23 de noviembre de 2017

"Venid, benditos de mi Padre..."

DOMINGO XXXIV  T.O. -A- CRISTO REY 

Ez 34,11-12.15-17 - 1 Cor 15, 20-26a.28- Mt 25, 31-46

 

            Estamos al final del camino anual de la liturgia, que, sin embargo, el próximo domingo habrá que volver a iniciar con el Adviento. El final del camino de la historia es el que nos recuerda hoy la P de D, en la solemnidad de Cristo Rey del Universo. Al final del itinerario del hombre, de cada hombre y de la historia humana (doncellas y talentos), está Cristo, Señor de todo, “Dios con nosotros”, dando sentido y verdad a toda la andadura de la humanidad.

            Las lecturas esbozan el rostro de ese Cristo Rey que llena todo el horizonte de la historia. El profeta Ezequiel se vale de la imagen de “pastor de hombres” aplicada a los reyes y otros dirigentes(AT) para hablar de la relación de Dios con su pueblo oprimido y disperso en el exilio. Dios, pastor solícito, promete liberación de las injusticias, curación de lo herido y enfermo, atención y cuidado...da esperanza.

           

Jesús (NT)se identificó con el Buen Pastor. Asumió la imagen para describir su acción salvadora con todos los hombres, especialmente los pobres y perdidos (primeros cristianos así lo vieron). Es el rasgo de la misericordia en el rostro del Cristo Rey. El Señor del Universo es Bondad. Su reino no debe nada a las riquezas ni al prestigio, poderes de este mundo, sino que se reserva a los pequeños y sencillos...

      

El evangelio, con su alegoría del juicio último, nos sitúa ante el Rey que “sentado en su trono” va a juzgar a cada hombre y a la historia humana. Un juicio que es examen de un amor que se prueba cada día en el encuentro con el hermano necesitado, solo, abandonado..., en ellos está el reino de Dios misteriosamente presente. El Señor Rey del Universo es el Hijo del Hombre que se identifica con cada hombre, en quien debemos de reconocerlo. Es el juicio de las Bienaventuranzas que dará la vida plena a los limpios de corazón, luchan por la justicia, perdonan y son misericordiosos..., a los que reconocen el rostro de Jesús en el rostro de todos los hermanos. En el torbellino del bien y del mal, contradicciones, luchas y pasiones, él nos enseña a amarnos y amarle (“Lo que hicisteis... me lo habéis hecho a mi”).

           

Jesús no nos llama a ser espectadores del amor de Dios sino sus más íntimos colaboradores, esto es, plenamente responsables. “Cristianos, decía san Juan Crisóstomo, sois los responsables del mundo y se os pedirá cuenta de él”. La fe que nos salva es la que nos contagia una bondad superior a la nuestra, la única fuerza que puede resistir hasta el fin el horror del mal sin caer en la tentación de culpar a los otros.

           

El reinado de Cristo, dice Pablo, se va haciendo en la lucha y victoria sobre todos los enemigos, aquellos que se oponen al proyecto justo y bueno de Dios. “El último enemigo aniquilado será la muerte”; Cristo entrega su reino al Padre para que Dios sea todo en todos. El Señor del universo es Dios que acoge como Padre a sus hijos. Feliz quien siga al Señor Jesús a donde quiera que vaya: se elevará a compartir su misma intimidad con Dios y le seguirá ejerciendo su caridad...

“No todo el que dice Señor Señor..., sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). “La señal por la que conocerán que sois mis discípulos es que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). “Quien no ama a su hermano que ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20).

Así de sencillo y así de complicado: “Al final de la vida se nos examinará del amor”, dice san Juan de la Cruz. Con la gracia de Dios y nuestra disponibilidad a colaborar con ella, aprobaremos un examen, del que sabemos las preguntas. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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