2 de agosto de 2014

"Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?"

XVIII TO –A- Is 55, 1-3 / Rom 8, 35.37-39 / Mt 14, 13-21

“¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?” Podemos preguntarnos qué es lo que realmente alimenta nuestra vida diaria y cuánto tiempo y recursos  invertimos en ello... “El dinero que gobierna en vez de servir” (Francisco). El profeta dice: “Escuchadme y viviréis”. La Palabra fuente de vida. Pablo recuerda que en Jesús Dios nos ha mostrado cómo nos ama y, seguro, fue la misericordia de Dios, lo que llevó a tanta  gente a seguir a Jesús por todas partes y a recibir de él no solo la fuerza espiritual sino también la material para superar las dificultades, el dolor….  Al ver a tanta gente curó a los enfermos y dijo: “Dadles vosotros de comer”:

Dicen que las situaciones límite, aquellas que nos ponen a prueba, pueden sacar de nosotros actitudes también límite: lo mejor y lo peor que llevamos dentro. La crisis económica ha puesto en situación de necesidad a muchas personas. Ante esto, se ha despertado la solidaridad de muchos que buscan ayudar como pueden a que el sufrimiento de los que peor lo están pasando disminuya. También, ante esto, resultan más censurables las actitudes egoístas de quienes prefieren seguir viviendo como si nada pasara respirando aliviados porque las dificultades a ellos no les han alcanzado.

El ejercicio de una sincera solidaridad es el antídoto perfecto a la inercia de la vanidad. Jesús les pide a sus discípulos que no pierdan la oportunidad de experimentarlo. Los discípulos, ciertamente, no se están comportando de manera puramente egoísta. No se desentienden de aquellas gentes, pues quieren evitar que se queden sin comer. Pero Jesús les pide más: buscad todos juntos una solución al problema, en lugar de cada uno por su cuenta desentendiéndose del que tenéis al lado.

En ocasiones somos víctimas de la huella que ha dejado en nosotros el sesgo individualista.  Olvidamos que la sana y necesaria autonomía personal es algo que sólo podemos alcanzar gracias a la familia y la sociedad. Aquellos con quienes convivimos son los que nos ayudaron a desarrollar nuestras alas y nos enseñaron a volar. Pero muchas veces, una vez alzado el vuelo, llegamos a pensar que todo el mérito es nuestro. Y acusamos al que no despega de débil o cobarde, de ser el único responsable de su fracaso. La autonomía personal se convierte en individualismo cuando se la idolatra. Pero cuando se vive desde la gratitud (reconociendo la solidaridad que uno ha recibido) y la generosidad (siendo sujeto activo de solidaridad hacia los demás), humaniza.

Jesús acoge y alimenta a los que han ido en su búsqueda. En su compañía toda necesidad, material y espiritual, queda saciada. No por arte de magia, sino con la mediación de la libre acogida de su invitación a ocuparnos los unos de los otros, con la mediación de una vida en comunidad, en solidaridad. Jesús nos pide cooperación en su misión. La multiplicación de los panes y los peces, como las comidas con pecadores y las comidas de Jesús resucitado, nos ayudan a entender con mayor profundidad el gesto que Jesús nos dejó en la última cena: en ella Jesús instituyó el gesto por medio del cual celebramos su entrega y su resurrección. Celebrar la eucaristía es celebrar este Misterio a través de ese gesto.

El fondo profundo de este milagro es que, aunque fuera un hecho verdaderamente espectacular, no fue más que un leve signo de una profunda realidad: Dios se da a sí mismo en alimento con infinito amor para consuelo y vida de los hombres. «Yo soy el pan vivo —dice Jesús— bajado del cielo» (Jn 6,51). Es necesario que  nos abramos completamente a Jesús y le demos todo lo que tengamos sea poco o mucho, del  resto Él se encarga. Por lo demás “Nada puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”.  Que así sea con la Gracia de Dios.