25 de mayo de 2019

"Y haremos morada en él..."

VI DE PASQUA -C- Hch 15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29

 

Es propio del mensaje de Cristo inaugurar un modo nuevo de relación del hombre con Dios. A la idea antigua del Dios lejano, que se presenta con el rayo, el trueno o el fuego, sucede la imagen de un Dios-Padre que ve en el hombre al hijo querido, cuya cercanía busca. Y, de la misma manera que a la persona que amamos la tenemos presente, más aún, dentro de nosotros mismos y la vemos solo con cerrar los ojos, así Dios quiere que le busquemos y recibamos en la intimidad de nuestro ser. Porque es ahí, en el interior, el lugar en el que se libran esas tensiones calladas que nadie más que nosotros conoce; es dentro de nosotros, donde se ganan o se pierden las auténticas batallas de la vida, donde fluyen las intenciones, deseos e impulsos...es ahí donde Dios quiere habitar, el espacio donde él quiere estar presente: “Vendremos a Él…”. Ser morada de Dios…: acogerlo, transformarnos por su Espíritu, mostrarlo al mundo…. El amor se manifiesta cuando aquel a quien amamos vive en el fondo de nuestro corazón y “se manifiesta” en nuestras palabras y en nuestras obras.

El amor a Dios nos produce paz y alegría, nos hace personas equilibradas y optimistas. No queremos ser ingenuos ni irresponsablemente utópicos, pero no permitimos que nuestro corazón se acobarde ante las innumerables e inevitables dificultades que la vida nos presenta. Una persona en la que mora Dios, que está siempre en comunión con Dios, sabe que lleva encerrada, en el frágil vaso de su cuerpo, la fortaleza de Dios. Evidentemente podrá sentir miedo físico, debilidad psicológica y hasta imperfección espiritual, pero sabrá que la presencia del Dios que mora y vive dentro de él le va a proporcionar la fuerza necesaria para resistir los achaques del cuerpo y las debilidades de su espíritu.  Jesús vive en nosotros, es paz que debemos contagiar, fuente de reconciliación y de vida, por eso “no tiembla ni se acobarda nuestro corazón”.

 

Dice el Papa Francisco a propósito de la paz de Jesús que “nos enseña a seguir adelante en la vida… a llevar a los hombros la vida, las dificultades, el trabajo, todo, sin perder la paz. Llevar a los hombros y tener el valor de ir adelante. Esto solo se entiende cuando tenemos dentro el Espíritu Santo, que nos da la paz de Jesús. Pero si al vivir uno se deja llevar por un “nerviosismo ferviente” y pierde la paz, quiere decir que “hay algo que no funciona”. Por tanto, teniendo en el corazón el “don prometido por Jesús” y no el que viene del mundo o del “dinero en el banco”, podemos afrontar las dificultades incluso más duras y seguir adelante, y lo hacemos con una capacidad más:  la de hacer “sonreír al corazón”. Y, además, “la persona que vive esta paz nunca pierde el sentido del humor. Sabe reírse de sí misma, de los demás, incluso de su sombra, se ríe de todo… Este sentido del humor que es tan cercano a la gracia de Dios. La paz de Jesús en la vida cotidiana, la paz de Jesús en las tribulaciones y con ese poco de sentido del humor que nos hace respirar bien”.

Pues, como dice Pablo en la lectura de hoy, referida al Concilio de Jerusalén del año 49, hay que ir siempre a lo esencial (se decide: “no imponer más cargas que las indispensables”), recordando que lo que salva, lo que nos pone en paz con Dios y los hermanos es la fe en Jesucristo, no las obras de la ley.   Que el Señor nos dé esta paz que viene del Espíritu Santo, esta paz que es propia de Él y que nos ayuda a soportar, llevar encima, tantas dificultades en la vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

18 de mayo de 2019

"Como yo os he amado..."

V DOMINGO PASCUA -C- 1-  Hch 14,21-27/Ap 21,1-5/Jn 13,31-35:

 

“Os doy un… “: Que el mandamiento principal era el amor a Dos y al prójimo era conocido y aceptado por los judíos. Jesús miso lo repite así en los evangelios, particularmente al fariseo que le preguntó: maestro ¿cuál es el mandamiento…. (Mt 22, 35). La novedad de la que nos habla el evangelio de Juan es “como yo os he amado”. Él no había vendo a cambiar la Ley sino a perfeccionarla y eso es lo que hace ahora: amarnos como Jesús nos amó siempre es agradable a Dios.  Y ¿cómo nos amó? En el contexto en el que dice la frase es muy claro:  después de lavarles los pies y comunicarles que el Padre le va a glorificar a través de su muerte y resurrección… por ello amarnos como Jesús nos amo es amarnos con un amor de absoluta entrega hasta dar la vida por el prójimo. Jesús murió en un acto de obediencia al Padre, por amor a todos nosotros….

 

Dar la vida, darse… El amor de Cristo es nuevo porque ama al hombre no desde fuera, sino desde dentro del hombre:  se da a sí mismo, se entrega totalmente sin medida y sin condiciones; entra en comunión plena con la humanidad, hasta hacerse hombre, vivir como hombre, morir como hombre; fecunda la existencia humana con su vida divina, hasta eternizarlo en su resurrección y en la vida eterna. Es un modo de amar que no se mueve por simpatías o antipatías; que no se mantiene distante del otro; que no termina nunca de darse a sí mismo haciéndose prójimo con el otro, con todo lo que ello entraña de aceptación, acercamiento, compasión, misericordia, hasta alcanzar una verdadera comunión con él... Un amor así es nuevo, absolutamente desconocido, hasta el amor de Jesucristo y solo es posible con su Gracia… esa Gracia, puro Don, que te lleva a amar a Cristo en el hermano, sea cual sea su condición.

 

Por lo que leemos en el libro de los Hechos, Pablo y Bernabé siguieron literalmente el ejemplo de Jesús. Trabajaron y sufrieron mucho por amor al prójimo, y Dios, por medio de ellos, abrió a los gentiles la puerta de la fe. Esto es lo que debe hacer siempre la Iglesia de Jesús, esto es lo que debemos hacer cada uno de nosotros, los cristianos: evangelizar, predicar la buena nueva, el evangelio de Jesús, con la palabra y con el ejemplo, haciendo todo en nombre del Maestro, sin buscar nuestra propia gloria, sino la mayor gloria de Dios, haciendo todo con mucho amor y sin regatear esfuerzos. Sentirnos orgullosos no de lo que nosotros hacemos, sino de lo que Dios hace por medio de nosotros.

 

No podemos olvidar que el rostro más atractivo y hermoso de la Iglesia, muchas veces oculto tras las miserias y pecados, es la caridad. La Iglesia que enseña es necesaria, insustituible; la que celebra los sacramentos, fundamental en cuanto que manifiesta la cercanía a todos sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida; las instituciones igualmente necesarias para el servicio de la comunidad y la predicación… pero el verdadero rostro de la Iglesia nos lo da el amor, la comunión que nacen de la fe y se transforman en buenas obras. No desligamos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de la enseñanza y predicación ni de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros puede ofrecer de la Iglesia, ha de ser el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: aunque lo tenga todo, "si no tengo amor, nada soy".

 

Cuando el cristiano ama “como el Señor nos amó” está engendrando vida nueva, haciendo presente el amor de Dios a los hombres. De modo sencillo, nada espectacular, como es el misterio mismo de la vida. Pero en cada sonrisa devuelta, en aquellas ganas de vivir recuperadas, en quien ha encontrado el sentido de la vida, ha habido un pálpito del amor de Dios que es amor de vida… Sólo el amor nos hace pasar de la muerte a la vida. Nos recordaba San Agustín que “La Sagrada Escritura lo único que manda es amar”. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

 

 

11 de mayo de 2019

"Yo y el Padre somos uno" - Domingo del Buen Pastor

IV DOM DE PASCUA -C- Hech 13,14.43-52/Ap 7, 9.14-17/Jn 10, 27-30 -

 

Celebramos el domingo del Buen Pastor. Esta imagen de Dios como pastor aparece en numerosas ocasiones a lo largo del Antiguo Testamento y, en ella, vemos a Cristo, Buen Pastor, capaz de dar la vida por sus ovejas. Además, en este domingo celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones.

 

1. Cristo es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas. No es un asalariado a quien los suyos le son indiferentes. Jesús invita, conoce por el propio nombre, la propia historia, ama, busca el encuentro: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”. Dios es un Buen Pastor que nos conoce hasta lo más profundo de nuestro ser. Nos conoce incluso mejor que nosotros mismos. Por eso Él sabe mejor que nosotros mismos lo que necesitamos y lo que nos conviene. Y así, Él nos puede guiar hacia los buenos pastos que necesitamos. Pero tenemos que escuchar su voz desde el interior.  San Agustín insistía siempre en que la voz verdadera no está fuera de cada uno, sino que habita en lo más íntimo de nosotros, en lo más auténtico de lo que somos. El reto no es buscar fuera, sino caminar hacia dentro de nosotros mismos, sin caer en el egoísmo. Si soy capaz de escucharme, puede que sea capaz de escuchar a Dios y seguirlo, a los otros y a la creación.

 

2. Cristo es el Buen Pastor que da la vida eterna. Pero nuestros pecados no nos apartan de ese amor de Dios, sino que es tan grande el amor que nos tiene que a pesar de nuestras faltas y miserias Él sigue amándonos cada día más. Tan grande es el amor de Dios para con nosotros que, además de ser pastor, es también para nosotros alimento y comida que nos libra de nuestros pecados. Así, Cristo es en verdad el Buen Pastor que da la vida por nosotros que somos sus ovejas, para rescatarnos y llevarnos a los buenos pastos del cielo. Él, al dar su vida en la cruz, nos ha dado a nosotros la vida eterna, la vida de la felicidad del cielo, donde no pasaremos ni hambre ni sed, ni nos hará daño el sol ni el bochorno, como dice la segunda lectura del libro del Apocalipsis. Esta lectura nos presenta a Cristo como el Cordero, en cuya sangre se lavan y blanquean las vestiduras de los cristianos. Un Cordero que es también pastor y que nos conduce hacia las fuentes de agua viva. No encontraremos mejor pastor que Aquél que da la vida por las ovejas, ofreciéndoles así la vida feliz del cielo.

 

3. Cristo es el Buen Pastor que nos llama a dar testimonio, “llenos del Espíritu Santo”,  a todas las gentes,  como nos ha recordado el libro de los Hechos. Precisamente, en este domingo del Buen Pastor celebramos la 56 Jornada mundial de oración por las vocaciones, bajo el lema: “Di sí, al sueño de Dios”. Siempre pensamos que esto de la vocación es algo de curas y monjas, y nada de eso. La vocación es algo propio de todos y cada uno de nosotros.  Esta jornada nos recuerda que nuestra vida no es fruto del azar y que, por el Bautismo, todos recibimos el don de ser hijos amados de Dios, reunidos por él en la gran familia de la Iglesia. La Iglesia es nuestra madre, nos da vida y alimenta con la Palabra, los sacramentos, la acción social y debemos contribuir a que cada día su rostro sea más hermoso.

 

Hoy el ambiente está muy secularizado y parece que ya no hay espacio para Dios y para el Evangelio, pero no debemos caer en el desaliento; no podemos dejarnos contagiar por el miedo, ni paralizarnos…  tenemos que ayudar al descubrimiento de la vida como vocación, acompañar, animar, apoyar, escuchar…rezar para que cada uno de nosotros sepamos descubrir qué quiere Dios de nosotros. Recuerda San Agustín comentando este evangelio: “Estén todos en el único pastor, anuncien toda la única voz del pastor, de modo que sigan no a este o al otro pastor sino al único… os ruego que no haya cismas entre vosotros”. El evangelio ha terminado con la afirmación de Jesús. “Yo y el Padre somos uno”.  Que así sea, también entre nosotros, con la Gracia de Dios.

 

4 de mayo de 2019

"Pedro, ¿me amas...?"

III DOMINGO DE PASCUA -C-   Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

“¿Me amas más que estos?”.  Y Pedro ya no se compara con nadie; su respuesta es sencilla, brota de lo mejor de su corazón: “Tú sabes que te amo...tú sabes que te quiero”. Tú conoces mi negación, mi cobardía, mis sentimientos...Tú sabes que, desde la verdad de mi ser, a pesar de todo, te quiero. Jesús examina a Pedro sobre el amor, porque desde el amor habrá de ejercer la autoridad que le concede. Pedro no es la “piedra” porque tiene autoridad-poder, sino porque ama a Jesús y está dispuesto a seguirlo y a dar testimonio de él incluso con la propia vida.

Desde entonces no hay autoridad en la Iglesia si no nace de este amor humilde. Porque solo el amor convierte la autoridad en servicio.  Sólo desde esta actitud de fe y amor, Pedro y los otros discípulos, asumen su misión en la Iglesia y su testimonio en el mundo, que ha de ser universal y abierto a todos (como simbolizan la red y el número de peces, 153). Por la palabra de Jesús la red se llena de peces tras una noche confiando en las solas fuerzas; por su palabra desafían a los judíos afirmando que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”; por su palabra vuelven contentos después de ser ultrajados. Sólo los testigos hablan al corazón de las personas y entregan la vida por el otro, porque hablan de lo que previamente han escuchado a Dios. De la oración contemplativa brota la palabra de vida.

El diálogo entre Jesús y Pedro hay que trasladarlo a la vida de cada uno de nosotros. San Agustín, comentando este pasaje evangélico, dice: «Interrogando a Pedro, Jesús interrogaba también a cada uno de nosotros». La pregunta: «¿Me amas?» se dirige a cada discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y de prácticas; es algo mucho más íntimo y profundo: es una relación de amistad con la persona de Jesucristo. Muchas veces, durante su vida terrena, había preguntado a las personas: «¿Crees?», pero nunca: «¿Me amas?». Lo hace sólo ahora, después de que, en su pasión y muerte, dio la prueba de cuánto nos ha amado Él. 

 

Ojalá sintamos siempre que, a pesar de todo, el Señor nos sigue mirando con cariño, sigue creyendo en nosotros, nos anima a seguir adelante, nos rehabilita y confirma en la fe; ojalá podamos seguir diciendo, ante la mirada de amor y comprensión del Maestro: “Señor, tú lo sabes todo, Tú sabes que yo te quiero”; ojalá, de sus labios, podamos también escuchar: “cuida a mis hermanos” para que encuentren y tengan vida. Sabemos que, en ocasiones, preocupados por nuestra debilidad no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús Resucitado que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la Eucaristía, pero necesitamos ser testigos de Jesús, creyentes capaces de descubrir su presencia en medio de la vida de cada día, del fracaso y la debilidad.  La resurrección de Jesús cambia la vida y el horizonte de los discípulos… que se sienten animados, apasionados para “anunciar el evangelio”.

 

“Al que poco se le perdona, poco ama”, había dicho Jesús a la mujer pecadora pública. El camino del perdón es el camino para crecer en el amor. En nuestra vida religiosa necesitamos en lo hondo esa confianza básica de sentirnos acogidos, desde la realidad inevitable de nuestra vida hecha de luces y sombras, por alguien que nos quiere, que nos comprende y que sigue creyendo en nosotros y nos amina a seguir adelante. Que así sea con la Gracia de Dios.