24 de diciembre de 2008

"LA FAMILIA, ESCUELA DE HUMANIDAD"

Con motivo de la Fiesta de la Sagrada Familia, nuestra fiesta y la de todas las familias cristianas, os envío,en lugar de la Homilía, el texto de la Subcomisión episcopal para la Familia y la Vida. Os deseo una Feliz Navidad y la Bendición del Señor para vuestras familias durante el Nuevo Año 2009.

 

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«La familia formadora de los valores humanos y cristianos». Este es el tema elegido para el sexto encuentro mundial de las familias que tendrá lugar en México del 14 al 18 de enero. El hilo conductor de este encuentro hace referencia a la familia como el camino que conduce al hombre a una vida en plenitud. Unidos a esta idea fundamental nos disponemos a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia con el siguiente lema: «La familia, escuela de humanidad y transmisora de la fe».

 

I. ESCUELA DE HUMANIDAD

 

a) Aprender a recibir el amor

 

«La familia es escuela del más rico humanismo» (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, Gaudium et spes, 52). Estas palabras del Concilio Vaticano II presentan a la familia como la morada donde el hombre aprende a ser hombre. Se trata, por tanto, del lugar en el cual se desarrolla la primera y más fundamental ecología humana, el ámbito natural y adecuado para que pueda desarrollarse el aprendizaje de lo verdaderamente humano. Así lo descubrimos a la luz de la Revelación del Hijo de Dios que elige la Sagrada Familia para crecer en su humanidad.

En el hogar familiar la persona reconoce su propia dignidad. Lejos de cualquier criterio de utilidad, en su familia el hombre es amado por sí mismo y no por la rentabilidad de lo que hace. Más allá de lo que pueda aportar por sus posesiones o por sus capacidades físicas, técnicas, intelectuales o las propias de su personalidad, la persona no es un medio al servicio del interés de otros; es un fin absoluto, amada por sí misma, de un modo fiel que permanece en el tiempo incluso con sus propias debilidades.

 

b) Aprender a acoger y acompañar la vida

 

La familia es el santuario de la vida donde cada miembro es reconocido como persona humana desde su concepción hasta su muerte natural y aprende a custodiar la vida en todos los momentos de su historia. La misión de acoger y acompañar la vida es una labor permanente de la familia. Sin embargo, esta misión adquiere una relevancia singular en este momento en que muchas familias son afectadas dramáticamente por la crisis económica y, sobre todo, cuando han sido anunciadas reformas legislativas que ponen en peligro la vida naciente y terminal: el aborto y la eutanasia.

En la familia, escuela de solidaridad, compartimos los bienes y sostenemos fraternalmente a los miembros más necesitados. Y es en el hogar familiar donde, frente a la posesión de muchos bienes materiales inducida por un consumismo desmedido, aprendemos lo que es verdaderamente importante: el amor.

En la familia se percibe que cada hijo es un regalo de Dios otorgado a la mutua entrega de los padres, y se descubre la grandeza de la maternidad y de la paternidad. El reconocimiento de la vida como un don de Dios nos urge a pedir que no se prive a ningún niño de su derecho a nacer en una familia, y que toda madre encuentre en su hogar, en la Iglesia y en la sociedad las ayudas necesarias para tener y cuidar a sus hijos.

En la familia y en la comunidad cristiana se encuentra la razón para vivir y seguir esperando. Todos, incluidos los que sufren por enfermedad, soledad o falta de esperanza, pueden hallar en la familia y en la Iglesia la certeza de ser amados, y sobre todo la convicción del amor único e irrepetible de Dios que permanece más allá del pecado y de la muerte: «la verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando "hasta el extremo", "hasta el total cumplimiento" (cf. Jn 13,1; 19,30)» (Benedicto XVI, Spe salvi, 27).

 

c) Aprender a dar la propia vida

 

A través de las relaciones propias de la vida familiar descubrimos la llamada fundamental a dar una respuesta de amor para formar una comunión de personas. De esta manera, la familia se constituye en la escuela donde el hombre percibe que la propia realización personal pasa por el don de sí mismo a Cristo y a los demás, como advierte el Señor en el Evangelio: «porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará» (Lucas 9, 24). El eco de estas palabras del Señor resuenan en la enseñanza del Concilio Vaticano II: «el hombre, única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, 24. De esta manera, la familia es la escuela en la que se forja la libertad orientada por la verdad del amor: «la libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión», Veritatis splendor, 86).

 

II. TRANSMISORA DE LA FE

 

La primera manifestación de la misión de la familia cristiana como iglesia doméstica es la transmisión de la fe (Cf. Conferencia Episcopal Española, Directorio de la pastoral familiar de la Iglesia en España, 66).

La experiencia del amor gratuito de los padres que ofrecen a los hijos la propia vida de un modo incondicionado, prepara para que el don de la fe recibido en el bautismo se desarrolle adecuadamente. Se dispone así a la persona para que pueda conocer y acoger el Amor de Dios Padre manifestado en la entrega de su Hijo, y construir la vida familiar en torno al Señor, presente en el hogar por la fuerza del sacramento del matrimonio.

En la familia cristiana descubrimos que formamos parte de una historia de amor que nos precede, no sólo por parte de los padres y abuelos sino, de un modo más fundamental, por parte de Dios según se ha manifestado en la historia de la salvación.

En la familia cristiana se descubre la fe como una verdad en la que creer, la verdad del Amor de Dios que implica la respuesta de toda la persona. Encontramos así la vocación propia de todo hombre, la llamada a entregar a Dios la propia vida.

En el hogar cristiano se descubre la fe como verdad que se ha de celebrar introduciendo a cada miembro en la vida de los sacramentos que acompañan los acontecimientos más fundamentales de la historia familiar. De un modo central la Eucaristía, porque hace presente la entrega esponsal de Cristo en la Cruz y enseña e impulsa a dar la vida por amor incluso en los momentos de dificultad o sufrimiento.

En la familia cristiana se descubre la fe como una verdad que se ha de vivir y, por lo tanto, que se ha de practicar en la vida, orientando y configurando la actuación concreta de cada miembro de la familia.

 

III. CONCLUSIÓN

 

Que la familia se constituye en la primera y más fundamental escuela de aprendizaje para ser persona es un hecho originario y, por lo tanto, insustituible. Así lo descubrimos a la luz del misterio del nacimiento del Hijo de Dios que contemplamos en la Navidad. La familia es el lugar elegido por Jesucristo para aprender a ser hombre: "el niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él" (Lucas 2, 40); es el reflejo en la tierra del misterio de Comunión eterna que Él vive en el seno de la Santísima Trinidad.

Rogamos a la Sagrada Familia que el encuentro mundial de las familias suponga una fuerte efusión del Espíritu para que Cristo sea la piedra angular sobre la que se construye el hogar cristiano. Nuestra oración se dirige especialmente a las madres que encuentran serias dificultades para dar a luz a sus hijos, a los ancianos y enfermos que ven mermada su esperanza y a los hogares que están sufriendo los efectos de la actual situación económica.

Rogamos también por los frutos de la especial celebración de la fiesta de la Sagrada Familia que por segunda vez tendrá lugar este año en Madrid con la intervención del Papa a través de la televisión.

Que el hogar de Nazaret sea la luz que guíe la vida de nuestras familias para que sean escuelas de humanidad y transmisoras de la fe.

Con nuestra bendición y afecto:

 

Mons. Julián Barrio Barrio,Presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar

Mons. Juan Antonio Reig Pla,Presidente de la Subcomisión de Familia y Vida

Mons. Francisco Gil Hellín

Mons. Vicente Juan Segura

Mons. Manuel Sánchez Monge

Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa

Mons. Gerardo Melgar Viciosa

15 de diciembre de 2008

"DARÁS A LUZ..."

DOMINGO IV ADV.-B- 2Sm 7,1-5.8-11.17/Rom 16,25-27/Lc 1,26-38

            En la primera lectura de hoy se nos hablaba del arca de la Alianza, símbolo de la presencia de Dios en medio del pueblo. Se guardaba en el interior de una tienda, recuerdo del tiempo del Éxodo por el desierto. Durante el reinado del rey David, tiempo de paz y estabilidad, se podía pensar en construir un templo, una casa digna de aquel tesoro con la idea de mantener la centralidad de Dios en la vida del pueblo y del Reino recién instaurado. En este contexto el profeta Natán  anuncia al rey que de su dinastía saldrá aquel que será rey por siempre y eso se realizará por obra del mismo Dios. Esta dinastía será mucho más importante que todos los templos que David o sus descendientes puedan construir. Con esta profecía enlaza el evangelio de hoy.  Cuando llegó el tiempo en que el plan de Dios, escondido en el silencio de los siglos, salió a la luz, el ángel Gabriel saludó a María, prometida con un descendiente de David, diciéndole: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Este es el plan de Dios: "...darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús...".  Esta es la grandeza del Hijo de María. No puede nacer únicamente de la carne y la sangre, sino de Dios mismo. En consecuencia, el ángel añade: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios". Dios elige un templo, no de piedra, sino de carne.

            María se convierte, por su "sí" a Dios,  en la nueva arca de la Alianza, como decimos en las letanías del rosario, en la morada de Dios preparada desde siglos. Una joya tan preciada como el mismo Hijo de Dios hecho hombre, necesitaba un estuche santo, inmaculado, lleno de gracia.  Dios para realizar lo más importante y comprometedor  puede hacer con una criatura suya: "hacerse carne de su carne",  pide el permiso de esa criatura. De este modo respeta nuestra  libertad  y  la toma en serio. Somos más libre y más responsable, más humanos cuando Dios nos invita a una relación de amistad y comunión; cuando su Espíritu  nos llena de luz, de  amor, de  paz..., nos hace plenamente libres y responsables. En la segunda lectura, Pablo dice a los cristianos de Roma y en ellos a nosotros que, en Cristo, se nos ha revelado el misterio contenido en Dios, todo lo que Dios es y todo lo que el hombre es y puede llegar a ser, porque el Dios que existe, el Dios que se nos ha mostrado en Cristo, es un Dios encarnado, "Palabra" viva y presente escrita en nuestro corazón por el Espíritu. Por eso nosotros también somos templos del Espíritu.  Cada vez que comulgamos, y dentro de unos momentos volveremos a hacerlo, nos sumergimos en este misterio de amor, de presencia, de Emmanuel: Dios-con-nosotros.

            Se preguntaba Tony de Mello: "¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido es en tu corazón? No se trata, por lo tanto,  de colocar a Dios en un espacio externo, en un lugar grandioso pero frío. Se trata de ofrecer a Dios un espacio íntimo, cálido y palpitante, un lugar secreto del corazón en el que pueda cada día "nacer". Sin duda, Dios busca personas que le abran las puertas del alma, que estén siempre dispuestas a la escucha y la acogida, que, en medio de los ajetreos tengan un tiempo, un espacio, para Dios, para lo esencial. Llegamos al final del adviento, tiempo de "buena esperanza"; las cuentas terminan. María y José lo tienen ya todo preparado..., la criatura puede llegaren cualquier momento, es una sorpresa. Vamos, por ello, a esforzarnos por abrir a Dios las puertas de nuestra casa y por convertirnos cada uno en el más hermoso templo para acogerlo en los hermanos. Vamos a permanecer en oración constante con El, siempre preparados, a punto nuestro hogar. Y vamos también a preocuparnos por todos los templos vivos de Dios, a respetarlos, defenderlos y dignificarlos para que nunca sean profanados y menos en nombre de Dios. Que así sea con Su  Gracia.

12 de diciembre de 2008

"...ME ALEGRO CON MI DIOS"

III DOM ADV -B- 3- Is 61,1-2a.10-11/1 Tes 5,16-24-Jn 1,6-8.19-28

 

"Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios" (Is), "se alegra mi espíritu en Dios mi salvador" (Salmo),"estad siempre alegres" (Pablo), la liturgia de hoy nos habla de alegría recordándonos que como el suelo echa sus brotes, del mismo modo la venida del Señor hará brotar en la tierra la justicia y el consuelo de los hombres, el año de gracia del Señor y la liberación de todo mal. Ahora bien, es legítima la pregunta: ¿Es posible la alegría cuando vemos la realidad que tantas veces nos supera con sus desgracias?. En el  evangelio, Juan, el Precursor, señala la razón de toda alegría: "en medio de vosotros está". A Isaías (que recoge la voz agradecida del pueblo que se siente transformado por la acción del Señor), María, Pablo y Juan, a los cristianos, nos une un mismo gozo: nuestros ojos han descubierto al Señor, a quien no son capaces de descubrir los levitas y sacerdotes del templo de Jerusalén que interrogan a Juan, ni los hombres y mujeres que se cierran al don de la fe.

Todos nosotros estamos llamados a compartir esa misma alegría, -que nace del encuentro con Jesús, el Mesías-  para dar testimonio de ella a cuantos no encuentran ninguna razón para alegrarse. Así hicieron los santos. Así tenemos que hacer los hombres y mujeres de fe.  La alegría no es consecuencia de una situación personal de prosperidad, ni de un par de copas vacías, ni viene del exterior; es un don de Dios que puede ser experimentado incluso en el dolor, el fracaso o la persecución. El fundamento sólido de la alegría es la presencia de Dios en medio de nosotros, la salvación que él nos ofrece a pesar de todos nuestros fallos y miedos. La alegría cristiana no se apoya en nuestras virtudes o triunfos, sino en la victoria de Cristo que permanece viva para todos nosotros: el pecado y la muerte fueron vencidos y con ellos las principales raíces de nuestra tristeza.  Dios es fiel y la vida y mi vida tienen sentido.

Reflexionando sobre la alegría  escribía el papa Pablo VI: "De esta manera el hombre experimenta la alegría cuando se halla en armonía con la naturaleza y sobre todo  la experimenta en el encuentro, la participación y la comunión con los demás. Con mayor razón conoce la alegría y la felicidad espirituales  cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como bien supremo. Poetas, artistas, pensadores, hombres y mujeres simplemente disponibles a una cierta luz interior, pudieron, antes de la venida de Cristo, y pueden en nuestros días, experimentar de alguna manera la alegría de Dios. Pero ¿cómo no ver a la vez que la alegría es siempre imperfecta, frágil, quebradiza? Por una extraña paradoja, la misma conciencia de lo que constituye, más allá de todos los placeres transitorios, la verdadera felicidad, incluye también la certeza de que no hay dicha perfecta. Esta paradoja y esta dificultad de alcanzar la alegría me parecen especialmente agudas en nuestros días…La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil  engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual. El dinero, el confort, la higiene, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos".

Sin despreciar el valor de las satisfacciones humanas, la alegría cristiana es la  del caminante,  del que busca sin encontrar todavía, del que lucha sin haber conseguido el triunfo final, del insatisfecho porque no ha alcanzado la meta, del que está en tinieblas pero sabe que no se ha apagado el sol, del que se levanta de nuevo después de haber caído..., en palabras de Isaías:"del que venda los corazones rotos, proclama a los prisioneros la libertad, dignifica al hombre abandonado...".  Alegría, dice Pablo,  del que "lo examina todo" y se queda con lo bueno y se guarda de toda forma de maldad; del que es testigo de la Luz. En la Última Cena, antes de la Pasión, dijo Jesús: "Que mi alegría esté en vosotros y sea perfecta". Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de diciembre de 2008

"...PROCURAD QUE DIOS OS ENCUENTRE EN PAZ..."

II DOMINGO ADVIENTO -B- Is 40,1-11/2P 3,8-14/Mc 1,-8

 

Isaías, el profeta del Adviento, nos anuncia, en un texto de honda belleza,  un mundo mejor. El pasaje leído se encuentra dentro de los capítulos llamados "Libro de la Consolación", y constituye un hermoso mensaje  de esperanza y de consuelo  dirigido al pueblo, deportado en Babilonia, que sueña y anhela  regresar a la tierra prometida. Nadie mejor que él se acercó tanto a lo que sería la vida de Jesús de Nazaret. Marcos, en su evangelio, la Buena Noticia que es Cristo mismo,  nos muestra, con precisión y brevedad, la predicación de San Juan Bautista. Es la voz que clama a los cuatro vientos:  "En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios", tal como profetizó Isaías. Juan es,  asimismo, un hombre excepcional entregado a su misión, sin titubeos, sin tregua ni falsedades; su  grito, pronunciado en el impresionante silencio del desierto, debe llegar a nosotros, a lo más íntimo de nuestro corazón. Nos quiere recordar nuevamente que no podemos perder la oportunidad una vez más, de dejar pasar otro adviento sin convertirnos; que  debemos romper las amarras que nos tienen atrapados en el puerto de nuestra comodidad y miedo.

Estamos ante una llamada clara a preparar la venida de Jesús que pasa por nuestra reflexión, conversión y nacimiento a una vida nueva. El cambio de vida exige el abandono de lo que dificulta que Dios pueda nacer entre nosotros. Traspasando a nuestra propia realidad vital el simbolismo del camino nos conduce a la siguiente reflexión: los caminos, los montes y colinas que debemos rebajar y elevar son nuestros propios caminos interiores. Hay que levantar los valles y las depresiones que acompañan nuestra vida; hay que buscar horizontes amplios que nos permitan mirar más allá de nosotros mismos; es necesario bajar montes y colinas para  liberarnos de nuestro egoísmo y autosuficiencia  y aceptar la verdadera realidad de nuestro yo; es urgente enderezar lo torcido; corregir lo que está errado; luchar por transformar aspectos sombríos de nuestra vida y de nuestro mundo. Caminos de fidelidad y conversión, que nos llevan al centro de nosotros mismos, a nuestra verdad más desnuda.... Caminos que debemos recorrer orientados por la voz de los profetas, de los santos, de los hombres y mujeres que ya los han recorrido: "Si quieres llegar a Dios, dice san Agustín, recorre los caminos del hombre" (Agustín).

El bautismo de Juan es una preparación para la llegada de aquél que viene detrás "y yo no merezco agacharme para desatarles las sandalias". El bautismo de agua es sólo de penitencia. Hay que empezar por ahí, es decir cambiando de rumbo y de actitud, reconociendo el mal y la injusticia, llevando una vida austera, sirviendo a Dios y a los hermanos. Pero la auténtica transformación viene del Bautismo con el Espíritu Santo que proclama y ofrece Jesús. Como el fuego purifica y transforma, así también seremos trasformados por el Espíritu si creemos en él y vivimos el Evangelio.

El Adviento no nos deja caer en la banalidad del tiempo vacío; al contrario, nos invita a esperar y confiar preparando el camino al Señor  que viene en las personas que llaman diariamente a nuestra puerta y a nuestro corazón. Si solo esperamos acontecimientos extraordinarios no sabremos saborear y aprovechar lo extraordinario de cada momento, de cada segundo, la pequeña puerta por la que puede entrar el Señor. San Pedro nos recuerda que sólo podremos esperar y desear  "un cielo nuevo y unas tierra nueva en la que habite la justicia" si miramos con sensibilidad  nuestro  mundo y entendemos que los caminos del Señor sólo se preparan en la medida en que se espera y desea intensamente a Dios. Ojalá en nuestra vida sean realidad las palabras finales de la segunda lectura:  "Mientras esperáis la venida del Señor, procurad que os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprensibles". Que así sea con la Gracia de Dios.

27 de noviembre de 2008

"...LO DIGO A TODOS: ¡VELAD!"

I  DOMINGO ADVIENTO-B-Is 63,16-17;64,1-8/Cor 1,3-9/Mc 13,33-37    

 

            En noviembre de 1943 el pastor alemán Dietrich Bonhoeffer sufría prisión en Tegel a causa de su oposición al nazismo. Fue entonces cuando escribió estas palabras: "Por cierto, una celda de prisión como ésta es una buena comparación para la situación del adviento; uno aguarda, espera, hace esto o aquello –al fin y al cabo cosas accesorias-; la puerta está cerrada y sólo puede ser abierta desde fuera". El tiempo del Adviento que hoy empezamos no "otra vez" sino  "de nuevo" es como una puerta que se abre para nosotros. La primera lectura es un clamor, un grito, una sentida oración que nace de lo más profundo del corazón. Los antiguos clamaron angustiados, conscientes de la necesidad en que se encontraban, y acuciados por el dolor y la incapacidad de obtener por las propias fuerzas la salvación: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!».

             Nosotros también  sentimos vivamente -ante la consideración de nuestra propia flaqueza y miseria, ante la realidad de los males morales y físicos del mundo que nos rodea: injusticia, terrorismo, infidelidad, hambre-, la necesidad de que Dios se acerque más sensiblemente a nuestra vida y abra una puerta de Luz y Esperanza. Se trata del anhelo de un nuevo comienzo que sólo Dios puede ofrecer y lo ha hecho de forma definitiva en la Encarnación.  Cristo ya vino –lo recordamos en Navidad-, siempre viene –en el hoy de nuestra vida- y vendrá definitivamente. De ahí que sea urgente vigilar en la espera definitiva del Señor.

Ciertamente, la segunda lectura nos lo recuerda, poseemos la salvación,  la gracia, la realidad de los dones divinos en nosotros. Dios nos  ha comunicado su Espíritu, su cercanía y Paternidad. Pero todo esto, aunque es para siempre por parte de Dios, no es definitivo en nuestras manos. Nos cansamos, nos fatigamos y corremos el peligro de abandonarlo todo. Por eso debemos reavivar la esperanza. No hay por qué desanimarse. Dios ha comenzado la obra; Él la llevará a buen término. "Dios nos ha llamado a participar de la vida de Jesucristo Nuestro Señor y Él  es fiel", nos dice San Pablo. Por eso no debemos tener miedo y sí, y siempre,  una esperanza activa en el amor.

            Hay hombres y mujeres que viven "huyendo" de la luz y de la llegada de Dios ("Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz", escribió san Juan); ocultándose ("Tuve miedo, Señor y me escondí", dijo Caín después de matar a Abel); que esperan viviendo en la indiferencia y la frivolidad; pidiendo "un poco más de tiempo" para poder hacer alguna buena acción o esperando el tiempo de "descuento".  Pero hay también «otro modo de esperar»: «saliendo al encuentro del que viene». Es entonces cuando el Adviento adquiere todo su dinamismo. La vida se convierte en un «ir hacia Dios» que, a su vez, «Viene hacia nosotros». Adviento puro y completo. Cita de enamorados. San Juan de la Cruz es el inefable representante de esta inquieta «espera»:

«Buscando mis Amores iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los puentes y fronteras».

            Así. Sin que nos distraigan «las flores», sin que nos asusten «las fieras», que siempre acechan. Sin que sean un obstáculo «los puentes y fronteras». Toda la atención puesta en «buscar» al Señor que viene, que «está a la puerta y llama». Eso es el «Adviento», nunca inmovilismo ni retirada y siempre esfuerzo y compromiso por hacer presente el Reino de Dios. Escribía Carlos de Foucauld: "Vive como quisieras haber vivido en la hora de la muerte"; lleva en todo tiempo una vida tan honrada que puedas, en cualquier instante, presentarte ante tu Juez con buena conciencia. En el fondo, Adviento tiene lugar cada día, por eso hay que caminar con los ojos bien abiertos y el corazón atento: ¡Él viene puntual a la cita!. Que así sea con la Gracia de Dios.           

20 de noviembre de 2008

"VENID VOSOTROS, BENDITOS DE MI PADRE"

CRISTO REY-A-  Ez 34,11-12.15-17 - 1 Cor 15, 20-26a.28- Mt 25, 31-46

 

Esta fiesta nació en una situación política mundial amenazada por totalitarismos de distinto signo como una advertencia a los cristianos de que ningún sistema político puede exigir a sus súbditos una sumisión total. Por eso, sería un tremendo error juzgar la realeza de Cristo a la luz de los criterios de poder. Al contrario,  frente a la soberbia de los gobernantes, el evangelio nos enseña que la verdadera grandeza está en servir. Nunca faltarán candidatos para ocupar puestos de poder, y por eso pueden ser fácilmente sustituidos. Para lo que siempre se necesitarán manos es para compartir con los necesitados, para gastar y desgastar la propia vida en servicio de los demás.
            La fiesta de Cristo Rey no es la consagración de los poderes de este mundo, ni del modo que tienen de ejercerse. Es más bien un recordatorio (sí, también para la Iglesia) de dónde hemos de poner nuestras fidelidades, de a quién debemos servir, de dónde debemos colocar nuestras prioridades. No en los que cuentan a los ojos del mundo, sino en aquellos que no son nada.  ¡Cuánto nos cuesta ver en los desheredados, pobres, necesitados... el rostro de Cristo!. Escribía  León Tolstoi:
            "Érase una vez un zapatero remendón, llamado Martín. Vivía solo, era piadoso, leía todas las noches la Biblia. Una noche soñó que se le aparecía Cristo y le decía: "Martín, mañana voy a venir a visitarte. Asómate por la ventana para abrirme cuando venga". Aunque se trataba de un sueño, Martín se impresionó. Por si fuera verdad, a la mañana siguiente, desde primera hora, estuvo pendiente, mirando a través de la ventana.
            Muy temprano vio un barrendero que estaba quitando la nieve de las entradas de las casas. Le llamó y le ofreció una taza de té caliente. Mientras el barrendero, tiritando, sorbía el té, Martín seguía mirando por la ventana. "¿Está usted esperando alguna visita", le preguntó el barrendero?. "No", contestó Martín y le contó el sueño. "Siga usted mirando; tal vez venga. Adiós, y muchas gracias". Al mediodía, todavía el frío era intenso. Vio pasar a una mujer con un niño en brazos llorando de frío. Les llamó y les dio la sopa bien caliente que tenía preparada para él. Seguía mirando por la ventana, y la mujer le preguntó:
"¿Espera alguna vista?". "No", le contestó y le contó el sueño. "Siga usted mirando; tal vez venga. Adiós y muchas gracias".
             Atardecía el día de invierno; Martín seguía mirando por la ventana. Y vio una vendedora ambulante a la que un muchacho le había robado una manzana. En aquel momento la mujer había agarrado al muchacho. Martín salió corriendo, convenció a la mujer de que lo perdonara y al muchacho le reprendió de tal modo que pidió perdón a la mujer y se puso a vender con ella.
            Se hizo de noche. Martín cerró su casa y volvió de nuevo a la lectura del Evangelio. Mientras leía oyó una voz que le llamaba: "¡Martín, Martín!". Levantó asustado la cabeza y vio al barrendero de la mañana que le sonreía y se iba. Volvió a la lectura, y otra vez oyó que le llamaban: "¡Martín, Martín!". Y vio a la mujer con el niño en brazos, que le sonreían. Y vio a la verdulera y al ladronzuelo, que le sonreían. Martín se echó a llorar. Cristo le había visitado tres veces aquel día".

Es nuestra actitud ante el ser humano lo que se juzga;  un juicio sobre el amor y la misericordia; un juicio más práctico que teórico: ¿cómo amé?.¡Lo que va a valer, al final de todo,  una obra buena!.  Así de sencillo y así de complicado: la prueba final de toda búsqueda de la salvación será el amor. "Al final de la vida se nos examinará del amor", escribe san Juan de la Cruz. Con la gracia de Dios y nuestra disponibilidad a colaborar con ella, aprobaremos un examen, del que sabemos las preguntas y escucharemos, Dios lo quiera : "Venid, vosotros, benditos de mi Padre".

13 de noviembre de 2008

LES DEJÓ ENCARGADOS DE SUS BIENES

DOMINGO XXXIII T.O. -A- Prov 31,10-13.19-20/Tes 5, 1-6/ Mt 25,14-30

Escribía Antonio Machado: "Moneda que está en la mano, quizá la puedas guardar; la monedita del alma, la pierdes si no la das".  Con la "moneda que está en la mano" se pueden hacer negocios que la quintupliquen o la dupliquen, se la puede depositar en el banco y ganar intereses; pero  "la monedita del alma", que son los últimos y más vitales talentos del hombre, lo que realmente es importante en la vida, la perdemos si no la damos. Con esta "monedita del alma" no se negocia, se entrega. Y es lo mismo que se trate de una mujer que maneja la trueca o el ordenador, que se sea un nuevo apóstol de la gente o un sencillo místico que reza en su casa, que seamos ancianos o jóvenes, con un prestigioso master o con el graduado escolar. "La monedita del alma" la hemos recibido todos. No hay nadie que no haya recibido de Dios un corazón para llevar a los demás calor humano, comprensión, bondad, perdón.... "un poco de cariño" es tanto y podemos y debemos darlo sin miedo; además no hay que olvidar que nadie va a pedirnos más de lo que podamos dar.

             Santa Teresa, al inicio de su gran reforma del Carmelo que tantos dolores de cabeza la costó decía: "me determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí -se refiere a las monjas que la siguen-  hiciesen lo mismo...". Es esa actitud, en el fondo, lo que recuerda la parábola. Empobrece cerrarse en el propio corazón, enriquece abrirse, cada cual según sus posibilidades al amor de Dios y a los hermanos. Por eso cuando  Jesús afirma que "al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener" no está invitando al consumo sino a la generosidad que nace de la entrega y la donación sencilla de lo que uno es y tiene, con la mejor voluntad de hacerlo. La belleza mayor es la generosidad que tenemos que vivir en el presente, ahora, porque este es nuestro tiempo y cada momento es una ocasión especial para hacerlo. Lo que no se da se pierde.

Esta es una de las actitudes de fondo que vivió el Siervo de Dios P. Magín Morera, de quien hoy recordamos cien años de su nacimiento. Estoy convencido de que la clave de su entrega y donación, de sus frutos apostólicos, la encontramos en la contemplación y el seguimiento de la vida diaria de Jesús, María y José en Nazaret: una vida cotidiana vivida llena de sentido, valorando  las cosas sencillas, creando familia en la escucha de la Palabra y en el servicio al hermano según las propias cualidades.  Hombre de profunda piedad no dejaba sus devociones y oraciones como el Santo Rosario se encontrase en la situación que se encontrase; convencía por su forma de ser, su amabilidad, compasión, humildad. No daba importancia al cargo que tenía (por tres veces fue elegido superior general),  ni siquiera a la enfermedad, mostrándose más interesado por los problemas de los demás que por él mismo. Hacía en toda ocasión "pastoral de la  mía"... en diálogo  personal e interesado por el otro;  siempre con su sonrisa de padre bueno, con su mirada llena de sabiduría y experiencia,  buscaba y tenía tiempo para todos y nunca se excusaba en el servicio y la entrega. Esta actitud que contagiaba entusiasmo,  ha quedado grabada en el recuerdo de cuantos le conocieron y se sintieron atraídos por su fuerza y carisma. Siempre cercano, siempre padre, escribía a los lectores de "La Sagrada Familia": "Con alguna gotita de sangre, unida a la oración y a la acción, se llega a vencer el mal con la abundancia del bien".

            Que no se nos escape el tiempo entre las manos, que no lo perdamos,  sin hacer nada constructivo, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los demás. Que no vivamos un día y otro,  sin dar trascendencia a nuestras vidas, sin emplearnos a fondo en las cosas realmente importantes. Hacer fructificar los talentos significa saber aprovechar bien el tiempo para alabar y bendecir al Creador y ayudar a nuestros hermanos.  Que así sea, con la Gracia de Dios.

31 de octubre de 2008

"NADIE VA AL PADRE SINO POR MI"

FIELES DIFUNTOS  Lamentaciones 3, 17-26/Rom 6, 3-9/Jn 14, 1-6

 

El libro de las Lamentaciones se escribe en una situación de profunda crisis: Jerusalén, la elegida, la morada de Dios, ha sido destruida y el pueblo llevado al exilio. ¿Dónde está nuestro Dios? La fe se tambalea. No solo la ciudad santa ha sido abatida; es el creyente israelita el derrumbado. La amargura no se esconde. Se expresa con toda su fuerza: "Me han arrancado la paz". El creyente en Dios se siente profundamente hundido, deshecho, abatido. Se agotaron sus fuerzas, perdió su esperanza.

El texto manifiesta una situación en la que todo hombre o mujer  podemos encontrarnos en algún momento de la vida. La Biblia recoge las experiencias del ser humano. Ellas son un lugar privilegiado para el encuentro con Dios. "Fíjate en mi aflicción, Señor" es la oración que brota de los labios y del corazón abatido. Y desde ahí le viene la respuesta: "Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza".  Ésta revive, se encuentra en la  misericordia y la compasión del Señor que no acaban nunca. Estas palabras pueden traer también mucha paz a nuestro corazón. Dios es fiel, es bueno esperar en él mientras se le busca en medio del dolor; es bueno permanecer ante él en silencio, esperando confiadamente su salvación. "¡Qué grande es tu fidelidad!". "Mi alma espera en el Señor, mi alma espera en su Palabra".

En el relato evangélico Jesús quiere afianzar esa esperanza nuestra en la vida que Dios padre nos ofrece a todos. Las palabras que hoy escuchamos las sitúa el evangelista Juan en la noche entrañable de la Última Cena. Es el momento del testamento, de lo último que Jesús les dice para que lo conserven para siempre. El ambiente está teñido de tristeza. Jesús presiente que el final puede estar muy cerca y esa sensación invade el cenáculo… Nos ocurre también a nosotros cuando percibimos que la vida  de nuestro ser querido o nuestra propia vida están llegando a su meta. En esta situación le pide a los discípulos dos cosas: que no se turbe su corazón y que crean en Él, que se fíen de sus palabras... ¿Cómo les va a engañar en esos momentos?.

Y el contenido de sus palabras es muy alentador, para ellos y para nosotros que hoy hemos venido a recordar  con cariño a aquellos seres queridos que nos precedieron  en el camino hacia la casa del Padre. También nosotros queremos creer a Cristo vivo y sus palabras de vida eterna. En la casa del Padre hay un lugar para todos. Llegado al momento último,  Jesús nos toma de la mano y nos lleva con él a donde él está: la gloria del Padre, la definitiva vida fraterna, el descanso y la paz para siempre.

Tomás el apóstol nos hace un favor impagable al  preguntar a Jesús por el camino a recorrer hacia ese encuentro definitivo con el Padre. Jesús responde a Tomás  y gracias a él a todos nosotros: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va a al Padre sin no por mí". Jesús es para nosotros y con nosotros camino y caminante. Sus huellas son signo cierto de que andamos en la buena dirección, también los días nublados por el dolor y la duda. Con Jesús caminamos en esa verdad de la existencia que a veces nos cuesta conocer. Con él caminamos hacia la vida  definitiva mientras recorremos esta vida que con frecuencia resulta dolorosa.

Nuestra comunión en este día puede ayudarnos a vivir la comunión con Cristo y sus palabras, la comunión fraterna de todos los que somos caminantes en este mundo y la comunión con nuestros seres queridos que viven ya en las moradas que el Padre a todos prepara. Así, en amor, fe y esperanza, prolongamos la fiesta que ayer celebrábamos en honor a Todos los Santos. Entre ellos están también los nuestros, aquellos que  acompañaron nuestra vida desde la infancia. Ellos descansan en paz. Nosotros  "unidos a Cristo en una muerte como la suya, lo estaremos  también en una resurrección como la suya". Que así sea con la Gracia de Dios.

23 de octubre de 2008

"MAESTRO ¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO PRINCIPAL?"

DOMINGO XXX TO -A- Ex 22, 21-27 / Tes 1, 5c-10 / Mt 22, 34-40

 

            "Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas". Esa fue la respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos, interesados por el mandamiento principal. Es la respuesta del evangelio a todos los interesados en saber qué es lo importante. El amor de Dios es lo primero, lo que sostiene o debe sostener toda la vida y obras de los creyentes.  Dios se nos ha revelado como amor, como el que nos quiere, como nuestro Padre. Por eso el ser hombre, más aún el ser creyente, no puede consistir sino en corresponder con amor al amor de Dios. Y esto es fundamental, porque sabemos que Dios nos quiere, no porque seamos buenos o malos, sino porque él es bueno. El amor de Dios es gratuito, y así funda también la gratuidad del amor de los hombres. Si sólo queremos a los que nos quieren es posible que, del mismo modo, odiemos a los que nos odian.

            "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". La respuesta de Jesús se completa con el amor al prójimo. El amor de Dios es el fundamento, sobre el cual se construye y crece el amor a nuestro prójimo. Jesús quiere evitar que sus interlocutores se anden por las ramas, e invita con claridad a aterrizar en la vida diaria. No se puede amar a Dios, cuando se hace imposible la vida a los demás. Existe una vinculación entre la fe en Dios y el comportamiento humano. El mandamiento del amor al prójimo no es un mandamiento teórico sino concreto. Debo amar aquí y ahora a las personas que me necesitan. El libro del Éxodo nos enseña que el justo no debe practicar la opresión y que las personas más necesitadas, a las primeras que había que amar, eran las viudas y los huérfanos, los forasteros y los pobres. Del mismo modo, cada uno de nosotros, en el contexto  en el que vive y se mueve, debe estar atento a las personas que más le necesitan. Aquí y ahora: "Lo que no quieras para ti, no lo quieras para los demás". Más aún, "lo que quieres y deseas para ti, quiérelo y deséalo para los otros".

            El hombre está hecho para amar, no puede vivir sin amor, "su vida está privada de sentido si no se le revela  el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa  en él vivamente" (Juan Pablo II). Cuando Dios nos manda amar nos está diciendo cuál es capacidad del hombre, su vocación  más profunda. Este amor tiene un solo origen, brota del mismo corazón pero se abre a todos, en todas las direcciones  y dimensiones de la vida de la persona.  Si tuviéramos varios corazones, uno para amar a Dios, otro para el prójimo, otro para la naturaleza, cabría la posibilidad de trabajar con uno y dar descanso a los otros. Pero el hombre es un ser unitario: o ama o no ama. O tiene el corazón abierto, o lo tiene cerrado. Si lo tiene abierto, ama, vive, tiene paz, alegría: es la salvación. Si se repliega sobre sí mismo, no ama, ni vive, se entristece, se amarga,  pierde la esperanza: es la condenación. S. Juan dirá que el amor consiste en saber y sentir que Dios nos amó primero. El que se siente amado, protegido, acunado por el amor de Dios, se siente también como inmerso en una atmósfera y una realidad de amor que le lleva a vivir sus relaciones humanas de una forma distinta. El que vive en el amor no puede amar a uno y odiar a otro, sino que el amor moldea todas sus relaciones.

            San Pablo se muestra orgulloso de los primeros cristianos de Tesalónica, porque, imitando su ejemplo que sigue a Cristo, han sido capaces de luchar, de vivir la alegría profunda que nace de  la fe,  de convertirse, abandonando a los ídolos y volviéndose hacia Dios. La conversión siempre ha consistido y sigue consistiendo en lo mismo:   servir a  Dios en el  amor al hombre nuestro hermano.  Escribía santa Teresita del Niño Jesús: "En la Iglesia yo seré el amor, así lo seré todo" porque  "El amor es el cumplimiento, la plenitud de la Ley".  Que así sea con la Gracia de Dios.

16 de octubre de 2008

"MISIONEROS POR VOCACIÓN"

DOMINGO XXIX T.O. -A- Is 54, 1.4-6/Tes 1, 1-5b/Mt 22, 15-21

 

"Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Cor 15,16). Son palabras de Pablo, cuyo año, como tiempo de gracia y gratitud, estamos celebrando. Al recordar su vida descubrimos que tuvo que amar mucho a Jesucristo para entregar generosamente su vida a favor del Evangelio. Su experiencia fue tan profunda y  tan impregnada de amor que no puede por menos que identificarse con Cristo y difundir en todas partes la grandeza de creer en el Salvador de la humanidad: "Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 13,15). Tras la extraordinaria experiencia, camino de Damasco, del encuentro con Cristo,  Pablo cambió su vida y aprendió a reconocer que en todo ser humano está la huella de Dios y  que "anunciar el Evangelio allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido" (Rom 15,20) es lo más importante. Él mismo se siente un misionero de por vida, con una entrega total que le lleva a pasar por todas la penalidades.

Una Iglesia "misionera por vocación, como Pablo" (Domund 08) es una Iglesia siempre viva a pesar de las pequeñas o grandes dificultades que haya para el anuncio explícito o implícito del evangelio. Quien vive unido a  Cristo no puede por menos que anunciarlo, que ser, en nuestro mundo, "misionero de la esperanza". Hemos escuchado en la segunda lectura un texto venerable (las primeras palabras del comienzo de la carta a los Tesalonicenses del año 51, primer escrito del NT). En el fragmento de hoy se delinea, en pocas palabras, lo que debe ser una comunidad cristiana que vive y anuncia la "primacía de Dios": la actividad de vuestra fe -en la vida concreta-, el esfuerzo de vuestro amor -porque el amor exige generosidad-, el aguante de vuestra esperanza -porque hace falta para la dureza de la vida-: sobre esta vida teologal se funda la comunidad y su esfuerzo por vivir la misión y la predicación de Jesucristo.

 Los cristianos no debemos  desentendernos de lo que ocurre en la sociedad, porque somos ciudadanos del mundo y hemos aceptado el compromiso de transformarlo según los criterios evangélicos. Hoy se habla mucho de "laicidad". En un sentido positivo, lo recordaba Benedicto XVI en su reciente viaje a Francia,  puede entenderse como la autonomía, que se ha de promover y respetar,  entre lo temporal y lo religioso. Pero no lo entienden bien quienes niegan cualquier intervención del creyente en lo temporal y reducen su actuación a lo privado, encorsetando lo religioso como algo perteneciente al individuo aislado, negando a la fe cualquier tipo de expresión o manifestación pública. Quien esto hace practica un laicismo que impide a los demás manifestar un sentimiento tan humano como es la fe religiosa.

La expresión evangélica "A Dios lo que es de Dios" conlleva reconocer qué es lo que debemos hacer para honrarle y mostrarle nuestro amor: su voluntad es que colaboremos en la construcción de un mundo más humano y esto implica denunciar lo que es injusto, eliminar las estructuras  de pecado y comprometerse -tomar partido en el sentido positivo- en todo aquello que realiza al hombre como persona y le confiere la dignidad de hijo de Dios.  La comunidad cristiana debe ser creadora de comunión humana. Este testimonio es la base de su credibilidad y  es la base de su acción transformadora.    

La comunidad cristiana está llamada a ser un espacio público donde el corazón de Dios sigue latiendo en medio de la sociedad y donde es posible dar crédito al amor,  hacer presente la salvación, mostrar una realidad humana más habitable y en comunión; desarrollar una evangelización tanto por el anuncio explícito de Jesucristo (el único que ilumina con su vida y su doctrina todos los aspectos de la vida del hombre y de la historia), como por el trabajo por un cambio de estructuras sociales. No se trata de imponer pero si de proponer sin ambigüedades otros modos de entender la vida del hombre, sus relaciones, su trabajo, su dignidad evitando que caiga todo ello bajo el absolutismo relativista.

Han cambiado los tiempos. La iglesia no busca ni puede erigirse como la única institución para moldear toda la trama social desde los postulados que conserva, predica y sostiene en su afán evangelizador. Pero, la iglesia, tampoco puede sustraerse y replegarse sobre sí misma para que algunos actúen a su propio antojo. Misioneros aquí y ahora para devolver a las personas la conciencia de su dignidad, la fuerza de la fe y el dinamismo del amor. Que la fuerza del Espíritu nos sostenga en esta tarea evangelizadora.

9 de octubre de 2008

"A TODOS LOS QUE ENCONTREIS INVITADLOS A LA BODA"

DOMINGO XXVIII TO -A- Is 25,6-10/Fil 4, 12-14.19-20/Mt 22, 1-14

Estar juntos alrededor de  la mesa, crear, vivir un clima familiar de alegría, gratuidad, intimidad, compartir..., esos momentos que se recuerdan o que quisiéramos que no pasaran nunca...Los profetas se refieren a esta experiencia cuando quieren hacernos entrever algún aspecto del reino de Dios (vinos, manjares, vida, salvación); también Jesús, entre todas las imágenes que ha usado ha privilegiado ésta, no solo en las parábolas sino también con el gesto concreto de sentarse a la mesa con sus discípulos, con la multitud, con los pecadores que se acercaban a él; pero mientras los profetas utilizaban esta imagen referida al futuro, al triunfo de la vida ("Aniquilará la muerte, enjugará las lágrimas...), Jesús la usa referida también al presente: la mesa está ya preparada, el Esposo está en la mesa con nosotros.

La invitación, gratuita, a participar en la fiesta es para todos. Sin embargo, los convidados en primer lugar la rechazan. Algunos por excesiva dependencia de las cosas; otros, quizás, por su autosuficiencia, individualismo, o la excesiva seguridad dada por el cumplimiento exterior de la ley. Qué gran verdad es que para reconocer en Jesús la presencia del Reino es necesario el corazón de los humildes, de los "pequeños", de los "abiertos" para acoger la salvación como don gratuito, de los libres interiormente. En el banquete, cuyas puertas no se cierran porque los primeros invitados rechacen la elección,  se sentarán "otros viñadores"..., los Mateo, Zaqueo, María Magdalena, ciegos, paganos... Todos los caminantes de los caminos y veredas del mundo.

            El don, sin embargo, aun siendo gratuito, no anula la responsabilidad personal. Si la Iglesia es la sala del banquete nupcial, es necesario estar vestidos de fiesta, no con un traje que contradiga la realidad festiva. Más allá de la metáfora: toda la vida concreta del cristiano debe reflejar esta realidad nueva de comunión de amor, de pertenencia al mundo nuevo soñado por Dios. "Algo" de la alegría-esperanza futura debe transparentar desde ahora, debe "distinguir" visiblemente al cristiano, rodeándolo como un vestido nuevo. Será el signo de que invitación ha sido verdaderamente acogida, el don gratuito verdaderamente aceptado. A Dios le importa mantener su alianza de amor y de vida expresada en el banquete nupcial, siempre preparado, para aquellos que aceptan la invitación de Cristo; a Dios le importa que los hombres tengan un corazón nuevo, purificado;  que el traje de bodas se conserve santo a pesar del roce con el pecado del mundo. La Eucaristía, signo del banquete, nos acoge a todos, buenos y malos, nos transforma y renueva en el amor y la alegría de la comunión con Cristo. La Eucaristía es el "secreto de la santidad" (Benedicto XVI).

 La respuesta al don de Dios ha de llevarnos a la afirmación central de la epístola: "Todo lo puedo en aquel que me conforta". Pablo acaba de recibir una ayuda económica que le envían los cristianos de Filipos y se lo agradece, sobre todo el amor y cariño que esos bienes significan. Pero para él lo principal es seguir unido a Cristo; ha sabido mantenerse fiel a Cristo y su mensaje en pobreza y en abundancia, en tiempos de hartura y en tiempos de hambre. Esto no lo ha conseguido por sus propias fuerzas, sino por la fuerza del Señor.  Claro que tenemos que esforzarnos por tener lo necesario, pero los cristianos debemos ser sobrios y austeros. Saber recibir cuando lo necesitemos y saber dar y compartir siempre que podamos.

Este domingo celebramos también la fiesta del Pilar. La virgen fue la primera invitada por Dios a compartir la vida, pasión y muerte de su Hijo. Ella escuchó la palabra de Dios y la cumplió. Ella estuvo siempre habitada por Dios, dirigida y gobernada por su Espíritu. Por eso, la virgen María es un pilar para nosotros, un pilar donde puede apoyarse y afianzarse nuestra fe. Que cada uno de nosotros sepamos escuchar cada día la Palabra de Dios y cumplirla; que vivamos siempre en comunión con el hijo de María,  en comunión con Dios y con los hermanos.

2 de octubre de 2008

"ARRENDARÁ LA VIÑA A OTROS LABRADORES"

XXVII TO -A-   Is 5, 1-7 / Flp 4, 6-9 / Mt 21, 33-34  

           

El poema de la viña, lleno de ternura y belleza,  es uno de los pasajes más sorprendentes de Isaías. El profeta, con un lenguaje poético,  hace comprender al pueblo de Israel que Dios ha cuidado de él, lo ha tratado con especial amor, se ha preocupado de su crecimiento y, sin embargo, el pueblo no ha correspondido a tal amor;  no ha sido fiel.  La pregunta que se hace el dueño de la viña adquiere tonos desgarradores: ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?  Parece que nos adentramos en el corazón mismo de Dios que ama a Israel. ¿En qué ha faltado Dios a su amor? ¿Ha abandonado al pueblo en tiempo de            dificultad? 
              Se trata ciertamente de una alegoría que los oyentes del profeta comprenden enseguida. La viña representa a Israel y que el viñador no es otro que el mismo Yahveh. A pesar de que Israel ha sido cuidado como un hijo,  de que ha sido liberado,  de que el Señor lo ha elegido como el pueblo de su propiedad, Israel no produce frutos de salvación, no da uvas dulces sino  inmaduras y silvestres ("Hay asesinatos, lamento de los oprimidos, oscurecimiento de la verdad, corrupción de la justicia"). Es sorprendente ver la tristeza profunda del viñador y, a la vez, su firmeza ante la viña improductiva. Él vendrá y la devastará, la dejará desolada.
            En la parábola del evangelio los culpables de la falta de frutos son los labradores que reciben la viña en arriendo. Son gente sin escrúpulos,  que no sirven a la viña, sino que se sirven de ella para su propio provecho. En su corazón no está el amor por la viña, ni el amor por el dueño de la misma, sino el amor a sí mismos. Su interés es aprovecharse lo máximo  posible, por eso, al ver venir a los embajadores que requieren los frutos, se molestan, los golpean, los matan. Cualquier cosa que se interponga a su bienestar y al mejor usufructo de la viña en su favor, debe ser eliminada. Cuando ven venir al hijo, cuando tienen la oportunidad de reconciliarse con el Padre, de ofrecer frutos, de respetar el derecho..., traman el crimen más cruel: eliminar al hijo para quedarse con la herencia y la propiedad que no les pertenecen. Las palabras finales de la parábolas son dramáticas, como las de Isaías: el dueño de la viña acabará con aquellos arrendatarios y ofrecerá su viña a otros arrendatarios que            produzcan frutos.
            Ambos textos ponen de relieve la importancia de producir frutos de justicia y solidaridad, de no utilizar de manera exclusiva y egoísta los bienes que el Señor ha puesto en nuestras manos.  Dios ofrece al hombre múltiples dones: la vida, la tierra, la fe, la vocación profesional, familiar, religiosa, sacerdotal... y el Señor espera por parte del hombre una transformación interior, una respuesta, que se manifieste en  frutos de santidad para el bien de sus hermanos, del mundo y  la sociedad entera.  Hay también una  clara indicación para que la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios al que se ha confiado la viña, fundada sobre Jesucristo, piedra rechazada pero convertida en  "la piedra angular", supere la tentación permanente de esterilidad y de mirarse solo a sí misma,  y busque en todas sus acciones, vivir en la luz de la verdad, de los valores evangélicos, de la justicia y la cercanía a todos los hombres.    
            Somos la viña del Señor, su viña preferida, y Él se alegra y es glorificado cuando nuestra vida camina hacia la santidad, según la propia vocación que hemos recibido y estamos  llamados a vivir en el mundo y en la Iglesia; cuando  nuestras obras buscan y realizan el bien; cuando su amor es correspondido. No siempre los frutos serán manifiestos o inmediatos, pero no cabe dudar que si permanecemos unidos a Cristo, como el sarmiento permanece unido a la vid, produciremos frutos a su tiempo. Acabo con las hermosas palabras de san  Pablo: "Finalmente hermanos, todo lo que es noble, justo, puro, amable...tenedlo en cuenta y el Dios de la paz estará con vosotros". Vivamos alegres, confiados en Dios y amparados siempre de buenos sentimientos. No son las ideologías ni el poder..., son los santos quienes cambian el mundo. Que así sea con la Gracia de Dios.

25 de septiembre de 2008

"RECAPACITÓ Y FUE..."

XXVI TO -A-     Ez 18,25-28/Fil 2, 1-11/ Mt 21, 28-32

 

Una primera enseñanza que nos ofrece la Palabra es la llamada a la responsabilidad personal frente al bien y el mal. El profeta Ezequiel, viendo que los israelitas tenían tendencia a refugiarse en las "culpas de la comunidad" o de los antepasados, les hace una llamada a la decisión personal. Es verdad que la conducta de cada uno repercute en la colectividad y que la comunidad influye en nuestras decisiones personales,  pero esto no nos exime  del mérito ni de la culpa: la responsabilidad de nuestra vida la tenemos nosotros. La parábola  exclusiva de Mateo, también nos pone ante la decisión personal: en el fondo, quien dijo "No quiero"pero se arrepintió, cumplió la voluntad de su padre (no así quien pronunció buenas palabras -"Voy, señor"-,  pero no fue). Vivimos en un mundo en el que tantas veces se pretende que lo verdadero sea falso y lo falso verdadero; en el que mucha gente no sabe dónde termina el  bien y empieza el mal. La confusión está servida y se hace necesario recuperar el norte de nuestra vida.  El que elige el camino del mal entra él mismo en la esfera de la muerte;  el que opta por la verdad y el bien en la esfera de la vida. Podrán haber influido en una u otra dirección el ejemplo de los demás o las estructuras, la formación, el ambiente..., pero hoy la invitación es a tomar decisiones personales, siendo responsables de nuestros actos y coherentes con nuestras palabras.

            El evangelio nos orienta también hacia otra dirección que en cierto modo es consecuencia de la primera: "Las apariencias engañan". Del mismo modo que a Juan Bautista le hicieron caso los publicanos y pecadores, pero no los dirigentes, así sucede con el mensaje de Jesús. Los fariseos decían oficialmente "sí" pero luego no cumplían; todo era fachada y apariencia que Jesús desenmascara muchas veces...; sin embargo, los pecadores acogen la llamada de Jesús ("Quien lo ha perdido todo o desespera o todo lo espera", mientras que los que se consideran ya justificados no esperan nada....). Es una gran tentación quedarnos en  la imagen y la apariencia  porque "del dicho al hecho hay mucho trecho" y "obras son amores y no buenas razones". Qué gran verdad es que no bastan las palabras, las buenas intenciones..., lo que cuenta son los hechos, el ejemplo. ("No todo el que dice Señor, Señor..."): Atender a los necesitados, realizar honestamente el trabajo, cuidar  los detalles de la vida diaria, las relaciones humanas sinceras... es decir, hacer realidad y vida los sentimientos y actitudes de Cristo que compartió nuestra condición humana y experimentó las contradicciones indisociables de esta condición....

            Pablo, en esta línea de concretar en la propia vida los ejemplos de Jesús, nos hace una llamada a la unidad y la concordia que serán realidad si "si todos tenéis los mismos sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús". Hay que construir la unidad, eliminando resentimientos y envidias;  la igualdad,  renunciando a la arrogancia-rivalidad; la solidaridad,  mirando por el interés de los demás, acogiendo a los que necesitan una mano amiga; hay que vivir en comunión -compartiendo la fe, el amor, la mesa, la acogida... con sencillez... Jesús vivió así... Todo ello es posible con la ayuda de Dios. Por eso siempre ha de quedarnos la honda esperanza de que  podemos, con su Gracia , construir mejor nuestra vida y dirigirnos a Él con las  palabras del salmo de hoy: "Recuerda Señor que tu misericordia y tu ternura son eternas...". Siempre es posible recapacitar y volver. "Los tiempos son propicios para volver a Dios", recordaba el Papa Benedicto XVI en Lourdes.

19 de septiembre de 2008

"¿O vas a tener tu envidia porque yo soy bueno?"

DOMINGO XXV TO -A- 2 - Is 55, 6-9 / Fil 1, 20-24.27 / Mt 20, 1-16

Hay  un primer mensaje de carácter universal en la parábola que hemos escuchado: Dios busca continuamente y a diversas horas  -al amanecer, al mediodía, al anochecer- trabajadores para su viña que con su actividad ennoblezcan la creación, la propia vida y la de los otros. Esta colaboración humana la quiere de todos y debe ser siempre solidaria, sin envidias que entristecen..., por amor,  según sus posibilidades de cada uno,  en la esperanza de una recompensa cierta. Ahora bien, si la parábola se lee desde las categorías humanas es difícil de comprender; puede interpretarse en términos de ambición y egoísmo y no de altruismo y solidaridad. Pero no se trata aquí de un problema de justicia humana sino de gracia de Dios; el mensaje es teológico.

            Por una parte el dueño de la viña da a cada uno lo pactado pero a los últimos los equipara con los primeros y  se justifica: lo que yo hago no es injusticia contra vosotros, los primeros, sino generosidad con éstos, los últimos. No es agravio sino bondad pero es precisamente esa bondad con los últimos lo que provoca la indignación de los primeros. Dios "el señor de la viña" rompe los esquemas mentales, nuestros planteamientos de justicia conmutativa-legal;  a veces es más fácil aceptar la severidad de Dios que su misericordia que nos "descoloca"... Esto confirman las palabras del profeta Isaías:  "Que al malvado abandone su camino y el criminal sus planes... Mis planes no son vuestros planes, mis caminos no son vuestros caminos...como el cielo es más alto que la tierra mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes".

            El mensaje principal, la gran enseñanza sobre Dios,  está en las palabras del dueño de la viña: "yo soy bueno".  El señor de la parábola no quiere perjudicar a nadie sino hacer el bien a todos y esto  "porque es bueno" y manifiesta su bondad por encima de todo merecimiento de justicia humana. Dios es más que aquel que administra rectamente la justicia conmutativa..., es más que el que paga a un hermano por determinadas horas de trabajo; buscar trabajadores al final del día cuando pueden rendir poco no se explica con criterios de productividad...Dios es ante todo bondad que rompe nuestros esquemas y nuestras más elaboradas concepciones de justicia; su justicia no es la nuestra; su amor, el amor, es siempre sorprendente, imprevisible, gratuito...

            Dios es así..., nos sigue queriendo tanto si somos obreros de primera hora como del atardecer (¿no quieren acaso los padres a todos sus hijos...?). Acordaos de san Dimas, el buen ladrón, a quien Jesús prometió el paraíso en la cruz, seguro que no por el ejemplo de vida... Ante esta actitud siempre puede surgir la tentación: si finalmente todos vamos a recibir la misma paga ¿para qué esforzarse?...ya que Dios es un Padre que nos ama y salva a todos atrasemos nuestra conversión al final de la vida y mientras tanto.... Ya lo escribía Antonio Machado de aquel gran pecador que, en su vejez, "gran pagano se hizo hermano de una santa cofradía"... Tentación falsa: cada uno debe trabajar desde su hora para mejorar el mundo y  si el salario consiste en estar con Jesús, evidentemente será el mismo para todos, si bien unos lo habrán disfrutado, en esta vida, más tiempo que otros. Se lo que eres a fondo, de verdad. Eso es lo que cuenta. Qué importante es saber que Dios nos ama por muy torcidos que hayan sido nuestros caminos previos y que siempre es posible volver a él. "Confía el pasado a la misericordia de Dios, el presente a su amor, el futuro a su providencia", escribía san Agustín.

Pablo les dice a los filipenses que él lo único que desea es servir a Cristo, sea por mi vida o por mi muerte. El problema no es vivir o no vivir en este mundo, el problema es estar y permanecer siempre unidos a Cristo, viviendo una vida digna de su evangelio. Lo único importante, mientras vivimos aquí, es que nuestra vida esté al servicio de Dios, en beneficio de los hermanos; lo más importante no es vivir o no vivir sin más, sino vivir o no vivir una vida digna del evangelio de Cristo. FELIZ CURSO A TODOS.

4 de agosto de 2008

¡ÀNIMO, SOY YO. NO TENGÁIS MIEDO!

XIX TO – A-  Rey 19,9.11-13 / Rom 9, 1-5 / Mt 14, 22-33

 

 "Te has hecho en nuestra carne pavor, llaga, condena y sepultura.

  Desde dentro del pecado, confundido con él y maldito, nos sorprendes ahora,

surgiendo de repente por el mismo centro del miedo,

del golpe, del cerco, del foso,

y en medio del susto fantasmal de tu ser luminoso,

entre el oleaje de nuestra noche rota,

nos susurras con voz estrenada de amigo:

"Soy yo, no temas. Camina sobre el agua".

                                                            Benjamín G. Buelta

 

 

*          *          *

 

Nos volvemos a encontrar, Dm., en septiembre. ¡Que Dios les Bendiga!.