profundidad. Es un mandamiento: un imperativo que nace del corazón de Cristo y que condensa el Evangelio entero. La novedad no está solo en el verbo amar, sino en el modo: «como Yo os he amado». Jesús no se limita a pedirnos que amemos desde nuestra medida, con nuestros esfuerzos, según nuestras condiciones.

Nos invita a mirar su vida, a contemplar su corazón, y a aprender de Él la forma del amor. Porque amar como Cristo amó es un don del Espíritu Santo, no un sentimiento vago o un ideal imposible. Tiene unas características únicas que se podrían resumir en cuatro rasgos fundamentales.

Primero, el respeto. Cristo nunca invade el alma de nadie. No manipula, no fuerza, no violenta. Se acerca a cada persona reconociendo su dignidad, incluso en los pecadores. El amor verdadero comienza por respetar la libertad del otro, incluso cuando no la entendemos o no la compartimos. Amar es no aplastar al otro con nuestras razones, sino honrar su misterio

Segundo, la escucha y la comprensión. Jesús sabe detenerse ante cada persona, mirarla a los ojos y acogerla tal como es. No impone un discurso, sino que acoge las heridas, los miedos, las búsquedas. Amar como Él amó es aprender a escuchar de verdad, sin juicios ni prisas, y buscar comprender más que tener razón. Es un amor que se hace atención.

Tercero, el perdón. No hay amor verdadero sin la capacidad de perdonar. Y no se trata de ignorar el mal, sino de cargarlo y redimirlo. Cristo nos amó perdonando incluso en la cruz. Nos invita a liberarnos del rencor, a no dejar que el pasado determine nuestros vínculos. El perdón no niega la herida, pero impide que se convierta en cárcel.

Cuarto, la capacidad de sufrir por el amado. El amor de Cristo no fue cómodo. Fue entrega hasta el extremo. Amar de verdad implica estar dispuesto a sufrir por el otro, a renunciar a uno mismo, a ofrecer la vida. Es lo contrario del egoísmo. Es dar la vida por quienes amamos, como Él la dio por nosotros.

9 de mayo de 2025

"Yo soy el Buen Pastor"

. IV DOMINGO PASCUA -C- Hch 14,21-27/Ap 21,1-5/Jn 13,31-35 

 

El pasado jueves, día 8, era elegido Sumo Pontífice, el número 267 de la historia, León XIV. En sus primeras palabras de saludo desde la Logia de San Pedro dijo:

"La paz sea con todos ustedes. Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo de Cristo Resucitado, el buen pastor que dio la vida por el rebaño de Dios. También yo deseo que este saludo de paz entre en sus corazones, llegue a sus familias, a todas las personas, estén donde estén, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz sea con ustedes! Esta paz es la de Cristo Resucitado: una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, un Dios que nos ama a todos incondicionalmente…". Y recordando al papa Francisco, continuó: "¡Dios nos quiere, Dios los ama a todos y el mal no prevalecerá! Estamos todos en las manos de Dios. Por tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo va delante de nosotros. El mundo necesita su luz…"

 

Esta Luz es el Señor que hoy se nos presenta como Buen Pastor que da la vida por cada uno de nosotros y nos dice: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen". Tres verbos: escuchar, conocer, seguir.

. Escuchar. La iniciativa viene siempre del Señor; todo parte de su gracia: es Él que nos llama a la comunión con Él. Pero esta comunión nace si nosotros nos abrimos a la escucha; si permanecemos sordos no nos puede dar esta comunión. Abrirse a la escucha porque escuchar significa disponibilidad, docilidad, tiempo dedicado al diálogo. Y esto no es fácil.  Nos cuesta mucho la escucha cordial de los demás, dedicarles tiempo, no interrumpir, ponernos en el lugar del otro, mantener una actitud de respeto y educación, no alzar la voz. Quien escucha al Señor sabe escuchar también a los demás con un corazón abierto, sin juzgar.

 

. Conocer. Escuchar a Jesús es el camino para descubrir que Él nos conoce y esto no significa solo que sabe muchas cosas sobre nosotros: conocer en sentido bíblico quiere decir también amar, desear el bien de la persona, sentir afecto por ella. Y esto significa que el Señor, mientras "nos lee dentro", nos quiere, no nos condena. Si le escuchamos, descubrimos esto, que el Señor nos ama. Y cuando sentimos su amor la relación con Él ya no será impersonal sino cálida y agradecida amistad, intimidad. Estando con el buen pastor se vive la experiencia de la que habla el Salmo: "Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré, porque tú vas conmigo" (Sal 23,4).

. Seguir. El tercer verbo. Las ovejas que escuchan y saben que son conocidas y amadas siguen al Señor, que es su pastor. Y quien sigue a Cristo, va donde va Él, por el mismo camino, en la misma dirección. Va a buscar a quien está perdido, se interesa por quien está lejos, se toma en serio las situaciones de quien sufre, sabe llorar con quien llora, tiende la mano al prójimo, se lo carga sobre los hombros.

Terminaba el papa León XIV: "Soy hijo de san Agustín, agustino, quien dijo: "Con ustedes soy cristiano, para ustedes soy obispo". En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado…. Debemos buscar juntos cómo ser un Iglesia Misionera, una Iglesia que construye puentes, el diálogo, siempre abierta a recibir, como esta plaza con los brazos abiertos. A todos, todos los que necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor". Como Jesús, Buen Pastor.

Que así sea con la Gracia de Dios. 

2 de mayo de 2025

"Es el Señor"

III DOMIN. DE PASCUA -C- Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

. En la Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y no los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles eran personas sencillas que anuncian con audacia aquello que han recibido, el Evangelio de Jesús. Como ellos, también nosotros estamos llamados e invitados a llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de vida.  La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio. Esta historia de la primera comunidad cristiana nos recuerda algo importante, válida para la Iglesia de todos los tiempos, también para nosotros: cuando una persona conoce verdaderamente a Jesucristo y cree en Él, experimenta su presencia en la vida y la fuerza de su Resurrección, no puede dejar de comunicar esta experiencia. Y si esta persona encuentra incomprensiones o adversidades, responde como Jesús en su Pasión:  con el amor y la fuerza de la verdad.

. Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos de la vida ordinaria.  San Francisco de Asís aconsejaba a sus hermanos: predicad el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras. Predicar con la vida: el testimonio. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, mina la credibilidad de la Iglesia.

. Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy. Hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que "ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor" (Jn 21,12). Y esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como "el Señor".

. El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Adorar a Dios significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia. Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.