III Adv-A- Is 35,1-10/St 5,7-10/ Mt 11,2-11
La respuesta de Jesús a la pregunta de Juan (que había señalado al Señor pero ahora está en la soledad de la cárcel y siente desorientación, silencio, frustración…) no nace del juicio a Juan sino de una delicada comprensión de su situación. En lugar de reclamarle mayor firmeza invita a contemplar lo que ya está sucediendo: la luz recupera espacios donde antes dominaba la sombras, la dignidad vuelve a levantar a quienes antes habían quedado al borde del camino, la esperanza se abre paso en nuestro día a día…
Jesús se revela en hechos sencillos que nos sostienen y renuevan; llega poco a poco, no como un estallido deslumbrante o un fogonazo espiritual… o intervenciones grandiosas. El evangelio muestra un modo distinto de obrar: una cercanía que se manifiesta en gestos discretos, en palabras que alivian, en presencia que reconforta sin imponerse. La acción de Dios, tantas veces inadvertida, avanza con la suavidad de quien conoce nuestro ritmo y no lo violenta.
Jesús deja entrever además la dificultad que acompaña todo discernimiento. Ni la misión de uno ni la del otro fueron entendidas por todos. Algo similar nos ocurre a nosotros. Hay tramos en los que la oración es árida y el sentido parece esquivo, incluso duele. Sin embargo, en estas zonas opacas continúa escribiéndose una historia de salvación… lo que Dios construye rara vez coincide con nuestras propias previsiones pero siempre conduce hacia una experiencia más honda.
La duda de Juan permite entrever que la fe se sostiene en una adhesión que permanece incluso cuando los contornos se desvanecen. Ese niño que nació, nace y nacerá se presenta como el regalo decisivo: Dios se hace cercano, accesible, capaz de entablar una presencia auténtica con la humanidad. Una relación que se fortalece tanto en la claridad como en la oscuridad de la noche y que encuentra en la fidelidad su expresión más verdadera. Mientras caminamos, incluso en las dudas, él sigue trabajando en silencio. Esta es nuestra misión: seguir abriendo paso a la esperanza, aunque no lo entendamos del todo. La vida aunque parezca frágil sigue abriéndose paso.
En este sentido, el adviento nos ayuda a educar la mirada para reconocer que lo pequeño, lo que aparentemente no cuenta, es también lugar de epifanía. Un gesto de reconciliación, una serenidad inesperada en medio del cansancio, una muestra de afecto… todos ellos son signos que, sin alardes, permiten descubrir la acción de Dios en el mundo, una "acción" y una "presencia" tan sencilla y humilde, tan desconcertante, que "¡Bievaventurado quien no se escandalice de mí!". Que así sea con la Gracia de Dios.