30 de marzo de 2014

"Creo, Señor. Y se postró ante Él"

IV DOMINGO DE CUARESMA -A- 1 Sm 16,1b.6-7.10-13a/Ef 5,8-14/Jn 9,1-41

 

Es ciego de nacimiento, hemos escuchado en el evangelio de Juan. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios: los discípulos  preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres. Jesús lo mira de manera diferente, mira el corazón. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Sabe que su misión es  defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.

 

Después de una curación trabajosa, auténtica catequesis,  en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. Jesús, utilizando el barro ha recreado nuevamente su vida. Parecería que,  por fin,  podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie. Y, sin embargo, se equivoca. Los dirigentes religiosos decidirán si puede ser aceptado o no en la comunidad religiosa,  saben quién no es pecador y quién está en pecado. Se van hundiendo en su ceguera creyendo ver cada vez más claro.

 

El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios, pero los  fariseos no lo pueden aguantar: “¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”. El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No está lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo que comienza a ver con los ojos y acaba viendo con el corazón le dice: “Creo, Señor”. Así es Jesús: no abandona a quienes lo buscan y lo aman; ellos tienen un lugar privilegiado en su corazón.

 

En torno a la escena  están magistralmente descritas otras actitudes ante el hecho de la luz: los que son meros espectadores que no comprenden el significado del signo  ni cambian en su vida; los que tienen miedo a las consecuencias de ver la luz que exige vivir de otra manera, los padres del ciego que no quieren problemas, los que se quedan en meras y estériles discusiones teológicas sobre el origen del mal, olvidando la responsabilidad y las respuestas frente a ese mal… quizás nos vernos  reflejados en alguna de estas  actitudes pero, podemos también,   como el ciego, abrirnos a la Presencia de Dios  que viene a nuestro encuentro en todos los momentos y circunstancias de nuestra vida;  tenemos que aprender a ver más allá de las apariencias. Nos ha recordado San Pablo que quienes “hemos  recibido el bautismo hemos  pasado de las tinieblas a la luz (“erais tinieblas, ahora sois luz”) y debemos  practicar las obras de la luz (bondad y la justicia) buscando siempre agradar al Señor permaneciendo en la unidad del cuerpo de Cristo. 

 

Quizá seamos pequeños, como lo era David, pero el Espíritu que habita en nosotros nos permite reconocer en Jesús al Señor, nos permite amar con su amor. De la muerte y las tinieblas somos llamados a la vida y a la luz. Las tinieblas son estériles.  "Busquemos lo que nos hace ver (verdad, misericordia…); rechacemos  lo que nos ciega (prejuicios, pecado…). Miremos más al corazón de las personas; a los ojos del que sufre antes que al manual de instrucciones.... No seamos ciegos voluntarios. Vamos a encender la luz sin temor. Pidamos la Luz. Seamos luz. Que así sea con la Gracia de Dios.

 

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