11 de marzo de 2010

"...ESTABA PERDIDO Y HA SIDO ENCONTRADO"

IV Cuaresma -C-: Josué 5, 9a.10-12; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3.11-32-Apuntes para una Homilía (del libro "El Regreso del Hijo pródigo", de Henri Noumen)

           

 Esta no es una historia que separe a los hermanos en bueno o malo. Sólo el bueno el padre. Él quiere a los dos hijos, corre al encuentro de los dos. Historia de la humanidad, historia de Dios; pecado y perdón, lo divino y lo humano se tocan... En esta historia:

            Soy el hijo menor cada vez que busco un amor incondicional donde no puede hallarse. ¿Por qué marcharme del hogar donde soy tratado como un hijo de Dios y amado de mi Padre? El "No" del hijo pródigo refleja la rebelión original de Adán: su rechazo al Dios en cuyo amor hemos sido creados y cuyo amor nos sostiene. Es la rebelión que me saca del jardín, y me lleva a un  "país lejano". Dejar el hogar es mucho más que abandonar un lugar en un  momento de la vida. Es la negación de mi pertenencia a Dios con todo mi ser, de que Dios me tiene a salvo en un abrazo eterno, de que estoy grabado en la palma de sus manos y de que estoy escondido en sus sombras. El Padre no puede obligarme a quedarme en casa. No puede forzar mi amor. Tiene que dejarme marchar en libertad sabiendo incluso el dolor que aquello nos causará a ambos. Fue al amor lo que permitió dejar a su hijo a que encontrara su propia vida, incluso a riesgo de perderla. Aquí se desvela el misterio de mi vida: soy amado en tal medida que soy libre para dejar el hogar. La bendición está allí. La he rechazado y sigo rechazándola, me marcho.... Pero el Padre continúa esperándome con los brazos abiertos para recibirme y susurrarme al oído: "Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco".

            Soy el hijo mayor cuando me pierdo en el resentimiento... "He trabajado duro, he hecho tanto y todavía no he recibido lo que los demás consiguen tan fácilmente. ¿Por qué la gente no me da las gracias, no me invita, no se divierte conmigo...?". Es incapaz de compartir la alegría del padre… los cantos, se convierten en causa de mayor rechazo. Cuando el resentimiento echa raíces en los rincones más profundos de uno mismo ¡qué difícil es reconocer el perdón del padre!. Nos hace extraños en nuestra propia casa. Esta actitud de soberbia, reflejo de los fariseos cumplidores de la ley pero vacíos interiormente, se cura con confianza,  gratitud y el reconocimiento de que lo que soy y tengo lo he recibido como puro don, don que tengo que celebrar con alegría.

              El padre tiene la autoridad de la compasión...; su abrazo es la misericordia, el perdón, cura... "¿Acaso olvida una mujer a su hijo y no cuida del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49, 15). Dios me eligió, me ama antes que ninguna persona pueda demostrarme su amor. Es el pastor que busca la oveja perdida, es el padre que busca a sus hijos, sale a su encuentro, les abraza.... para devolverles la dignidad de hijos. Sale a recibir al hijo mayor como hizo con el hijo menor y le dice: "¡Hijo tú estás conmigo, todo lo mío es tuyo...". Los reproches del hijo mayor no tropiezan con el rechazo del padre o palabras de condena.  En esta,  historia del amor que ya existía antes que cualquier rechazo y que estará presente después que se hayan producido todos los rechazos.

Estoy llamado a convertirme en Padre, ejercer una paternidad misericordiosa; a  extender mis manos a todo aquel que sufre, apoyarlas sobre los hombros..., ofrecer la bendición que surge del inmenso amor de  Dios.  "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). El joven abrazado por el Padre ya no es solo el pecado arrepentido sino la humanidad entera volviendo a Dios.  Basta un acto de arrepentimiento, un pequeño gesto de solidaridad, un momento de perdón...., esto es lo que se requiere para que el Padre se levante de su trono, corra hacia el hijo y llene el cielo de alegría. Alegraos: el banquete está preparado; la fiesta a punto. Los hijos perdidos han sido encontrados.

            Somos el hijo menor; somos el hijo mayor; debemos ser el padre misericordioso, siendo hombres y mujeres nuevos. "Dejémonos reconciliar con Dios". El camino es largo pero lleva a la alegría. Que así sea con la Gracia de Dios.

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