8 de junio de 2013

"No llores"

X TO –C-  1 Re 17, 17-24 – Gal 1, 11-19 – Lc 7, 11-17

 

Tarde o temprano llega un día en el que un acontecimiento inesperado, la crisis, la muerte, el desamor, una enfermedad…   rompe nuestra seguridad. Vivíamos tranquilos, sin problemas ni preocupaciones, todo parecía asegurado para siempre. Esto sucede y crea en nosotros un espacio para hacernos preguntas, liberarnos de engaños y arraigar nuestra vida en lo que es realmente esencial para la misma. Los evangelistas nos presentan a Jesús como fuente de esperanza en medio de las crisis y dificultades del ser humano.  El relato e Lucas nos narra que Jesús se encuentra  con un entierro en las afueras de Naín. Sus ojos se fijan en aquella mujer rota por el dolor: una viuda sola ay desamparada que acaba de perder a su hijo. “No llores”, la dice. Siempre es posible la esperanza incluso ante la muerte.

 

Para ello es importante ir al núcleo de la fe: desprenderse de las falsas ideas que impiden el encuentro con Dios y vivir una experiencia nueva. El mundo que pertenece a Dios (creencias, ritos, celebraciones…) y el mundo propiamente nuestro, en el que nos movemos, trabajamos y nos divertimos, el que nos interesa a nosotros… no van separados.  A Dios le interesa nuestra vida que es “lo más sagrado” y su gloria somos nosotros viviendo en plenitud nuestro ser y nuestra vocación.

 

Pocas experiencia son tan dolorosas en la vida como la pérdida de un ser querido. El amor , la amistad… tarde o temprano llega el momento del adiós.-  Y de pronto todo se hunde, desconsuelo: impotencia, pena, desconsuelo… nuestra vida ya no podrá ser nunca más como antes… y, sin embargo, hay que recuperar de nuevo el sentido de la vida. Para ello  debemos recordar que liberarnos del dolor no quiere decir olvidar a un ser querido o amarlo menos. Recuperar la vida no es  una ofensa a quien nos ha dejado para siempre.  De alguna manera esa persona sigue viviendo en nosotros: su amor, su cariño, su manera de ser nos han enriquecido a lo lago de los años y ahora, en su memoria debemos seguir mirando hacia delante con confianza.  Es el “ahora” lo que nos queda y lo que podemos transformar.

 

Seguro que en nuestro interior se acumulan toda clase de sentimientos cuando recordamos a un ser querido. Momentos de gozo y de plenitud, recuerdos dolorosos, heridas mutuas, penas compartidas, proyectos realizados o que se han quedado a medias…  no olvidemos que nuestro amor es siempre imperfecto por lo que no podemos torturarnos por lo que dejamos de hacer o podríamos haber hecho mejor… lo importante es siempre perdonarnos a nosotros mismos y sentirnos perdonados por Dios. Dios no rechaza nuestras quejas, dudas, temores… las entiende y se hace cercano.  Jesús se conmueve y de su corazón salen dos palabras que hemos de escuchar desde el fondo de nuestro corazón: “No llores”.  En Jesús descubrimos que solo quien tiene capacidad de gozar profundamente del amor del Padre a los pequeños tiene capacidad  de sufrir con ellos y de aliviar su dolor, de liberar del sufrimiento.

 

Es así que la intervención de Dios frente a ese mal primeramente se produce trayendo esa esperanza. Si en tiempos antiguos lo hizo a través de profetas como Elías, como nos cuenta la primera lectura, con Jesús es el mismo Dios el que viene a mostrar los senderos de la vida. Nos muestra, con su propia vida, con signos como hoy, pero también con su propia muerte, con la Resurrección, que nada de lo que llena de dolor al ser humano, de sufrimiento y muerte, nada de eso tiene la última palabra para Dios. Dios es un Dios de vida, no de muerte. Lleva consigo la vida. Esa es la enseñanza  que Jesús, profeta de la compasión de Dios,  muestra con la resurrección del hijo de la viuda de Nain, Dios se compadece del dolor y la muerte y lleva consigo la vida y, al mismo tiempo, nos enseña y ayuda a combatir el mal, el dolor y el sufrimiento.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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