30 de abril de 2009

"YO SOY..."

IV DOMINGO PASCUA - Hch 4,8-12/1 Jn 3,1-2/Jn 10,1-18

 

Cuando Jesús, en el evangelio, empieza su intervención con las palabras YO SOY nos revela lo mejor sobre la verdad de su SER y los sentimientos de su corazón. "Yo soy": la luz del mundo; el pan de vida; camino, verdad, vida;  el Buen Pastor... En realidad sólo Jesús es el Buen Pastor:

. conoce a cada uno por su propio nombre (Juan, Pedro, Andrés, María, Marta...).

. no vive de  las ovejas sino para ellas. Le interesan las personas no las ventajas que puedan reportarle...

. no abandona en la soledad, el frío, el dolor... a sus ovejas. Las busca, las carga sobre sus hombros, las cuida y las integra en la comunidad y muestra la inmensa y profunda alegría de esta acción, comparándola con la  del pecador que se arrepiente y convierte de su pecado...

. no olvida a las "otras ovejas", las alejadas, ignoradas,  rechazadas, decepcionadas...

. ama a cada una y lo hace hasta entregar su vida  libremente, para darnos de este modo vida para siempre. El valor que un hombre y una mujer  tienen para Cristo se mide en estas palabras: "Yo doy mi vida...". Toda la vida de Jesús fue una entrega amorosa, de esta manera nos da una lección de cómo ejercer la autoridad desde el  servicio, la cercanía y nos previene de la tentación de medrar, abusar, buscar el poder, manipular...     

 

Podemos hoy con confianza acercarnos a esta figura del Buen Pastor, único que puede salvarnos,  que camina delante nuestro acompañándonos en los momentos difíciles de nuestra vida, llevándonos en sus brazos... y podemos también hoy renovar nuestro deseo de ser buenos pastores –todos lo somos- y también buenas ovejas que conocen y confían también en su pastor –todos lo somos también-. "¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". Esta es nuestra gran dignidad: no las mayores o menores cualidades que nos adornan, no los éxitos profesionales, no la aceptación social, sino la filiación divina.

 

 Monseñor Carlos Amigo escribe: "Uno de los valores más estimados en el cual se sustenta la relación entre las personas, es la confianza. Es decir, estar seguros de contar con el apoyo de aquel del que uno se fía. Es la seguridad de la comprensión, de la ayuda, del perdón. Ante la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, se nos propone como reflexión un texto de San Pablo a su discípulo Timoteo. Es el momento en el que se le pide a San Pablo que dé explicación de la situación, un tanto lamentable, en la que se encontraba. Unos y otros le recordaban el olvido de tantas personas a las que él había ayudado. San Pablo no se cansaba de repetir: "sé muy de quién me he fiado, en quien tengo puesta mi fe" (2 Tim. 1, 12).

Este texto es sumamente consolador. El tener la seguridad de que Dios está a nuestro lado, que su Hijo Jesucristo camina al ritmo de nuestro paso. Que sus manos nos sostienen. Que su enseñanza nos ilumina. Que los signos que realizó continúan entre nosotros llenándonos de la gracia de los sacramentos. Todo ello es motivo para decir una y otra vez: nos hemos fiado de Jesucristo. Esta es nuestra fuerza. Esta es nuestra seguridad en la fe. Pero tenemos que pensar que esas palabras, "sé de quien me ha fiado", también están en la voluntad salvadora de Jesucristo. Él se ha fiado de nosotros para que demos testimonio de su resurrección, para que seamos signos creíbles de la

vida del Señor a nuestro lado". Este es el gran anuncio, el Kerigma anunciado por Pedro. Necesitamos buenos pastores; podemos serlo siguiendo los pasos del único Buen Pastor. Que así sea con la Gracia de Dios.

23 de abril de 2009

¿TENÉIS AHÍ ALGO QUE COMER?

III DOMINGO DE PASCUA – Hch 3, 13-15.17-19/1 Jn 2, 1-5/ Lc 24,35-48

             

¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?.  Hemos de confesarlo: a veces surgen dudas en nuestro interior. Dudas sobre el mundo y su bondad; dudas sobre el hombre y su fragilidad para el bien; dudas sobre uno mismo: sobre el sentido de la propia vida, de la propia tarea, de la propia vocación. No solo,  a veces, nos surgen dudas sobre Dios, el significado de su Palabra y su plan para con nosotros. Pues bien, hoy, Cristo resucitado, nos repite como a aquellos apóstoles atemorizados: "¡La paz sea con vosotros! ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? ¡¡Soy yo!!".  Es necesario vivir  la  experiencia de Cristo resucitado para caminar sin sospechas por esta vida. Es verdad que  nuestra existencia está transida de dudas, dolores íntimos e insospechables, sin embargo, también lo es que la vida  merece vivirse. El testimonio de tantos santos, hombres y mujeres, de vida oculta, pero llenos caridad y alegría y serenidad interior nos lo muestra. Santa Teresa de Jesús acerca de las sequedades y obscuridades del alma escribía: "no le conviene al alma refugiarse en sí misma, ni abandonar sus obras de caridad; por el contrario que continúe donándose y entregándose que Dios sabrá sacar provecho de ello para ella y para sus almas". Así pues, ante las dudas en nuestro interior, que sea la paz y la caridad de Cristo lo que prevalezca en el corazón y anime nuestros pasos a  seguir hacia delante, guardando su Palabra.

            La experiencia nos enseña que al vida sin esperanza es un camino hacia ninguna parte; puede convertirse, incluso en una pesadilla. Frente a ello creer es razonable, aunque no se llegue a la fe por deducciones lógicas, sino por la entrega, la confianza, el encuentro personal y la aceptación de Dios a través de su Palabra. La resurrección, los relatos evangélicos nos lo muestran, no es una invención de gente crédula dispuesta a creer fácilmente; es una realidad que se impone en medio de las dudas, los sobresaltos, los temores.  Jesús mismo clarifica  su imagen e identidad desde el realismo de la historia: "Mirad mis pies y mis manos; soy yo en persona":  las manos que tocaron y levantaron, que bendijeron y partieron el pan... y los pies que anduvieron los caminos de Galilea con las marcas de los clavos, se convierten en signo de identidad del Mesías y de su vida entregada. Pero, además,  como la fuerza de este realismo no era suficiente, Jesús mismo "les abrió el entendimiento para comprender el sentido de las Escrituras".

La fe es una actitud profundamente libre y liberadora. El que cree en Dios sabe de quien se fía. Creer es vivir un nacimiento constante a la vida nueva de Dios, y atreverse, como los apóstoles y primeros creyentes, a dar razón de nuestra esperanza a pesar de la duda, el desamor o la muerte. Creer es comprometerse a fondo con Dios, con nuestra conciencia y actitudes personales, con los demás, con el mundo, con la vida.  Creer es, lo recuerda la segunda lectura,  guardar los mandamientos de Dios. Por tanto incluye una forma de vivir conforme a la voluntad divina. La guarda de los mandamientos es "vivir en la verdad", de una forma auténticamente humana y cristiana (nunca por miedo...). Los mandatos de Dios no son algo extrínseco al hombre,  son más bien  una revelación del verdadero ser humano, de la verdad más profunda que estamos llamados a vivir.  Son un don de Dios que se ha manifestado en Cristo, por  eso  conocer a Cristo significa vivir en la verdad,  caminar en  la luz.

"En su nombre se predicará la conversión y el perdón. Vosotros sois testigos de esto". Predicar el perdón, la misericordia y la conversión de los pecados es tarea del sacerdote y de todos. Todo somos testigos del amor de Dios y  debemos anunciar en nuestro mundo que la "misericordia es el gran límite al mal", que debemos continuamente reconciliarnos con Dios y con nosotros mismos  y que  la paz interior el mejor don de Cristo Resucitado. Que así sea con la Gracia de Dios.

16 de abril de 2009

"A LOS OCHO DÍAS LLEGÓ JESÚS..."

II DOMINGO PASCUA -B-  Hch 4,32-35/ 1Jn 5, 1-6/ Jn 20,19-31

           

Afirma el papa Benedicto XVI: "En un tiempo de carestía global de alimentos, de desbarajuste financiero, de pobrezas antiguas y nuevas, de cambios climáticos preocupantes, de violencias y miserias que obligan a muchos  a abandonar su tierra buscando una supervivencia menos incierta, de terrorismo siempre amenazante, de miedos crecientes ante  un porvenir problemático... es urgente descubrir nuevamente perspectivas capaces de  devolver la esperanza. Que nadie se arredre en esta batalla pacífica  comenzada con la Pascua de Cristo, el cual, busca hombres y mujeres que lo ayuden a afianzar su victoria con sus misma armas, las de la justicia y la verdad, la misericordia, el perdón, el amor".

La Resurrección, acontecimiento único e irrepetible, no es un mito, ni un sueño; es una realidad capaz de iluminar  las zonas oscuras del mundo en que vivimos, de trascender  el desconsuelo de los sentimientos que se agotan en el vacío y la nada, de iluminar y fortalecer la vida de los hombres y mujeres. Hoy, ocho días después de la Pascua, encontramos en las lecturas  esta idea básica: la comunidad cristiana, debe ser signo luminoso, en medio del mundo,  de Cristo Resucitado.

    "En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común": Este es el estilo de aquella primera Iglesia de Jerusalén, tal como nos la ha descrito Lucas. Un grupo de cristianos que lo tienen todo en común, que se muestran solidarios sobre todo con los más pobres. Tanto internamente como cara a la sociedad en la que vivimos,  éste es el lenguaje que más entendemos: los hechos-la vida-el compartir… es  siempre el mejor testimonio. Escribía San Justino: "...los que nos odiábamos y matábamos los unos a los otros y no compartíamos el hogar con quienes no eran de nuestra propia raza, ahora, después de la aparición de Cristo, vivimos todos juntos y rogamos por nuestros enemigos". El hombre está más ceca de Dios  cuanto más se une a sus hermanos.

            "Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios, que da el ser, ama también al que ha nacido de él". El fruto de la respuesta de fe que, desde la libertad, damos a Dios, es el amor. Nadie que ha percibido en lo más hondo de su ser el amor de Alguien que le ha dado su propia vida sin esperar nada a cambio puede vivir de manera indiferente con los demás. Confesar la fe en el Señor Jesús  es creer y vivir en su proyecto de amor para los hombres. Hacerlo,  sin la Eucaristía y la oración  personal que alimenta la fe, no es posible.

            "Como el Padre me ha enviado así también os envío yo". En la  comunidad cristiana de Jerusalén "daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor". El que  cree e veras, quiere compartir y comunicar  con valentía su convicción profunda a los demás.  Pero, sólo si miramos a Cristo Resucitado y vivo descubrimos que el corazón abierto que Tomás toca  es "su misericordia". Este es el gran testimonio: la paz y la perdón. En el marco familiar, social, profesional... los cristianos nacidos de la Pascua deberíamos sentirnos invitados a vivir  la fe  en todo momento y a mostrar actitudes de reconciliación y perdón.

            "Señor mío y Dios mío". No nos deben asustar nuestras propias dudas; de ellas saldrán grandes avances, siempre que no vivamos en la duda permanente. La fe es como una llama, como una luz que nos vamos dando y pasando unos a otros. Experiencia íntima, personal e intransferible que tiene el ser humano en su interior y, al mismo tiempo,  experiencia comunitaria, compartida. Madre Teresa escribía a una persona amiga: "Por muchos que sean tus dificultades y problemas existe una alegría que nunca se te podrá arrebatar: que Cristo ha Resucitado y vive para ti".Que así sea con la Gracia de Dios.

2 de abril de 2009

"SE DESPOJÓ DE SU RANGO PASANDO POR UNO DE TANTOS"

DOMINGO DE RAMOS – Is 50, 4-7 – Filp 2, 6-11 – Mc 14, 1-15, 47

 

El domingo de Ramos es una invitación de Jesús a entrar, con Él,  a Jerusalén. La subida a la ciudad santa  es parábola y metáfora de la vida cristiana. Él nos invita a subir porque allí vamos a poder celebrar, en la mesa del Jueves Santo, el amor que se reparte y se parte, que se entrega y se hace servicio, que lava los pies y desnuda los corazones. Nos invita a subir allí porque vamos a compartir el dolor del viernes santo cuando, colgado entre el cielo y la tierra,  perdona, nos confía a su madre, entrega su espíritu,  grita al Padre y espera sereno traspasar la oscuridad de las  tinieblas. Nos invita a subir para compartir el silencio de la tumba y la aurora de la mañana de la resurrección. Una invitación para adentrarnos en su camino, en su historia, en su vida... para atravesar como Él, por Él y junto a Él, el tunel de la muerte  y encontrar la Vida plena, abundante, eterna.

 

Tres palabras, tres actitudes, tres realidades...  son claves claves  para recorrer este camino:

 

AMAR. Es el verbo más conjugado de la historia. El hombre está sediento de amor. Cuando lo encuentra y cuando lo da, es feliz. Pero amar como Jesús,  con su medida y con su finalidad, no es fácil. Amar como El amó supone negarse, olvidarse, vencerse, considerar de verdad a los hombres, a todos los hombres, como hermanos y estar dispuesto a compartir con ellos la herencia, toda la herencia; servir, dar la vida desde abajo, en el día a día, en las pequeñas cosas, palabras, gestos... No, no es fácil amar así, pero es posible hacerlo.  Jesús nos enseña y ayuda.

 

MORIR. ¡Qué difícil!. Y, sin embargo, la muerte está ahí, dispuesta a acudir puntualmente a la cita. Viéndonos, también nosotros mismos podríamos pensar: ¡Qué terrible una muerte sin respuesta!. ¡Qué angustiosa una muerte sin retorno!. ¡Qué cruel una muerte sin victoria!.  ¿Qué piensan los hombres de la muerte? No es fácil aprender a morir; sin embargo, debiéramos esforzarnos por dar, a la luz de la realidad de la muerte, hondura y categoría a nuestra vida, sabor cristiano y trascendente a nuestro existir. Qué gran sabiduría aprender a pensar serenamente el Viernes Santo que desgarra el alma, a la sombra del Calvario, desde la confianza de saber que el Dios de la cruz está con y en los crucificados de la historia, con y en nosotros.

 

RESUCITAR. Es la última palabra de la muerte. El triunfo, la gloria, la alegría. Jesús, venciendo el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la mente humana. Su triunfo es el nuestro. ¿De verdad lo creemos así los cristianos?. En el fondo de nuestro ser sí lo creemos, pero tal vez, nos falta avivar esa fe, hacerla realidad diaria, ponerla de relieve al enfocar la vida, al acercarnos a los hombres, al vivir con ellos. Hay que intentar resucitar cada día en un esfuerzo permanente por dar a nuestra existencia un tono y un estilo en el que se reconozca inmediatamente a Cristo, cuyo final no fue la Cruz ni el sepulcro  sino la Luz; la Salvación para el hombre y para el mundo.

 

AMAR, MORIR y RESUCITAR: tres palabras, tres actitudes, tres realidades para pensar y para vivir en esta Semana Santa y en toda nuestra vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

         ¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!