10 de febrero de 2011

"PERO YO OS DIGO..."

VI DOMINGO TO – A-  Eclo 16, 6-21 / 1 Cor 2, 6-10 / Mt 5, 17-37

Uno de los datos más  atestiguados en los evangelios es la libertad de Jesús frente a todo lo que pueda obstaculizar su misión: frente al templo y frente a la ley, frente al poder político y los dirigentes religiosos, frente a las tradiciones antiguas y las nuevas corrientes que circulaban por la sociedad judía. Pero no es un contestatario que se oponía por que sí; su fundamento estaba en la obediencia al Padre: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi  Padre”. Jesús, que se  mostró siempre libre para amar recordando que “no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre” y hablando  con una autoridad reconocida y valorada por todos, quiere, sin embargo,  revalidar la Antigua Alianza en su integridad, por eso,  confirma la autoridad de Moisés y de los profetas. Nada de sus enseñanzas y normas, expresión de la alianza de Dios con el pueblo,  está suprimido ni caducado. Pero, con una salvedad: que el espíritu no sea ahogado por la letra, que la ley no se separe de la profecía, porque en la base de la Ley está la liberación. “Yo soy el Dios que te saqué de Egipto”, con estas palabras  empieza la declaración del Sinaí, lo cual significa que las prescripciones religiosas y legales  eran consecuencia de la profunda liberación y garantía de la misma.

Por eso, la expresión evangélica: “dar plenitud” es descubrir el  verdadero sentido de las prescripciones. La ley es como un indicador de dirección en el camino, que no está para aferrarse a encaramarse a él sino para  señalar, orientar y marcar los límites; es una señal luminosa en la noche que nos advierte lo que no  debemos olvidar: “Cuando el sabio señala la luna, sólo el necio se queda mirando el dedo”; es necesario mirar al ideal, a la meta y ponerse en camino hacia la libertad y el amor. Al mismo tiempo, la ley puede ser también “el camino de la vida” y cuando la formulación es negativa (“No harás…, no matarás…”) es el reverso de una invitación a liberarse de todo lo que  estorba  el impulso hacia Dios, a abrirse, a crecer en verdad, a amar. Jesús libera la Palabra, aprisionada por las tradiciones de los hombres, cautiva de la historia pasada, para mostrar que Dios sigue actuando hoy y su espíritu nos habla a nosotros  pidiendo una respuesta en el plano del amor y del interior, porque es en el corazón donde el hombre pone a prueba su fidelidad a Dios y su apertura a los hermanos.

“Habéis oído que se dijo…, pero yo os digo…”: El mandamiento de “no matar” sólo se cumple en plenitud,  cuando amamos al prójimo, incluso al que nos ha ofendido, y le perdonamos de corazón. El mandamiento “no cometerás adulterio” no se refiere únicamente al hecho físico, sino al deseo psicológico. El mandamiento “el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio”, interpretado sólo literalmente deja a la mujer en inferioridad legal frente al hombre; la plenitud de esta ley exige que sea el amor el que regule las relaciones entre los esposos. El mandamiento “no jurarás en falso” es verdadero, pero la plenitud de esta ley exige ir más allá de lo que dice la letra, exige que mi palabra y la palabra del otro sean palabras fieles  y, en consecuencia, que sea suficiente decir “sí” o “no” para cerrar un pleito o un negocio. En definitiva, que el cumplimiento de la letra de la ley, en sí misma, no nos salva; lo que nos salva es cumplir la ley en su plenitud, es decir, que la ley sea siempre expresión de mi amor a Dios y al prójimo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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