14 de octubre de 2010

"DIOS HARÁ JUSTICIA A SUS ELEGIDOS QUE CLAMAN A ÉL"

XXIX TO -C- Ex 17, 8-13 / 2 Tim 3, 14-4, 2 / Lc 18, 1-8

           

El domingo pasado la Palabra  nos invitaba a ser agradecidos por los dones que Dios nos regala. Hoy,  nos recuerda  que también es bueno y necesario pedir. Y es que al pedir reconocemos nuestra limitación y ponemos nuestra confianza en Dios. Moisés, presentado como intercesor ante Dios, nos enseña  esta disposición, pues cuando levanta los brazos en actitud de súplica Israel vence y cuando los baja, porque no suplica ni confía, el pueblo pierde.

Jesús, en el evangelio,  cuenta la parábola del juez inicuo para explicar cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos y perseverar en la oración con insistencia, pues entonces estamos mostrando nuestra total confianza en Dios. Pero no pidamos imposibles, no podemos obligar a Dios a alterar el ritmo de la naturaleza. Pidamos mejor que sepamos aceptar nuestras limitaciones y sobre todo sabiduría para asumir lo que no podemos cambiar. Cuando llega el dolor o la enfermedad tan importante es pedir la curación como aceptación y confianza serena ante la enfermedad. No olvidemos que la oración no es para cambiar a Dios sino a nosotros mismos... Es verdad que Dios conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, también un padre sabe lo que necesita su hijo, pero le gusta que se lo diga, pues es señal de confianza en él. Dios te dice cada día: "si me pides soy don para ti, si me necesitas, te digo: estoy aquí, dentro de ti".

            San Benito enseñaba a sus monjes: "Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones del día. En el trabajo, en la casa se trabaja, pero poniendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros". El hombre, por tanto, no compartimenta su vida diaria o el domingo en, por un lado, horas de trabajo y, por otro, ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo. Por la oración respiramos a Dios por eso no es perder el tiempo, si bien, es verdad, la oración pertenece al campo de la gratuidad.

            Remueven las entrañas las palabras conclusivas de Jesús: "Cuando vuelva el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?". Miramos a nuestro alrededor y encontramos indiferencia sí, pero también hombres y mujeres de profunda fe. Escribe San Agustín "la fe es la fuente de la oración, no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua". Es decir, quien pide es porque cree y confía. Pero, al mismo tiempo la oración alimenta nuestra fe, por eso le pedimos a Dios que "ayude nuestra incredulidad".  La oración nace de la fe y alimenta la fe, por ello, es tan  necesario recuperar la oración personal, familiar, comunitaria... para mantener la llama encendida y seguir creyendo y experimentando que "Todo es posible para el que cree". Nos dice san Pablo que la Palabra, recibida de Dios y leída con fe, nos educa en la virtud y nos capacita para obrar el bien. Que así sea con la Gracia de Dios.

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