14 de julio de 2018

"Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo..."

XV TO –B-  Am 7, 12-15 /  Ef 1, 3-14  /  Mc 6, 7-13

La primera lectura nos presenta al profeta Amós, como antecedente de lo que significa ser elegido y enviado por Dios para una misión: es un hombre corriente: “no soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos”; elegido por Dios para vivir de otra manera: “el Señor me sacó de junto al rebaño”; al que se le encomienda una misión: “Ve y profetiza a mi pueblo Israel”. El profeta se nos presenta siempre como alguien que ha tenido una experiencia de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es enviado por Dios para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la senda de la obediencia y de su amor. La vocación profética es “irresistible”: “Habla el Señor, ¿quién no profetizará?” (Am 3,8), es una pasión que nace de la escucha de la Palabra y el encuentro con Dios, de la experiencia misma de haberse sentido mirado, llamado por su nombre, reconocido por la mirada de un Dios que quiere comunicarse al género humano a través de palabras humanas, de sus elegidos. Dios tiene la iniciativa y sale al encuentro del hombre para darle una misión que le configura. Es más que una tarea, es una nueva identidad que afecta a toda la persona del profeta.

En el evangelio, Jesús, llama a los doce, toma la iniciativa y al tiempo nos regala la libertad de sabernos “sacados de junto al rebaño”, de la simple cotidianeidad de las cosas, como el profeta, y nos envía. Esta experiencia doble de llamada y envío es fundamental para el discípulo, porque revela que nuestra misión es eclesial, no un asunto privado, y por ello la vivimos en comunión, “de dos en dos”, en comunidad, junto con otros, sabiéndonos copartícipes de la misión de todos los discípulos. El texto nos subraya algunos elementos de la misión que nos resultan muy significativos en este momento de la Iglesia: salir al camino, sin alforjas, sin dinero, pero con sandalias y cayado, para poder resistir el desgaste del camino: Iglesia en salida, en camino, pobre, desinstalada, libre de ataduras, en definitiva, para poder servir al evangelio. Itinerantes, porque hay en el enviado una pasión, una ineludible necesidad de ir siempre más allá, al encuentro de quienes viven en la oscuridad, porque la luz siempre es expansiva, difícil de encerrar, de frenar en su vocación de iluminar. Conscientes de que no siempre seremos bien recibidos.

En esta línea la carta a los Efesios nos adentra en esa nueva identidad que nos es revelada en el encuentro con Dios. El discípulo, que se expresa en este himno en tono de alabanza, nos está narrando en realidad su propia experiencia de encuentro con Dios a través de Jesús: se siente “bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”; “elegido en la persona de Cristo“ para ser consagrados, partícipes de la santidad de Dios, e irreprochables ante él por el amor; “destinados a ser sus hijos”, hijos de Dios, reflejo de su gloria, herederos de sus bendiciones, llenos de gracia, como se sintió María. Y es interesante contemplar a este discípulo que así habla, porque nos está mostrando cuál es la experiencia que está en la raíz vital de quien acepta un envío como el del evangelio: es alguien que se vive a sí mismo como bendecido, elegido, hijo del Padre, lleno de gracia, sabio en la sabiduría de Dios. Sólo hombres y mujeres que viven una experiencia así, tan densa, tan transformadora, tan gozosa, pueden, como el profeta, afrontar una misión que les coloca radicalmente enfrente de los modelos al uso en aquella sociedad que les toca vivir. Sólo una pasión que nace de esta experiencia nos puede llevar hoy a vivir y predicar el contracultural mensaje del evangelio. Cuando la pasión del encuentro transformador con Jesús se apaga, la misión languidece, o se convierte en una simple tarea. Anunciamos así, con palabras y gestos de liberación el plan de Dios para sus hijos: que tengan vida y vida en abundancia. La verdad experimentada, rumiada, saboreada, se hace más fuerte que nosotros mismos y no podemos callarla. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

 

5 de julio de 2018

"Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil".

XIV TO – B -Ez 2, 2-5 - 2Cor 12, 7-1 -  Mc 6, 1-6

 

Hoy, la Palabra, está centrada en las dificultades para creer y en la actitud de los hombres ante ellas. Destacamos tres:

 

. La primera es la de los israelitas: a los que vivían en el siglo VI a. C. les chocó y se les hizo un verdadero drama el ver que Jerusalén era conquistada por los babilonios, que les deportaron en gran número a su propio país. ¿Dónde estaba la fidelidad de Yahvéh a sus promesas? ¿Dónde está, se preguntaban los israelitas, el brazo poderoso de Yahvéh? Se sentían abandonados, en rebeldía, pero en lugar de buscar solución a sus dudas sobre la fidelidad de Dios, se aferran a ellas, se encierran en su obstinación y con ello su corazón se endurece ante la voz de Dios que sigue hablándoles por medio de Ezequiel. En lugar de buscar resolver sus dudas de fe, se hunden más en ellas, incapaces de descubrir en la voz del profeta un signo de que Dios sigue estando preocupado por su pueblo. 

 

. La segunda actitud es la de los habitantes de Nazaret:  Ellos no pueden dudar de

los signos y prodigios que ha hecho Jesús en Cafarnaúm y en los pueblos de su alrededor, pero les cuesta creer que un hombre corriente, y de su pueblo, como es Jesús, logre hacer tales cosas. Sin duda que ellos se habrían dado cuenta desde antes.  Algo raro y extraño ha sucedido, aunque no sepan qué es. Ellos conocían la familia tan normal de Jesús, su infancia y juventud, sus padres, su oficio, sus parientes; lo habían visto crecer como uno entre tantos... sabían que no había estudiado en ninguna escuela rabínica, ni pertenecía a la casta sacerdotal, no era miembro de familia honorable que pudiera haberle transmitido su ciencia o su poder...  y, quizás, por ello, no podían creer lo que cuentan de él.  Es evidente que no hay cosa peor para la fe que acostumbrarse a vivir con el misterio a nuestro lado, perdiendo toda capacidad de asombro en lo cotidiano.

 

. La tercera actitud, muy diversa de las anteriores, es la de Pablo. La visión de Damasco ha marcado para siempre su vida. Lo que le pasa tiene que explicarlo desde ese momento sobrecogedor y profundo. . Y así, desde esa experiencia de fe, llega a dos conclusiones:

 

1. Ante las crisis de fe está presente la gracia de Cristo para enfrentarse a ellas con decisión y valentía. El creer encuentra dificultades en cualquier época y en cualquier punto de la tierra.  Algunas son las de siempre, pues la fe es un don y hay que acogerlo en la oración y con humildad, pero, otras son actuales: el desinterés más o menos marcado por lo que no sea inmediato y aporte algo útil al hombre hoy, aquí y ahora; la excesiva confianza en la razón científica, en prejuicio de la razón filosófica que predispone para la fe; el espíritu relativista dominante;  amplios sectores de la sociedad, en los que "Dios" es un punto de vista más, en concurrencia con otros aparentemente más atractivos; no pocas veces se menciona también la imagen de una Iglesia retrógrada, enrocada en el pasado en la propuesta de algunas verdades dogmáticas o morales... en fin, podríamos añadir más  dificultades a la lista.

 

2. En la debilidad, es donde soy más fuerte, pero no con mi fuerza, sino con la fuerza de Dios. La prueba de la fe es un momento extraordinario para acrecentarla y consolidarla. Con todo, esa experiencia no libra del aguijón de la "carne" (¿una enfermedad? ¿la conciencia de su debilidad ante la misión? ¿el sentir el peso del propio pecado?). También Pablo pasó por el escándalo de la fe; tuvo dificultades, se sintió débil y en la debilidad se mantiene firme porque una voz en su interior le repite: "Te basta mi gracia".  Si mil tentaciones no hacen una caída, tampoco mil dificultades hacen una sola duda de fe, ni una sola. Que así sea con la Gracia de Dios.