22 de junio de 2018

"Su nombre es Juan"

NATIVIDAD DE SAN JUAN-Is 49,1-6/Hch 13,22-26/Lc1,57-66.80

 

.  “Adonde yo te envíe, irás, y lo que yo te mande lo dirás. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte”. Hemos escuchado hoy estas palabras, incluidas en el oráculo que Dios dirige al profeta Jeremías (Jer 1,4-10). Ir adonde envía Dios y decir lo que Dios quiere que se diga. Ese era el secreto de la vocación de los antiguos profetas. Pero esa es la tarea que resume la misión de las personas que hoy elige Dios para que anuncien su presencia y su mensaje. La llamada comporta salir de casa para ponerse en camino y escuchar una palabra que ha de ser anunciada sin miedo. Sin temor y con la confianza de quien sabe que Dios ha prometido ser su libertador en el momento de la dificultad; esa confianza es necesaria para atreverse a anunciar con valentía la salvación que Dios ofrece a la humanidad (1Pe 1,8-12).

 

El evangelio nos presenta la oración de la tarde en el templo de Jerusalén (Lc 1,5-17, la ofrenda del incienso por un sacerdote anciano, la espera y pérdida de habla; la comunicación por signos y en una tablilla del anuncio que va a tener un hijo. Las tradiciones de Israel conservaban el recuerdo de otros nacimientos sorprendentes. La fe decía que Dios había decidido intervenir en la historia de su pueblo, enviando hombres extraordinarios que fueran portavoces de su palabra y agentes de su liberación. Con el tiempo se conocería lo esencial del mensaje que el ángel había transmitido al sacerdote Zacarías tras anunciarle que tendría un hijo: “Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto”.

 

En el mensaje del ángel se revela la misión del futuro hijo de Zacarías e Isabel, resumiéndola en tres verbos:  Caminar: “Irá delante del Señor”. El elegido por Dios desde antes de su nacimiento será enviado a caminar ante el Señor, con el espíritu de los profetas; “Convertir los corazones”:  Habrá de transmitir con fidelidad un mensaje para exhortar a las gentes a una conversión del corazón que rehaga los lazos familiares; “Preparar un pueblo para el Señor”. El encargado de exhortar a las gentes no ha de vivir en la nostalgia, sino en la esperanza. No restaurar las ruinas antiguas, sino a preparar para Dios un nuevo pueblo.

. Todas las personas, pensaban, somos enviadas al mundo por Dios con una misión. No nacemos para nada, nacemos para cumplir la misión que Dios nos ha encomendado. Podemos decir que nuestra misión es nuestra vocación: Dios nos ha llamado a la vida para cumplir una misión determinada; todos estamos llamados a la vida para algo único. La misión de Juan, su vocación, fue la de ser precursor de Jesús, del Mesías, y la cumplió con fidelidad y entrega, fue fiel, desde el nacimiento a la muerte decapitado, a la vocación que Dios le había dado. Pagó un alto precio por su compromiso con la verdad. Su ejemplo hoy debe incitarnos a nosotros a ser fieles a nuestra vocación humana y cristiana. 

. No es necesario pensar que nuestra misión tenga que ser algo grandioso o socialmente importante, es suficiente con que sea importante para nosotros y buena para los demás. Todos estamos llamados a colaborar en la construcción de una sociedad más justa y más buena; esa ya es una misión digna e importantísima, esforcémonos en ser fieles a ella. Tratando de imitar a san Juan Bautista, todos los cristianos nacemos con la misión de facilitar a los demás el acceso a Cristo. Ser pregoneros, mensajeros, catequistas de la vida y evangelio de Jesús. Esta será una buena manera de celebrar con dignidad la fiesta de la natividad de San Juan Bautista.

Francisco a los jóvenes: “Recuerden bien: ¡No tengan miedo de ir contra la corriente! ¡Sean valientes! Y así, como no queremos comer una comida en mal estado, no carguemos con nosotros estos valores que están deteriorados y que arruinan la vida, y que quitan la esperanza. ¡Vamos adelante! Que así sea con la Gracia de Dios.

 

17 de junio de 2018

"Corramos con el amor y la caridad"

Domingo XI TO –B- Ez 17, 22-24; 2 Cor 5, 6-10; Mc 4, 26-34

 

Así lo expresa esta parábola:

“Anoche tuve un sueño raro. En la plaza mayor de la ciudad habían abierto una nueva tienda. El rótulo decía: “Regalos de Dios”. Entré. Un ángel atendía a los compradores.

-¿Qué es lo que vendes?, pregunté.

- Vendo cualquier don de Dios.

-¿Cobras muy caro?

-No, los dones de Dios son siempre gratis.

Miré las estanterías. Estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, macutos llenos de esperanza… Yo necesitaba un poco de todo.

Le pedí al ángel que me diera una ración de amor, dos de perdón, tres de esperanza, unos gramos de fe y el gran paquete de la salvación.

Cuando el ángel me entregó mi pedido quedé totalmente sorprendido. ¿Cómo puede estar todo lo que he pedido en un paquete tan diminuto?, le pregunté al ángel.

-Mira, amigo, Dios nunca da los frutos maduros. Dios sólo da pequeñas semillas que cada uno tiene que cultivar y hacer crecer”.

 

. A Jesús le preocupaba que sus seguidores termináramos un día desalentados al ver que los esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtienen el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar. Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.

 

. Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les ha de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más. Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador, que sale siempre a recoger frutos, y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.

 

. Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el proyecto de Dios en el ser humano. La fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como «un grano de mostaza», que germina secretamente en el corazón de las personas. Por eso el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.

 

. En la Iglesia buscamos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente. Nadie tiene la receta.  Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús. Sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. (¡Sortim-Salgamos!). Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada engendrada por Jesús.

 

. No despreciamos lo pequeño y lo invisible.  Lo nuestro es crecer y ayudar a crecer en Cristo a los hermanos; es confiar en que todo depende de Dios y trabajar por el Reino como si todo dependiera de nosotros.

. “Estamos en camino: corramos con el amor y la caridad”. La vida aquí en la tierra es un camino que nos conduce al encuentro con Dios. Conviene no distraernos ni equivocarnos de camino. Que así sea con la Gracia de Dios.