29 de abril de 2010

"COMO YO OS HE AMADO..."

V DOMINGO PASCUA -C-  Hch 14,21-27/Ap 21,1-5/Jn 13,31-35

 

            "Os doy un mandamiento nuevo" afirma Jesús.  Es verdad que el amor, el afecto, el gozo, el cariño, la pasión, como expresión constante del corazón humano, es tan antiguo como el hombre mismo pero Jesús, sin embargo,  lo denomina,  mandamiento nuevo.  Porque se nos propone el amor mismo de Dios manifestado y comunicado en Cristo como modelo. La novedad cristiana del amor está en la referencia: "Como yo os he amado",  que manifiesta su perfección y su meta. El amor de Cristo es nuevo porque ama al hombre no desde fuera, sino desde dentro del hombre mismo: lo acepta tal como es, no como le gustaría que fuera; cree en el hombre y en sus posibilidades; se da a sí mismo, se entrega totalmente sin medida y sin condiciones; entra en comunión plena con la humanidad, hasta hacerse hombre, vivir como hombre, morir como hombre; fecunda la existencia humana con su vida divina, hasta eternizarlo en su resurrección y en la vida eterna. Es un modo de amar que no se mueve por simpatías o antipatías; que no se mantiene distante del otro; que no termina nunca de darse a sí mismo,  no solo amando al prójimo, sino haciéndose prójimo con el otro, con todo lo que ello entraña de aceptación, acercamiento, compasión, misericordia, hasta alcanzar una verdadera comunión con él... Un amor así es nuevo, absolutamente desconocido, hasta el amor de Jesucristo y  solo es posible con su Gracia.

Desde esa  experiencia de amor podemos afirmar con el Apocalipsis: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva".  El autor imagina a la Iglesia como una ciudad, la "nueva Jerusalén, la morada de Dios con los hombres". Una Iglesia siempre joven y llena de vida, franca, sin fronteras, con los brazos abiertos acogiendo a todos. Esta Iglesia, tan hermosa y magnífica en su destino, tiene un reflejo, aunque pálido, en la Iglesia histórica, en las comunidades fundadas por los primeros apóstoles y  en las que se encarna  hoy el amor y la fe de los cristianos. ¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el verdadero rostro de la Iglesia, un rostro bello y atractivo? Indudablemente la caridad. La Iglesia docente es necesaria, insustituible, pero a los ojos de los hombres, no es el rostro más atractivo. La Iglesia que celebra los sacramentos es importantísima, y manifiesta la cercanía a sus hijos en diversas situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce a los cristianos, menos todavía a los que no lo son. Tampoco el rostro más genuino de la Iglesia nos lo ofrecen sus instituciones, a veces tan criticadas -con frecuencia de modo injusto y desleal- por nuestros contemporáneos. El verdadero rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad- Comunión, la Iglesia que realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus hijos. No desligamos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la liturgia, de la enseñanza y predicación ni de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero, que cada uno de nosotros puede  ofrecer  de la  Iglesia, ha de ser  el rostro de la caridad verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la caridad: aunque lo tenga todo, "si no tengo amor, nada soy".

            Cuando el cristiano ama "como el Señor nos amó" está engendrando vida nueva, haciendo presente el amor de Dios a los hombres. De modo sencillo, nada espectacular, como es el misterio mismo de la vida. Pero en cada sonrisa devuelta, en aquellas ganas de vivir recuperadas, en quien ha encontrado el sentido de la vida,  ha habido un pálpito del amor de Dios que es amor de vida…Cambian las costumbres, las modas, pero el amor permanece siempre idéntico, es decir, siempre mirando hacia el otro, y, al mismo tiempo, siempre distinto, sorprendido y sorprendente. Siempre nuevo, como nuevo es cada día, aunque parezca igual al anterior... Sólo el amor nos hace pasar de la muerte a la vida. Acabo con san Agustín: "la medida del amor es amar sin medida". Que así sea con la Gracia de Dios.

22 de abril de 2010

"... Y YO LES DOY LA VIDA ETERNA"

IV DOMINGO DE PASCUA -C- Hech 13,14.43-52/Ap 7, 9.14-17/Jn 10, 27-30

 

En los tres ciclos litúrgicos el IV domingo de Pascua es el del Buen Pastor.  Jesús retoma la vieja metáfora, tan utilizada por los profetas, particularmente Ezequiel, dándola un nuevo significado. Pastor no es un título de gloria, ni un privilegio que haya que defender, ni un poder que tenga que imponerse. Las cualidades de un buen pastor son el conocimiento y el amor mutuo del pastor a las ovejas y de las ovejas al pastor: "Yo soy el buen Pastor: conozco a las mías y las mías  me conocen a mí, igual que mi Padre me conoce y yo conozco al Padre; además yo doy la vida por las ovejas". Por esta razón, no debe usarse el nombre de "pastor" en vano; sólo aceptando  el modo de pastorear del buen pastor podremos aplicar ese nombre. El pastor bueno:

. Conoce, desde el corazón,  a cada uno por su nombre y sabe tratar a cada uno como a hijo querido;

. Ayuda y defiende a cada uno de los ataques y peligros como si fuera el  único y mayor tesoro; nunca los abandona a su suerte;

.  Da la vida por amor a los suyos y les ofrece la vida eterna. Ninguna reivindicación de poderes. Es pastor y cordero a la vez;

. Reúne y convoca a los dispersos y a los que están fuera para formar un solo rebaño bajo el único pastor. Las ovejas le siguen, corresponden a su entrega,  porque confían en él. Es su autoridad y no su poder la que sostiene la obediencia a su palabra. El Buen Pastor Sirve a la comunidad en vez de servirse de ella.

            Precisamente este domingo se celebra en toda la Iglesia la  Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. En el marco del Año Sacerdotal en el que estamos,  el papa Benedicto XI ha escrito un mensaje en el que recuerda los siguientes elementos esenciales para un testimonio sacerdotal y religioso eficaz, capaz de suscitar nuevas vocaciones en el seno de la comunidad:

. La oración y la amistad con Cristo. Si el sacerdote y el religioso es el "hombre de Dios", que pertenece a Dios y que ayuda a conocerlo y amarlo, no puede dejar de cultivar una profunda intimidad con Él, permanecer en su amor, dedicando tiempo a la escucha de su Palabra. La oración es el primer testimonio que suscita vocaciones.

. El don total de sí mismo a Dios. Escribe el apóstol Juan: "En esto hemos conocido lo que es el amor: en que él ha dado su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3, 16). Es necesario entrar en la misma lógica de Jesús que, a lo largo de su existencia,  cumplió la voluntad del Padre hasta el don supremo de sí mismo en la cruz.

. Vivir la comunión. Jesús indicó, como signo distintivo de quien quiere ser su discípulo, la profunda comunión en el amor: "Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13, 35). De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la comunidad que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas.  Así lo hizo el Santo Cura de Ars, el cual, siempre en contacto con sus parroquianos, "enseñaba, sobre todo, con el testimonio de su vida".

Siempre podemos encontrar y encontraremos actuaciones indignas de la dignidad cristiana, religiosa  y sacerdotal pero también ejemplos heroicos de santidad y entrega, de hombres y mujeres cuidadores de la vida, creadores de comunidad… viviendo según el corazón de Cristo. De estos pastores que, siguiendo el ejemplo de Jesús, Buen Pastor, nos manifiestan la bondad de Dios ¿Quién puede tener miedo? Pidamos por la santidad y el buen ejemplo de todos los sacerdotes y consagrados. Que así sea con la Gracia de Dios.

15 de abril de 2010

"SEÑOR, TÚ CONOCES TODO..."

III DOMINGO DE PASCUA -C-   Hch 5,27-32.40-41/Ap 5, 11-14/Jn 21, 1-19

 

            Tercera aparición de Jesús: todo el relato del evangelio acontece en un clima de serenidad y amistad, entre esas realidades sencillas en las que se desarrolla la vida de los hombres y de la Iglesia: la noche y el amanecer, el fracaso y el éxito en el trabajo, el desayuno frugal y, especialmente, el encuentro de los hombres en la amistad y el amor. En este contexto, el protagonismo es de Jesús Resucitado que se hace presente y une a los discípulos alrededor del lago, su lugar de trabajo,  pero  Pedo está en el centro del relato. Es, sin duda, Pedro, una figura atractiva dentro del grupo de pescadores que dejaron un día las redes y siguieron al maestro. Era un hombre  apasionado, espontáneo ("se lanzó el primero al agua");  manifiesta sus sentimientos con fuerza en el lavatorio de los pies: "¿Lavarme tú los pies? Jamás",  pero si eso significa que no va a tener nada que ver con Jesús, dirá enseguida: "Señor, no solo los pies, también las manos y la cabeza";  se derrumba cuando le van preguntando si era discípulo de Jesús y el valiente ("No te abandonaré jamás")  tartamudea ante una criada ("No conozco a ese hombre"). Los evangelios subrayan dos miradas de Jesús sobre Pedro: después de la primera Pedro dejó todo y siguió a Jesús; después e la segunda, Pedro "salió afuera y lloró amargamente". Ahí, sin duda comenzó el cambio de su corazón. Siguió confiando en el perdón del Maestro y esta actitud, más humilde y menos presuntuosa, emerge en el episodio de hoy.

            "¿Me amas más que estos?".  Y Pedro ya no se compara con nadie; su respuesta es sencilla, brota de lo mejor de su corazón:"Tú sabes que te amo...tú sabes que te quiero". Tú conoces mi negación, mi cobardía, mis sentimientos...Tú sabes que, desde la verdad de mi ser, a pesar de todo, te quiero. Jesús examina a Pedro sobre el amor, porque desde el amor habrá de ejercer la autoridad que le concede. Pedro no es la "piedra" porque tiene autoridad-poder, sino porque ama a Jesús y está dispuesto a seguirlo y a dar testimonio de él incluso con la propia vida. Desde entonces no hay autoridad en la Iglesia si no nace de este amor humilde. Porque solo el amor convierte la autoridad en servicio.  Sólo desde esta actitud de fe y amor,  Pedro y los otros discípulos,  asumen su misión en la Iglesia y su testimonio en el mundo, que ha de ser universal y abierto a todos (como simbolizan la red y el número de peces, 153). Por la palabra de Jesús la red se llena de peces tras una noche confiando en las solas fuerzas;  por su palabra desafían a los judíos afirmando que "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres"; por su palabra vuelven contentos después de ser ultrajados. Sin duda la fe pascual, el encuentro alrededor de fuego, símbolo de la Eucaristía,  ha cambiado todo.

El diálogo entre Jesús y Pedro hay que trasladarlo a la vida de cada uno de nosotros. San Agustín, comentando este pasaje evangélico, dice: «Interrogando a Pedro, Jesús interrogaba también a cada uno de nosotros». La pregunta: «¿Me amas?» se dirige a cada discípulo. El cristianismo no es un conjunto de doctrinas y de prácticas; es algo mucho más íntimo y profundo: es una relación de amistad con la persona de Jesucristo. Muchas veces, durante su vida terrena, había preguntado a las personas: «¿Crees?», pero nunca: «¿Me amas?». Lo hace sólo ahora, después de que, en su pasión y muerte, dio la prueba de cuánto nos ha amado Él.  Ojalá sintamos siempre que, a pesar de todo, el Señor nos sigue mirando con cariño, sigue creyendo en nosotros,  nos anima a seguir adelante, nos rehabilita y confirma en la fe; ojalá podamos seguir diciendo, ante la mirada de amor y comprensión del Maestro: "Señor, tú lo sabes todo, Tú sabes que yo te quiero"; ojalá, de sus labios,  podamos también escuchar: "cuida a mis hermanos" para que encuentren y tengan vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

8 de abril de 2010

"...SE LLENARON DE ALEGRÍA AL VER AL SEÑOR"

II DOMINGO DE PASCUA -C- Hch 5,12-16/Ap 1, 9-11.17-19/Jn 20, 19-31

 

            El misterio pascual es presentado, en los textos evangélicos, en forma de apariciones. Son catequesis que contienen casi todas los mismos elementos: aparición de forma inesperada; iniciativa de Jesús; reconocimiento del Señor; paso del desaliento a la alegría al convencerse de que Jesús, el crucificado, vive de un modo nuevo; envío a continuar su misma misión entre las gentes. Hoy leemos dos apariciones sucedidas a los ocho días, como las eucaristías dominicales. En la primera no está Tomás, uno de los Doce; en la otra, el escéptico Tomás percibe la presencia de Jesús, lo expresa con una sentida confesión de fe: "¡Señor mío y Dios mío!" y obtiene una bienaventuranza válida para todos nosotros: "dichosos los que crean sin haber visto". Juan cierra su evangelio diciendo que "estos signos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre".

El evangelista recuerda que:"Los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos". Hay quien piensa que el "cerrar las puertas" se ha convertido en algo innato de la Iglesia particularmente en tiempos en los que  se debilita la fe. El "cerrar puertas" tras la Pascua, está motivado por el miedo: a los judíos, a la renovación, a los progresos de la ciencia, a la evolución social, a la pérdida de poderes y privilegios. No deja de ser curioso que Juan Pablo II y Benedicto XVI iniciaran sus ministerios con discursos similares: "No temáis, abrid más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo", el primero; "No tengáis miedo de Cristo. Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Cristo, recibe el ciento por uno. Sí, abrid de par en par las puertas a Cristo y encontrareis la vida eterna", el segundo. Puertas abiertas a Cristo y puertas abiertas en la Iglesia: para mostrar nuestra fe a todos los hombres y mujeres con alegría, firmeza y sin complejos; con transparencia, acogida fraterna, participación y diálogo sincero; en el  reconocimiento de los propios pecados y la búsqueda permanente de nuevas formas, palabras, métodos… para que, como escuchamos en  la plegaria eucarística "Jesús, nuestro camino":  "tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando". No lleva a ningún sitio el miedo, el ocultar la realidad de las cosas para mantener el prestigio o no perder parcelas de poder,  el proteger a quien, por su bien y el de todos, ha de ser  ayudado en  su conversión…

Los encuentros con el Resucitado -las apariciones- son experiencias rehabilitadoras. En nada se parecen a un "ajuste de cuentas", como humanamente sería de esperar; ante la deserción de los discípulos en el momento de la Pasión,  no hay ni la más mínima queja de Jesús. Él sólo ama, como el Padre: se fía, espera, aguanta el ritmo de fe. Dichosos los que vayan creyendo: encontrarán siempre vida en su nombre, curación de los males físicos y espirituales y, sobre todo, la Misericordia única que pone un límite al mal. Jesús, dice el evangelio, "puesto en medio" les entrega el don por excelencia: el Espíritu Santo. Con él va su paz, su alegría, su perdón, su misión. Son frutos de la adhesión al Resucitado. Creer en su amor de verdad y dejarse llevar de su Espíritu produce paz, alegría, perdón y compromiso con el Reino. No hay temor en quien actúa movido por el Espíritu del señor Resucitado.

            "El pueblo cristiano, señala el Papa, está llamado a llevar a todos el fruto de la Pascua, que consiste en una vida nueva, liberada del pecado y restaurada en su  belleza originaria, en su bondad y verdad. A lo largo de dos mil años los cristianos, especialmente los santos,  han fecundado continuamente la historia con la experiencia viva de la Pascua. También hoy la humanidad necesita la salvación del Evangelio para salir de una crisis profunda que pide cambios profundos comenzando por las conciencias". Que así sea con la Gracia de Dios.