27 de diciembre de 2014

""Y por encima de todo esto, el amor..."

LA SAGRADA FAMILIA – Eclo 3, 2-6.12-14/Col 3, 12-21/Lc 2, 22-40

Todo hijo es un misterio que toma carne en la familia.  Es el acontecimiento más gozoso que les puede acontecer a los padres y les felicitamos por ello. Pero es un gozo que implicará dolor, como vemos en el episodio del evangelio de la presentación del Niño en el templo. Y es que a los hijos, bien lo saben los padrea, también hay que padecerlos. La paternidad, la maternidad exigen renuncias. Las tuvieron María y José. Ser padres es un reto, supone enfrentarse a situaciones de conflicto que pueden surgir en las relaciones internas de la familia o bien por circunstancias externas que amenazan al hijo, al futuro. Constatar esto no debe disuadir de tener hijos  pero sí evitar la frivolidad ante una responsabilidad tan seria como es la de la paternidad.

La primera lectura presenta las obligaciones de los hijos hacia los padres. La actitud de respeto, de atención, de piedad merece un premio. Ese premio será: “expiar pecados”, “acumular tesoros”, ser la alegría a su vez de sus hijos, tener larga vida. Hoy es  importante recordar esas obligaciones filiales,  pero no habría que quedarse en obligaciones o en presentarlas como buenas acciones que serán premiadas. La razón última y la verdaderamente humana y cristiana ha de ser que la relación del hijo hacia el padre ha de surgir del amor del que habla san Pablo en la segunda lectura. No se trata de cumplir una obligación o de buscar un premio, sino de llevar a la práctica unos sentimientos que son los propios de quien es producto de una relación amorosa que se continúa en el hogar donde ha crecido, agradecimiento, trato dulce, comprensión, bondad...

Las actitudes de padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres han de pasar por la relación entre los esposos. Sabemos que sólo el amor constituye realmente el matrimonio. Un amor que hay que ir buscando día a día superando las limitaciones de la naturaleza humana y circunstancias que a veces son un declarado obstáculo para mantenerlo vivo. Pues bien ese amor entre esposos es el generador normal del amor hacia los hijos y de éstos a sus padres. Si la familia es la escuela del amor, esa escuela tiene como primera y esencial lección el amor conyugal. Nada estimula más a ser amados por sus hijos que el amor que existe entre los esposos. Y el amor de los padres a los hijos será una prolongación del amor muto entre ellos. No entrarán por tanto en rivalidad sobre quién ama más al hijo, quien es más querido por ellos. Nada puede sustituir en el proceso educativo de los hijos al amor entre los padres.

Un  amor que, contra la tentación de la superficialidad y la inmediatez,  necesita tiempo para convivir con los que se aman, para escucharse, sentirse amando y amados, para disfrutar de la felicidad que genera. La familia es la “ocupación” primera de los que la forman. Es la preocupación más vital.  Que las  buenas y cordiales actitudes que recordamos y deseamos para todos estos días de Navidad  no respondan a convenciones sociales, a un querer cumplir con tradiciones familiares, sino a una necesidad de fortalecer algo que pertenece a la esencia de nuestra condición humana y cristiana: el amor, el amor entre los más próximos. Por ello recordamos y celebramos hoy una familia sencilla de Nazaret, en la crece en estatura, sabiduría y gracia, al amparo de sus padres María y José, el Hijo de Dios.

 

24 de diciembre de 2014

"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande"

NOCHEBUENA – MISA DEL GALLO

 

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de Isaías nos recuerda lo que somos: un pueblo en camino que, en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo,  renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz.  Caminar: nuestra identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. Él permanece siempre fiel a su alianza y a sus promesas. «Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del pueblo, en cambio, se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y de pueblo errante. También en nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras... la dureza y belleza de la realidad pero,  si amamos a Dios y a los hermanos, si buscamos el bien, la honestidad, la solidaridad…, si cuidamos la vida, los niños, ancianos, la familia… caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano –escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11).

 

Los pastores fueron los primeros que vieron esta “claridad”, que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos y porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño.  Con ellos nos quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón, alabamos su fidelidad: “Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has despojado de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño; eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil”. Que en esta Noche compartamos, como siempre recuerda el Papa Francisco,  la alegría del Evangelio: Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más, como a los pastores: “No temáis” (Lc 2,10). Nuestro Padre tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la tierra prometida.

 

“Señor, ¿cómo  entender el misterio  de Belén?

Un niño, unos pañales, un pesebre y

Un destino tan poco apetecible como confuso:

La patria de la infancia, de los sueños, de la locura y del amor.

 

“Señor, ¿cómo  entender el misterio  de Belén?

Te esperaba lleno de riqueza y de poder y veo tan solo pobreza y fragilidad;

Te esperaba rodeado por los grandes del mundo y te encuentro con los últimos, con los más despreciables;

Te esperaba para repartir justicia “a los malos” y vienes regalando misericordia;

Te esperaba hombre, adulto, formado… y me sorprendes siendo un bebé.

 

“Señor, ¿cómo  entender el misterio  de Belén?

Al Dios de los ejércitos puedo temerle.

Al Dios de los filósofos, admirarle.

Al Dios de los teólogos, comprenderle.

Al Dios de los reyes, envidiarle.

Hasta al Dios de los buenos, seguirle…

Pero el Dios hecho niño, fragilidad, indefensión, sólo sí, sólo,  -gracias, Señor- le puedo… AMAR.

 

Este año  en mi familia,   en mi colegio, en mi comunidad,  en mi corazón… ¡Amaré!, Felicitaré con amor, bailaré con amor, abrazaré con amor, regalaré con amor, serviré con amor, brindaré con amor, perdonaré con amor, oraré con amor, estudiaré con amor… viviré con amor “una vida sobria, honrada y religiosa”… y así mostraré la Gracia y la Luz que Jesús ha traído para todos.

 

Y también la Paz.  Él es nuestra paz. Por eso esta Noche, Noche de “Paz en la tierra”, recordamos a quienes viven en medio de conflictos y guerras.  A  miles de cristianos en los campos de refugiados de Irak, Paquistán, Nigeria y otros países   les espera  una Navidad  bastante similar a la primera Navidad de la historia: desplazados de sus hogares, a la intemperie en tiendas de campaña,  sometidos a las bajas temperaturas… pero ellos encenderán sus velas y celebrarán el triunfo de la vida frente a la barbarie;  ellos son capaces de mantener la esperanza,  la que no defrauda,  porque está anclada en la fe en Jesucristo, “Dios con nosotros”.

 

"Gloria de Dios en lo alto del cielo" y la "paz en la tierra".  Cristo se nos da, y con ello nos da su paz. Nos la da para que llevemos la luz de la paz en lo más hondo de nuestro ser y la comuniquemos a los otros; para que seamos agentes de la paz y contribuyamos así a la paz en el mundo. ¡Feliz Navidad!.

 

20 de diciembre de 2014

"Hágase en mí según tu Palabra"

DOMINGO IV ADV -B-  2 Sm 7,1-5.8-11.17/Rom 16,25-27/Lc 1,26-38

El pasaje del Evangelio nos relata la Anunciación. Nos centramos en las palabras de María: «… hágase en mí según tu palabra». Con estas palabras María hizo su acto de fe. Acogió a Dios en su vida, se confió a Dios. Es como si María hubiera dicho: «Heme aquí, soy como una tablilla encerada: que Dios escriba en mí todo lo que quiera». Hoy: «Soy un papel en blanco: que Dios escriba en mí todo lo que desee». Y aunque el sueño de toda joven hebrea era convertirse en madre del Mesías, no fue nada fácil este acto de fe. ¿A quién puede explicar María lo que ocurre en ella? ¿Quién le creerá cuando diga que el niño que lleva en su seno es «obra del Espíritu Santo»? Esto no había sucedido jamás antes de ella, ni sucederá nunca después de ella. Y María conocía bien lo que estaba escrito en la ley mosaica: una joven que el día de las nupcias no fuera hallada en estado de virginidad, debía ser llevada inmediatamente ante la puerta de la casa paterna y lapidada (Dt 22,20ss). ¡María  conoció «el riesgo de la fe»!

 

Pero, la fe de María no consistió en el hecho de que dio su asentimiento a un cierto número de verdades, sino en el hecho de que se fio de Dios; pronuncio su «Sí» a ojos cerrados, creyendo que «nada es imposible para Dios». Su “Amén” (palabra hebrea que probablemente salió de sus labios)  expresaba su asentimiento a Dios, la plena adhesión a su plan de salvación.  María no dio su consentimiento con triste resignación, como quien dice para sí: «Si es que no se puede evitar, pues bien, que se haga la voluntad de Dios». El amen de María fue como el «sí» total y gozoso que la esposa dice al esposo el día de la boda. Pensando en aquel momento, ella entona poco después el Magnificat, que es todo un canto de exultación y de alegría. La fe hace felices, ¡creer es bello!

 

La fe es el secreto para hacer una verdadera Navidad. San Agustín dijo que «María concibió por fe y dio a luz por fe»; más aún, que «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo». Nosotros no podemos imitar a María en concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, en cambio, imitarla en concebirle y darle a luz espiritualmente, mediante la fe. Creer es «concebir», es dar carne a la palabra. Lo asegura Jesús mismo diciendo que quien acoge su palabra se convierte para él en «hermano, hermana y madre» (Mc 3,33). Concibe a Cristo la persona que toma la decisión de cambiar de conducta, las actitudes de su vida (si blasfemaba, ya no lo hace; si tenía una relación ilícita, la corta; se cultivaba un rencor, hace la paz; si no se acercaba nunca a los sacramentos, vuelve a ellos…).

 

Las promesas de Dios a David  (“te daré una dinastía”) se verifican en un pueblo desconocido de las montañas de Galilea;  una casa pobre en una aldea sin relieve alguno, llamada «Nazaret», de donde nadie espera que pueda salir nada bueno. Años más tarde, estos pueblos humildes acogerán el mensaje de Jesús anunciando la bondad de Dios. Jerusalén por el contrario lo rechazará. Jesús se hará presente allí donde las gentes viven, trabajan, gozan y sufren. Vive entre ellos aliviando el sufrimiento y ofreciendo el perdón del Padre. Dios se ha hecho carne  para «poner su morada entre los hombres» y compartir nuestra vida. Que podamos vivir “en la obediencia de la fe”, la fe que salva, la fe que nos capacita para decir que “somos hijos de Dios” y nos fortalece para vivir como hermanos  (Cáritas). Que así sea con la Gracia de Dios.

 

14 de diciembre de 2014

"El que os ha llamado es fiel..."

III DOM ADV -B-   Is 61,1-2a.10-11/1 Tes 5,16-24-Jn 1,6-8.19-28

Lo más característico de los profetas judeo-cristianos era precisamente su capacidad para mantener viva en el pueblo la esperanza: se colocan en segundo plano, fuera de todo protagonismo, para no oscurecer el mensaje “Yo no soy el Mesías”, dice Juan; sondean las semillas de esperanza que hay en una historia de aparente fracaso: “Como el suelo echa brotes, así el Señor hará brotar la justicia…” canta Isaías. La salvación trasciende las propias fuerzas, las propias conquistas, la propia auto-realización… son solo “una voz”,  se abren al Espíritu del Señor y, por ello, hay  motivos para la esperanza.

El año de gracia que se nos anuncia en el Adviento requiere en el pueblo, en la comunidad,  mucha humildad, apertura al misterio de Dios, disponibilidad para dejarse salvar. La predicación de Juan el Bautista invita y urge a no poner obstáculos para que el Mesías pueda venir: “Allanad los caminos del Señor”. La gracia solo requiere como respuesta una acogida agradecida.  El Bautista nos pone en la pista correcta, nos invita a que descalcemos el corazón de todo de todo lo que nos impide un encuentro  en verdad, nos lleva a la humildad del desierto y a la sencillez de la austeridad.

Estamos llamados a ser testigos, como Juan, de la Luz y la Verdad. Esto nos pide dejarnos iluminar interiormente por la Luz verdadera que es Cristo. Nosotros no somos la Luz pero podemos proyectar la que hemos recibido en el Bautismo. En un mundo  donde se han borrado las fronteras entre el bien y el mal, el día y la noche, los verdugos y las víctimas esa es una buena tarea para el cristiano: ser  testigo de luz con una vida iluminadora. Esta es la gran responsabilidad de todo creyente, la misión que se nos ha encomendado: preparar los caminos del Señor, cada uno por sus propias sendas pero todos en la misma dirección, sin  pactar jamás con la mediocridad ambiental;  sin imposiciones porque la Luz y la Verdad no se imponen, pero con la conciencia clara de nuestra humilde misión.

 

Nuestras catequesis, la predicación ha de conducirnos a conocer,  amar y seguir con más fe y más gozo a Jesucristo. Nuestra Eucaristía ha de ayudarnos a comulgar de manera más viva con Jesús, con su proyecto y con su entrega. En la Iglesia nadie es «la Luz», pero todos podemos irradiarla con nuestra vida. Nadie es «la Palabra de Dios», pero todos podemos ser una voz que invita y alienta a centrar el cristianismo en Jesucristo. Este es el fundamento de la alegría cristiana a la que también nos invita hoy la Palabra y que debe ser acogida como un don de Dios que puede ser experimentado incluso en el dolor, el fracaso o la persecución.  La alegría cristiana no se apoya en nuestras virtudes o triunfos, sino en la victoria de Cristo que permanece viva para todos nosotros: el pecado y la muerte fueron vencidos y con ellos las principales raíces de nuestra tristeza.  Dios es fiel y la vida y mi vida tienen sentido.

 

“No apaguéis el Espíritu… Guardaos de toda forma de maldad”. El Señor vendrá. Pablo nos recuerda que la vida moral no es un añadido postizo sino  que acompaña la vida de fe.  Es necesario, cómo no, la  oración, que es la actitud de quien espera sin desesperar y el alimento de la fe, pero  también es preciso que brote la  justicia, el  respeto a la dignidad de las personas, “vendar los corazones desgarrados”, misericordia, compasión… La fe y la esperanza nunca son pasivas. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

20 de noviembre de 2014

"Os aseguro que cada vez que lo hicísteis con uno de estos mis humildes hermanos..."

2014 - CRISTO RE  -A-   Ez 34,11-12.15-17 - 1 Cor 15, 20-26a.28- Mt 25, 31-46

La Parola di Dio in questa domenica, festa di Cristo Re e ultima dell'anno liturgico, ha un evidente messaggio di ricapitolazione: sul passato, presente e futuro delle persone e della storia umana. Sono i tempi della presenza salvatrice di Cristo, che è sempre 'Emmanuele' (Dio con noi): Egli è venuto a Betlemme in carne umana, viene e cammina con noi nella vita quotidiana, verrà nella tappa finale come giudice. La sua presenza  è portatrice di conforto nella sofferenza ed è motivo di speranza anche nell'attesa del giudizio finale. Quell'ultimo momento è descritto nel Vangelo odierno con parole di estrema severità (v. 41-46), che sembrano in contraddizione con il resto del Vangelo, che presenta un Gesù buono, "amico dei pubblicani e dei peccatori" (Lc 7,34), fattosi uomo per "cercare ciò che era perduto" (Lc 19,10).

Gesù, il Pastore buono che dà la vita per le pecore (Gv 10), incarna il progetto di Dio, re-pastore, che Ezechiele (I lettura) descrive con abbondanza di verbi che indicano amore premuroso per le pecore: le cerca, ne ha cura, le passa in rassegna, raduna, conduce, cura, pasce...  Alla luce del giudizio finale, Gesù svela la qualità che devono avere le nostre azioni; insegna come impostare la vita in modo da non sbagliare tutto, ma indovinare la strada. L'unica strada è la Sua: l'amore e il servizio ai bisognosi. "Alla sera della vita, saremo giudicati sull'amore", affermava giustamente S. Giovanni della Croce. L'amore per gli ultimi apre le porte del Regno di Dio: "Venite, benedetti del Padre mio..." (v. 34).

Gesù indica la strada per arrivarci: per ben quattro volte enumera sei opere d'amore verso persone bisognose: affamati, assetati, forestieri, nudi, malati, carcerati. Aiutare tali persone è parte del lavoro quotidiano dei missionari; ed è compito di ogni cristiano e dei seguaci di tutte le religioni. Queste opere d'amore costituiscono un terreno d'incontro con tutte le persone di buona volontà. Una lista di tali opere è presente in Is 58,6-7, ma già nel II millennio a.C., il Libro dei morti (cap. 125) dell'antico Egitto metteva in bocca al defunto queste parole: "Io ho fatto ciò che fa gioire gli dèi. Ho dato pane all'affamato, ho dato acqua all'assetato, ho vestito chi era nudo, ho offerto un passaggio a chi non aveva una barca".

A queste opere, Gesù apporta una novità decisiva: Egli si identifica con i più deboli e piccoli, fino a dire "l'avete fatto a me" (v. 40).  Gli ultimi sono davvero i destinatari privilegiati delle scelte del Signore.  Pertanto, l'opzione preferenziale per i poveri non è un'alternativa di libera scelta, ma un obbligo per la Chiesa,  in essa è in gioco la fedeltà stessa della Chiesa al suo Signore. Non tanto, anche se sono importanti,  si tratta da questioni morali o teologiche: no, la salvezza dipende semplicemente dall’aver o meno servito i fratelli e le sorelle, dalle relazioni di comunione con quanti siamo stati disposti a incontrare sul nostro cammino. “Amen, io vi dico: tutto quello che avete fatto a uno solo di questi miei fratelli più piccoli, l’avete fatto a me”. Sì, il povero che manca del necessario per vivere con dignità è “sacramento” di Gesù Cristo, perché con lui Cristo stesso ha voluto identificarsi (cf. 2Cor 8,9): chi serve il bisognoso serve Cristo, lo sappia o meno.

Nell’ultimo giorno tutti, cristiani e non cristiani, saremo giudicati sull’amore, e non ci sarà chiesto se non di rendere conto del servizio amoroso che avremo praticato quotidianamente verso i fratelli e le sorelle, soprattutto verso i più bisognosi. E così il giudizio svelerà la verità profonda della nostra vita quotidiana, il nostro vivere o meno l’amore qui e ora: “impariamo dunque a meditare su un mistero tanto grande e a servire Cristo come egli vuole essere servito” (Giovanni Crisostomo). Lodato sia Gesu Cristo.

 

16 de noviembre de 2014

"Al que tiene se le dará y le sobrará..."

DOMINGO XXXIII TO –A-  Ez 34,11-12.15-17 - 1 Cor 15, 20-26a.28- Mt 25, 31-46

En la construcción del Reino todos hemos sido convocados a colaborar. El proyecto de Dios tiene que ver con la historia humana. Apela a nuestra libertad adulta para convertirla en historia de salvación. Forma parte de la responsabilidad que conlleva la fe en Jesús. Por eso nos ha dado los talentos para que nos sumemos productivamente en su misión de hacer un mundo más solidario y justo. Y nos advierte que quien no se compromete con el Reino, tampoco merece compartir la felicidad de su Señor. Dios no nos pide algo que no nos haya dado antes. De ahí el deber de rendirle cuentas. La cuestión no es si hemos hecho suficientes méritos para ir al cielo, más bien, deberíamos preguntarnos si nos hemos comprometido suficientemente en la causa del Reino.

No valen excusas ante la falta de compromiso de nuestra fe. Hay muchas personas que  esperan que les mostremos con gestos concretos el rostro solidario del Dios en quien creemos.  Todo ser humano que sufre interroga nuestra fe y nos ha de comprometer en lograr una sociedad  más humana y mejor para todos. En ocasiones,  detrás del exceso de precauciones, de los reparos o de los miedos, se esconden actitudes  de comodidad o insensibilidad… de temor al riesgo que supone seguir a Jesús de un modo creativo. Es cierto que debemos “conservar” lo fundamental de nuestra fe, tradiciones y buenas costumbres; que debemos conservar la gracia, la vocación, la fidelidad… pero “conservar” no puede ser sinónimo de inactividad… al contrario… todo se conserva mejor con la apertura al Espíritu que recrea y hace nuevas todas las cosas.

El mensaje de Jesús en la parábola  es claro: No a una vida estéril, sí a la respuesta activa a Dios. No a la obsesión por la seguridad, sí al esfuerzo por transformar el mundo. No a la fe enterrada bajo el conformismo, sí al trabajo comprometido en abrir caminos al reino de Dios. Lo más grave puede ser que, lo mismo que le sucedió al tercer siervo de la parábola, también nosotros creamos que estamos respondiendo fielmente a Dios con nuestra actitud conservadora, cuando estamos defraudando sus expectativas. El principal quehacer de la Iglesia hoy es, conservando lo mejor del pasado,  aprender a comunicar la Buena Noticia de Jesús, su Luz,  en una sociedad sacudida por cambios socioculturales sin precedentes.

 

Santa Teresa, de la que estamos celebrando el V Centenario de su nacimiento, gran mujer, al inicio de su gran reforma del Carmelo que tantos dolores de cabeza la costó decía: “me determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí -se refiere a las monjas que la siguen-  hiciesen lo mismo...”.

 

Es esa actitud, en el fondo, lo que recuerda la parábola. Empobrece cerrarse en el propio corazón, enriquece abrirse, cada cual según sus posibilidades al amor de Dios y a los hermanos. Por eso cuando  Jesús afirma que “al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener” no está invitando al consumo sino a la generosidad que nace de la entrega y la donación sencilla de lo que uno es y tiene, con la mejor voluntad de hacerlo. La belleza mayor es la generosidad que tenemos que vivir en el presente, ahora, porque este es nuestro tiempo y cada momento es una ocasión especial para hacerlo. Lo que no se da se pierde.

 

Que no se nos escape el tiempo entre las manos, que no lo perdamos,  sin hacer nada constructivo, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los demás. Que no vivamos un día y otro,  sin dar trascendencia a nuestras vidas, sin emplearnos a fondo en las cosas realmente importantes. Hacer fructificar los talentos significa saber aprovechar bien el tiempo para “en todo amar y servir”, es decir, alabar y bendecir al Creador y ayudar a nuestros hermanos.  Que así sea, con la Gracia de Dios.

 

19 de octubre de 2014

"... y a Dios lo que es de Dios"

DOMINGO XXIX T.O. -A- Is 54, 1.4-6/Tes 1, 1-5b/Mt 22, 15-21

 

Palabra de Dios:

Los cristianos no nos desentendemos de lo que ocurre en la sociedad;  somos ciudadanos del mundo y hemos aceptado el compromiso de transformarlo según los criterios evangélicos. Existe y defendemos una  autonomía, que se ha de promover y respetar,  entre lo temporal y lo religioso, pero esto no significa que el creyente no pueda intervenir en la actividad ciudadana  o expresar y celebrar públicamente la propia fe. Cada persona tiene una dignidad de hijo que Dios le da  y nadie, bajo ningún pretexto, puede usurparla.  El César, quien ejerce la autoridad,  debe hacerlo como un servicio a la comunidad, jamás como señor y menos como opresor.  Han cambiado los tiempos. La iglesia no busca ni puede erigirse como la única institución para moldear toda la vida social desde los postulados que conserva, predica y sostiene en su afán evangelizador. Pero, la iglesia, tampoco puede sustraerse y replegarse sobre sí misma para que algunos actúen a su propio antojo. Tenemos la responsabilidad de mostrar que solo Dios merece adoración y de luchar para  devolver a las personas la conciencia de su dignidad, la fuerza de la fe y el dinamismo del amor.    

Sínodo Obispos: estamos ante un cambio cultural muy importante y, sin negar la doctrina, hay que responder con misericordia a las cuestiones concretas que se plantean. El Sínodo invita a hacer una  lectura positiva, mirando la realidad de tantas familias,  para fortalecer las que están bien y sacar lo mejor de las diferentes situaciones. No se trata ni de un  buenismo destructivo que no cura las heridas, ni las venda  por miedo al dolor que puede producir pero  tampoco se puede permanecer “encerrado” en planteamientos que pueden cambiar e históricamente han cambiado. La doctrina siempre ha sido  y debe ser profundizada. No se pone en duda sino en estudio.

En el marco de la clausura de la primera “parte” del Sínodo (continuará en 2015 y entonces se publicará el documento final) se ha celebrado la   Beatificación de Pablo VI,  un papa  comprometido con la vida, la familia y el amor conyugal (Humanae vitae: “El hombre no puede hallar la verdadera felicidad más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza”). Un papa comprometido también con la defensa de  la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Escribió la “Evangelii nuntiandi”: amplió los horizontes de la misión en la Iglesia.

Domund 2014: desde 1926. España es el  país con más misioneros: 13.000 en 130 países y el que más recauda, tras Estados Unidos,  más de 10 millones de euros destinados a  438 proyectos, en 77 países sobre todo en África (se recaudaron en los diferentes países 97 millones de euros). Labor de evangelización en defensa de la dignidad humana  vivida en Cristo. Miguel Pajares  y Manuel García Viejo, orden de San Juan de Dios, entregaron su vida uno en Liberia otro en Sierra Leona y murieron en España. “Nosotros nos quedamos aquí. Nuestra presencia es evangelización. Estamos aquí para vivir para los demás. A las duras y a las maduras” (P. Luis Pérez, misionero javeriano desde el foco del ébola en Sierra Leona). Son la “iglesia en salida” que pide Francisco, y  nos recuerdan que  lo que pasa en África repercute en Europa;  que no se pueden poner fronteras a la enfermedad, ni esconder impunemente la realidad,  que la solución sólo pasa por la revolución pendiente de la fraternidad, por hacer realidad aquella sentencia profética de Luther King: “O vivimos todos juntos como hermanos, o morimos todos juntos como idiotas”.

Hemos escuchado en la segunda lectura, un texto del año  51, primer escrito del NT) lo que debe ser una comunidad cristiana que vive y anuncia la “primacía de Dios”: la actividad de vuestra fe -en la vida concreta-, el esfuerzo de vuestro amor -porque el amor exige generosidad-, el aguante de vuestra esperanza -porque hace falta para la dureza de la vida-: sobre esta vida teologal se funda la comunidad y su esfuerzo por vivir la misión y la predicación de Jesucristo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

2 de agosto de 2014

"Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?"

XVIII TO –A- Is 55, 1-3 / Rom 8, 35.37-39 / Mt 14, 13-21

“¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?” Podemos preguntarnos qué es lo que realmente alimenta nuestra vida diaria y cuánto tiempo y recursos  invertimos en ello... “El dinero que gobierna en vez de servir” (Francisco). El profeta dice: “Escuchadme y viviréis”. La Palabra fuente de vida. Pablo recuerda que en Jesús Dios nos ha mostrado cómo nos ama y, seguro, fue la misericordia de Dios, lo que llevó a tanta  gente a seguir a Jesús por todas partes y a recibir de él no solo la fuerza espiritual sino también la material para superar las dificultades, el dolor….  Al ver a tanta gente curó a los enfermos y dijo: “Dadles vosotros de comer”:

Dicen que las situaciones límite, aquellas que nos ponen a prueba, pueden sacar de nosotros actitudes también límite: lo mejor y lo peor que llevamos dentro. La crisis económica ha puesto en situación de necesidad a muchas personas. Ante esto, se ha despertado la solidaridad de muchos que buscan ayudar como pueden a que el sufrimiento de los que peor lo están pasando disminuya. También, ante esto, resultan más censurables las actitudes egoístas de quienes prefieren seguir viviendo como si nada pasara respirando aliviados porque las dificultades a ellos no les han alcanzado.

El ejercicio de una sincera solidaridad es el antídoto perfecto a la inercia de la vanidad. Jesús les pide a sus discípulos que no pierdan la oportunidad de experimentarlo. Los discípulos, ciertamente, no se están comportando de manera puramente egoísta. No se desentienden de aquellas gentes, pues quieren evitar que se queden sin comer. Pero Jesús les pide más: buscad todos juntos una solución al problema, en lugar de cada uno por su cuenta desentendiéndose del que tenéis al lado.

En ocasiones somos víctimas de la huella que ha dejado en nosotros el sesgo individualista.  Olvidamos que la sana y necesaria autonomía personal es algo que sólo podemos alcanzar gracias a la familia y la sociedad. Aquellos con quienes convivimos son los que nos ayudaron a desarrollar nuestras alas y nos enseñaron a volar. Pero muchas veces, una vez alzado el vuelo, llegamos a pensar que todo el mérito es nuestro. Y acusamos al que no despega de débil o cobarde, de ser el único responsable de su fracaso. La autonomía personal se convierte en individualismo cuando se la idolatra. Pero cuando se vive desde la gratitud (reconociendo la solidaridad que uno ha recibido) y la generosidad (siendo sujeto activo de solidaridad hacia los demás), humaniza.

Jesús acoge y alimenta a los que han ido en su búsqueda. En su compañía toda necesidad, material y espiritual, queda saciada. No por arte de magia, sino con la mediación de la libre acogida de su invitación a ocuparnos los unos de los otros, con la mediación de una vida en comunidad, en solidaridad. Jesús nos pide cooperación en su misión. La multiplicación de los panes y los peces, como las comidas con pecadores y las comidas de Jesús resucitado, nos ayudan a entender con mayor profundidad el gesto que Jesús nos dejó en la última cena: en ella Jesús instituyó el gesto por medio del cual celebramos su entrega y su resurrección. Celebrar la eucaristía es celebrar este Misterio a través de ese gesto.

El fondo profundo de este milagro es que, aunque fuera un hecho verdaderamente espectacular, no fue más que un leve signo de una profunda realidad: Dios se da a sí mismo en alimento con infinito amor para consuelo y vida de los hombres. «Yo soy el pan vivo —dice Jesús— bajado del cielo» (Jn 6,51). Es necesario que  nos abramos completamente a Jesús y le demos todo lo que tengamos sea poco o mucho, del  resto Él se encarga. Por lo demás “Nada puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”.  Que así sea con la Gracia de Dios.

 

26 de julio de 2014

"... se va a vender todo lo que tiene y la compra"

XVII TO-A-  Reyes 3, 5.7-12/ Rom 8, 28-30/ Mt 13, 44-52

Jesús utilizaba comparaciones conforme al tipo de sociedad y la manera de ser de la gente que se le acercaba para explicar el Reino, con quienes compartían momentos con él…: la naturaleza, las labores del campo, las faenas del mar, los usos domésticos o los negocios de la vida… Hoy es “el tesoro escondido…”, “el comerciante de perlas finas…”, “la red de pesca…” y al final “el buen padre de familia…” Jesús quiere destacar el valor del Reino de los cielos, que es mayor que cualquier cosa que existe en el mundo, y con la que nada se le puede comparar. Es un tesoro o perla tan rica que vale más que todo… Aunque el verdadero tesoro del hombre, el que es capaz de dar sentido a su vida, solo se encuentra en Dios, porque solo él sacia el ansia de infinitud que toda persona siente… Cada uno somos un abismo y solo un abismo más grande podrá saciarnos: “Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta” dirá Teresa de Jesús.

El tesoro a veces se encuentra sin buscarlo, otras veces es fruto de una larga búsqueda. Ni el que busca ni el que encuentra crean el tesoro. Ya existe y quien lo descubre lo considera  como lo que da sentido a su vida y lo valora tanto que todo lo demás pasa a un segundo plano y vale en función  del tesoro descubierto. La perla y  el tesoro solo pueden referirse a lo que Dios nos ofrece gratuitamente y nunca pierde su valor: su amor incondicional. Quien encuentra a Dios, encuentra el tesoro más preciado de su vida, y a Dios solo le encontramos en Jesús y a través de aquellos con los que Jesús se identificó. Jesús es el revelador del Padre, y por él todos los hombres tienen acceso a Dios. Así se lo dice Jesús a su apóstol Felipe: “quien me ve a mí ve al Padre…” (Jn 14,9). Necesitamos de Cristo para ir al Padre, para conocer a Dios.

 

¿Dónde se encuentra hoy ese tesoro?  En el camino de la vida encontramos de todo. Por eso la plegaria de Salomón y la parábola de la red recuerdan la importancia de saber separar el bien del mal, de discernir lo que nos ayuda a madurar y crecer como personas y comunidad  y lo que nos perjudica. Pero no podemos olvidar que el tesoro se encuentra en los hermanos, en la humanidad. Dios está escondido y presente  en todos los hombres y mujeres de la tierra, en la persona que camina a nuestro lado o se sienta junto a nosotros o comparte nuestra relación familiar, o alienta nuestro trabajo o disfruta de nuestro espacio de ocio y descanso. Dios se encuentra escondido en el que sufre o llora en el interior de su corazón, en los marginados y hasta en los perseguidos por causa de su nombre. Y quien ha descubierto a Dios así, ha hallado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida, la confianza en la bondad misericordiosa de Dios,  y en comparación con todo lo de este mundo… es tenido en nada...

 

La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.  San Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios”;  “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Y recuperar con  alegría y entusiasmo, pues., como nos ha recordado san Pablo,  “toda la humanidad” está llamada a ser comunidad de “muchos hermanos”, para recibir el “perdón de Dios” y alcanzar la gloria de la Resurrección. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

30 de marzo de 2014

"Creo, Señor. Y se postró ante Él"

IV DOMINGO DE CUARESMA -A- 1 Sm 16,1b.6-7.10-13a/Ef 5,8-14/Jn 9,1-41

 

Es ciego de nacimiento, hemos escuchado en el evangelio de Juan. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios: los discípulos  preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres. Jesús lo mira de manera diferente, mira el corazón. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Sabe que su misión es  defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.

 

Después de una curación trabajosa, auténtica catequesis,  en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. Jesús, utilizando el barro ha recreado nuevamente su vida. Parecería que,  por fin,  podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie. Y, sin embargo, se equivoca. Los dirigentes religiosos decidirán si puede ser aceptado o no en la comunidad religiosa,  saben quién no es pecador y quién está en pecado. Se van hundiendo en su ceguera creyendo ver cada vez más claro.

 

El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios, pero los  fariseos no lo pueden aguantar: “¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”. El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No está lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo que comienza a ver con los ojos y acaba viendo con el corazón le dice: “Creo, Señor”. Así es Jesús: no abandona a quienes lo buscan y lo aman; ellos tienen un lugar privilegiado en su corazón.

 

En torno a la escena  están magistralmente descritas otras actitudes ante el hecho de la luz: los que son meros espectadores que no comprenden el significado del signo  ni cambian en su vida; los que tienen miedo a las consecuencias de ver la luz que exige vivir de otra manera, los padres del ciego que no quieren problemas, los que se quedan en meras y estériles discusiones teológicas sobre el origen del mal, olvidando la responsabilidad y las respuestas frente a ese mal… quizás nos vernos  reflejados en alguna de estas  actitudes pero, podemos también,   como el ciego, abrirnos a la Presencia de Dios  que viene a nuestro encuentro en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida;  tenemos que aprender a ver más allá de las apariencias. Nos ha recordado San Pablo que quienes “hemos  recibido el bautismo hemos  pasado de las tinieblas a la luz (“erais tinieblas, ahora sois luz”) y debemos  practicar las obras de la luz (bondad y la justicia) buscando siempre agradar al Señor permaneciendo en la unidad del cuerpo de Cristo. 

 

Quizá seamos pequeños, como lo era David, pero el Espíritu que habita en nosotros nos permite reconocer en Jesús al Señor, nos permite amar con su amor. De la muerte y las tinieblas somos llamados a la vida y a la luz. Las tinieblas son estériles.  "Busquemos lo que nos hace ver (verdad, misericordia…); rechacemos  lo que nos ciega (prejuicios, pecado…). Miremos más al corazón de las personas; a los ojos del que sufre antes que al manual de instrucciones.... No seamos ciegos voluntarios. Vamos a encender la luz sin temor. Pidamos la Luz. Seamos luz. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

8 de marzo de 2014

"No moriréis..."

DOMINGO I DE CUARESMA -A- Gn 2,7;3,1-7 / Rom 5, 12-19 / Mt 4, 1-11

 

Las lecturas  del inicio de la Cuaresma nos preguntan  si confiamos en Dios; si creemos que sus mandamientos son el mejor camino para ser felices. Adán y Eva lo dudaron; el pueblo de Israel lo dudó… Jesús no. Él sabía que Dios sabe mejor que nosotros mismos lo que más nos conviene para ser felices. Veámoslo:

 

. El relato de la primera caída del hombre  es un texto simbólico, una gran reflexión teológica para explicarnos el origen del mal en el mundo, como fruto de una elección libre del hombre. Desde nuestros  orígenes los  hombres hemos querido ser como Dios, fascinados por el deseo de convertirnos en señores absolutos de nosotros mismos, de los demás y del mundo (“podéis construir vuestra vida al margen de Dios”-“no necesitáis a Dios”); nuestra autonomía nos lleva a no aceptar fácilmente normas impuestas desde fuera; nos hemos sentido, sentimos,  atraídos por el árbol de la ciencia del bien y del mal ya que es “apetitoso, deseable y atrayente”, seductor... El pecado original es nuestra tendencia innata a querer ser como dioses, a decidir lo que es bien o mal, dejarnos seducir por árboles apetitosos, atrayentes... que nos llevan a pensar que “todo es ya posible”, para acabar después, al abrir los ojos, descubriendo amargamente, como Adán y Eva, nuestra desnudez, vacío, fragilidad... finitud...signos de la ruptura con Dios.

 

. Jesús, verdaderamente hombre, vivió dentro de sí la tentación que forma parte de la condición humana; fue sometido a la prueba como también lo estamos nosotros...,  y venció la triple tentación que ponía a prueba su fidelidad a estar con los hombres siguiendo el camino y la voluntad de Dios. Las tres tentaciones se refieren en su núcleo fundamental a la misión mesiánica que Jesús ha recibido el Padre. Versan, las tres, sobre el poder: utilizar el poder para hacer milagros que solucionen los problemas materiales, utilizarlo para forzar a la fe y para realizar la misión mesiánica por el dominio político. Y siempre con una  razón de fondo: “Si eres Hijo de Dios...”, la misma que en la cruz: “Si  eres hijo de Dios, bájate...”

. Jesús asume la realidad que para él se concretiza en el cumplimiento de la voluntad del Padre. Su poder no es para él, no es para “utilizar” a Dios”, sino para ponerlo a servicio  de los demás. Por eso recuerda que el hombre necesita pan para vivir, pero si desea vivir como persona necesita también el alimento de la palabra de Dios, del espíritu. El hombre admira las obras humanas pero sin caer de rodillas ante criatura alguna porque el culto de adoración solo es debido a Dios. Todo lo demás son ídolos de barro, que esclavizan. De rodillas solo ante Dios. Esa es la libertad.

 

. Al papa Juan Pablo I le preguntaron una vez porqué Dios, si nos quería libres, nos daba unos mandamientos que nos limitaban y obligaban. Él dijo que precisamente porque nos ama y nos quiere libres nos dio sus mejores consejos. Y puso este ejemplo: Imaginaos que vamos a comparar un buen coche. Ya en la tienda, el dueño, que es también el fabricante, nos saca el modelo que más nos gusta. Lo admiramos, probamos y decidimos llevárnoslo. Pero ates de sacarlo de la tienda el dueño nos dice: “Oiga, este es un coche muy bueno, un modelo único, cuídelo, póngale buena gasolina, buen acetite… Pero le interrumpimos y le decimos: No, no no, no soporto el olor de la gasolina, yo pienso ponerle zumo de naranja. El hombre, sorprendido, nos dice, Bueno, como quiera, el coche es suyo. Pero si luego se para o no quiere arrancar o venga a quejarse; ya le advertí. Yo fabriqué el coche y sé cómo funciona”. El Papa afirmaba: cuando Dios nos crea  a cada uno nos dice lo mismo: “Escucha, eres un modelo único, la vida vale la pena. Cuídate. Pero te voy a recomendar una buena gasolina: los mandamientos.

 

.  “El cristiano, al igual que cualquier otro hombre reside en un territorio limítrofe entre el bien y el mal”, una criatura “siempre al borde del abismo”. En el “humano Adán estamos todos”: no podemos negar la abundante historia humana de pecado pero tampoco podemos negar la sobreabundante historia de “gracia que han escrito y siguen escribiendo muchos hombres y mujeres y que pasa inadvertida”. Y sobre todo no podemos olvidar que nuestra llamada es a ser hombres y mujeres  que asumiendo su realidad finita, creada, mortal, se abren al misterio de Dios para ser transformadas, divinizadas, por el mismo Dios. Que así sea con Su Gracia.

 

21 de febrero de 2014

"Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo..."

VII DOMINGO TO –A- Lev 19, 1-2.17-18/ 1 Cor 3, 16-23 7 Mt 5, 38-48

No cambia mucho, en las diferentes culturas, la postura básica de los seres humanos ante el “enemigo”, es decir, ante alguien de quien solo se han de esperar daños y peligros. Por ello podemos destacar la importancia revolucionaria que se encierra en el mandato evangélico del amor al enemigo. Cuando Jesús  dice estas palabras no está pensando en un sentimiento de afecto y cariño hacia él, menos aún en una entrega apasionada, sino en una relación radicalmente humana, de interés positivo por su persona. Este es su mandamiento: la persona es humana cuando el amor está en la base de toda actuación. Y ni siquiera la relación con el enemigo ha de ser una excepción. Quien es humano hasta el final descubre y respeta la dignidad humana del enemigo por muy desfigurada que pueda aparecer ante nuestros ojos. Es precisamente este amor universal que alcanza a todos y busca  realmente el bien de todos sin exclusiones la aportación más positiva y humana que puede introducir el cristianismo en la sociedad violenta de nuestros días. Ya sé que, en ciertos contextos, las palabras del evangelio pueden resultar un poco irritantes o ingenuas  y, sin embargo, es necesario recordarlas si queremos vernos libres de la deshumanización que generan el odio y la venganza.

No debemos olvidar que amar al injusto o violento no significa en absoluto dar por buena su actuación injusta o violenta.  Amar a los enemigos no significa tolerar  las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Existe una convicción profunda en Jesús: al mal no se  le puede vencer a  base de odio y de violencia. Al mal se le vence con el bien. La violencia genera una espiral descendente que destruye todo lo que engendra; en vez de disminuir el mal y el dolor lo aumenta. Es una equivocación creer que el mal se puede detener  con el mal y la injusticia con la injusticia.  Por eso hay que buscar caminos que nos lleven hacia la fraternidad  y no hacia el fratricidio. Jesús llama a “hacer violencia a la violencia”; el verdadero enemigo hacia el que tenemos que dirigir nuestra agresividad  no es el otro, sino nuestro propio “yo” egoísta, primario, capaz de destruir a quien  se nos opone. Nada puede cambiar el pasado, pero el perdón puede cambiar el futuro; el perdón es posible y deja espacio a la esperanza en el mundo.

Pablo sabe que vivir  a esta altura del evangelio no va a ser fácil, por ello recuerda que el Espíritu de Jesús está en cada uno y alienta con energía ese cambio de valores que alumbra nuevos modos de vivir. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial, de simpatía, solicitud y afecto superando la indiferencia o el rechazo. Naturalmente nuestro modo de amar viene condicionado  por la sensibilidad, la riqueza afectiva  o la capacidad de comunicación de cada uno, pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero, la amistad y preocupación  entre las personas. Amar al prójimo pide hacerle el bien, pero también aceptarlo y valorar lo que hay en él de amable. “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo”, “Sed perfectos…” Todos estamos sometidos a nuestra condición de ser humanos, sencilla y simplemente humanos. Como reconocemos en el inicio de la Misa, todos somos pecadores y sin embargo… Jesús nos invita, llama y convoca a ser perfectos en el amor, en la dedicación a los otros y el esfuerzo por ser  mejores personas. Amar igual que Dios,  solo Dios, pero amar  a su estilo, es posible si practicamos la compasión y la misericordia. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

8 de febrero de 2014

"Vosotros sois la sal... vosotros sois la luz"

Vº DOMINGO TO -A-  Is 58,7-10 / 1 Cor 2,-5 / Mt 5, 13-16

            Un rasgo de nuestra cultura y sociedad es la creciente secularización, la ignorancia sobre Dios, la religión y su ausencia en muchos ámbitos de la vida social. Los valores cristianos, punto de referencia necesario en la visión y comprensión del mundo, de la vida, la familia, la moral... quedan en ocasiones relegados en un mundo plural en el que coexisten muchas visiones. A veces, nada sustituye a la fe religiosa como principio orientador de la vida humana y el hombre se encuentra a la intemperie, sin un universo de valores que le protejan y que le sirvan de brújula en su vida personal y moral o se cae en el vacío del todo vale, todo es igual. En este contexto readquieren actualidad las imágenes de la sal y de la luz que encontramos en el evangelio.

            Ya el profeta Isaías se refiere a la luz cuando afirma que Dios no quiere un culto superficial o los ayunos externos, sino “que compartas tu pan, que vistes al enfermo, que no te cierres en tu propia carne”. Si actúas así “brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se convertirá en mediodía”. Hay luz en el hombre cuando no nos cerramos en nuestra propia carne. Este es el camino de las buenas obras que dan gloria al Padre, que manifiestan el rostro del Dios en quien creemos y el lenguaje que todo el mundo entiende. Honra a Dios y servicio al hombre por las obras de misericordia. Ser luz  significa “acabar” con la oscuridad; sobre todo la oscuridad del pecado que ha de ser borrada por nuestras acciones. Siguiendo a Jesús no caminamos en la oscuridad (Él es la luz que ilumina nuestra búsqueda y se refleja en nuestros rostros y en nuestras acciones de bien). Del mismo modo ser sal no es crear una realidad nueva sino transformar en su sentido más pleno la realidad que nos rodea. Aportando, de un modo discreto, el gusto y el sabor de la fe sin el cual la vida queda pierde el sentido, la identidad, la esperanza. La sal pasa desapercibida pero actúa eficazmente desde el interior de los alimentos. El sabor de los valores evangélicos no puede ser ocultado, pisado, por los caminos del mundo, sin correr el riesgo de perder el horizonte de sentido que nace de la fe.

“Vosotros sois la sal…; vosotros sois la luz…”: no es un mandato ni tampoco un programa de acción; ambas afirmaciones definen la naturaleza misma del discípulo y testigo de Cristo: entre los demás somos sal; para los demás somos luz. Una sal que se diluye y sazona los alimentos, que impregna de sabor la vida sin volverse insípida; una luz que señala y orienta sin deslumbrar, que ayuda a identificar contornos y personas, que orienta en medio de las tinieblas que, por oscuras que sean, no pueden apagarla.

Dice una historia judía: “Un rabí preguntó a sus discípulos: ¿Cómo puedo señalar el momento en que termina la noche y comienza el día? Uno dijo: Cuando seas capaz de distinguir desde lejos una palmera de una higuera. El rabí contestó: No,  no es eso. Dijo otro discípulo: Cuando se pueda distinguir una oveja de una cabra, entonces cambia la noche al día. Tampoco, respondió el Rabí. ¿Cuándo es ese momento le preguntaron impacientes los discípulos? Cuando tú miras el rostro de un hombre y reconoces en él al hermano o a la hermana, entonces se ha acabado ya la noche y ya ha roto el día”. Esta es la luz y la sal: el culto verdadero, las buenas obras; el sentido de una vida abierta, desde Dios, al hermano. “Caminemos, pues, como hijos de la luz” (Ef 5, 8), convencidos, como Pablo,  de que nuestra fe  “no se apoya en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios” que es Cristo crucificado. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

15 de enero de 2014

"Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"

II DOMINGO TO -A- Is 49, 3.5-6/1Cor 1,1-3/Jn 1, 29-34

Tras la fiesta del Bautismo del Señor, comenzamos el curso normal de los domingos hasta la Cuaresma.  Y en este momento inicial  hemos escuchado un evangelio de Juan que resume el programa -el sentido- de la misión de JC.  Dice el Bautista definiendo a Jesús: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Son palabras que repetimos siempre antes de comulgar; vamos hoy a recordar su sentido y valor:

. Cordero de Dios: Es una expresión que corresponde a lo que hemos leído en la primera lectura: "Tú eres mi siervo... Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra".   Este Salvador de Dios, este Mesías -según la gran esperanza del pueblo judío- escoge un camino no de dominio y poder, sino de servicio. Esto es lo que significa la comparación de llamarlo "cordero". Actualmente es muy posible que la palabra nos suene solo como sacrificio -expiación- de quien inclina la cabeza ante los poderosos. Pero la expresión de Juan va más allá de eso: significa que Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, realiza su misión como un servidor absolutamente humilde, pobre, sencillo... pero que así consigue la Victoria. El último libro de la Biblia, en el Apocalipsis, se nos presenta a este Cordero como el gran triunfador. Es la paradoja de la vida y obra de JC: un camino que como dice San Pablo, es locura y escándalo, pero que lleva a la vida.  No hay caminos más eficaces para los que amamos y seguimos a Jesús.

 

. El pecado del mundo: no habla del pecado de cada hombre sino del pecado del mundo. Se trata de la realidad del mal  que hay en el mundo, más allá de lo que cada uno de nosotros hace. Es lo que queremos expresar al hablar de "pecado original": un niño al nacer,  entra en un mundo  herido por una presencia de mal que de un modo u otro le afectará. Ninguno de nosotros se libra de esta herida, todos la sufrimos. Por eso su lucha es contra el pecado del mundo, contra esta presencia poderosa que no podemos ingenuamente ignorar. Isaías en la primera lectura, decía que el "Siervo de Dios" sería "LUZ", frente al pecado del mundo es básicamente oscuridad, tiniebla, negación y manipulación de la verdad;  hipocresía que lleva al egoísmo, al desamor.

Sólo con la fuerza de la  verdad y del amor se combate eficazmente contra el mal que hay en el mundo. Escoger  siempre la verdad y escoger siempre el amor es la única manera de ser cristiano, desenmascarar el mal que trata de envolvernos en la “indiferencia”, de ponernos ante Alguien que es misericordia.

 

Todos conocemos suficientemente nuestra debilidad, nuestro pecado y -más aún- el peso del pecado del mundo en nosotros, que nos impide avanzar por el camino recto. Pero podemos hacerlo: es importante notar cómo el testimonio de Juan sobre Jesús se identifica al decir que en Él está el Espíritu de Dios. No dice: es un hombre sabio, bueno, fuerte... sino simplemente: en Él está el Espíritu de Dios. Y esto se puede decir también de nosotros: en nosotros está el Espíritu de Dios. No somos sabios, a veces tampoco buenos, o fuertes..., pero por gracia de Dios en nosotros habita su Espíritu y su fuerza nos sostiene en el camino de la vida y del bien. Dice el Papa Francisco, animándonos a vivir la evangelización: “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra... no es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón”. Podemos ser más; podemos ser  luz. Que así sea con la Gracia de Dios.