30 de noviembre de 2024

"Ven, Señor Jesús..."

 I DOMINGO ADVIENTO -C- Jer 33,14-16/Tes 3,12-4,2/Lc 21,25-28.34-

P. Raniero Cantalamessa

El otoño es el tiempo ideal para meditar sobre los temas humanos. Tenemos ante nosotros el espectáculo anual de las hojas que caen de los árboles. Desde siempre se ha visto en él una imagen del destino humano. Una generación viene, una generación se va...

¿Pero es de verdad éste nuestro destino final? ¿Más mísero que el de los árboles? El árbol, después del deshoje, en primavera vuelve a florecer; el hombre en cambio, una vez que ha caído en tierra, ya no ve al luz. Al menos, no la luz de este mundo... Las lecturas del domingo nos ayudan a dar una respuesta a la que es la más angustiosa y la más humana de las cuestiones. 

Recuerdo haber visto de niño, en una película o en un tebeo de aventuras, una escena que se me quedó fijada para siempre. Es por la noche y se ha caído un puente del ferrocarril; un tren, ignorante, llega a toda velocidad; el guardavías se pone entre éstas gritando: "¡Detente! ¡Detente!", agitando una linterna para señalar el peligro; pero el maquinista está distraído y no lo ve, y avanza arrastrando el tren al río... No querría cargar las tintas, pero me parece una imagen de nuestra sociedad, que avanza frenéticamente al ritmo de rock'n roll, desatendiendo todas las señales de alarma que provienen no sólo de la Iglesia, sino de muchas personas que sienten la responsabilidad del futuro...

Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, de una estación a otra, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan: "¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?". 

En las lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En la primera lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: "Mirad que días vienen –oráculo del Señor– en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo...".

A esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le da un horizonte o contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos: "Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria".

Son tonos e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de un mensaje de consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos caminando hacia un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro con Aquel que nos ha creado y que nos ama más que un padre y una madre. En otro lugar, el propio Apocalipsis describe este evento final de la historia como una entrada al banquete nupcial. Basta con recordar la parábola de las diez vírgenes que entran con el esposo en la sala nupcial, o la imagen de Dios que, en el umbral de la otra vida, nos espera para enjugar la última lágrima que penda de nuestros ojos.

Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera. Antes de Cristo se esperaba su venida; después de Él se espera su retorno glorioso al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo muy importante que decirnos para nuestra vida. Un gran autor español, Calderón de la Barca, escribió un célebre drama titulado La vida es sueño. Con igual verdad se debe decir: ¡la vida es espera! Es interesante que éste sea justamente el tema de una de las obras teatrales más famosas de nuestro tiempo: Esperando a Godot, de Samuel Beckett...

Cuando una mujer está embarazada se dice que "espera" un niño; los despachos de personas importantes tienen "sala de espera". Pensándolo bien, la vida misma es una sala de espera. Nos impacientamos cuando estamos obligados a esperar una visita o una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo! Una persona que ya no espera nada de la vida está muerta. La vida es espera, pero es también cierto lo contrario: ¡la espera es vida! 

¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera, por ejemplo, de la espera de los dos personas que aguardan a Godot? Ahí se espera a un misterioso personaje (que después, según algunos, sería precisamente Dios, God, en inglés), pero sin certeza alguna de que llegue de verdad. Debía acudir por la mañana, envía a decir que irá por la tarde; en ese momento dice que no puede ir, pero que lo hará con seguridad por la noche, y por la noche que tal vez irá a la mañana siguiente... Y los dos pobrecillos están condenados a esperarle; no tienen alternativa

No es así para el cristiano. Éste espera a uno que ya ha venido y que camina a su lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista que nos habla de su presencia en medio de nosotros: "¡En medio de vosotros -dice- hay uno a quien no conocéis!". Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia... sino que, por gracia, vive en nuestros corazones y el creyente lo experimenta

La del cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo. En el Evangelio del domingo Jesús dice también cómo debe ser la espera de los discípulos, cómo deben comportarse entretanto, a fin de no verse sorprendidos: "Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... Estad en vela, pues, orando en todo tiempo...".

Pero de estos deberes morales tendremos ocasión de hablar en otros momentos. Termino con un recuerdo cinematográfico. Hay dos grandes historias de iceberg llevadas a la gran pantalla. Una es la del Titanic, que conocemos bien..., la otra la relata la película de Kevin Kostner Rapa Nui, de hace algunos años. Una leyenda de la isla de Pascua, situada en el Océano Pacífico, dice que el iceberg es en realidad una nave que cada ciertos años o siglos pasa junto a la isla para permitir al rey o al héroe del lugar encaramarse a ella e ir hacia el reino de la inmortalidad. 

Existe un iceberg en la ruta de cada uno de nosotros, la hermana muerte. Podemos fingir que no lo vemos o no pensar en ello como la gente despreocupada que, en el Titanic, estaba de fiesta esa noche, o podemos estar preparados para subirnos y dejarnos conducir hacia el reino de los santos. El tiempo de Adviento debería servir también para esto...

23 de noviembre de 2024

"Tú lo dices, soy rey".

Solemnidad de Cristo Rey

. Una prima inmagine:  Gesù che viene con le nubi. È un'immagine che parla della venuta di Cristo nella gloria alla fine dei tempi: ci fa capire che l'ultima parola sulla nostra esistenza sarà di Gesù, non la nostra! Egli é il Signore che viene dall'alto e non tramonta mai, è Colui che resiste a ciò che passa, è la nostra eterna incrollabile fiducia. È il Signore. Questa profezia di speranza illumina le nostre notti. Ci dice che Dio viene, che Dio è presente, che Dio è all'opera e che Dio volge la storia verso di Lui, verso il bene. Viene "con le nubi" per rassicurarci, come a dire: "Non vi lascio soli quando la vostra vita è avvolta da nubi oscure. Io sono sempre con voi. Vengo per rischiarare e far risplendere il sereno".

Alzare lo sguardo da terra, verso l'alto, non per fuggire, ma per vincere la tentazione di rimanere stesi sui pavimenti delle nostre paure. Questo è il pericolo: che ci reggano le nostre paure. Non rimanere rinchiusi nei nostri pensieri a piangerci addosso. Questo è l'invito: alza lo sguardo, àlzati! È l'invito che il Signore ci rivolge a tutti. È il compito più arduo, ma è il compito affascinante che vi è consegnato: stare in piedi mentre tutto sembra andare a rotoli; essere sentinelle che sanno vedere la luce nelle visioni notturne; essere costruttori in mezzo alle macerie – ce ne sono tante in questo mondo di oggi, tante! –; essere capaci di sognare e guardate al futuro di luce, fraternità, pace ... con coraggio. Il Cardinale Martini diceva che alla Chiesa e alla società servono «sognatori che ci mantengano aperti alle sorprese dello Spirito Santo» (Conversazioni notturne a Gerusalemme. Sul rischio della fede, p. 61).

. Ed una seconda immagine: Gesù che dice a Pilato: "Io sono re". Colpiscono la sua determinazione, il suo coraggio, la sua suprema libertà. È stato arrestato, viene portato nel pretorio, è interrogato da chi può condannarlo a morte. E in una circostanza del genere, avrebbe potuto lasciar prevalere un naturale diritto a difendersi, magari cercando di "aggiustare le cose", trovando un compromesso. E invece Gesù non nasconde la propria identità, non camuffa le sue intenzioni, non approfitta di uno spiraglio di salvezza che pure Pilato lasciava aperto. No, non approfitta. Con il coraggio della verità risponde: "Io sono re". Si prende la responsabilità della sua vita: sono venuto per una missione e vado fino in fondo per testimoniare il Regno del Padre. Dice: «Per questo io sono nato e per questo sono venuto nel mondo: per dare testimonianza alla verità» (Gv 18,37). Gesù è così. È venuto senza doppiezze, per proclamare con la vita che il suo Regno è diverso da quelli del mondo, che Dio non regna per aumentare il suo potere e schiacciare gli altri; non regna con gli eserciti e con la forza. Il suo è il Regno dell'amore: "io sono re", ma di questo regno dell'amore; "io sono re" del regno di chi dona la propria vita per la salvezza degli altri.

Così, nella libertà di Gesù troviamo anche il coraggio di andare controcorrente. Non contro qualcuno, che è la tentazione di ogni giorno, come fanno quelli che caricano la colpa sempre sugli altri; no, contro la corrente malsana del nostro egoismo, chiuso e rigido.  Andare controcorrente per metterci nella scia di Gesù. Egli ci insegna ad andare contro il male con la sola forza mite e umile del bene. Senza scorciatoie, senza falsità, senza doppiezze. Il nostro mondo, ferito da tanti mali, non ha bisogno di altri compromessi ambigui, di gente che va di qua e di là come le onde del mare,  dove li porta il vento, dove li portano i propri interessi, di chi sta un po' a destra e un po' a sinistra dopo aver fiutato che cosa conviene.

Liberi, autentici, con passione per la verità, per costruire il Regno di Cristo, per sentire la gioia di dire:  "Con Gesù anch'io sono re", un segno vivente dell'amore di Dio, della sua compassione e della sua tenerezza.  Così sia. Amen.

9 de noviembre de 2024

"Cuidado..."

2024. XXXII-TO – B- Reyes 17, 10-16/Hb 9, 24-28/Mc 12, 38-44

De los dos episodios bíblicos de la primera lectura y el evangelio, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre.  Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo.

Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo, como recordábamos el domingo pasado-. San León Magno escribe: "Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto".

Pero, además, el evangelio es de una actualidad sorprendente por otra enseñanza. En tiempos de Jesús y en los actuales, en el mundo eclesiástico y en el civil, hay personas únicamente buscan figurar, salir en la foto y mostrar la apariencia sin ningún tipo de consistencia. El pasaje evangélico es una clara advertencia para aquellos que se dejan seducir por lo superficial y, al mismo tiempo, una invitación a saber descubrir los auténticos valores del Reino de Dios, a mirar con los ojos de Dios capaces de descubrir dónde está lo fundamental, la auténtica humanidad. 

Uno de los grandes pecados del ser humano de todos los tiempos ha sido la seducción de las apariencias. Y así corremos el riesgo de perder lo real y de perdernos nosotros. Este peligro ha cobrado nuevas formas en el mundo de hoy: los medios de comunicación tienen una influencia grande, hasta el punto de condicionar la vida de las personas y de las sociedades, orientando nuestro pensar y nuestro obrar. Utilizados sin responsabilidad, pueden estar al servicio de la mentira, del engaño. Bajo las apariencias se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para "devorar los bienes de las viudas", como dice  el evangelio.

Y es que, las cosas que valen no suelen ser las más deslumbrantes. Lo que vale, como la verdad, Dios, el sentido, el amor, la solidaridad a veces se nos aparece humildemente. Porque los grandes valores no quieren violentarnos, se contentan con persuadirnos, haciéndonos el honor de contar con nuestro pensar y amar, con nuestra inteligencia y predilección. En estos grandes valores podemos encontrar a Dios, que oculta su fuerza tras la debilidad. En el indigente, el enfermo o el solitario, Dios suplica humildemente nuestro amor. Seducido por la apariencia, puede el hombre inclinarse por considerar fuerte lo que aparece como fuerte o por despreciar como débil lo que tiene apariencia de debilidad. Es que el Señor, leemos en el libro primero de Samuel (16,7) "no se fija en las apariencias ni en la buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón".

¡Cuidado!, nos dice el Evangelio. En la postura de la pobre viuda está lo verdaderamente valioso. ¡Abrid los ojos de la fe! Estos ojos permiten ver los auténticos valores del Reino de Dios. Son los ojos del amor, los ojos del que ama, del que confía. La viuda, en su pobreza, ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente por eso se da enteramente. Que así sea con la Gracia de Dios.

2 de noviembre de 2024

"Ama a Dios y a tu hermano..."

DOMINGO XXXI TO -B- Dt 6,2-6/ He 7,23-28/Mc 12, 28b-34

. El Evangelio de hoy nos propone la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los santos, a quienes ayer celebrábamos todos juntos en una única fiesta solemne, son justamente los que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, del mismo modo que el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, escribe al inicio de su Tratado del amor de Dios: "Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar". Antes que un mandato, el amor no es un mandato, es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno.

. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.  No se pueden, pues,  separar las dos caras de un único amor. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie queda excluido. "Al atardecer de la vida te examinarán del amor" (S. Juan de la Cruz). Jesús es el modelo de este amor.

. Un amor concreto y universal que hemos de vivir en cada momento y circunstancia de la vida. Recordamos hoy, de manera emocionada, a todas las personas que han fallecido, a quienes han perdido a sus seres queridos y parte de su historia, hogar, casas, amigos… por la DANA y sus terribles consecuencias que vuelven a suscitar en nosotros interrogantes sobre el sentido de la vida, la fragilidad humana, la fuerza de la naturaleza siempre más allá de nuestras previsiones. De nuevo la vulnerabilidad de la vida puesta a prueba por desastres naturales… estamos ante el enigma del mal provocado por la fuerza de la naturaleza, por las acciones u omisiones de los hombres…, un enigma que escapa a nuestra compresión pero que siempre nos recuerda quienes somos… y nos pone confiadamente en manos de Dios. Descansen en paz.