23 de enero de 2018

¡Cállate, y sal de él".

IV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – B-  Dt 18, 15-20 – 1 Cor 7, 32-35 – Mc 1, 21-28

 

Según Marcos, la primera actuación pública de Jesús fue la curación de un hombre poseído por un espíritu maligno en la sinagoga de Cafarnaún. Es una escena sobrecogedora, narrada para que, desde el comienzo, los lectores descubran la fuerza curadora y liberadora de Jesús.

Es sábado y el pueblo se encuentra reunido en la sinagoga para escuchar el comentario de la Ley explicado por los escribas. Por primera vez Jesús va a proclamar la Buena Noticia de Dios precisamente en el lugar donde se enseñan oficialmente al pueblo las tradiciones religiosas de Israel.

La gente queda sorprendida al escucharle. Tienen la impresión de que hasta ahora han estado escuchando noticias viejas, dichas sin autoridad. Jesús es diferente. No repite lo que ha oído a otros. Habla con autoridad. Anuncia con libertad y sin miedos un Dios bueno.

De pronto, un hombre se pone a gritar: «¿Has venido a destruirnos?». Al escuchar el mensaje de Jesús se ha sentido amenazado. Su mundo religioso se le derrumba. Se nos dice que está poseído por un «espíritu inmundo», hostil a Dios. ¿Qué fuerzas extrañas le impiden seguir escuchando a Jesús? ¿Qué experiencias dañinas y perversas le bloquean el camino hacia el Dios bueno que anuncia Jesús?

 

Jesús no se acobarda. Ve al pobre hombre oprimido por el mal y grita: «¡Cállate y sal de este hombre!». Ordena que se callen esas voces malignas que no le dejan encontrarse con Dios ni consigo mismo. Que recupere el silencio que sana lo más profundo del ser humano.

El narrador describe la curación de manera dramática. En un último esfuerzo por destruirlo, el espíritu «lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él». Jesús ha logrado liberar al hombre de su violencia interior. Ha puesto fin a las tinieblas y al miedo a Dios. En adelante podrá escuchar la Buena Noticia de Jesús.

 

No pocas personas viven en su interior de imágenes falsas de Dios que les hacen vivir sin dignidad y sin verdad. Lo sienten no como una presencia amistosa que invita a vivir de manera creativa, sino como una sombra amenazadora que controla su existencia. Jesús siempre empieza a curarnos liberándonos de un Dios opresor.

 

Sus palabras despiertan la confianza y hacen desaparecer los miedos. Sus parábolas atraen hacia el amor de Dios, no hacia el sometimiento ciego a la Ley. Su presencia hace crecer la libertad, no las servidumbres; suscita el amor a la vida, no el resentimiento. Jesús cura porque nos enseña a vivir solo de la bondad, el perdón y el amor, que no excluye a nadie. Sana porque nos libera del poder de las cosas, del autoengaño y de la egolatría.

J.A. Pagola

13 de enero de 2018

"Rabí, ¿dónde vives?

DOM II TO-B- 1Sam 3,3b.10-19/1 Cor 6,13c-15a.17-20/Jn 1, 35-42:

 

Juan nos muestra cómo se inició el pequeño grupo de seguidores de Jesús. Todo parece casual. El Bautista dice a quienes le acompañan: «Este es el Cordero de Dios». Los discípulos sin entender gran cosa comienzan a «seguir a Jesús» … caminan en un silencio roto por Jesús con una pregunta: «¿Qué buscáis?». «Maestro, responden, ¿dónde vives?».  No buscan conocer nuevas doctrinas; quieren aprender un modo nuevo de vivir…. «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis información de fuera. Venid a vivir conmigo y descubriréis cómo vivo yo, desde dónde oriento mi vida, a quiénes me dedico, por qué vivo así.

 

Más que explicar: mostrar. Lo dijo un padre en el Sínodo de los Obispos sobre la familia: “no hablemos ni teoricemos tanto de la familia; mostremos la belleza de la familia”; no hablemos ni teoricemos tanto de la vocación religiosa, mostremos la alegría de ser consagrados; no hablemos ni teoricemos tanto de la fe, mostremos la serenidad, la esperanza, la lucha, la paz… que nacen de la fe. Es necesario experimentar un verdadero contacto con Jesús en la oración, el silencio, la misericordia, la generosidad, la escucha… solo así nuestra comunidad podrá engendrar nuevos creyentes. El encuentro con el Señor llena de gozo el corazón de las personas y nos pone en caminos nuevos para la vida. Sentir la cercanía del Señor, disfrutar de su paz es un regalo maravilloso de Dios.  Pero hay que abrir el oído como Samuel en la sencilla narración de su vocación que hemos escuchado: "Habla Señor que tu siervo escucha".  Nuestras dudas, crisis, búsquedas, silencios quedan reflejados en esta petición.  Y hay que responder llenos de confianza, sin temor: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

 

No es fácil decir con pocas palabras lo que los seres humanos buscamos en nuestro corazón. Llevamos dentro muchas pobrezas, muchos fracasos, muchas ganas de vivir en paz con nosotros mismos, muchos sueños sobre nuestro mundo, muchos deseos de disfrutar del amor de Dios y de salir de nuestras oscuridades íntimas. Seguro que aquellos jóvenes tenían el corazón lleno de esperanzas: buscaban alguien que les enseñara lo decisivo de la vida, con quien convivir, que les iluminara. Sabemos que tras el encuentro con Jesús sus vidas fueron por otros caminos (Simón-Pedro). Parece que es imposible disfrutar del encuentro con el Señor sin que se produzcan cambios profundos en nosotros.

Precisamente Pablo en la carta a los Corintios destaca el compromiso total que, para la persona entera, cuerpo y espíritu, supone la vocación cristiana nacida del encuentro con Cristo y vivida en la fe y el compromiso del seguimiento. Pablo acentúa fuertemente la dignidad del cuerpo (rechazando la fornicación: concubinato, adulterio; el estilo de vida pagano...). Para el cristiano esta dignidad radica en el hecho de su incorporación a Cristo por el bautismo -la fe-, de suerte que se hace miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo. He aquí el fundamento de una ética cristiana del cuerpo. Su raíz está en la vocación cristiana que abarca a toda la persona, y dignifica profundamente el cuerpo -no lo banaliza-, poniéndolo al servicio de Dios.

 

Ojalá, como los discípulos, podamos decir con gozo: “Hemos encontrado al Mesías” y nos quedemos con Él. Él, seguro, se queda con nosotros: “Cuando todos te abandonan Dios sigue contigo” (Gandhi).  Que así sea con la Gracia de Dios.