27 de septiembre de 2025

"Si no escuchan a Moisés y a los profetas..."

XXVI TO-C- Am 6, 1ª.4-7 / 1 Tm 6, 11-16 / Lc 16, 19-31 

. "¡Ay de los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!" (Am 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás. Son duras estas palabras del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. El profeta denuncia y pone ante los ojos de sus contemporáneos y de los nuestros el riesgo de apoltronarse, de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante para él. El pobre a su puerta no era asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros, perdemos nuestra propia identidad como personas. El rico del Evangelio no tiene nombre, es simplemente "un rico". Las cosas, lo que posee, son su rostro, no tiene otro.

 

.  Podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. "¡Ay de los que se fían de Sión!", decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.

. La parábola recuerda que el problema no es tanto la abundancia material sino la indiferencia que genera cuando se convierte en "absoluta". Por esta razón, tenerlo todo puede convertirse en la mayor pobreza. La abundancia, sin un corazón agradecido empacha el alma, lleva a olvidar lo esencial, las cosas realmente importantes, ciega la mirada incapaz de descubrir la presencia del hermano necesitado, sentado en el umbral de tu casa, y, sobre todo, olvida que la prioridad es Dios ante quien responderemos de nuestros actos.

. Estamos llamados a custodiar y alimentar la memoria, la presencia de Dios en nosotros y en nuestros hermanos. La fe alimenta precisamente esta memoria, la del encuentro con Dios, que es quien siempre toma la iniciativa, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcarnos también camino: "tender a la justicia, a la piedad, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre manteniendo el buen combate de la fe".  Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Que así sea con la Gracia de Dios.