Fiesta de la Sagrada Familia- Si 3,3-7/Col 3,12-21/Mt 2,13-15.19-23
P. Jesús Higueras
Aunque la escena es conocida, no por ello es menos incómoda. Dios no ahorra a la Sagrada Familia las dificultades que atraviesan todas las familias. Al contrario: las concentra. Un enemigo real, una huida nocturna, un futuro incierto. El ángel no da explicaciones largas, no da garantías. Solo una orden en la que confiar. José se levanta, toma al niño y a su madre, y obedece.
Este pasaje rompe cualquier imagen idealizada de la familia. En todas las casas hay problemas. En todas. También en la de Jesús. La familia no es el lugar donde todo sale bien, sino el lugar donde, a pesar de todo, el amor está llamado a triunfar. No porque sea fácil, sino porque es necesario. La Sagrada Familia no es un modelo por la ausencia de conflictos, sino por la manera de atravesarlos juntos.
A veces las cosas no salen como nos gustaría. Los planes se rompen, los sueños se aplazan, las seguridades desaparecen. José no había planeado huir a Egipto. María no había imaginado criar a su hijo lejos de su tierra. Jesús comienza su vida como refugiado. Y, sin embargo, ahí está la mano de Dios, no quitando el problema, sino sosteniendo el vínculo. Dios no actúa aislando, sino uniendo. No separa a José de María, ni a María del niño. Los mantiene juntos en medio del peligro.
La familia es el primer lugar donde aprendemos que la diferencia no es una amenaza. José y María son distintos, con historias, sensibilidades y recorridos diferentes. Y aun así, permanecen. La familia no se construye desde la uniformidad, sino desde la fidelidad. Permanecer cuando sería más fácil huir cada uno por su lado. Cuidar cuando el cansancio aprieta. Creer cuando no se entiende todo.
Por eso, cuidar la familia no es solo una cuestión privada o sentimental. Es una cuestión profundamente humana y, para el creyente, profundamente espiritual. Cuidar la familia es cuidar la voluntad de Dios, porque Dios ha querido salvar al mundo desde una familia concreta. Y es también cuidar a la humanidad entera, que hoy sufre una grave carencia de vínculos estables, de pertenencia, de hogares donde el amor sea incondicional.
La fraternidad universal no nace de grandes discursos ni de estructuras impersonales. Nace de hogares donde se aprende a perdonar, a esperar, a empezar de nuevo. Nace de familias que, aun heridas, no se rompen. Porque si todos somos hijos de Dios, entonces estamos llamados a vivir como hermanos. Y nadie aprende a ser hermano si antes no ha aprendido a ser hijo.
En este domingo de la Sagrada Familia, la Iglesia no propone una estampa perfecta, sino una familia real, vulnerable y obediente. Una familia que huye, sí, pero huye unida. Y eso es lo que salva.