28 de enero de 2017

"Bienaventurados los que trabajan por la paz..."

2017.  IV DOMINGO TO -A-  Sof2,3-3,12-13/1Cor 1,26-31/Mt 5,1-12

 

Ayer, 27 de enero, se celebró La Jornada internacional de conmemoración de las víctimas del Holocausto, que fue instaurada por  las Naciones Unidas,  recordando ese día de 1945 cuando fueron abatidas las rejas del campo de concentración de Auschwitz por las tropas soviéticas. El 29 de julio de 2016, el papa Francisco durante su viaje apostólico a Polonia con motivo de la JMJ, fue al campo de concentración de Auschwitz, quiso recorrerlo en silencio, en recogimiento, sin discursos ni protocolos. Uno de los momentos más conmovedores fue cuando el Santo Padre entró en la celda del hambre, la celda del martirio de san Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco que ofreció su vida por la de otro preso judío, padre de familia. Y firmó en el Libro de Honor donde escribió en español: “¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!”.

 

Ayer en todo el mundo se realizaron ceremonias para no olvidar lo ocurrido. La  Comunidad de san Egidio recordó que “A 72 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau  el recuerdo del horror y del abismo causado por el antisemitismo y la predicación del odio racial es particularmente importante en este momento histórico para Europa y todo el mundo”. La memoria del Holocausto no puede “limitarse a un ejercicio pasivo”, hay “demasiada indiferencia delante de los nuevos actos de intolerancia y de racismo que vemos producirse en el mismo continente que conoció el nacimiento del nazismo”. Por ello es necesario “valorizar los actos de solidaridad, de integración e inclusión social hacia los más débiles” y “multiplicarlos para crear una nueva cultura y transmitirla a las jóvenes generaciones” como el mejor modo “para construir una civilización de la convivencia en el cual hay espacio con todos”. No deben caer los  valores morales y éticos y, para ello, es fundamental cuidar la educación y la familia.

 

El Papa dice: “No necesitamos poner parches, sino construir una Iglesia y una sociedad nueva, abierta, con bases firmes, con mucha luz, donde quepan todos los hermanos…”. Y aquí entran las Bienaventuranzas que hoy nos presenta Jesús. Es  su programa para responder al deseo  más profundo de toda persona humana: la felicidad, pero  dista tanto  de lo que nosotros hemos ido construyendo, que si ponemos atención a las palabras que Él nos propone seguramente le diremos  que eso no es posible, que es una utopía. Pero para Cristo “utopía”, se convierte en un sueño posible por el cual vale la pena entregar la vida generando esperanza, justicia y amor. Jesús proclama dichosos a los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa del bien. Consideradas por los grandes de este mundo, las bienaventuranzas aparecerán como ocho normas para fracasar en la vida.

 

Pero no es así. Un hombre feliz no crea el mal, no predica la guerra, no asesina, no odia, no roba... todos estos males, crímenes, odios... que dependen de la libertad del hombre,  pueden reducirse a la infelicidad. Jesús fue feliz haciendo felices a los demás, devolviéndoles la vida, la dignidad, el perdón… En la concepción cristiana de la vida, el amor verdadero tiene siempre que ver con el bien del otro. Y la moral tiene que ver mucho más con la búsqueda y la prosecución del bien, que con la prohibición del mal, con “la práctica del derecho y la búsqueda de la justicia y la humildad” (Sofonías) siguiendo el comportamiento de Jesús, “sabiduría de Dios” para nosotros (Pablo). Que así sea con la Gracia de Dios.