30 de junio de 2013

"Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado"

XIII TO –C- 1 Re 19, 16b.19-21 / Gal 5, 1.13-18 / Lc 9, 51-62

 

Cristo fue libre y  radical en su vida y en la expresión de sus creencias. Fue libre para oponerse a las autoridades religiosas y civiles de su tiempo; fue libre para acoger a pecadores y a personas marginadas por la sociedad de su tiempo; fue libre para tratar y relacionarse con las mujeres; fue libre para interpretar y practicar muchas normas y ritos de la ley mosaica; fue libre ante sus padres y parientes; fue libre...  Y que fue radical en su vida y en la expresión de sus opiniones y creencias también resulta evidente: recordamos el evangelio: deja que los muertos entierren a sus muertos; el que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de los cielos. Seguramente que los fariseos que hablaron y trataron a Jesús no tenían la más mínima duda sobre la libertad y la radicalidad de Jesús de Nazaret. En su seguimiento los cristianos, los  deberemos ser igualmente libres y radicales.

La palabra “libertad” la usamos con muchos significados. Cuando el adolescente le dice al padre o al maestro que le dejen en paz, porque él es libre de hacer lo que quiera; cuando el conductor se salta alegremente las reglas de tráfico, porque nadie le va a decir a él cómo tiene que conducir; cuando, en fin, uno hace lo que le da la gana, porque a él solo le importa el provecho o bienestar propio, no está usando la palabra libertad en sentido correcto, pues nunca la libertad puede ser entendida como  un pretexto para el egoísmo. Y, si hablamos no de la libertad en sentido general, sino de la libertad cristiana, parece aún más evidente que la palabra “libertad” debe entenderse en el sentido en el que Cristo la predicó y la usó. Es el sentido en el que la usa  Pablo en el texto de la carta a los Gálatas,  “carta Magna” de la libertad cristiana.

 

La primera frase que hoy leemos es para ponerla en un marco y meditarla todos los días: “para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”. Y, para que quede claro el sentido que él da a la palabra libertad, añade: “vuestra vocación es la libertad... sed esclavos unos de otros por amor”. Es difícil decirlo más claro y mejor con menos palabras: libertad con amor, sí; libertad sin amor, no. Por supuesto, que San Agustín dijo esto mismo de muchas formas y en muchas ocasiones. Si amas, en sentido cristiano, se entiende, haz lo que quieras, porque no puedes desear nunca hacer algo malo a la persona que amas. La libertad con amor nos lleva al servicio y a la veneración del prójimo. La libertad sin amor siembra siempre discordias y hace imposible una buena convivencia. La libertad asume positivamente las normas en cuanto son la garantía de la libertad y el respeto de todos y, además, va unida a la responsabilidad que es la capacidad de responder de aquello que hemos hecho o dejado de hacer... y a la verdad porque “es la verdad la que nos hace libres” de cualquier forma de poder o manipulación.

 

La radicalidad es necesaria, porque se trata de ser fieles a la raíz de la que hemos brotado y crecido. Nuestra raíz es Cristo y ser radical es ser fiel a Cristo. El radicalismo, en cambio, se refiere, a una actitud intransigente, fundamentalista y muchas veces violenta y agresiva, ante creencias o actitudes distintas de las nuestras. En la sociedad en la que hoy vivimos debemos predicar y vivir nuestra fe con radicalidad, pero no con radicalismo.  No queremos que baje fuego del cielo para acabar con nuestros enemigos. Porque, volviendo a San Pablo, sabemos que si nos mordemos y devoramos unos a otros, terminaremos por destruirnos mutuamente. El camino es proponer, denunciar, vivir... sin desánimo, poniendo toda la existencia, como Eliseo y los grandes profetas, a disposición de Dios. Que así sea con su Gracia.