27 de mayo de 2010

"... OS GUIARÁ HACIA LA VERDAD PLENA"

TRINIDAD -C- Prov 8, 22-31,  Sal 8 (9),   Rom 5,1-5,  Jn 16, 12-15

           

El gran pintor barroco Pedro Pablo Rubens, pintó un famoso cuadro  conocido como  "San Agustín y el niño de la concha". En este cuadro aparece el santo paseando por la playa, vestido de obispo, inclinándose ante un niño que está echando con una concha agua del mar en un pequeño agujero que él mismo ha hecho con sus pequeñas y tiernas manos. El santo, según nos cuenta la historia, le pregunta al niño: "¿qué haces, niño?". A lo que el niño responde: "quiero meter toda el agua del mar en este agujero". El santo, paternal y bondadoso, le dice: "pero toda el agua del mar no cabe en ese pequeño agujero". "Ya lo sé, le contesta el niño, tampoco Dios cabe en tu pequeña inteligencia". Y es que San Agustín estaba intentando escribir un libro de muchas páginas para explicar el misterio de la Santísima Trinidad. Un libro que, efectivamente, tardó  veinte años en escribir, a base de un gran esfuerzo, según él mismo nos dice, y que tituló "De Trinitate".

Comparto dos textos del mismo: " ... te he buscado según mis fuerzas y en la medida que Tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané mucho. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; haz que ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda... Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia, si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y te ame...".  Y añade: "¿Estás pensando qué o cómo será Dios? Todo lo que imagines no es.
Todo lo que captes con el pensamiento, no es. Pero para que puedas gustar algo, sabe que Dios es amor, ese mismo amor con que amamos... Que nadie diga: no sé qué es lo que estoy amando. Basta que ame al hermano y amará al mismo amor. Porque, en realidad uno conoce mejor el amor con que ama al hermano que al hermano a quien ama. Pues ya tiene ahí a Dios conocido mejor que el mismo hermano. Mucho mejor: porque está más presente, porque está más cerca, porque está más seguro". 

La Trinidad se nos revela para que cultivemos la imagen con la que estamos formados y sellados ya desde el bautismo. Creer en este Dios es creer que el origen, el modelo y el destino último de toda la vida es el amor compartido. Abrirse a la relación, ir al encuentro del otro, buscar la comprensión, forjar la comunión. El amor trinitario nos habla con fuerza de la donación (generosidad plena más allá de toda posesión o consideración del otro como objeto), la comunicación (apertura, diálogo, sabiduría compartida) y la comunión (unidad sin perder la identidad), tres dimensiones que constituyen la comunidad y familia.  No solo se ponen en común lo que se dice o lo que se piensa sino lo que se ES. Este es el gran deseo que Jesús manifestó para nosotros en la Última Cena: "que sean uno...en nosotros".

En esta fiesta de la Santísima Trinidad, Misterio que más que explicar hay que vivir,  nuestro propósito debe ser un sencillo y nada misterioso: intentar amar a Dios y al prójimo con el amor que Jesús de Nazaret, que nos ha revelado el rostro de Dios,  nos amó. Si es  la Sabiduría "que gozaba con los hijos de los hombres" (1 lectura)  la que nos guía y nos mueve, toda nuestra vida será un canto de gloria a la Trinidad;  nuestros actos serán realizados con amor y por amor; incluso nuestros mismos sufrimientos, nuestras tribulaciones, como nos dice hoy San Pablo, producirán en nosotros la esperanza, "una esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado".  Que así sea con la Gracia de Dios.

21 de mayo de 2010

"RECIBID EL ESPÍRITU SANTO"

Pentecostés  Hech 2, 1-11; Rom 8, 8-17;  Jn 14, 15-16.23-26:

 

            La vida lleva hoy a muchos hombres y mujeres a vivir volcados hacia lo exterior, los ruidos, las prisas y la agitación. Al hombre de hoy le cuesta adentrarse en su propia interioridad. Tiene miedo a encontrarse consigo mismo, con su propio vacío interior o su mediocridad. Son bastantes los que ya no aciertan a rezar. No sienten nada por dentro. Dios se les ha quedado como algo muy lejano e irreal, alguien con quien ya no saben encontrarse. ¿Qué puede significar entonces hablar de Pentecostés o del Espíritu Santo? ¿Puede, acaso, el Espíritu de Dios liberarnos de esa tentación de vivir siempre huyendo de nosotros mismos?

            Tal vez, lo primero es confiar en Dios que nos comprende y acoge tal como somos, con nuestra mediocridad y falta de fe. Dios no ha cambiado, por mucho que hayamos cambiado nosotros. Dios sigue ahí mirando nuestra vida con amor. Pablo, para quien la vivencia del Espíritu tenía una importancia extraordinaria recuerda que a pesar de las limitaciones resulta posible vivir de una manera nueva (no sometidos al pecado); la clave está en creer en el poder del Espíritu que socorre nuestra debilidad y nos descubre "hijos" de Dios. Somos hijos y podemos vivir con la libertad  la alegría de los hijos de Dios

            Después necesitamos  pararnos y, simplemente, estar. Detenernos por un momento para aceptarnos a nosotros mismos con paz y amor, y escuchar los deseos y la necesidad que hay en nosotros de una vida diferente y más abierta a Dios. Es fácil que nos encontremos llenos de miedos, preocupaciones o confusión (también los apóstoles se encontraban así). Tal vez, necesitamos purificar nuestra mirada interior. Despertar en nosotros el deseo de la verdad y la transparencia ante Dios. Liberarnos de aquello que nos enturbia por dentro... El Espíritu Santo es «dador de vida». Siempre que nos abrimos a su acción, aunque sea de manera pobre e incierta, él nos hace gustar los frutos de una vida más plena: «amor, alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).

            Necesitamos un aliento nuevo para humanizar nuestro progreso-relaciones. Un alma nueva capaz de vivificar nuestra existencia. Y no se trata de pensar en una revolución socio-política... sino una transformación radical de actitud ante nosotros, nuestros hermanos, la creación entera;   un cambio radical de la conciencia. Decía Juan Pablo II en Hiroshima que  la vida de este planeta depende de «un único factor: la humanidad debe hacer una verdadera revolución moral». Los creyentes no nos sentimos huérfanos ante tal empresa: "No os dejaré huérfanos", dijo Jesús.  Creemos en el Espíritu como proximidad personal de Dios a los hombres y como fuerza,  luz y  gracia para orientar nuestra historia hacia adelante, hacia su consumación final.

            La meta de nuestro camino de madurez es el amor. Jesús nos capacita para ese amor por medio de su palabra y su ejemplo, y este amor, no solo nos transforma a nosotros, sino a la sociedad entera porque es un lenguaje que todos pueden entender y acoger.  El Espíritu hace presente a Jesús  en nosotros, junto a nosotros, en nuestro interior..., es su presencia continua. Lo que necesitamos es acrecentar nuestra sensibilidad ante el Espíritu y acoger responsablemente la acción de Dios que, desde el fondo de la vida y lo mejor de nuestro ser, nos llama a caminar desde la hostilidad a la hospitalidad, desde el aislamiento egoísta hacia la fraternidad, desde el acumular para tener a la plenitud de ser. Volver a lo esencial: la unidad profunda y la renovación interior viviendo los dones  del Espíritu Santo: piedad, ciencia, consejo, entendimiento, fortaleza, sabiduría, temor de Dios. Que así sea con la Gracia de Dios.

12 de mayo de 2010

"Y MIENTRAS LOS BENDECÍA..."

Ascensión de Señor -C-  Hech 1, 1-11;  Heb 9, 24-28;   Lc 24, 46-53

 

Encontramos continuidad entre el evangelio y los Hechos de los Apóstoles, ambos de Lucas;  una continuidad expresada en la idea de Glorificación del Señor Jesús, junto al Padre, como reflejo y expresión de la plenitud de la vida humana, de lo que estamos todos llamados a ser, junto a Dios. Y elevamos,  dos miradas:

Una mirada hacia el cielo: Jesús ha cumplido su misión. La muerte y resurrección por la salvación del hombre es el triunfo sobre la muerte, el pecado, el mal.  Mirar al cielo donde asciende Jesús es mirar hacia el horizonte de plenitud al que Dios nos llama; hacia la comunión de vida y amor que anhela nuestro corazón; hacia la esperanza que anima nuestro caminar. Sin horizonte, sin meta, no se camina o se camina hacia ninguna parte... en el horizonte de Cristo se  nos ofrece una esperanza que no defrauda; se nos descubre el sentido que puede orientar nuestras vidas, el porqué de nuestro vivir; se nos da la  verdadera alegría pues en él tenemos la seguridad del triunfo de la vida y del amor...

 Y una mirada hacia la tierra, hacia los  hombres y mujeres nuestros hermanos: Debemos continuar la tarea de Jesús, de implantar el Reino de Dios en el mundo hasta que él vuelva, con la ayuda del Espíritu Santo que él nos promete. Sin caer en evasiones, con los pies en la tierra y la presencia real -nueva- de Cristo a nuestro lado, cada día... No podemos quedarnos quietos, contemplando a Jesús, aferrados a una cierta nostalgia o a nuestra experiencia de intimidad amorosa. El amor de Jesús no necesita ser protegido por miedo a perderlo; al contrario se fortalece y crece en la misión, en la tarea. La vida, en el fondo, es una larga marcha hacia el cielo, hacia la comunión, hacia la vida plena que debemos construir paso a paso, gesto a gesto, detalle a detalle... Escribía Tagore: "Mirad sí la luz de las estrellas sin olvidaros de echar leña el hogar de vuestra casa porque la luz de las estrellas no os va a calentar ni a vosotros ni a vuestros hermano". Vivimos el tiempo de la iglesia llenos de alegría. Y en este tiempo debemos actuar, testimoniar y predicar como si todo dependiera de nosotros para acabar poniendo toda nuestra confianza en Dios;  para dar razón de nuestra esperanza.            

Mirada apasionada a Dios y a los hombres para construir el Reino: "Galileos, ¿Qué hacéis ahí mirado al cielo?".  La obra de salvación está también en nuestras manos: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Aquí está el secreto: Jesús es compañero de nuestra existencia... Él se va, como todo ser histórico,  pero también se queda, y no sólo en el recuerdo, no sólo en una obra, sino realmente. Él vive glorioso en el cielo, y vive misterioso en la tierra.  Vive por la gracia en el interior de cada cristiano; vive en la eucaristía y en los sacramentos; vive y se ha quedado con nosotros en su Palabra, esa Palabra que resuena en los labios de los predicadores y en el interior de las conciencias... Es nuestro compañero de camino cuando todo marcha bien, cuando el triunfo corona nuestro esfuerzo, cuando la gracia va ganando terreno en nuestra alma; está con nosotros en el momento de la caída, en la desgracia del pecado, para ayudarnos a recapacitar, para levantarnos y hacernos testigos de su amor y misericordia.  "Vosotros sois testigos de  esto".

            En este día la Iglesia celebra la  Jornada de las Comunicaciones Sociales bajo el lema: "El sacerdote y la pastoral en el mundo digital: los nuevos medios al servicio de la Palabra".  Que el Señor nos convierta en apasionados anunciadores de la Buena Noticia, también en la nueva "ágora" que ofrece el mundo digital, que ha de ser, para los sacerdotes y los cristianos, instrumento de evangelización al servicio de la Palabra y en favor de la fraternidad, la verdad,  la justicia y, en nuestro caso, de la familia.   Que así sea con la Gracia de Dios.

6 de mayo de 2010

"QUE NO TIEMBLE VUESTRO CORAZÓN..."

VI  DE PASCUA -C- Hech15,1-2,22-29/Ap 21,10-14.22-23/Jn 14,23-29

           

No resultó nada  fácil a los primeros creyentes encontrar su nuevo puesto respecto a la religión judía. "Acudían al Templo" y, también, "partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría", relatan los Hechos, pero el proceso de apertura a los gentiles y paganos tuvo sus dificultades. Pedro afirma que "Dios no hace acepción de personas, sino que, en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato", "que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre" y que no puede negar el bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo "aunque no sean judíos".       Pablo, apóstol de los gentiles, juega un papel importante como describe la lectura de hoy, referida al Concilio de Jerusalén del año 49, primer concilio de la Iglesia, en el que se abordan estos temas. Allí se decide no "imponer más cargas que las indispensables". Y esto es importante porque, a veces, las cargas, normas, obligaciones, han impedido ver lo esencial. Pablo quiere dejar claro que lo que nos salva, lo que nos pone en paz con Dios, es la fe en Jesucristo, no las obras de la ley. Y, además, deja entrever la necesidad de actualizar el mensaje perenne del evangelio, no para rebajarlo, sino para salir al encuentro de las nuevas culturas y nuevas generaciones. Desde este convencimiento la fe saltó a Asia y se extendió a todos los pueblos del mediterráneo.... es católica, universal.

            Es propio del mensaje de Cristo inaugurar un modo nuevo de relación del hombre con Dios. A la idea antigua del Dios lejano, que se presenta con el rayo, el trueno o el fuego, sucede la imagen de un Dios-Padre que ve en el hombre al hijo querido, cuya cercanía busca. Y, de la misma manera que a la persona que amamos la tenemos presente, más aún, dentro de nosotros mismos y la vemos solo con cerrar los ojos, así Dios quiere que le busquemos y recibamos en la intimidad de nuestro ser. Porque es ahí, en el interior, el lugar en el que se libran esas tensiones calladas que nadie más que nosotros conoce; es dentro de nosotros, donde se ganan o se pierden las auténticas batallas de la vida, donde fluyen las intenciones, deseos e impulsos...es ahí donde Dios quiere habitar, el espacio donde él quiere estar presente.

            No es el cielo o el sagrario su morada principal (no había templo en la visión del Apocalipsis: "Santuario no vi ninguno"); son nuestras personas su lugar más íntimo; nuestro interior se ha convertido, en palabras de Jesús, en la más grande catedral que tiene a Dios mismo como arquitecto...Dios vendrá a morar dentro de nosotros mismos para transformarnos, con la fuerza del Espíritu,  paulatinamente en él, para que podamos entender y guardar las palabras de Jesús y  "enseñarlo" al mundo. El amor se manifiesta cuando aquel a quien amamos vive en el fondo de nuestro corazón y "se manifiesta" en nuestras palabras y en nuestras obras.

            El amor a Dios nos produce paz y alegría, nos hace personas equilibradas y optimistas. No queremos ser ingenuos ni irresponsablemente utópicos, pero no permitimos que nuestro corazón se acobarde ante las innumerables e inevitables dificultades que la vida nos presenta. Una persona en la que mora Dios, que está siempre en comunión con Dios, sabe que lleva encerrada, en el frágil vaso de su cuerpo, la fortaleza de Dios. Evidentemente podrá sentir miedo físico, debilidad psicológica y hasta imperfección espiritual, pero sabrá que la presencia del Dios que mora y vive dentro de él le va a proporcionar la fuerza  necesaria para resistir los achaques del cuerpo y las debilidades de su espíritu.  Jesús vive en nosotros, es paz, fuente de reconciliación y de vida, por eso "no tiembla nuestro corazón". Que así sea con la Gracia de Dios.