16 de septiembre de 2012

"TÚ ERES EL MESÍAS"

XXIV T0 B – Is 50, 5-9-St 2, 14-18-Mc 8, 27-35

Los relatos de Isaías del “siervo de Yahvé” son unos preciosos textos que esbozan el perfil del profeta y de las comunidades de todos los tiempos. Hombres comprometidos en una “no-violencia-activa” para la consecución de un mundo mejor para todos y prioritariamente para los más oprimidos. En el texto de hoy habla el Siervo de su propia experiencia, implicación en la comunidad y confianza en el Señor. La tradición cristiana ha atribuido a Jesús estos textos. El mismo Jesús en su bautismo, en su presentación en la Sinagoga de Nazaret, y en textos como el evangelio de hoy hace suyo este perfil del “siervo de Yahvé” , una de las características del “siervo” es la de estar atento a los sufrimientos del pueblo crucificado, pero  también al descubrimiento de sus causas y,  por supuesto,  a un compromiso de cambio de esa realidad. Hay teólogos  que han descubierto en esos tres rasgos –conocer la realidad, asumirla y cambiarla - la auténtica espiritualidad cristiana.

Y propio hoy, tanto la carta de Santiago como el Evangelio nos ponen en guardia contra tentaciones de la espiritualidad de todos los tiempos: el intimismo, la sola  adhesión intelectual a unos dogmas, la privatización de la fe, la rutina o costumbre, la búsqueda del poder o el dinero, la defensa a ultranza de situaciones de privilegios… Y no. La fe es el encuentro personal con Jesús, compartido con otros creyentes en comunidad, que nos lleva a vivir en relación filial con el Dios del Reino y con los hermanos; y que nos hace apasionados luchadores por un mundo más justo, junto  con otros  religiosos y sociales.  En la segunda lectura, el enfrentamiento no es entre Santiago y Pablo, sino entre interpretaciones que provocan equívocos. Pablo, es verdad, ha puesto la fe en Jesucristo como principio de salvación, y eso es axiomático (elemental y decisivo) en el cristianismo frente a la Ley judía; porque la salvación no puede venir sino de Jesucristo, en ningún caso de la Ley y sus preceptos (esto también es elementalmente cristiano). Pero la fe lleva a los compromisos más radicales, en razón de la gracia de la salvación. De lo contrario el cristianismo sería absurdo, porque el cristianismo no es una ideología, sino una praxis verdadera para cambiar los corazones de los hombres. La fe auténtica se verifica en las obras que nacen de esa misma fe. La misma unidad de la persona humana pide traducir en términos de comportamiento externo los valores interiores. Por eso, las parroquias y comunidades cristianas, toda la Iglesia, si queremos que de verdad cunda nuestro compromiso en el mundo de hoy tenemos que vivir la fraternidad hacia dentro y hacia fuera. Creer no es solo adhesión intelectual a un Credo  sino aceptar el compromiso vital de la fe que no es otro que el amor al prójimo.

Tras la pregunta de Jesús a los discípulos (a nosotros) y la respuesta de Pedro hemos escuchado uno de los reproches, al mismo Pedro,  más duros del evangelio (tentaciones), porque su mentalidad es como la de todos los hombres y no como la voluntad de Dios. Jesús les enseña que su papel mesiánico es dar la vida por los otros; perderla en la cruz y esto no es fácil de asimilar cuando la  idea de mesianismo es de poder y gloria. Eso es lo que pide a los que le siguen, porque en este mundo, triunfar es una obsesión; pero perder la vida para que los otros vivan solamente se aprende de Dios que se entrega sin medida. El triunfo cristiano es saber entregarse a los demás.  Por eso, la cruz, es la misma vida, nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo de poder. La cruz no es un madero, aunque para los cristianos sea un signo muy sagrado,  la cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza, en asumir la propia debilidad, fragilidad, pecado, enfermedad… con un sentido de esperanza. No es fácil pero es el camino que lleva a la vida. Si confesamos que Jesús es el Mesías, el Señor de nuestra vida viviremos unidos a Él  por la fe, la esperanza y la caridad. Que asís sea con la Gracia de Dios.