9 de noviembre de 2024

"Cuidado..."

2024. XXXII-TO – B- Reyes 17, 10-16/Hb 9, 24-28/Mc 12, 38-44

De los dos episodios bíblicos de la primera lectura y el evangelio, sabiamente situados en paralelo, se puede sacar una preciosa enseñanza sobre la fe, que se presenta como la actitud interior de quien construye la propia vida en Dios, sobre su Palabra, y confía totalmente en Él. La condición de viuda, en la antigüedad, constituía de por sí una condición de grave necesidad. Por ello, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas que Dios cuida de forma especial: han perdido el apoyo terreno, pero Dios sigue siendo su Esposo, su Padre.  Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de necesidad, en este caso el hecho de ser viuda, no es suficiente: Dios pide siempre nuestra libre adhesión de fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo.

Nadie es tan pobre que no pueda dar algo. Y, en efecto, nuestras viudas de hoy demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. De este modo demuestran la unidad inseparable entre fe y caridad, así como entre el amor a Dios y el amor al prójimo, como recordábamos el domingo pasado-. San León Magno escribe: "Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto".

Pero, además, el evangelio es de una actualidad sorprendente por otra enseñanza. En tiempos de Jesús y en los actuales, en el mundo eclesiástico y en el civil, hay personas únicamente buscan figurar, salir en la foto y mostrar la apariencia sin ningún tipo de consistencia. El pasaje evangélico es una clara advertencia para aquellos que se dejan seducir por lo superficial y, al mismo tiempo, una invitación a saber descubrir los auténticos valores del Reino de Dios, a mirar con los ojos de Dios capaces de descubrir dónde está lo fundamental, la auténtica humanidad. 

Uno de los grandes pecados del ser humano de todos los tiempos ha sido la seducción de las apariencias. Y así corremos el riesgo de perder lo real y de perdernos nosotros. Este peligro ha cobrado nuevas formas en el mundo de hoy: los medios de comunicación tienen una influencia grande, hasta el punto de condicionar la vida de las personas y de las sociedades, orientando nuestro pensar y nuestro obrar. Utilizados sin responsabilidad, pueden estar al servicio de la mentira, del engaño. Bajo las apariencias se esconden la falsedad y la injusticia. Mientras se pavonean en público, usan su autoridad para "devorar los bienes de las viudas", como dice  el evangelio.

Y es que, las cosas que valen no suelen ser las más deslumbrantes. Lo que vale, como la verdad, Dios, el sentido, el amor, la solidaridad a veces se nos aparece humildemente. Porque los grandes valores no quieren violentarnos, se contentan con persuadirnos, haciéndonos el honor de contar con nuestro pensar y amar, con nuestra inteligencia y predilección. En estos grandes valores podemos encontrar a Dios, que oculta su fuerza tras la debilidad. En el indigente, el enfermo o el solitario, Dios suplica humildemente nuestro amor. Seducido por la apariencia, puede el hombre inclinarse por considerar fuerte lo que aparece como fuerte o por despreciar como débil lo que tiene apariencia de debilidad. Es que el Señor, leemos en el libro primero de Samuel (16,7) "no se fija en las apariencias ni en la buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón".

¡Cuidado!, nos dice el Evangelio. En la postura de la pobre viuda está lo verdaderamente valioso. ¡Abrid los ojos de la fe! Estos ojos permiten ver los auténticos valores del Reino de Dios. Son los ojos del amor, los ojos del que ama, del que confía. La viuda, en su pobreza, ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo; se siente amada totalmente por Él y, a su vez, lo ama totalmente por eso se da enteramente. Que así sea con la Gracia de Dios.

2 de noviembre de 2024

"Ama a Dios y a tu hermano..."

DOMINGO XXXI TO -B- Dt 6,2-6/ He 7,23-28/Mc 12, 28b-34

. El Evangelio de hoy nos propone la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento más grande: el mandamiento del amor, que es doble: amar a Dios y amar al prójimo. Los santos, a quienes ayer celebrábamos todos juntos en una única fiesta solemne, son justamente los que, confiando en la gracia de Dios, buscan vivir según esta ley fundamental. En efecto, el mandamiento del amor lo puede poner en práctica plenamente quien vive en una relación profunda con Dios, del mismo modo que el niño se hace capaz de amar a partir de una buena relación con la madre y el padre. San Juan de Ávila, escribe al inicio de su Tratado del amor de Dios: "Más mueve al corazón el amor que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene: más el que ama da a sí mismo con lo que tiene, sin que le quede nada por dar". Antes que un mandato, el amor no es un mandato, es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida.

. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno.

. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. En la Eucaristía Él nos dona este doble amor, donándose Él mismo, a fin de que, alimentados de este Pan, nos amemos los unos a los otros como Él nos amó.  No se pueden, pues,  separar las dos caras de un único amor. En Cristo lo divino y lo humano se hacen unidad. Amando a Cristo amamos a Dios y a todos los hombres, pues en su corazón todos están presentes y nadie queda excluido. "Al atardecer de la vida te examinarán del amor" (S. Juan de la Cruz). Jesús es el modelo de este amor.

. Un amor concreto y universal que hemos de vivir en cada momento y circunstancia de la vida. Recordamos hoy, de manera emocionada, a todas las personas que han fallecido, a quienes han perdido a sus seres queridos y parte de su historia, hogar, casas, amigos… por la DANA y sus terribles consecuencias que vuelven a suscitar en nosotros interrogantes sobre el sentido de la vida, la fragilidad humana, la fuerza de la naturaleza siempre más allá de nuestras previsiones. De nuevo la vulnerabilidad de la vida puesta a prueba por desastres naturales… estamos ante el enigma del mal provocado por la fuerza de la naturaleza, por las acciones u omisiones de los hombres…, un enigma que escapa a nuestra compresión pero que siempre nos recuerda quienes somos… y nos pone confiadamente en manos de Dios. Descansen en paz.