VI DE PASQUA -C-Hech15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29-
. Juan escribe en el contexto de la última cena, la despedida de Jesús, su testamento espiritual en el que nos recuerda que el centro de la fe es la relación con el padre, el Hijo y el Espíritu, de donde todo proviene y adonde todo conduce. Jesús pertenece en el corazón de cada persona. "Somos templo De Dios" y esto da un valor infinito a la persona. "Hijas mías, que no estáis huecas", decía santa Teresa a las monjas desanimadas. Dios nos habita. No hay dignidad más grande.
. El Espíritu Defensor que el Señor nos promete es consuelo, fortaleza; nos recordará y ayudará a entender las palabras de Jesús. Así ha sido a lo largo de la historia, desde los inicios. La segunda lectura de los Hechos nos lo recuerda. Los discípulos se reúnen para hablar de lo que es esencial para seguir a Cristo y de lo que no lo es. Es el primer
concilio de la Iglesia en el que se subraya que lo fundamental es creer en Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación y amarse unos a otros, judíos y gentiles. No hay que poner más cargas que las imprescindibles. En este discernimiento comunitario que realizan, iluminados por el Espíritu Santo, entienden que no ha de poner más cargas que las indispensables. Y que todo nace de la unión íntima con Jesús, de la comunión con él y entre los hermanos. Es la fe en Jesucristo, no la sobras de la ley, la que nos salva.
. Jesús, en el evangelio de hoy, nos ofrece también el don de la paz. Una paz que, ante todo, es la unificación total de la persona, de la que nace la serenidad y la confianza. No es ausencia de problemas, no depende de circunstancias exteriores: es la certeza interior de saberse amado por Dios. La paz de Cristo es una paz "desarmada y desarmante" como recordó el papa León en su primer saludo al ser nombrado papa. Quien se siente amado no coacciona, no grita, no necesita usar la violencia, ni verbal, ni física ni moral para que triunfe la verdad. Porque la verdad, con qué fuerza lo recordaba san Juan Pablo II, no se impone, se propone, se entrega, se testimonia.
Pero la paz de Cristo no es ingenua ni ajena a la justicia. Al contrario, es fruto maduro de la justicia. Sin relaciones justas con Dios, con los demás, con nosotros mismos no puede haber una verdadera paz. Esa paz implica verdad, reparación, perdón. Y, de todas formas, la paz plena solo se dará en la plena comunión con Dios.
. La meta final es la Jerusalén del cielo, nos recuerda el Apocalipsis. Dios mismo, el Cordero son el templo. Y la gloria De Dios, desde lo profundo del corazón, ilumina todo, por eso no es necesario el sol ni la luna. Que podamos vivir esta comunión con Dios que nos da serenidad en todos los momentos de la vida: "Que no tiemble vuestro corazón". Con la Gracia de Dios.