28 de febrero de 2015

"Dios es el que justifica"

DOMINGO II  DE CUARESMA -B- Gen 22,1-2.5-18/Rom 8,31-34/Mc 9,1-9

           

La figura de Abraham se nos presenta habitualmente como modelo de fe. Y con razón. Un hombre mayor que, en su ancianidad recibe como regalo explícito de Dios un hijo, garantía de que la promesa de una gran descendencia se va a cumplir. La fidelidad de Abraham había dado fruto, pero quedaba la prueba final, la más difícil: Dios le pide el sacrificio de aquel hijo. Petición aparentemente inhumana y absurda en cuanto, además, el hijo era heredero de la misma promesa de Dios. Pero la confianza de Abraham era a prueba de todo; él contaba con que a Dios no siempre es posible entenderle, pero sí que siempre es posible confiar en El. Incluso cuanto todas las apariencias parecen señalar que Dios ha abandonado al hombre. A Abraham fue eso precisamente lo que le sirvió: su confianza en Dios, aceptar que las cosas se desarrollan como él quiere, frente a todos los planes que la lógica humana hubiera podido hacer. Y Dios, que no pide un sacrificio humano sino fe, no solo le devuelve su hijo querido sino que agranda su capacidad paternal haciéndolo padre de todos los creyentes que entienden que creer es abandonarse sin condiciones en los brazos amorosos del Padre: "Padre, si es posible...". Pero a veces no es posible.

           Situación similar nos presenta la escena de la “Transfiguración”. Más allá de la majestuosidad del momento, o de la voz de la nube..., la escena es una presentación adelantada de la Resurrección: Cristo resucitado es verdaderamente el Cristo transfigurado, pero ese Cristo no es posible sin la Cruz. Por eso nos encontramos con este acontecimiento de la vida de Jesús en la cuaresma, en nuestro camino hacia la Cruz y la Pascua. Es como una clave para interpretar el camino, sabiendo que la entrega confiada al reino de Dios lleva o puede llevar hasta la muerte y resurrección. Estoy convencido de que necesitamos estas experiencias de Tabor en nuestra vida, aunque sean pequeñas y sencillas. Necesitamos que Dios se haga sentir de algún modo para que la noche no se prolongue en exceso o la dureza del camino no se haga insoportable. Es hermoso sentir su mano protectora, que nos envuelve en su regazo; su voz que conteste a nuestra llamada, que nos llame hijos y nos quite todo temor; su fuerza que nos aliente y fecunde toda nuestra vida. ¡Cuántas veces nuestra vida personal y familiar se renueva y coge de nuevo fuerzas tras una experiencia hermosa de encuentro; tras unas palabras pacificadoras o unos gestos de cariño renovado o de perdón!. Dios nos regala estas experiencias de luz y alegría porque conoce nuestra debilidad y porque son necesarias para afrontar momentos de cruz y oscuridad.

            Hoy se nos invita claramente a creer, aceptar y vivir lo que Dios nos propone. La gran tentación para el hombre  es quedarse quieto, porque en la montaña "se está muy bien", el paisaje es hermoso, el horizonte infinito y claro... (“Hagamos tres tiendas”, en palabras de Pedro). Sin embargo todos sabemos que hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un mero espiritualismo que se desentiende de la vida concreta y de lo que pasa en nuestro mundo. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra, y es aquí donde debemos mostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como personas nuevas y transformadas. De este modo llegaremos a dar crédito a lo que nos dice Pablo en la carta a los Romanos: que Dios está con nosotros, de nuestra parte, de parte del hombre, y no en contra nuestra para infundirnos temor. Si Dios no ha dudado en entregarnos lo más querido, su propio Hijo, ¿cómo va a negarnos cualquier otra cosa que le pidamos? Sólo así,  con una fe como la de Abrahán, con una confianza sin límite como la de Jesús, con una esperanza por encima de todas nuestras razonables elucubraciones, podremos permanecer en la tarea de ser testigos de Jesús, mensajeros de su evangelio de paz en el mundo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

22 de febrero de 2015

"... está cerca el Reino de Dios"

I Domingo Cuaresma-B-  Gen 9,8-15/ 1 Pe 3,18-22/ Mc 1, 12-15

La Cuaresma, “sagrada primavera de la Iglesia” como llaman los Padres, es el tiempo litúrgico que nos ofrece la Iglesia para ayudarnos en el camino de ser esos  hombres y mujeres nuevos que empezamos a ser cuando recibimos el sacramento del bautismo, y nos convertirnos en templos del Espíritu de Cristo.  El Papa Francisco en su mensaje cuaresmal nos dice:

 

La Cuaresma es un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades, para

cada creyente. Pero sobre todo es un tiempo de gracia. Es decir un tiempo para estar atentos al renacer de una vida nueva, como buenos discípulos en la escuela del servicio divino, una vida nueva que recibimos como un don de Dios que va marcando el camino. Y añade: No demos lugar en nuestra inconsciencia a la indiferencia. La indiferencia hacia el prójimo y hacia Dios es una tentación real también para los cristianos… Hoy hay una globalización de la indiferencia. Por eso necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.

 

En el desierto, Jesús «es tentado por Satanás». Nada se dice del contenido de las tentaciones. Solo que provienen de «Satanás», el Adversario que busca la ruina del ser humano destruyendo el plan de Dios. Ya no volverá a aparecer en todo el evangelio de Marcos. Jesús lo ve actuando en todos aquellos que lo quieren desviar de su misión, incluido Pedro. El breve relato termina con dos imágenes en fuerte contraste: Jesús «vive entre fieras», pero «los ángeles le sirven». Las «fieras», los seres más violentos de la creación, evocan los peligros que amenazarán siempre a Jesús y su proyecto. Los «ángeles», los seres más buenos de la creación, evocan la cercanía de Dios que bendice, cuida y defiende a Jesús y su misión.

 

Y cuando empieza este tiempo de renovación debemos mantener el espíritu fuerte y atento a la lucha diaria. San Agustín: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y tentaciones”. “Te fijas en que Cristo fue tentado y o te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él  y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiera sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado”.

 

No es fácil la lucha permanente, ni la poda, ni la conversión,  ni volver a una sana sobriedad, ni la experiencia del desierto... pero es necesario si queremos dar un fruto más abundante, purificado  y evangélico  en nuestra vida. Por ello debemos fortalecer el corazón y el camino para hacerlo es,  antes que nada,  guardar la Palabra en el corazón, dejarnos iluminar por su sabiduría y abiertos a seguir su interpelación. Contemplada así la Cuaresma como un camino a la Pascua puede ser un camino muy vivo y apasionante, pues nos ayudará a tener un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deja encerrar en sí mismo y no cae en el vértigo de la globalización de la indiferencia. Dios mantiene su alianza  y debemos vivir como signos de esta alianza de paz y salvación de Dios con toda la humanidad.   Que así sea con la Gracia de Dios.

 

14 de febrero de 2015

"Quiero: queda limpio"

VI TO – B-  Lv 13, 1-2.44-46 – Cor 10, 31-11, 1 - Mc 1, 40-45

 

“Quiero: queda limpio”: por encima de lo que se cree social y religiosamente correcto, las palabras de Jesús transforman  la situación de marginación, liberan a la persona y la reintegran de nuevo en la sociedad  y el culto que la había expulsado.  Y Jesús, sospechoso al contravenir las disposiciones legales y religiosas,  se queda en las afueras. Allí acudía la gente y allí enseña:

 

. Que hay que sentir compasión, tocar, implicarse en la cercanía del hermano enfermo o excluido... Sorprende la emoción que le produce a Jesús la cercanía del leproso. No se horroriza ni se echa atrás. Ante la situación de aquel pobre hombre, «se conmueve hasta las entrañas». La ternura lo desborda. Sin dudarlo, «extiende la mano» hacia aquel hombre y «toca» su piel despreciada por los puros. Sabe que está prohibido por la ley y que, con este gesto, está reafirmando la trasgresión iniciada por el leproso. Solo lo mueve la compasión; da la mano,   tiene una atención personal  para el hombre;  va más allá de las reflexiones teológicas sobre el dolor;   no pierde la sensibilidad frente al sufrimiento  ajeno…

 

. Que Dios no excluye a nadie del culto, ni de su presencia, a causa de la debilidad. Al contrario, los enfermos han de tener un lugar privilegiado en la comunidad cristiana;  el trato y la  cercanía humana es el principio de la sanación.  Seguir a Jesús  significa no horrorizarnos ante ninguna forma de impureza física o moral;  no retirar a ningún «excluido» nuestra acogida. Para Jesús, lo primero es la persona que sufre y no la norma. Poner siempre por delante la norma es ir perdiendo la sensibilidad  ante los despreciados y rechazados, vivir  sin compasión.

 

.  Que lo que mancha al hombre no es lo de fuera, sino lo que brota del corazón. La enfermedad sigue siendo un misterio pero no un castigo de Dios que nos aísla de Él. “La frontera entre el bien y el mal no pasa entre los hombres dividiéndolos en dos grupos de buenos y malos; la frontera entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno” (A. Solzhenitsyn).  En pocos lugares es más reconocible el Espíritu de Jesús que en esas personas que ofrecen apoyo y amistad gratuita a personas indefensas, que acompañan a enfermos  olvidados por todos.., Ellos nos recuerdan que en el corazón de Dios caben todos.

 

Hay que acercarse al hombre “primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión” (S. Juan Pablo II) y hacerlo desde el amor, la compasión, la ternura. Y con libertad del mismo Cristo. Esa libertad que, en palabras de san Pablo,  es una convicción interior que lleva a actuar según la voluntad de Dios, a favor de la comunidad, buscando el bien del otro,  especialmente del más débil. Y además, con la certeza de saber que, por mal que vayan las cosas... siempre podemos acercarnos a Jesús con las palabras del leproso: “Si quieres...”- Y  El Señor “quiere siempre...”

 

“Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”, escribe Pablo a los  Corintios. No tendremos que hacer cosas muy extraordinarias para agradarle. No será menester morir, hacer grandes sacrificios o exponerse ante las multitudes...  yendo y viniendo, trabajando y en casa; barriendo y fregando, pintando, componiendo, escribiendo o dando clases... lo importantes es hacerlo en nombre  del Dios de la Misericordia, del que nos anunció su Palabra viviente entre nosotros,   siguiendo sus pasos, poniendo nuestros zapatos en sus huellas e intentando hacerlo como Él lo hizo. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

7 de febrero de 2015

"Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar"

DOMINGO  V  T.O. -B-   Job 7,1-4.6-7/1Cor 9,16-19,22-23/Mc 1,29-39

 

A pesar de todos los adelantos técnicos y logros de las capacidades humanas, la experiencia más inmediata que adquirimos es la de nuestra caducidad y fragilidad. Esta experiencia roza cuanto somos y vivimos y no deberíamos valorarla de modo negativo sino al revés, constituye una constatación de la realidad. Job nos recuerda hoy que la realidad es el primer paso para superar la desesperanza: la vida es un soplo; doy vueltas hasta el alba… esto nos sitúa en la humildad y tarea de aceptar lo que somos y estamos llamados a ser. No debemos distanciarnos de lo real y, al mismo tiempo, no debemos dejarnos atrapar solo por los límites de lo real. ..., sino abrirnos al diálogo con Dios, a la fe, a la esperanza.

 

Jesús es presentado en el evangelio de hoy como liberador de los males que afligen a la humanidad (“La población entera se agolpaba a su puerta”). La suegra de Pedro ("a la que cogió de la mano y levantó") es un ejemplo. Si Job nos presenta la existencia humana marcada por el sufrimiento y la búsqueda de un sentido, el evangelio nos muestra la actitud de Jesús hacia él: la curación y el consuelo de parte de Dios. El Reino del cielo que Jesús inaugura se hace presente en la medida que el sufrimiento humano es vencido, desde una opción clara a favor de la vida. Todos pueden experimentar ese amor curativo de Dios que libera integralmente (cuerpo-espíritu) la persona humana.

 

Jesús integra, además, dos realidades y lo hace sin contraponerlas: se entrega a la misión de liberar y se retira a orar. Para Él, el último criterio es el amor. Jesús ama y se entrega a los demás hasta dar la vida; va donde se encuentra la gente (“Recorrió toda Galilea...), pero el fundamento  de su existencia, la fuente de la misma, es Dios (“”Se marchó al descampado y allí se puso a orar”). Todas las actividades de Jesús tienen su raíz en su peculiar experiencia de Dios como Padre amoroso, compasivo y misericordioso con todos los seres humanos.  En la agenda de Jesús hay tiempo para el hombre y tiempo la soledad, para Dios; para orar y para sanar. Por ser una persona contemplativa también es una persona compasiva y misionera. Jesús abría su corazón a su Padre…, le pedía fuerza y ternura para después derramarla por todas partes; a veces su oración era delicia, otras amargura, también desolación; pero siempre terminaba en luz y fuerza para el cumplimiento de su misión redentora.

 

Es importante no caer en el desgaste ni en el vacío interior; alimentar  la fuerza espiritual necesaria para afrontar los problemas y dificultades de la vida;  cuidar más la comunicación con Dios: el silencio, la oración, la lectura  de la Biblia, la meditación…No se trata de hablar mucho de Dios sino hablar mucho con Dios y escuchar su Palabra; de descansar de tantos afanes  en la presencia de Dios;  de llenarnos de su paz. Hacerlo no es perder el tiempo; es ganar tiempo y vida; calidad en la acción y en el trato con las personas. Si nos cuidamos “por dentro” se nota “por fuera”.  Es el testimonio de tantos que, como Jesús, “viven para los demás”, “dan la mano...”“cogen en brazos...”… porque saben también “retirarse a orar”.

 

Nuestra fidelidad al evangelio ha de traducirse en el servicio a los hombres, y como Pablo, acomodarse a todos los ambientes y situaciones. Se hace débil con los débiles y fuerte con los fuertes, se hace todo para todos, y esto le da la máxima libertad (frente a prejuicios y normas...) en el seno de la comunidad. Así, anunciando la buena noticia de la fe y la sanación, "gana a algunos de sus hermanos para Cristo". Que así sea con la Gracia de Dios.