Domingo XXII TO - Dt 4,1-2.6-8/St 1,17-18.21b-22.27/Mc 7,1-8.14-15.21-23
La Palabra nos invita hoy a escuchar-acoger la sabiduría de Dios que habla al corazón del hombre ("Escucha Israel..."), y, al mismo tiempo, es un lamento ante la superficialidad y distracción: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está muy lejos de mí", que conducen a un vacío interior que lleva a vivir falsamente la relación con Dios.
. Se subraya el valor de la interioridad, de ir a lo esencial, de la pureza del corazón como espacio de encuentro y de culto sincero a Dios. Ya lo escribía S. Agustín, eterno buscador de la verdad y de la autenticidad de la vida: "¡Tarde te amé, ¡Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así, por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre esas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo (…). Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti". Agustín conoció, experimentó la presencia interior del Señor; se convirtió y fue santo. No importa lo pecador que haya sido un hombre cuando encuentra la hermosura interior de la relación con el Señor. A esto nos llama hoy, contra todos esos vacíos, de hacer consistir la religión en cosas exteriores ("Observar y cumplir los mandamientos es vuestra sabiduría", hemos escuchado en la primera lectura).
. El mero cumplimiento del culto externo merece la dura descalificación de Isaías repetida por Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". El culto, si no sale del corazón, del amor, se hace hipocresía. A Dios solo le agrada el culto vivido en el amor efectivo a Él y al prójimo, pues en eso consiste la verdadera religión, que es la fuente de la auténtica felicidad, de la santidad y de la salvación. La intención profunda, que brota del corazón, es la que hace grandes o perversas nuestras obras, palabras, culto, alegrías, penas y nuestra misma persona. Todo lo que Dios ha creado es bueno. Nuestro corazón, con sus intenciones, puede consagrar la bondad de las cosas en función del amor a Dios y al prójimo; o pervertirlas con el egoísmo, la hipocresía, la idolatría, que brotan del corazón y expulsan de la vida al Dios del amor, de la libertad, de la alegría, de la salvación.
. El apóstol Santiago es el hombre práctico que dice a los cristianos convertidos del judaísmo, precisamente, con todas estas tradiciones de los fariseos: "¡Mucho cuidado! No hagáis consistir su religión sólo en cosas teóricas. Acoged con docilidad la Palabra, injertarla en vosotros y ponerla en práctica. Esto es una religiosidad auténtica. Y pone dos ejemplos: "Visitar a las viudas y a los huérfanos, y conservarse limpio y puro en el mundo".
. Acojamos la verdad y la revelación de Dios que nos muestra Jesús, antes que las tradiciones de los hombres, que necesarias e importantes para configurar nuestro ser social y cultura, pueden, sin embargo, llegar a ocultar la razón de las mismas o el sentido original del mensaje que está detrás. Vivamos una relación viva con Dios que penetre, purifique y transforme nuestros sentimientos, pensamientos y actitudes… todo nuestro ser. Que así sea con la Gracia de Dios.