11 de julio de 2025

"Haz tú lo mismo..."

Deut 30, 10-14 -Col. 1, 15-20 - Lc 10, 25-37  -II-

Un hereje, apartado del mundo judío, se compadece del herido que no es identificado (puede ser cualquier persona); no permanece inmóvil; no pasa de largo; "se le conmueven las entrañas"; se acerca y hace todo lo que puede: vendó las heridas, echó aceite, lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada, extrajo dos monedas… Así, el doctor de la ley no tiene dificultad en decir que el prójimo era "el que mostró compasión", encuentra la respuesta a su segunda pregunta: prójimo es toda persona que se acerca generoso, sin tomar en cuenta las barreras religiosas, culturales o sociales.

La parábola del buen samaritano es una historia que representa nítidamente la experiencia ética, la vivencia de compasión, el sentido de responsabilidad frente al otro que sufre y, en este sentido, es universal. Abre una nueva perspectiva para las relaciones humanas. La ética es el fundamento de la civilización. Si fallan sus principios elementales, como la dignidad, la equidad, el respeto a la libertad, a la integridad física y moral del otro… principios evangélicos recogidos prácticamente en todas las Declaraciones sobre Derechos Humanos, adviene el naufragio colectivo. La ética es fundamental y nos damos cuenta de que educar, en la familia o en la escuela, implica la transmisión de estos valores éticos, estéticos, espirituales, de hábitos y virtudes que se aprenden más por imitación que por mera transmisión de conocimientos.

 

No es una parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que el buen samaritano es un seudónimo de Jesús.  Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, en cualquier situación o circunstancias humanas. Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Quien descubre al otro como prójimo se detiene, se deja afectar por él, se involucra, lo cuida. Actos sencillos con quienes tenemos alrededor… el amor siempre es concreto.  Santiago recordará: "La fe sin obras es una fe muerta".

 

Hoy cada uno de nosotros está llamado a "ser", como Jesús,  buen samaritano:  

 

. "Haz tú lo mismo" en tu casa: con tus seres queridos, especialmente los que más te necesitan; con tus amigos, compañeros, personas que encuentras en tu vida, con quienes te cruzas en la calle… una atención, escucha, información amable, acogida, ofreciendo misericordia, humanizando las relaciones…

. "Haz tú lo mismo y tendrás vida":  amor y vida; quien no ama permanece en la muerte. Amar es dar vida; sólo el que ama vive plenamente; no hay cristiano sin amor al prójimo. Esta es la lección de fraternidad, la aventura radical de un amor incondicional, y sin fronteras, que hoy Jesús nos enseña en la parábola del Samaritano; si quieres cumplir la ley antera, ama. Que así sea con la Gracia de Dios. 

13 de junio de 2025

"... os guiará hacia la verdad plena"

SANTÍSIMA TRINIDAD   Prov 8, 22-31-Rom 5, 1-5- Jn 16, 12-15

La fiesta de la Santísima Trinidad nos recuerda que Dios es Amor, su fuerza y su poder consiste sólo en amar. Dios se acerca a nosotros para que podamos ser nosotros mismos. Su gloria de Dios consiste en que las personas estemos llenas de vida, de esperanza, de paz y amor. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. Que sea plenamente hombre y cristiano; que no olvide que es imagen de Dios, que ha sido creado por amor y para amar; que es administrador, no dueño, de una vida que ha recibido como don; que todos somos hijos de Dios.

La Trinidad se nos revela para que cultivemos la imagen con la que estamos formados y sellados ya desde el bautismo. Creer en la Trinidad es, por lo tanto, vivirla. Abrirse a la relación, ir al encuentro del otro, buscar la comprensión, forjar la comunión. Lo dice bellamente, de nuevo, san Agustín: "Entiendes la Trinidad si vives la caridad". El amor trinitario nos habla con fuerza de la donación (generosidad plena más allá de toda posesión o consideración del otro como objeto), la comunicación (apertura, diálogo, sabiduría compartida) y la comunión (unidad sin perder la identidad), tres dimensiones que constituyen la comunidad y familia.  No solo se ponen en común lo que se dice o lo que se piensa sino lo que se ES. Este es el gran deseo que Jesús manifestó para nosotros en la Última Cena: "que sean uno...en nosotros".

Nuestra vida cristiana debe ser también comunitaria: no podemos vivir aislados de los demás. Estamos invitados a imagen de la Trinidad a construir juntos una comunidad fraterna, abierta donde podamos vivir de manera auténtica la comunión en el Amor.  Todo lo que sabemos de Dios lo sabemos a través de las obras que ha hecho por y en nosotros; y podemos resumir la obra de Dios diciendo que ha sido una obra de entrega a la humanidad: el Padre nos ha regalado a su propio Hijo, y el Padre y el Hijo nos han comunicado su mismo Amor, el gran don del Espíritu Santo.

Pongamos en todas partes el sello de la Trinidad. Sabiendo que por nuestra fe en Jesús "estamos en paz con Dios" y vivimos, aun en medio de la tribulación, "en la esperanza de la gloria que no defrauda". El Espíritu Santo, excelente comunicador, nos ayuda en este camino hacia "la verdad y el amor pleno", desde el interior de nuestro corazón.

Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. "Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Sean también ellos uno en Nosotros" (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como Él desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad. Que así sea con la Gracia de Dios.