29 de enero de 2011

"DICHOSOS VOSOTROS..."

IV DOMINGO TO -A-  Sof 2,3-3,12-13/1Cor 1,26-31/Mt 5,1-12

 

El profeta Sofonías invita al pueblo de Israel a la moderación, la honradez, la búsqueda de la paz y la verdad. Dios no aprecia a los ricos y llenos de sí mismos, a los que confían en sus propias fuerzas. El "resto de Israel" (salvarán) lo formarán los humildes, los que ponen su confianza en Dios. El salmo nos ha recordado que El Señor  sustenta al huérfano y a la viuda,  ayuda a los que sufren, a los que están en búsqueda, mientras que "trastorna el camino de los malvados".

También Pablo insiste en esta idea: no hay que gloriarse de los propios méritos y fuerzas. Dios parece querer darnos una lección en favor de la humildad, sencillez, porque elige a personas que según los criterios de este mundo serían ineficaces, pero con su ayuda logran cosas notables, mientras que los orgullosos quedan estériles y avergonzados. La verdadera sabiduría de Dios no está en los logros humanos, sino en Cristo "sabiduría de Dios". "Dios se nos muestra desde abajo, no desde el poder, la gloria...".

Es lo que Jesús nos revela en el evangelio hablando de lo que él es, vive y experimenta. Las bienaventuranzas no son algo anterior al encuentro con Cristo, algo que nos acerque a él...; las bienaventuranzas son el fruto de un encuentro personal con Cristo. No son otra cosa que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Si lo intentamos al revés no conseguiremos nada. La dicha no viene por sí sola sino, únicamente, como fruto de nuestra decisión en favor de seguir a Cristo. A veces no se asocia la fe con el bien y la alegría, sino con cargas que hay que echarse encima, además de las que ya la vida trae consigo. Incluso se tiene la idea de que lo que cuesta trabajo es, por sí mismo, más agradable a Dios. Alguien dice: «Esto debe de ser más cristiano, porque es más difícil»,  sin embargo, la razón más humana y verdadera para ser cristiano,  para vivir en la comunión de la Iglesia, es el cambio bueno que sucede en la vida, y el gozo que inexplicablemente brota –¡y permanece!–, cuando uno se encuentra con Jesucristo. Dicho de otro modo: el sermón de la montaña no constituye el resumen de las normas legales y éticas que rigen la vida cristiana, sino que es, sencillamente, la proclamación de las consecuencias -exigentes y liberadoras al mismo tiempo- de la fe cristiana cuando se vive de veras.

Por eso uno es Dichoso en las diversas circunstancias de la vida: porque las vive unido a Cristo, su luz, su fuerza, su esperanza, su amigo, su consuelo, su bendición... (Pablo: "Cuando soy débil entonces soy fuerte", Francisco de Asís: "Cómo amaba a la Dama Pobreza. Qué gozo experimentaba en su dulce compañía"). Quien ante la muerte..., quien es pobre, quien sufre... no es feliz por llorar, sufrir... lo es porque, junto a él, está Cristo que le ayuda a luchar, a ser fiel, a creer... . El cristianismo no es una ideología, es una vida vivida por el Hijo de Dios y puesta al alcance del hombre por el don de su Espíritu Santo. Por eso, sólo entiende las Bienaventuranzas quien trata con Jesús, quien se deja seducir por Él, quien se pone en camino de vivir esa nueva vida que Jesús ha predicado en el Sermón de la Montaña. Quien se sitúa en este camino, vive alegre y contento, aunque le insulten, le persigan y le calumnien. La alegría del discípulo es la de parecerse al Maestro, y su recompensa será grande en el cielo. No olvidemos que la salvación no la podemos fabricar con nuestros recursos, es una oferta gratuita de Dios; es el mismo Jesús, salvación  felicidad del hombre.

 Un hombre feliz no crea el mal, no predica la guerra, no asesina, no odia, no roba... todos estos males, crímenes, odios... que dependen de la libertad del hombre,  pueden reducirse a la infelicidad. Jesús fue feliz cuando hacía felices a los otros, devolviéndoles la vida, la salud, la dignidad, el perdón... Que así sea también para nosotros, con la Gracia de Dios.