16 de enero de 2010

"NO LES QUEDA VINO..."

 II DOMINGO TO -C- Is 62,1-5/1Cor 12,4-11/Jn 2, 1-12

El evangelio de Juan nos presenta a un Jesús muy humano, participando en la alegría de una boda junto a su madre y los discípulos, en la que, además, de una forma discreta realiza su primer signo (de los siete que nos describe el cuarto evangelio). El evangelista ha deseado contarnos este hecho de forma  minuciosa y llena de símbolos. Y lo hace, porque san Juan, ya desde el comienzo de su evangelio (capítulo 2) ha querido hacer teología profunda y una enseñanza clara: la ley antigua (Moisés) ha sido sustituida por la ley nueva (la del amor que hace nuevas todas las cosas).

            Recordemos algunos elementos: el marco de una boda, que simboliza las relaciones estrechas entre Dios y su pueblo o entre Dios y la humanidad (expresadas de una forma preciosa en la1ª lectura); el vino, que como se puede leer en el Cantar de los Cantares, es símbolo del amor entre los esposos y, según el profetas Isaías, signo del Mesías esperado ya entre nosotros; unas tinajas de piedra vacías que simbolizan la ley antigua, la esculpida en piedra por Moisés; la falta de vino y el cambio de agua en vino que viene a decirnos cómo Cristo mismo es la nueva vida, nueva alianza y el nuevo símbolo de la ley: el amor.

            Más allá de los símbolos, el núcleo del mensaje encerrado en un acontecimiento normal y corriente de la vida de las personas es, en primer lugar que Jesús es la novedad absoluta y el único mediador y salvador."La ley se dio por Moisés, el amor y la verdad se han hecho realidad por medio de Jesucristo", prólogo del evangelio. Y, en segundo lugar, que desde Caná, desde el primer signo de Jesús ya no estamos en el orden del la vieja ley, de las purificaciones externas, sino que hemos entrado en el ámbito del amor y de la verdad. Ese es el vino nuevo que hace estallar las viejas tinajas de piedra. Juan habla de signos, no de milagros, porque lo realmente importante para él no es el acontecimiento que sobrepasa las leyes naturales; lo realmente importante es lo que un acontecimiento simboliza y significa para la persona que tiene los ojos abiertos de la fe, iluminados los ojos del corazón. Porque es milagro que el agua se convierta en vino, pero es mucho más milagro que un hombre o una mujer comiencen a vivir en la verdad y en el amor, en la alegría profunda frente a la monotonía (Zaqueo, Samaritana). Ese es el vino añejo de veinte siglos, pero que sigue siendo nuevo.

            Necesitamos que el Señor toque la realidad de nuestras vidas para que nuestras tinajas vacías se llenen de fecundidad, nuestra obligación se transforme en amor, lo caduco en eterno, nuestro trabajo sea construcción del reino de Dios y nuestra vida personal y familiar sea vivida en la  verdad plena. Estamos llamados a ser y realizar "signos" esperanzadores  en nuestra sociedad (unidad de los cristianos). Tenemos el Espíritu de Jesús para llevarlo a término. Cada uno de nosotros podemos servir de diferentes maneras al Señor que se vale de nosotros para realizar su obra. Somos instrumentos de Dios y tenemos (lo recuerda san Pablo) cualidades y dones que pueden ayudar al hermano, a la comunidad, sociedad (fe, amabilidad, concordia, escuchar...han de ser como el vino nuevo, para el bien común).

             María, la que "estaba allí", la que está hoy también con nosotros, nos dice  al corazón: "Haced lo que él os diga". Solo él puede darnos lo que nos falta. Un vino que no emborracha, sino que da la vida y la felicidad. Un vino que es siempre un signo nuevo e inesperado de la presencia de Jesús en la vida ordinaria de cada día. Que así sea con la Gracia de Dios.

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