7 de octubre de 2010

"¿NO HA VUELTO MÁS QUE UN EXTRANJERO PARA DAR GLORIA A DIOS"

DOMINGO XXVIII -C- 2 Reyes 5,14-17/2 Tim 2,8-13/Lc 17,11-19     

 

Los dos milagros que leemos en la Palabra de Dios de este domingo destacan, en primer lugar,  el poder de la obediencia de la fe. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de Jesús. No se mencionan fórmulas dirigidas al enfermo como en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato: "Báñate siete veces en el Jordán"-"Id a presentaros a los sacerdotes". Ni Naamán, ni los diez leprosos han sido curados, ni siquiera saben si los serán. Pero se fían y obedecen. La obediencia implica ya, al menos un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece.

Una fe que, como vemos en los textos,  no está exenta de tropiezos y dificultades. Esto es patente en la historia de Naamán, leproso y general sirio. Tenía otras expectativas sobre el milagro y el modo de realizarse ("Yo me imaginaba..."). Nada de lo que él esperaba se realizó. Quiere volver, perdida la esperanza de curación. Frente a su expectativa el profeta prescribe una cosa demasiado  sencilla, simplemente bañarse... y son los siervos los que le persuaden de que lo haga. Los diez leprosos se ponen en el camino hacia Jerusalén, y caminando, sienten que se carne se renueva y sana. La obediencia de la fe posee la potencia del milagro y éste se realiza en las cosas cotidianas. Debemos percibir la presencia cariñosa de Dios en las pequeñas y, al mismo tiempo, grandes vivencias de nuestra vida. Ahí se realizan los auténticos milagros de cada día: "Haz el bien y no mires a quién".

            Ambos relatos confluyen también en la gratitud. Éste es un sentimiento profundamente arraigado en la persona. Desde pequeños nos enseñan a dar gracias pues es una actitud noble ante los que vamos recibiendo en la vida. Pocas cosas hay más humillantes que llamar a alguien de verdad "desagradecido". Si a nivel humano lo entendemos así, a nivel espiritual también. No sólo nos acordamos de Dios para expresarle nuestros lamentos, quejas o pedir auxilio en momentos de necesidad, también hay que vivir la relación con Dios de forma agradecida. Para hacerlo es necesario captar lo positivo de la vida: no dejar de asombrarnos ante el bien,  el sol de la mañana, el despertar de cada día, el amor y la amistad de las personas, la alegría del encuentro, la naturaleza, la fe, el hogar... Si percibimos todo esto como don proveniente de Dios, fuente y origen último de todo bien, la vida se convierte en alabanza. A pesar de todos los sinsabores, fracasos y pecados o "lepras" la vida es don que hemos e acoger cada día en actitud de agradecimiento y alabanza.

Escribía Chesterton: "Una vez al año agradecemos a los Reyes Magos los regalos que nos encontramos en los zapatos, pero nos olvidamos de dar las gracias todos los días a Dios que nos ha dado los pies para meterlos en ellos". Si de verdad mantenemos viva la relación con Dios no tenemos  más que una tarea: la de ser y estar agradecidos. Sólo el leproso, samaritano, vuelve agradecido y escucha de Jesús: "Levántate y vete tu fe te ha salvado".  Todos han sido curados físicamente, pero sólo él queda sanado de raíz, salvado.  El consejo de Pablo a Timoteo nos sirve hoy: "Haz memoria de Jesucristo", el gran Don de Dios para todos. Que así sea con la Gracia de Dios.

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