7 de enero de 2010

"...PASÓ HACIENDO EL BIEN"

BAUTISMO DEL SEÑOR-C- Is 42,1-6-7-11/Hch 10, 34-38/Lc 3,15-16.21-22

           

            Con la celebración de la fiesta de hoy finaliza el entrañable ciclo litúrgico de la Navidad y se da un salto de unos treinta años en la vida de Jesús, para situarnos en el comienzo de su vida pública y el inicio del Tiempo Ordinario. Jesús inicia su misión de una forma humilde (en la cola para hacerse bautizar por Juan), pese a la grandiosidad de la escena:

. se abre el cielo (Dios cercano a Jesús y al hombre);

 . desciende una paloma (Algo nuevo va a comenzar -creación-);

 . se oye la voz de Dios ("Este es mi Hijo amado, escuchadle"). Dios despliega la profunda relación de amor y vida que son el Padre-Hijo-Espíritu para mostrarnos a Jesús como Mesías esperado y para hacernos participar, por el bautismo del Espíritu,  de su condición divina.

            Merece la pena pronunciar despacio  dos de las  frases que hemos escuchado en las lecturas de hoy. La primera procede de la profecía de Isaías, referida al Siervo de Yavé: "No gritará, no voceará...La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará". La segunda, del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en la que Pedro con una sencillez impresionante resume en muy pocas palabras la misión de Jesús y su naturaleza: "Jesús de Nazaret, ungido por Dios con el Espíritu Santo, que paso haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él". Son, sin duda, frases hermosas de la Biblia que reflejan bien la actitud de fondo-vital  de Jesús: No apagó las llamas vacilantes, el rescoldo débil,  ni acabó de quebrar lo que estaba roto..., sino que hizo siempre lo posible para recuperar al que parecía perdido, curar a los oprimidos por el mal, iluminar a los rodeados de oscuridad y tinieblas... Su estilo era el de la misericordia, sobre todo con los débiles y pecadores;  refleja y expresa un mensaje de paz, de consuelo, cercanía,  búsqueda sincera del bien integral del hombre..., tan necesario siempre.            

            También nosotros, como Jesús,  hemos recibido -por nuestro bautismo- la misión de pasar por la vida haciendo el bien, con la fuerza y el reconocimiento de Dios. Por el bautismo entramos en la Iglesia, ese pueblo de hermanos, cuya ley fundamental dada por Jesús es que nos amemos los unos a otros como él nos amó, que nos preocupemos unos por otros. Hay muchas ocasiones en la vida  en las que pretendemos tomar el megáfono y a grito limpio  imponer creencias, con el máximo ruido posible para hacernos oír o la tentación de apagar la débil  llama y romper con todo y con todos... pero, si somos coherentes, con nuestra fe, descubrimos enseguida a un Jesús que fiel y claro en sus principios, se muestra afable,  silencioso, sonriente, que no rompe la caña quebrada que aún puede reverdecer, ni su ímpetu apaga la poca lumbre que todavía queda en la vieja hoguera; un Jesús cercano, capaz de curar las heridas del cuerpo y del alma...a los hombres y mujeres que le rodeaban. Así se consigue mucho más en el trato con las personas, aunque ciertamente los resultados no aparecen muchas veces a primera vista...
            Hablar y celebrar el Bautismo de Jesús es recordar y celebrar  el nuestro. El bautismo, como nos dice san Pablo, es sepultar a nuestro hombre viejo para nacer a la vida nueva que nos trae Jesús. Cuando, de niños, nos ungieron  -por la fe de nuestros padres y en la fe de la Iglesia- nos indicaban que estábamos llamados a ser "otro Cristo";  a reproducir en nuestras vidas la misma vida de Cristo;  a ser sacerdotes, profetas y reyes con la fuerza del Espíritu, y a pasar por la vida  haciendo el bien. Tan sencillo y tan difícil como eso. Hacer el bien es  transformarnos internamente, salir de nuestros egoísmos y odios;  "poner amor donde hay odio, perdón donde hay ofensa, armonía donde haya discordia, fe donde haya duda y esperanza donde encontremos desesperación". De este modo llevamos a la práctica, como Jesús,   la misión que recibimos del bautismo, y mantenemos encendida en nuestro corazón y en nuestras manos la vela que entonces nos dieron, que es la luz de la Fe verdadera.

             "La vida cristiana no es otra cosa que un bautismo continuo" (Lutero) que recibimos con la certeza de saber que a nosotros, como a Jesús en el Jordán,  el Padre nos dice también: "Tú eres mi hijo amado...". Somos hijos amados del Padre y hermanos en Jesucristo. Por pura gracia. Y su espíritu nos acompaña, nos ilumina y nos guía en la misión cada uno  tenemos en nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.