26 de julio de 2024

"Dadles vosotros de comer"

2024. XVII TO –B- 2 Re 4, 42-44/Ef 4, 1-6/Jn 6, 1-15 

 

Jesús cruza a la otra orilla del lago de Galilea. Una vez más sube al monte, invitándonos a todos a salir de nosotros mismos y reflexionar sobre la vida, sobre tantas situaciones y realidades que piden de nosotros una mirada más amplia. Como en otras ocasiones, mucha gente le sigue, puede que no tanto para recibir una enseñanza, cuanto para obtener soluciones, resultados a sus problemas en la vida. Y Jesús sale siempre al encuentro de las personas, de cada uno de nosotros; su mirada sabe ver las necesidades, su corazón siente compasión por todos: "¿cómo alimentaremos a todos estos?". Jesús no vive ajeno a nosotros, no es nunca indiferente a lo que nos pasa.

Sin embargo, hemos de reconocer que, como discípulos, aquellos de la primera hora, y nosotros, no tenemos esa mirada tan profunda. Solo ven, solo vemos, "cinco panes y dos peces" y nos preguntamos "¿qué es esto para tantos?".  Incluso pretendemos quitar el problema despidiendo a la gente y que se vayan a sus casas. La mirada y los gestos de Jesús, nos enseñan, una vez más, a hacernos cargo de las necesidades y situaciones de los demás, a asumirlas, incluso, como si como si fueran propias: "Dadles vosotros de comer".

Todas las personas, hombres y mujeres, niños, ancianos, enfermos…somos hijos de Dios, hermanos que poseen la misma dignidad filial. Y Jesús nos pide que vivamos la filiación común en la fraternidad y solidaridad. Recurrimos a Dios, sí, pero no para solucionar aquello que, con nuestras manos, podemos resolver, aunque nos parezca que tenemos poco: "¿qué es eso para tantos?", se preguntan. ¡Cómo ayudarnos con tan poco! Jesús, y también la experiencia de compartir, enseña que partir de lo que hay, de lo poco, de lo pequeño, de lo que cada uno ha recibido por pura gracia… y ponerlo al servicio de los demás es ya el inicio del milagro, ¡milagro porque termina sobrando! Lo hemos escuchado también en la primera lectura, cuando el profeta Eliseo insta a repartir panes, porque dice el Señor: "comerán y sobrará".

Lo que tenemos se multiplica si, en primer lugar, todo lo que está a nuestro alcance lo reconocemos como dones, como regalos, y lo agradecemos. El verdadero milagro acontece ahí porque el egoísmo queda vencido. Nadie acapara sus bienes. Compartir nos hace vivir en esa comunión con los demás y con Dios. Es cierto que el relato debemos entenderlo también en clave eucarística y con la imagen simbólica del banquete del Reino, en el que Dios Padre quiere que todos tengamos sitio y comamos hasta saciarnos. Aunque sea con muy poco, con nuestro trozo de pan, pero juntos, desde la generosidad, podemos hacer mucho bien y sentirnos así miembros de la única familia humana, hijos de Dios, hermanos de todos y seguidores fieles del Señor Jesús.

Precisamente en la segunda lectura san Pablo nos exhorta a comportarnos de forma "digna de nuestra vocación al amor", conservando la unidad con Dios y los hermanos.  Todos los dones de Dios nos empujan a la unión fraterna, a la amabilidad y comprensión mutua, a superar cualquier motivo de división, conflicto o tensión. Pablo recuerda el fundamento que sostiene nuestra comunión: "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza [...]. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos [...]".

 

 

 

Y este domingo celebramos en toda la Iglesia la IV Jornada Mundial de los Abuelos y ancianos bajo el lema: "En la vejez no me abandones".  El Santo Padre invita a visitar a los abuelos y a los mayores de nuestras familias especialmente a los que están desanimados o que ya no esperan que un futuro distinto sea posible. En su Mensaje pide contraponer a la actitud egoísta que lleva al descarte y a la soledad, el corazón abierto y el rostro alegre de quien tiene la valentía de decir '¡No te abandonaré!' y recuerda que "Dios nunca abandona a sus hijos", "ni siquiera cuando la edad avanza y las fuerzas flaquean, cuando aparecen las canas y el estatus social decae, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil". 

 

Una invitación clara, como nos recuerda la Palabra de este domingo, a vivir la fraternidad y crear vínculos estables de solidaridad, cuidando la familia, las relaciones, los amigos… visitando a los desanimados, mostrando ternura y cercanía a quienes ya poco o nada esperan… Que la fuerza de la Eucaristía que compartimos nos ayude a ello.

Termina el Papa: "A todos ustedes, queridos abuelos y mayores, y a cuantos los acompañan, llegue mi bendición junto con mi oración. También a ustedes les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí".

 

Que así sea con la Gracia de Dios.

20 de julio de 2024

"Venid a descansar un poco"

XVI TO – B-  Jer 23, 1- Ef 2, 13-18- Mc 6, 30-34

 

. Ser "apóstol", lo recordábamos la semana pasada, es ser enviados por Jesús; saberse "enviados por Él" a la misión de anunciar el reino y también, como hemos escuchado hoy, retornar siempre a Jesús. El "apóstol" vuelve continuamente a Jesús, fuente y razón de su misión evangelizadora, como bien decía Santa Teresita.

 

Siempre es necesario situar bien, no olvidar nunca el origen, sentido y destino de la misión que no es otro sino Cristo, el Señor que nos trae la salvación. Por eso se hace necesario "reunirse y encontrarse" con el Señor tras el regreso para explicar, dialogar de la experiencia vivida con un Jesús profundamente humano, atento: "Venid a descansar un poco".

 

Así es el corazón de Jesús. Él nos cuida, "se compadece" de quienes andan "perdidos" ("como ovejas sin pastor") y "enseña con calma…".  No nos quiere dejar solos en "nuestros laberintos" personales que nos llevan a perder el rumbo de la vida; quiere guiarnos porque nos ama, porque es Buen Pastor (no como los pastores a los que hace referencia el profeta Jeremías que buscan solo su interés), porque respeta nuestra libertad y entiende nuestro cansancio y solo nos pide confianza, que pongamos en Él, no en nosotros, la seguridad que anhelamos: "El Señor es mi Pastor, nada me falta" hemos cantado en el Salmo.

 

El gozo de la misión es la comunión con Cristo, "permanecer en Él" ("De la abundancia del corazón hablan los labios") … sin esta unión la misión no puede realizarse, a menos de no caer en el activismo. La atención, la escucha, la acogida, el valorar al otro, ponerse en su lugar… todo ello es amor. Y hacerlo todo con alegría, esa alegría que libera, distiende, une, anima a seguir caminando juntos y hace más felices a los demás.

 

Allá por el siglo IV, San Agustín escribía: "Un grupo de cristianos es un grupo de personas que rezan juntas, pero también conversan juntas. Ríen en común y se intercambian favores. Están bromeando juntas, y juntas están en serio. Están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces con uno mismo, utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo habitual. Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Hacen manifestaciones de este u otro tipo: chispas del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos, en mil gestos de ternura".

. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Éfeso, resume la esencia de la vida cristiana. Concluyendo, y refiriéndose a Jesucristo, nos dice: Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu (Ef 2,17-18).

Ese Espíritu es quien da paz a nuestro corazón para vivir con serenidad y confianza y un espíritu permanente de reconciliación para superar los odios y enemistades y hacer que, en Jesús, prevalezca la paz. Que así sea con la Gracia de Dios.