20 de septiembre de 2019

"Ningún siervo puede servir a dos señores"

DOMINGO XXV TO -C-   Am 8,4-7/1 Tim 2, 1-8/Lc 16,1-13

La primera Exhortación del Papa Francisco titulada “La alegría del evangelio” (2013) afirma en el n. 55 un claro No a la nueva idolatría del dinero, con estas palabras: “La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano.

 

Y el n. 57: No a un dinero que gobierna en lugar de servir, subraya:Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética —una ética no ideologizada— permite crear un equilibrio y un orden social más humano”.

La Palabra de hoy nos lo recuerda:

El profeta Amós (783 a C) en la primera lectura dice   que la honradez y la honestidad con el prójimo son requisitos indispensables para llevar una sana y correcta vida religiosa. Tener el corazón amarrado al dinero conduce a cometer injusticias cuyas víctimas son los más pobres, por eso el profeta denuncia la lógica de una religiosidad falsa que esconde un corazón impío. Está claro que necesitamos de los bienes económicos para vivir. Nunca la miseria fue buena, ni querida por Dios. Pero hay riquezas injustas, adquiridas a costa de la explotación de los más débiles, la corrupción de las élites y esta protesta le causa la persecución por parte del rey Jeroboán y del sacerdote Amasías.

 

Jesús, en una parábola no fácil de entender, nos pone en guardia de la “perversión y seducción” a la que puede llevar la absolutización del dinero y de los bienes materiales; nos recuerda que somos “administradores” más que dueños absolutos de personas y cosas. Debemos saber relativizar las cosas de este mundo, utilizarlas de tal modo que nos ayuden a conseguir lo principal, que no nos impidan caminar hacia la meta; tenemos que ser sagaces para las cosas espirituales como lo somos para las económicas y materiales de nuestra vida, pues “el negocio más importante es nuestra propia salvación”. El dinero, legítimo y necesario para vivir con dignidad, no   nos puede hacer olvidar que hay otros valores más importantes en la vida; no puede bloquear nuestra paz interior, y nuestra apertura hacia el prójimo más necesitado y hacia Dios. No debemos idolatrar el dinero ni los bienes materiales del mundo, por necesarios que sean: “No podemos servir a Dios y al dinero”. Sólo a Dios, y en su nombre y para su gloria y la de los hombres, servirnos de todo lo demás con honestidad.

 

San Pablo nos recuerda hoy que la oración de la comunidad cristiana debe ser universal pues a todos los hombres, especialmente los que rigen los destinos de los pueblos de los que depende en buena parte el bienestar de todos, deben alcanzar la única salvación ofrecida por Jesucristo. Ojalá, sin ira ni división en el corazón, podamos alzar las manos limpias en una oración confiada y sincera a Dios por todos los hombres y mujeres nuestros hermanos. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

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