18 de mayo de 2011

"YO SOY EL CAMINO Y LA VERDAD Y LA VIDA"

V Domingo de Pascua - A - Hch 6,1-7  - 1 Pe 2,4-9  - Jn 14, 1-12

 

            Nuestra iglesia no nació hecha y terminada. A lo largo de 2011 años de historia se ha ido construyendo, discerniendo las nuevas situaciones para poder dar respuesta a las necesidades de cada momento, con sus aciertos, la santidad de sus miembros  y también con sus errores históricos y debilidades humanas.

            La primera lectura cuenta cómo la iglesia primitiva tuvo que dar respuesta a un problema que surgió en la comunidad. En aquel momento los apóstoles tenían un excesivo protagonismo: ellos bautizaban, predicaban, visitaban las comunidades, confirmaban en la fe a los bautizados, atendían a las necesidades de los pobres...Demasiadas tareas para hacerlas todas bien. Surgió el malestar en la comunidad: las viudas de habla griega se quejaban de que eran peor tratadas en sus necesidades que las de lengua hebrea. Los apóstoles convocan a la comunidad y proponen una nueva forma de actuar:”No nos parece bien descuidar la predicación para ocuparnos de la administración”. Se dedicaron a predicar y a la oración y eligieron (imposición de las manos) a siete hombres para que se consagraran y encargaran de atender a los pobres. Surgía así el primer grupo de acción en la Iglesia (mujeres...). No todas las tareas sobre los apóstoles, porque en la comunidad todos tienen un servicio... Los primeros cristianos aprenden a participar en las varias tareas de su comunidad y toman conciencia de que no son espectadores pasivos, de que todos tienen algo que hacer en la comunidad, de que todos son sacerdotes.

            La segunda lectura nos recuerda precisamente que los cristianos somos “un pueblo sacerdotal”, formamos “un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales”. En la Antigua Alianza sólo unos pocos eran sacerdotes y solo ellos podían entrar en el templo para ofrecer sacrificios a Dios. En la nueva alianza todos los bautizados son sacerdotes capaces de ofrecer a Dios el culto que le agrada: en la propia vida, en la calle, en el templo, en la Eucaristía. Por ser un pueblo sacerdotal es toda la comunidad la que celebra la Eucaristía que el sacerdote ministerial preside. Todos somos “piedras vivas” de ese templo cuya piedra angular, no lo olvidemos, es Cristo. No hay otra. En él, por el bautismo, estamos injertados.  Sintámonos “piedras vivas” de la Iglesia, construyamos juntos la Iglesia con amor, oración, fidelidad, entrega... ella es nuestra Madre, la que nos ha engendrado en la fe y dado la vida de Dios...

            Y no olvidemos que la Iglesia existe por el Señor. Creemos en él. A pesar de la decadencia o de los escándalos protagonizados por sus miembros a lo largo de la historia  Jesucristo nunca se ha perdido. El nombre de Jesucristo es como un “hilo dorado” en el gran tapiz de la historia de la Iglesia, y, aunque en ocasiones ese tapiz está deshilachado, ese hilo vuelve siempre a penetrar en la tela. No olvidemos que la santidad de la Iglesia está en Cristo y que debemos mirar a los 11 discípulos fieles antes que paralizarnos mirando a Judas, que traicionó al Señor y no confió en su misericordia.  Por Jesús sabemos lo que tenemos que hacer, tenemos siempre una nueva credibilidad, conocemos a Dios nuestro Padre y nos disponemos a llevar una vida de amor y servicio.  Por eso Jesús pronuncia una de las sentencias más fundamentales del evangelio: “Yo soy el camino (sentido y meta de nuestra vida), la verdad (palabra auténtica, fiel, sincera, que nunca falla...) y la vida (fuente de vida y esperanza). Él nos lleva al misterio del amor de Dios. Por eso “no perdáis la calma (alegría), creed en Dios y creed también en mí” (tened confianza pensando que aquello que hago en tu vida es lo mejor para ti); y, sobre todo, no olvidemos las palabras del evangelio: “El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aún mayores”. Y la gran obra, que muestra además el rostro auténtico de la Iglesia, es la santidad. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

12 de mayo de 2011

"YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA..."

IV DOMINGO DE PASCUA-A- Hch 2,14ª. 22-33 / 1 Pe 1,17-21 / Lc 24,13-35

            El mensaje de la Palabra de Dios es claro: Jesús es la puerta para ir al Padre y también para ir al hermano. Una  puerta que se abre para nosotros y nos ofrece un camino nuevo y único para que cada persona que quiera pueda atravesarla y encontrar la verdad y la libertad. Y no sólo eso, Jesús es  el pastor que nos ayuda a entrar por ella. Es el Buen Pastor que, sin haber cometido pecado,  sufre la pasión por nosotros, carga con nuestras debilidades, sube al leño de la cruz para darnos ejemplo, curarnos las heridas del pecado y darnos vida.      

En un primer momento del texto evangélico Jesús lanza un duro juicio contra quienes no saben custodiar el rebaño, contra quienes se aprovechan de él,  viven a su costa y lo abandonan a su suerte; después, subraya:

. El que es buen pastor “llama a sus ovejas una por una”. Antes de hablar  de masa anónima se relaciona personalmente con cada uno; a cada uno llama por el propio nombre (“María-Rabboni/Maestro”, resuena en la mañana de la Resurrección). Para Él cada uno de nosotros somos únicos e insustituibles;  es hermoso pensar que no somos considerados como objeto de consumo, sino como  un sujeto con nombre propio llamado a crear y producir una nota original en el concierto del universo. 

. El que es buen pastor “camina delante de las ovejas”, abriendo la ruta y afrontando los retos y peligros. Jesús no se quedó en la retaguardia, fue siempre el primero en dar ejemplo (“Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies...”), sin más interés que el bien de la persona. Por eso siguiendo sus pasos y escuchan su voz,  que es de fiar,  vamos tranquilos y seguros aunque caminemos “por cañadas oscuras”.

. El que es buen pastor prioriza a la persona y nos da una perspectiva para que vivamos abundantemente, desde la ilusión y la esperanza que no defrauda (“He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Es necesario desarrollar todas las capacidades de amar y de dar vida a otros. Escribía Luís de Góngora: “Oveja perdida ven sobre mis hombros que hoy no solo tu pastor soy sino tu pasto también”.

            Todos, en nuestra misión familiar, profesional, educativa…, podemos aprender del Buen Pastor a caminar primeros con el ejemplo de la propia vida, a vivir aquello que pedimos vivan los demás, a conocernos  por el propio nombre..., a dar la vida. y a entrar juntos por la Puerta  que conduce a la Vida y a la  salvación. Identificados con Cristo, Buen Pastor, empapados de sus sentimientos y actitudes,  dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza,  viviendo los valores del Evangelio… podemos ser pastores de humanidad, de perdón y misericordia en el mundo de hoy.

Iluminada por el mensaje de este domingo  IV de Pascua la Iglesia celebra la XVI Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, bajo el lema: “Promover las vocaciones en la Iglesia local”. Escribe Benedicto XVI: “El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero…En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al “Señor de la mies” tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales”.

Quienes, en la Iglesia, tienen encomendada la tarea de ser pastores de los hermanos solo podrán reclamar este nombre sin rubor si siguen el modelo del Buen Pastor que camina dando ejemplo y ofreciendo  la vida  que nace del encuentro con el Señor. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

6 de mayo de 2011

"QUÉDATE CON NOSOTROS PORQUE ATARDECE..."

III DOMINGO DE PASCUA -A- Hech 2,14.22-28/1 Pe 1,17-21/Lc24,13

 

            Hemos escuchado en el evangelio un relato de ayer y de hoy; una catequesis cristiana permanente: “Nosotros esperábamos… y ya ves”. Todo  murió, parece,  en uno que fue crucificado. Los dos discípulos se habían marchado de la comunidad. Caminaban tristes, con los ojos cerrados, sin esperanza ni ilusión. Y, sin embargo, el encuentro con Jesús Resucitado, que se les acercó en el camino,  cambió la vida de aquellos dos discípulos de Emaús (aldea cercana a Jerusalén). Y ahora, tras ofrecerle hospitalidad (“Quédate con nosotros porque atardece”) y reconocerle, en la fracción del pan, se les abren los ojos, su corazón se llena de esperanza y corren llenos de alegría, de noche,  hacia la comunidad, para dar testimonio de su experiencia. Y se encuentran  con una comunidad llena de la buena noticia que proclama: “Es verdad: ha resucitado el Señor y se ha aparecido”.

            Nosotros, que no hemos conocido “personalmente” a Jesús, podemos experimentar en nuestra vida el encuentro con El:

. En la comunidad:  “Donde dos a tres están reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos”. Los discípulos de Emaús volvieron y encontraron a la comunidad unida y  reunida.

. En la Palabra que se nos proclama y que acogemos con la inteligencia y el corazón: Cristo nos habla hoy, nos explica el sentido de las Escrituras (“¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras?”). Si todas las Biblias del mundo, decía san Agustín, por algún cataclismo, fueran destruidas y quedara una sola copia, y de ésta ya no fuera legible más que una página, y de tal página sólo una línea, si esta línea es la de la primera Carta de Juan donde está escrito: «Dios es amor», toda la Biblia se habría salvado, porque se resume en esto. Muchas personas se acercan a la Palabra sin grandes estudios, con sencillez, con fe en que es el Espíritu Santo quien habla en ella, y ahí encuentran respuestas a sus problemas, luz, aliento, en una palabra: vida;

. En la fracción del pan: “Se les abrieron los ojos y contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan”. El Señor se nos da como alimento de Vida en ese Pan y ese Vino que ofrecemos y que son su misma Persona.

            Comunidad, Palabra y Eucaristía, tres direcciones en el encuentro con Jesús, que se dan cuando los cristianos nos reunimos cada domingo para celebrar la “cena” del Señor. Escribe el papa  Benedicto XVI: “Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente  carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender  la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico” (Verbum Domini, 55).

            También es admirable lo que le pasó a Pedro. Por miedo a ser detenido había negado días antes  a Jesús.  Pero su cobardía se convierte en un valiente testimonio ante todo el pueblo, como hemos leído en los Hechos: “Os hablo de Jesús...vosotros los matasteis pero Dios lo resucitó venciendo las ataduras de la muerte”. Esa es la razón de ser de nuestra fe y de nuestra esperanza, de la alegría y del compromiso de vida de todos los cristianos. Hemos puesto en Dios nuestra fe y nuestra esperanza y no quedaremos defraudados.

            Aceptemos a Jesús en nuestra vida;  no cerremos nuestro corazón a los signos de su presencia en nuestro camino. Jesús vive de verdad en el centro mismo de nuestras preocupaciones y desánimos y nos alienta con sus enseñanzas cargadas de sentido. Si somos hijos de Dios, hermanos en Jesús, eso deberá cambiar nuestra vida y llenarla de esperanza. Que así sea con la Gracia de Dios.