15 de abril de 2010

"SEÑOR, TÚ CONOCES TODO..."

III DOMINGO DE PASCUA -C-   Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

 

            Tercera aparición de Jesús: todo el relato del evangelio acontece en un clima de serenidad y amistad, entre esas realidades sencillas en las que se desarrolla la vida de los hombres y de la Iglesia: la noche y el amanecer, el fracaso y el éxito en el trabajo, el desayuno frugal y, especialmente, el encuentro de los hombres en la amistad y el amor. En este contexto, el protagonismo es de Jesús Resucitado que se hace presente y une a los discípulos alrededor del lago, su lugar de trabajo,  pero  Pedo está en el centro del relato. Es, sin duda, Pedro, una figura atractiva dentro del grupo de pescadores que dejaron un día las redes y siguieron al maestro. Era un hombre  apasionado, espontáneo ("se lanzó el primero al agua");  manifiesta sus sentimientos con fuerza en el lavatorio de los pies: "¿Lavarme tú los pies? Jamás",  pero si eso significa que no va a tener nada que ver con Jesús, dirá enseguida: "Señor, no solo los pies, también las manos y la cabeza";  se derrumba cuando le van preguntando si era discípulo de Jesús y el valiente ("No te abandonaré jamás")  tartamudea ante una criada ("No conozco a ese hombre"). Los evangelios subrayan dos miradas de Jesús sobre Pedro: después de la primera Pedro dejó todo y siguió a Jesús; después e la segunda, Pedro "salió afuera y lloró amargamente". Ahí, sin duda comenzó el cambio de su corazón. Siguió confiando en el perdón del Maestro y esta actitud, más humilde y menos presuntuosa, emerge en el episodio de hoy.

            "¿Me amas más que estos?".  Y Pedro ya no se compara con nadie; su respuesta es sencilla, brota de lo mejor de su corazón:"Tú sabes que te amo...tú sabes que te quiero". Tú conoces mi negación, mi cobardía, mis sentimientos...Tú sabes que, desde la verdad de mi ser, a pesar de todo, te quiero. Jesús examina a Pedro sobre el amor, porque desde el amor habrá de ejercer la autoridad que le concede. Pedro no es la "piedra" porque tiene autoridad-poder, sino porque ama a Jesús y está dispuesto a seguirlo y a dar testimonio de él incluso con la propia vida. Desde entonces no hay autoridad en la Iglesia si no nace de este amor humilde. Porque solo el amor convierte la autoridad en servicio.  Sólo desde esta actitud de fe y amor,  Pedro y los otros discípulos,  asumen su misión en la Iglesia y su testimonio en el mundo, que ha de ser universal y abierto a todos (como simbolizan la red y el número de peces, 153). Por la palabra de Jesús la red se llena de peces tras una noche confiando en las solas fuerzas;  por su palabra desafían a los judíos afirmando que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"; por su palabra vuelven contentos después de ser ultrajados. Sin duda la fe pascual, el encuentro alrededor de fuego, símbolo de la Eucaristía,  ha cambiado todo.

El diálogo entre Jesús y Pedro hay que trasladarlo a la vida de cada uno de nosotros. San Agustín, comentando este pasaje evangélico, dice: «Interrogando a Pedro, Jesús interrogaba también a cada uno de nosotros». La pregunta: «¿Me amas?» se dirige a cada discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y de prácticas; es algo mucho más íntimo y profundo: es una relación de amistad con la persona de Jesucristo. Muchas veces, durante su vida terrena, había preguntado a las personas: «¿Crees?», pero nunca: «¿Me amas?». Lo hace sólo ahora, después de que, en su pasión y muerte, dio la prueba de cuánto nos ha amado Él.  Ojalá sintamos siempre que, a pesar de todo, el Señor nos sigue mirando con cariño, sigue creyendo en nosotros,  nos anima a seguir adelante, nos rehabilita y confirma en la fe; ojalá podamos seguir diciendo, ante la mirada de amor y comprensión del Maestro: "Señor, tú lo sabes todo, Tú sabes que yo te quiero"; ojalá, de sus labios,  podamos también escuchar: "cuida a mis hermanos" para que encuentren y tengan vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

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