26 de diciembre de 2015

"Él bajó con ellos a Nazaret..."

LA SAGRADA FAMILIA -C- Sam 1,20-22.24-28/1Jn 3,1-2.21-24/Lc 2,41-52

 

Celebramos hoy el día de la familia cristiana. Y miramos a Nazaret, no para hablar  de un modo abstracto del valor de la familia o para imaginar la vida de la familia de una forma idealizada. Recuerdo que, al iniciar el Sínodo de la Familia,  el Papa nos invitó a entrar  “también nosotros  en el misterio de la Familia de Nazaret, en su vida escondida, cotidiana y ordinaria, como es la vida de la mayor parte de nuestras familias, con sus penas y sus sencillas alegrías; vida entretejida de paciencia serena en las contrariedades, de respeto por la situación de cada uno, de esa humildad que libera y florece en el servicio; vida de fraternidad que brota del sentirse parte de un único cuerpo”. Y dijo con claridad:  “Volvamos a Nazaret para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar”. 

 

Que Jesús viviera treinta   años de vida familiar  en Nazaret y  tres años de vida pública significa la  gran importancia de la familia a los ojos de Dios; que enseñara lo vivido y experimentado en el hogar nos recuerda la fuerza de los orígenes: un tiempo de intimidad familiar  en el que  bajo la mirada de María y de José  crecía acompañado  de tantos gestos pequeños y cotidianos, a veces sorprendentes,  que nacen en la vida del hogar.  Jesus nació y creció en una familia verdadera y concreta cuyas  experiencias  nos enseñan que la historia de cada familia ha de ser comprendida en su singularidad, en los acontecimientos concretos llenos de alegría, don, sacrificio y nos enseña que no debería nunca ser juzgada dentro de los barrotes de una norma, ley, presupuesto jurídico o legal. De hecho, de la santidad de la familia hablan no tanto su conformidad a la ley sino la vida concreta, las alegrías y las lágrimas, el camino. Y en este sentido la Sagrada Familia nos da una enseñanza: más que hablar de familia en sentido general con el riego de caer en la ideología o ser abstractos es mejor entrar en las casas particulares y tratar de entender que pan viene compartido cada día, cuál es su precio y su sabor.

 

En el marco del año de la misericordia el Papa recuerda también que “La Sagrada Familia de Nazaret sabe bien qué cosa significa una puerta abierta o cerrada, para quien espera un hijo, para quien no tiene amparo, para quien huye del peligro. Las familias cristianas hagan del umbral de sus casas un pequeño gran signo de la Puerta de la misericordia y de la acogida de Dios. Es así que la Iglesia deberá ser reconocida, en cada rincón de la tierra: como la custodia de un Dios que toca, como la acogida de un Dios que no te cierra la puerta en la cara, con la excusa que no eres de casa” (Catequesis de 18.11.2015)

“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!, nos ha recordado Juan en su Carta. La familia es el ámbito fundamental de relación del ser humano, de fraternidad, por eso mismo puede y debe ser un lugar privilegiado para vivir el amor. Aunque hay ocasiones en las que las relaciones humanas no se rigen precisamente por el amor.  La familia de Nazaret nos enseña la necesidad de reconocer los preciosos fragmentos de santidad que componen la vida de cada familia, ninguna excluida, más allá de las apariencias. Cada  familia "es siempre una luz, aunque débil, en la oscuridad del mundo". Que así sea con la Gracia de Dios.

 

No hay comentarios: