23 de diciembre de 2011

"Ha aparecido la Gracia de Dios que trae la salvación a los hombres"

Misa del Gallo-Nochebuena

 

¡Feliz Noche Nochebuena!, ¡Feliz Navidad! Son las palabras más repetidas hoy. Estamos alegres y damos gracias a Dios. El salmo 95 comienza con una invitación jubilosa y universal a alabar a Dios: "cantad al Señor, toda la tierra", "contar la gloria" de Dios "a los pueblos" y,  proclamar "sus maravillas". Sólo cuando nuestra mirada se dirige hacia el Belén y vemos al niño sonriendo en su cuna de paja nos damos cuenta de la razón de esta felicitación y alabanza. Dios se hizo hombre para curar, enriquecer y ennoblecer nuestra naturaleza no  para destruirla. Dios no quiere deshumanizar al hombre, sino humanizarlo más. Él mismo se nos manifestará como el hombre perfecto, no como superhombre, sino como humano del todo, desde el nacimiento a la muerte en cruz.  Nace Jesús para que esta imagen y semejanza de Dios, que somos,  no obstante la realidad del pecado que nos desfigura,  resplandezca en toda su gloria y su es­plendor. Dios se ha hecho uno de nosotros, para que podamos estar con Él, llegar a ser semejantes a Él. “Dios es tan grande que puede hacerse pequeño; Dios es tan bueno que puede descender a un establo para que podamos encontrarlo y recibir, así, el toque de su bondad”. Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre, de este modo aprendemos a conocerlo y a amarlo, a sentir su cercanía y a mantener viva siempre la esperanza en la vida y en el futuro.

El Niño Divino nos enseña a ser sencillos y humildes. Nosotros queremos ser poderosos; hacer  cosas grandes. Nos encanta construir torres elevadas hasta el cielo. Deseamos ser dioses, comiendo la “fruta apetitosa” del paraíso, ignorando el mandato divino. Pero el Dios verdadero bajó hasta noso­tros despojándose de gloria y de poder. Se hizo niño. Nos enseñó los caminos de la humildad y del servicio, de la esperanza y de la fraternidad. Son éstos y no otros los caminos que nos divinizan, que nos introducen directamente en el Misterio del amor de  Dios. El modelo en el que debemos fijarnos es el de la Navidad. Encontraremos, como decía el ángel, “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”; también a  María y a José, sus padres. Son como un retrato de la familia divina. Y son el fermento de una humanidad nueva, entrañable y solidaria, gozosa y liberada, abierta y acogedora. Ya podemos  empezar a soñar. La clave está en cómo recibimos nosotros la llegada en toda su humildad del Niño-Dios. De Aquel que, en palabras de San Agustín: "se hace hombre para divinizarnos a nosotros", por el camino del amor.

El Niño Dios nos enseña a ser humanos. Jesús se revistió de la naturaleza humana. Hoy viene a nosotros y podemos descubrirle en nuestros hermanos, en los hombres y mujeres de nuestro mundo. Muchas veces no le queremos ver cuando llama a nuestra puerta, le rechazamos como fueron también rechazados José y María en Belén. Este es el gran drama del hombre: el rechazo de Dios y del hermano. Es significativo ver cómo tuvieron que ir fuera de los muros de la ciudad, cómo los primeros que se dieron cuenta del nacimiento de su hijo fueron los excluidos de aquella época, los pastores, que eran mal vistos porque nunca podían participar del culto como los demás y vivían al margen. Su trono fue un pesebre, su palacio un establo, su compañía un buey y una mula… ¡Por algo quiso Dios que fuera así! El vino a darnos una lección de humanidad.

Así lo ha expresado Benedicto XVI: «Misericordia es sinónimo de amor, de gracia. En esto consiste la esencia del cristianismo, pues es la esencia del mismo Dios. Dios (...) porque es Amor es apertura, acogida, diálogo; y su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón». Dios es comunicación, comunidad, comunión. Dios no es solitario o individualista. Dios es familia. Dios es Trinidad. Por eso, lo más esencial del hombre es su capacidad de apertura y común unión. Necesitamos,  para ser verdaderamente humanos, unos de los otros; sin los otros no sabríamos nada de nosotros mismos, ni siquiera nuestro nombre; los otros me vacían y me dan plenitud, nos abren nuevos horizontes, nos hacen felices.

La fe es el secreto para vivir una verdadera Navidad. San Agustín dijo que «María concibió por fe y dio a luz por fe»; más aún, que «concibió a Cristo antes en el corazón que en el cuerpo». Nosotros no podemos imitar a María en concebir y dar a luz físicamente a Jesús; podemos y debemos, en cambio, imitarla en concebirle y darle a luz espiritualmente, mediante la fe y haciendo que los buenos, sinceros y profundos deseos que tenemos se manifiesten en las buenas obras. Que así sea con la Gracia de Dios.