8 de junio de 2019

Pentecostés

VIGILIA 2019.  Pentecostés- Gn 11, 1-9, Rom 8, 22-27; Jn 7, 37-39

 

La palabra sincera, honesta… es un instrumento de unión, nos humaniza, facilita en entendimiento, construye fraternidad. Por ello, deberíamos cuidar su buen uso en las conversaciones, diálogos, debates, conferencias, en los medios, redes sociales... En nuestros días somos conscientes que en muchos casos se devalúa la palabra y su significado, se abusa de ella, se usa superficialmente, se manipula (mentiras, fake news) incluso se “desprecia” su buen uso… y olvidamos que, si no nos entendemos hablando, dialogando ¿cómo podremos entendernos, vivir juntos, conocernos?...

La Biblia nos habla hoy de la confusión de lenguas en Babel que llevó a la dispersión y a la división entre los pueblos y, al mismo tiempo, nos habla también de la fuerza del espíritu, de Pentecostés, como experiencia de unidad y entendimiento aun en la diversidad de lenguas y de pueblos. Los Hechos hablan que, tras la venida del Espíritu todos oían las maravillas de Dios en sus propias lenguas. Cuando los hombres, por sí solos y confiando solo en ellos y en sus propias fuerzas, intentan conquistar el cielo acaban en la confusión, la manipulación, el engaño. Las ideologías y los grandes totalitarismos de la historia son un buen ejemplo de ello.  Cuando los hombres, asumiendo su realidad diversa y mortal se abren dócilmente a la sorprendente gracia de Dios pueden construir la fraternidad desde el diálogo, el respeto, la diversidad. Cuando recibimos el mismo Espíritu, nos entendemos, aunque hablemos diferentes idiomas. 

Los cristianos somos portadores de una Palabra, un mensaje que debemos anunciar a todo el mundo, pero, con frecuencia, cada vez con más frecuencia en occidente, advertimos que pocos nos escuchan, nos entienden o que, quizás, no conseguimos hacernos entender… A los apóstoles, en esta fiesta, mediante el signo de las lenguas de fuego se les concedió el don de “reforzar la propia debilidad” (Pablo) para tener el valor de hablar y confesar en público que Jesús es el Señor. Porque "nadie puede decir que Jesús es el Señor a no ser por el Espíritu Santo".

 

Ahora bien, un modo nuevo de hablar no tiene sentido si no es expresión de una vida nueva. Por ello, la comunicación es, en el fondo, no solo una cuestión de “palabras” sino de vida, de fe, de obras. Una palabra que no vaya acompañada de obras, de gestos concretos de cercanía, de comprensión, de perdón, de ayuda… es como una fe que está muerta porque no se expresa en obras de amor y, por lo tanto, no solo no puede decir nada al mundo, sino que creará más confusión a la que ya existe y no contribuirá a la convivencia y entendimiento entre los hombres. Jesús “sacia nuestra sed” más profunda, como nos recuerda el evangelio; ha sido enviado para que los hombres tengamos vida, y la tengamos en abundancia. No es solo una prolongación de la vida mortal, sino la vida eterna, que no es sólo "vivir para siempre" sino vivir con el gozo infinito de quienes son hijos Dios...  vivir en intimidad y familiaridad con Dios ... Jesús tiene esa vida, y ha venido a dárnosla a raudales, en abundancia tal que salte en nuestros corazones como torrentes de agua viva... Y esto debemos vivirlo, experimentarlo, comunicarlo sin miedo en nuestro mundo.

 

Pentecostés no es un hecho del pasado, no es una simple página de la historia. La Iglesia vive "en estado de Pentecostés", porque Jesús sigue entregando el Espíritu a su Iglesia, y la fuerza de este Espíritu, nos hace experimentar la presencia y el amor Dios, ser verdaderos "testigos", hablar de lo que hemos "visto y oído",  no de cosas aprendidas en los libros. Es ese Espíritu el que nos abre a una comunicación nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los demás. . Es ese Espíritu el que nos invade con una alegría secreta, dándonos una trasparencia interior, una confianza en nosotros mismos y una amistad nueva con las cosas. Es ese Espíritu el que nos libra del vacío interior y la difícil soledad, devolviéndonos la capacidad de dar y recibir, de amar y ser amados. Es ese Espíritu el que nos enseña a estar atentos a todo lo bueno y sencillo…  el que nos hace renacer cada día y nos permite un nuevo comienzo a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del vivir diario. Este Espíritu es la vida misma de Dios que se nos ofrece como don que acogemos con sencillez de corazón…

 

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