7 de marzo de 2020

"Levantaos, no temáis..."

II DOMINGO CUARESMA-A- Gn 12,1-4/2 Tim 1,8-10/Mt 17,1-9

Los momentos más significativos de la vida de Jesús –quitando quizás el momento de las tentaciones y el del Bautismo- Jesús los vive con sus discípulos más cercanos, con los que quiere y a quien quiere. A la montaña iba Jesús a orar, y ellos, pendientes y ansiosos de saber, de estar con él, de aprender, de pasar su tiempo con el Maestro, con gusto irían acompañándole, dejándose guiar por su amor por él. Esa actitud es clave para el discípulo, para el cristiano, la de quien ha visto y oído y sentido, que ahí, en esa persona, hay alguien que tiene palabras de vida.   

La Transfiguración, dicen los expertos biblistas, es un anticipo, una prefiguración, un anuncio de lo que la Resurrección sería, del verdadero ser y la verdadera identidad de Jesús como Hijo de Dios, que se muestra en la gloria de su identidad. Es esa transfiguración que muestra a Jesús como la plenitud de Dios, como el Hijo amado, la que nos habla de las promesas de vida y plenitud del evangelio, la garantía, el anticipo, de que el mensaje de vida y libertad de la Buena Nueva son reales y posibles… Más allá de la Ley (Moisés) y de la profecía (Elías) del AT, se muestra la autoridad de Jesús que trae la nueva Ley del Amor y hace presente la profecía de la misericordia y la Justicia de Dios.

. Señor, ¡qué hermoso es estar aquí!...: El texto, manifestación de la gloria de Dios, nos hablan de realidades muy humanas, de los profundos deseos de cada uno… deseos profundos de paz, de hermosura, de bondad, de amor, de fraternidad, de plenitud, de conocimiento, de verdad… Deseos  que sólo son posibles alcanzar atendiendo a todas las dimensiones humanas, desarrollando todas las posibilidades humanas, teniendo en el centro de todas ellas, la sed de trascendencia, la sed de Dios, de más… Pero siendo también conscientes que en la profunda paradoja que es el ser humano, para alcanzarlas hay que vaciarse de ellas,  para encontrarse, hay primero que darse por entero,  la vida plena, sólo se llega a través de la muerte… la muerte de todo lo que nos encierra sobre nosotros mismos…

. Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle…: Por eso la voz de Dios señala precisamente a su Hijo, porque ese es el mensaje central del amor y la misericordia que Jesús de Nazaret muestra, que es en la entrega más radical, como se alcanza la vida más plena, por eso la voz de Dios apunta a escuchar a su Hijo, nos apunta a que es escuchándole como se alcanza esa plenitud y esas promesas… Escuchándole… toda su vida, a sus gestos, sus palabras, sus enseñanzas, su testimonio… y su entrega, su entrega hasta la muerte y una muerte de cruz..

. Levantaos, no temáis…: Y precisamente ese “levantaos” es lo primero que escuchan los discípulos de Jesús tras la voz del Padre. Un levantaos que es un ánimo a ponerse en camino, a hacer vida de esa experiencia de plenitud… con la prueba de que merece la pena ese camino. Un levantaos que enlaza con la primera lectura de hoy y el mensaje de Dios a Abrahán para salir de su tierra hacia las promesas de vida que el Señor le tiene preparadas.

Meditando este texto, en el Sermón 78, San Agustín nos dice: "Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor".

Elecciones en la Conferencia episcopal española. Afrontar nuevos retos: evangelización, el anuncio de Jesucristo, del evangelio… familia, vida, educación… temas de permanente actualidad… el deber de decir una palabra y esto no es ninguna injerencia en la vida de los ciudadanos.  Pero más allá de eso lo esencial de la misión de la Iglesia es proclamar la fe en Jesús y en su promesa de inmortalidad; la promesa de redención, la esperanza de salvación, el sentido último de la existencia. Y esta proclamación nadie nos la podrá quitar jamás…

 

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