2024. XVII TO –B- 2 Re 4, 42-44/Ef 4, 1-6/Jn 6, 1-15
Jesús cruza a la otra orilla del lago de Galilea. Una vez más sube al monte, invitándonos a todos a salir de nosotros mismos y reflexionar sobre la vida, sobre tantas situaciones y realidades que piden de nosotros una mirada más amplia. Como en otras ocasiones, mucha gente le sigue, puede que no tanto para recibir una enseñanza, cuanto para obtener soluciones, resultados a sus problemas en la vida. Y Jesús sale siempre al encuentro de las personas, de cada uno de nosotros; su mirada sabe ver las necesidades, su corazón siente compasión por todos: "¿cómo alimentaremos a todos estos?". Jesús no vive ajeno a nosotros, no es nunca indiferente a lo que nos pasa.
Sin embargo, hemos de reconocer que, como discípulos, aquellos de la primera hora, y nosotros, no tenemos esa mirada tan profunda. Solo ven, solo vemos, "cinco panes y dos peces" y nos preguntamos "¿qué es esto para tantos?". Incluso pretendemos quitar el problema despidiendo a la gente y que se vayan a sus casas. La mirada y los gestos de Jesús, nos enseñan, una vez más, a hacernos cargo de las necesidades y situaciones de los demás, a asumirlas, incluso, como si como si fueran propias: "Dadles vosotros de comer".
Todas las personas, hombres y mujeres, niños, ancianos, enfermos…somos hijos de Dios, hermanos que poseen la misma dignidad filial. Y Jesús nos pide que vivamos la filiación común en la fraternidad y solidaridad. Recurrimos a Dios, sí, pero no para solucionar aquello que, con nuestras manos, podemos resolver, aunque nos parezca que tenemos poco: "¿qué es eso para tantos?", se preguntan. ¡Cómo ayudarnos con tan poco! Jesús, y también la experiencia de compartir, enseña que partir de lo que hay, de lo poco, de lo pequeño, de lo que cada uno ha recibido por pura gracia… y ponerlo al servicio de los demás es ya el inicio del milagro, ¡milagro porque termina sobrando! Lo hemos escuchado también en la primera lectura, cuando el profeta Eliseo insta a repartir panes, porque dice el Señor: "comerán y sobrará".
Lo que tenemos se multiplica si, en primer lugar, todo lo que está a nuestro alcance lo reconocemos como dones, como regalos, y lo agradecemos. El verdadero milagro acontece ahí porque el egoísmo queda vencido. Nadie acapara sus bienes. Compartir nos hace vivir en esa comunión con los demás y con Dios. Es cierto que el relato debemos entenderlo también en clave eucarística y con la imagen simbólica del banquete del Reino, en el que Dios Padre quiere que todos tengamos sitio y comamos hasta saciarnos. Aunque sea con muy poco, con nuestro trozo de pan, pero juntos, desde la generosidad, podemos hacer mucho bien y sentirnos así miembros de la única familia humana, hijos de Dios, hermanos de todos y seguidores fieles del Señor Jesús.
Precisamente en la segunda lectura san Pablo nos exhorta a comportarnos de forma "digna de nuestra vocación al amor", conservando la unidad con Dios y los hermanos. Todos los dones de Dios nos empujan a la unión fraterna, a la amabilidad y comprensión mutua, a superar cualquier motivo de división, conflicto o tensión. Pablo recuerda el fundamento que sostiene nuestra comunión: "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza [...]. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos [...]".
Y este domingo celebramos en toda la Iglesia la IV Jornada Mundial de los Abuelos y ancianos bajo el lema: "En la vejez no me abandones". El Santo Padre invita a visitar a los abuelos y a los mayores de nuestras familias especialmente a los que están desanimados o que ya no esperan que un futuro distinto sea posible. En su Mensaje pide contraponer a la actitud egoísta que lleva al descarte y a la soledad, el corazón abierto y el rostro alegre de quien tiene la valentía de decir '¡No te abandonaré!' y recuerda que "Dios nunca abandona a sus hijos", "ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas y el estatus social decae, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil".
Una invitación clara, como nos recuerda la Palabra de este domingo, a vivir la fraternidad y crear vínculos estables de solidaridad, cuidando la familia, las relaciones, los amigos… visitando a los desanimados, mostrando ternura y cercanía a quienes ya poco o nada esperan… Que la fuerza de la Eucaristía que compartimos nos ayude a ello.
Termina el Papa: "A todos ustedes, queridos abuelos y mayores, y a cuantos los acompañan, llegue mi bendición junto con mi oración. También a ustedes les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí".
Que así sea con la Gracia de Dios.