15 de enero de 2009

"... Y SE QUEDARON CON ÉL"

DOM II TO-B-  1Sam 3,3b.10-19/1 Cor 6,13c-15a.17-20/Jn 1, 35-42

 

             "¿Qué buscáis?": son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Juan.   La trayectoria religiosa arranca siempre de una búsqueda; difícilmente puede ponerse en camino aquel que elude las últimas preguntas. Y, sin embargo, aunque se diga que el hombre contemporáneo se ha olvidado de Dios, que las  grandes preguntas no tienen cabida en la cultura, "la verdad es que, cuando un ser humano se interroga con un poco de honradez, no le es fácil borrar de su corazón la nostalgia de Dios". Tenemos necesidad de esa última nostalgia para ponernos en camino; para que se nos puedan dirigir, como a los discípulos de Juan, esas preguntas básicas: "¿Qué buscáis?". Es el arranque de la búsqueda religiosa que nos viene magistralmente descrito en las lecturas de hoy.

            En evangelista, siendo ya anciano cuando escribe,  revive este primer encuentro, como algo que nunca podrá olvidar. Incluso recuerda la hora: "serían las cuatro de la tarde".  Un himno de la Liturgia de las Horas recoge ese momento con una gran belleza. Dice en sus primeros versos:

"Muchas veces, Señor, a la hora décima
--sobremesa en sosiego--,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de ti...
"¿Qué buscáis...?" Les miraste. Hubo silencio"
            Y estos son sus palabras finales:
"Al sol de la hora décima, lo mismo
que a Juan y a Andrés
--es Juan quien da fe de ello--,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!"
           

Detrás de esas "cuatro de la tarde", como en todas las experiencia fecundas y transformantes de la vida, hay algo que solo podemos balbucear, pero que no puede ser negado por aquel que lo ha experimentado... Romano Guardini comenta así la escena: "Juan debió entonces experimentar algo que nunca se le borró ya del corazón. Vio una figura humana. Uno que pasó por su camino, que se dirigió a él y con el que comió en su casa. En ese hombre encontró a alguien que era más que un ser humano. Una antorcha se le iluminó en su espíritu, una cercanía que le tocó el corazón y para la que Juan no tenía palabras con qué expresarlo".

            A nosotros ahora nos queda un mensaje claro: el encuentro con el Señor llena de gozo el corazón de las personas y nos pone en caminos nuevos para la vida. Sentir la cercanía del Señor, disfrutar de su paz es un regalo maravilloso de Dios. Quizás eso sea lo que venimos buscando en cada Eucaristía. Sentirnos a gusto porque aquí encontramos al Señor que cura  las heridas del alma; nos marca una tarea. Hay que abrir el oído: "Habla Señor que tu siervo escucha", decía el joven Samuel. Y hay que responder llenos de confianza, sin temor: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

            Precisamente Pablo en la carta a los Corintios destaca el compromiso total que para la persona entera, cuerpo y espíritu, supone la vocación cristiana. Pablo acentúa fuertemente la dignidad del cuerpo (rechazando la fornicación: concubinato, adulterio..; el estilo de vida pagano...) que, para el cristiano, radica en el hecho de su incorporación a Cristo por el bautismo -la fe-, de suerte que se hace miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo. He aquí el fundamento de una ética cristiana del cuerpo. Su raíz está en la vocación cristiana que abarca a toda la persona, y dignifica profundamente el cuerpo -no lo banaliza-, poniéndolo al servicio de Dios.

             No es fácil decir lo que los seres humanos buscamos en nuestro corazón...Llevamos tantas cosas dentro. Pero no hay duda de que deseamos la plenitud, la felicidad, o al menos, el camino que nos lleva hacia ella. Ojala, como los discípulos, podamos decir con gozo: "Hemos encontrado al Mesías" y él es la raíz y fuente de nuestra felicidad  profunda. Que así sea con la Gracia de Dios.

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