DOMINGO XXIX TO -B- Is 53,10-11/Heb 4,14-16/ Mc 10,35-45
En el cristianismo todo tiene la medida de Cristo. Él lo sustenta todo, da plenitud a todo. Todo se mide por él y desde él. Él es la medida de su Reino, de su Ley y de la salvación que ofrece a los hombres. Por eso, cuando Santiago y Juan le piden el privilegio de sentarse a su derecha y a su izquierda en su gloria, Jesús les interroga por su capacidad de unirse a él en la pasión que deberá sufrir y que momentos antes les había anunciado. Jesús beberá el cáliz y se sumergirá en la muerte para borrar el pecado del mundo y ofrecer la salvación a los hombres. La gloria que buscan los hijos de Zebedeo se trastoca, se convierte en una oferta de sufrimiento y muerte en unión con su Maestro. Para entrar en el Reino de Dios es preciso entrar por Jesús, que es la puerta, unidos a su destino; dejar de pensar en categorías de poder, riqueza, gloria..."No sabéis lo que pedís".
En el fondo Jesús examina de amor a Santiago y a Juan, como hará con Pedro en el lago de Tiberíades, tras la Resurrección. Quien ama de veras sólo desea vivir plenamente la vida y la suerte de la persona amada. Jesús les pregunta por esa capacidad de amar que es la única condición para ser grande en su Reino y gozar de su compañía. No hay mayor oferta que ésta, ni mayor reto para quien ama: participar en el mismo destino del Amado. En comparación con esto, el puesto a la derecha y a la izquierda, pierde relieve. Al amor le sobran condiciones. En la Encarnación Jesús puso las bases de un Reino que nada tiene que ver con los de la tierra. Por eso los que quieran ser grandes y primeros en este Reino deben seguir el ejemplo de Cristo, imitarle en todo y amar como Él lo hizo. La vida entregada es la "autoridad" que hace crecer en la realización humana; es una oferta libre que no se impone ni busca privilegios de ningún tipo.
La ley constitucional de la comunidad cristiana es el servicio. Jesús subraya la radical diferencia entre sus seguidores y los de otras instituciones humanas en las que se busca el poder, el prestigio y se trepa para conseguir los primeros puestos. "Vosotros nada de eso": la responsabilidad en el campo cristiano se identifica con la humildad, el servicio, la alegría por el crecimiento y el bien del otro. La clave de la autoridad, eclesiástica como civil, está en el servicio. El signo de Jesús "probado en todo exactamente como nosotros menos en el pecado" es entregar la vida hasta la muerte por amor a todos, un amor que transforma el dolor y el sufrimiento en salvación. Se trata de acompañar, de compartir, de vivir la vida como entrega, donación, servicio; se trata de iluminar antes que deslumbrar.
Precisamente e lema del Domund de este año es muy significativo: "La Palabra, Luz para los pueblos". Nosotros hemos escuchado y hemos creído en la Palabra; ahora nos corresponde ser pregoneros y misioneros de esta Palabra pronunciada y encarnada. La Palabra de Dios es un bien para todos los hombres que la Iglesia no debe conservar sólo para sí, sino compartir con alegría y generosidad con todos los pueblos y culturas, para que también ellos puedan encontrarse en Jesucristo la vía, la verdad, la vida, la Luz… este anuncio debe ser claro, hecho en todas partes y siempre acompañado por el testimonio coherente de la vida. Todo cristiano está llamado a ser misionero y testigo. Es un mandato explícito del Señor que, más que un deber, debe ser un privilegio: cooperar con el Señor a la salvación de cada uno y de la humanidad entera: en la familia, la escuela, la catequesis… somos misioneros, testigos de la fe, de la esperanza que no defrauda, del amor que se transforma en obras de servicio. Y hemos de serlo con el ejercicio de la misericordia, la compasión y la entrega humilde "por la vida del mundo". No es el poder el que salva sino el amor. Que así sea con la Gracia de Dios.
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