31 de diciembre de 2015

"Así que ya no eres esclavo, sino hijo..."

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS - C-  Nm 6,22-27 / Gal 4, 4-7 / Lc 2, 16-21

 

Al finalizar un año y comenzar otro, abrimos la reflexión como lo hace la primera lectura: con una felicitación en forma de bendición. Que el Señor nos colme de sus bendiciones y sintamos su protección ante las adversidades, sobre todo ante las angustias que acompañan la existencia del ser humano. Que tengamos la dicha de llegar al conocimiento de Dios como Padre y del hombre como hermano y que él nos conceda la paz. Esperamos, deseamos, necesitamos que éste sea el tiempo de la reconciliación, que éste sea el año de la misericordia, de la reconciliación  y de la paz, quebrantada en tantos lugares, familias... Vivimos tiempos complicados y la comunidad cristiana no puede permanecer impasible, ajena a la realidad.

 

En el Mensaje del Santo Padre para la 49ª Jornada Mundial de la Paz 2016: “Vence a la indiferencia; conquista la paz”, se nos recuerda que la paz es una conquista, no es un bien que se obtiene sin esfuerzo, sin conversión, sin  pensar con responsabilidad a las gravísimos problemas que afligen a la humanidad como el fundamentalismo con sus masacres, las persecuciones a causa de la fe o de la etnia, la violación de la libertad o de los derechos de los pueblos, el abuso de las personas, la corrupción, el drama de los refugiados… La paz es posible allí donde el derecho de cada ser humano es reconocido y respetado, según la libertad y la justicia.

 

“Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona”, afirma el Papa Francisco al comienzo de su mensaje, en el que subraya  que es necesaria una conversión del corazón para pasar de la indiferencia a la misericordia: “Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia”.  La paz es “fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y compasión”. La indiferencia frente a las plagas de nuestro tiempo  es una de las causas principales de la falta de paz en el mundo. A menudo la indiferencia está relacionad a diversas formas de individualismo que llevan al aislamiento, la ignorancia, el egoísmo o la falta total de compromiso. El mensaje de 2016  dirigido a todos los hombres de buena voluntad, en particular a quienes trabajan en la educación, la cultura y los medios para que actúen según la aspiración  de construir juntos un mundo más libre, justo, misericordioso.

 

“No perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos… La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, por  lo que es necesario “custodiar las razones de la esperanza” y realizar, particularmente en este año jubilar de la Misericordia,  obras de misericordia  corporales y espirituales, en la familia  y en todos los ámbitos de la vida diaria.

 

En la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, contemplamos nuevamente la actitud de María que escucha, guarda y medita en silencio la Palabra. Y, al hacerlo, nos enseña que nosotros podemos también transformarnos en madres-padres y hermanos de Cristo  escuchando la Palabra y poniéndola en práctica. San Francisco de Asís decía: “Nosotros  concebimos a Cristo cuando le amamos con sinceridad de corazón y con rectitud de conciencia, y le damos a luz cuando realizamos obras santas que lo manifiestan al mundo”. Jesús, nacido de mujer y también en nuestro corazón,  sigue teniendo la misión, recordada por Pablo, de  “rescatar a los que estaban bajo la Ley”, para llevarnos a vivir la gozosa experiencia de la filiación y la fraternidad: “no eres esclavo sino hijo”. Que así sea con la Gracia de Dios. Feliz año 2016, año de la Misericordia.

 

26 de diciembre de 2015

"Él bajó con ellos a Nazaret..."

LA SAGRADA FAMILIA -C- Sam 1,20-22.24-28/1Jn 3,1-2.21-24/Lc 2,41-52

 

Celebramos hoy el día de la familia cristiana. Y miramos a Nazaret, no para hablar  de un modo abstracto del valor de la familia o para imaginar la vida de la familia de una forma idealizada. Recuerdo que, al iniciar el Sínodo de la Familia,  el Papa nos invitó a entrar  “también nosotros  en el misterio de la Familia de Nazaret, en su vida escondida, cotidiana y ordinaria, como es la vida de la mayor parte de nuestras familias, con sus penas y sus sencillas alegrías; vida entretejida de paciencia serena en las contrariedades, de respeto por la situación de cada uno, de esa humildad que libera y florece en el servicio; vida de fraternidad que brota del sentirse parte de un único cuerpo”. Y dijo con claridad:  “Volvamos a Nazaret para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar”. 

 

Que Jesús viviera treinta   años de vida familiar  en Nazaret y  tres años de vida pública significa la  gran importancia de la familia a los ojos de Dios; que enseñara lo vivido y experimentado en el hogar nos recuerda la fuerza de los orígenes: un tiempo de intimidad familiar  en el que  bajo la mirada de María y de José  crecía acompañado  de tantos gestos pequeños y cotidianos, a veces sorprendentes,  que nacen en la vida del hogar.  Jesus nació y creció en una familia verdadera y concreta cuyas  experiencias  nos enseñan que la historia de cada familia ha de ser comprendida en su singularidad, en los acontecimientos concretos llenos de alegría, don, sacrificio y nos enseña que no debería nunca ser juzgada dentro de los barrotes de una norma, ley, presupuesto jurídico o legal. De hecho, de la santidad de la familia hablan no tanto su conformidad a la ley sino la vida concreta, las alegrías y las lágrimas, el camino. Y en este sentido la Sagrada Familia nos da una enseñanza: más que hablar de familia en sentido general con el riego de caer en la ideología o ser abstractos es mejor entrar en las casas particulares y tratar de entender que pan viene compartido cada día, cuál es su precio y su sabor.

 

En el marco del año de la misericordia el Papa recuerda también que “La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa” (Catequesis de 18.11.2015)

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!, nos ha recordado Juan en su Carta. La familia es el ámbito fundamental de relación del ser humano, de fraternidad, por eso mismo puede y debe ser un lugar privilegiado para vivir el amor. Aunque hay ocasiones en las que las relaciones humanas no se rigen precisamente por el amor.  La familia de Nazaret nos enseña la necesidad de reconocer los preciosos fragmentos de santidad que componen la vida de cada familia, ninguna excluida, más allá de las apariencias. Cada  familia "es siempre una luz, aunque débil, en la oscuridad del mundo". Que así sea con la Gracia de Dios.

 

23 de diciembre de 2015

"Habitaban tierra de sombra y una Luz les brilló...". Misa del Gallo

2015. Misa del Gallo-Nochebuena – Is 9, 1-3.5-7 / Tito 2, 11-14/Lc 2, 1-14

 

“Habitaban tierras de sombra y una Luz les brilló”, dice el profeta. El futuro se abre; la ciudad destruida se imagina reconstruida; el centinela confía en la justicia y el derecho. Navidad repite esta atmósfera  de esperanza y describe el consuelo de quien,  abatido por la desesperación y habituado a las noticias preocupantes y dolorosas,  siente que alguien le anuncia que el Señor está presente en medio de la ciudad, de la vida devastada.  No hay que temer  esta atmósfera de paz insistiendo en mostrar el mal sino  acoger la belleza del anuncio nuevo que hace nacer en el corazón la nostalgia de la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestro mundo.

 

Les comparto dos testimonios:

1. Esta Navidad va a ser muy distinta para las viudas e hijos de los coptos asesinados por los terroristas del Daesh en Libia a principios de este año. Todavía nos estremecemos al recordar las imágenes de los 21 cristianos vestidos de naranja junto al mar. Esa peregrinación hacia el martirio ha quedado grabada en la memoria de los egipcios y de todos los cristianos.

 

En una entrevista preguntan a una joven llamada  Ingry, ¿quién era tu padre?

Mi padre se llamaba Tawadros Youssef Tawadros. Era un gran trabajador y un buen padre.

¿Cómo vivió tu familia y vuestra comunidad el secuestro de tu padre y sus compañeros cristianos?

Rezamos durante 40 o 50 días para que no renegaran de su fe. Hasta el final invocaron el nombre de Jesús.

¿Qué has aprendido del testimonio de tu padre?

Quiero que sepan que estoy orgullosa de mi padre. No solo por mí o por mi familia, sino porque ha honrado a toda la Iglesia. Estamos muy orgullosos porque no renegó de su fe y eso es algo maravilloso. Además, nosotros rezamos por los asesinos que mataron a mi padre y a sus compañeros, para que se conviertan.

 

Ingry no quiere hablar más, pero no es necesario. Ya está todo dicho. No hay nada más verdadero que pueda salir de los labios de una muchacha huérfana. No puede existir juicio más claro, luz más radiante,  ni esperanza más grande…frente al odio, el fundamentalismo, la blasfemia… en la tierra de Jesús.

 

2. Antoine, periodista de France Bleu, escribió una carta dirigida a los miembros del ISIS, tras el atentado de París que dejó 129 muertos, entre ellos su esposa Helene, que tenía 35 años de edad.

“La noche del viernes ustedes robaron la vida de un ser excepcional, el amor de mi vida, la madre de mi hijo, pero ustedes no tendrán mi odio. No sé quiénes son y tampoco quiero saberlo, ustedes son almas muertas. Si ese Dios por quien ustedes matan tan ciegamente nos ha hecho a su imagen, cada bala en el cuerpo de mi mujer habrá sido una herida en su corazón”.

Y continúa: “Así que yo no les daré el regalo de odiarlos. Ustedes lo están buscando, pero responder al odio con la cólera sería ceder a la misma ignorancia que hace de ustedes lo que ustedes son. Ustedes quieren que yo tenga miedo, que mire a mis conciudadanos con ojos desconfiados, que sacrifique mi libertad por la seguridad. Perdieron. Sigo siendo el mismo de antes.

Yo la he visto esta mañana, finalmente, después de noches y días de espera. Ella estaba tan hermosa como cuando partió el viernes por la noche, tan bella como cuando me enamoré perdidamente de ella hace más de 12 años. Por supuesto que estoy devastado por el dolor, les concedo esa pequeña victoria, pero esta será de corta duración. Sé que ella nos acompañará cada día y que nos volveremos a encontrar en ese paraíso de almas libres al que ustedes jamás tendrán acceso”.

Pese al dolor que significa perder a Helene, su mujer,  su vida no cambiará. Hará todo lo posible para que su hijo sea feliz y tampoco odie a los terroristas. Terminó su texto porque  el pequeño despertó y requería atención.

“Nosotros somos dos, mi hijo y yo, pero somos más fuertes que todos los ejércitos del mundo. Y ya no tengo más tiempo para darles, tengo que volver con Melvil que ya ha despertado de su siesta. Tiene apenas 17 meses de edad. Va a comer su merienda como todos los días, después vamos a jugar como siempre y, toda su vida, este pequeño niño les hará frente siendo feliz y libre. Porque no, ustedes no obtendrán su odio”.  

 

“Habitaban tierras de sombra y una Luz les brilló”, dice el profeta.  “Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, dice el evangelio. Todo aquello que hay de comprender a Dios, todos los sentimientos que Dios quiere que nosotros experimentemos de él los podemos aprender ante el pesebre. Ante un niño cada uno mide su humanidad porque siente la necesidad de hacerse cargo, de cuidarlo, protegerlo, asegurarlo. Ante un niño uno se interroga a sí mismo, las cosas que considera irrenunciables, cada uno se hace un poco mejor y esta es la Palabra y la invitación que Dios nos hace.

 

Contemplamos a Dios poniéndonos ante el Niño Jesus que se presenta como la última palabra del Padre, la Luz de Dios, su Hijo amado... que ha venido para “habitar en medio de nosotros”. Pero al final un niño junto a sus padres, que no se impone nunca por la fuerza, que no ha cambiado la historia cumpliendo un milagro grandioso, que ha venido con total sencillez, humildad.  Que la mirada al nacimiento, donde la ternura de Dios nos habla,  transforme nuestro modo de mirar al mundo, lo haga más misericordioso. “Gloria a Dios en el cielo y  en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Feliz Navidad.

 

12 de diciembre de 2015

III Domingo de Adviento - C - ". y la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos".

III DOMINGO  DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

 

La palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos cómo concretar nuestra respuesta. El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna. Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”; no extorsionar ni cobrar impuestos  abusivos. Así de simple y claro. Para Juan, la esperanza del futuro está unida al compromiso ético y esto es de una actualidad permanente que pasa por la paz, la conversión, la honestidad en los comportamientos… no por la aplicación de la fuerza o una rebelión armada. Actualidad permanente.

 

La llamada es profundamente sencilla y humana. Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, la invitación de Juan es a  recuperar la fuerza para transformar la sociedad, llenándola de los valores genuinos del evangelio como la fe, la primacía de Dios, la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia, comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.  Los cristianos no nos definimos por vivir apartados o alejados del mundo sino por nuestro modo, nuestra forma  de vivir en el mundo. Para Jesús, el reino de Dios está aquí, pero solo en la medida en que lo aceptemos, entremos en él, lo vivamos y, de ese modo, lo establezcamos los seres humanos. Dios espera nuestra colaboración y nos da su Gracia: “El Señor, tu Dios, en medio de ti es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (Sofonías).

 

Como cada año al llegar el tercer domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a considerar la alegría como una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana. No la risa tonta o el bienestar material que ofrece el mundo como expresión de una vida de triunfo o comodidad. La alegría cristiana nace de las entrañas del corazón creyente que todo lo espera de la llegada de Cristo, pues sólo en Él ha puesto su confianza y su seguridad. Nosotros no estamos alegres porque la vida nos vaya mejor o porque estemos libres de las enfermedades, el dolor o el fracaso personal. Nuestra alegría es la hermana gemela de la paz interior, cuando sabemos que aunque rujan las tormentas alrededor nuestro o incluso en nuestro mundo emocional, el fondo de mi ser está en paz porque Cristo está conmigo, compartiendo toda mi historia y haciendo suyo todo lo mío. Si vivo así, unido a Cristo, nada me puede separar de un Dios que me ama y que me dice continuamente que mi triunfo está en la confianza. Que el desenlace de una vida y su verdadero valor sólo queda resuelto en la eternidad, pues los juicios de los hombres o las curvas de historia no nos definen eternamente.

 

El hombre no vale por lo que tiene, o por lo que disfruta, el hombre vale por lo que es capaz de amar y sobre todo por el amor que es capaz de recibir. Termino con las palabras de San Pablo a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito estad alegres… y la paz de Dios custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos”.

Que así sea con la Gracia de Dios.