22 de diciembre de 2010

"Y POR ENCIMA DE TODO ESTO, EL AMOR..."

Fiesta de la Sagrada Familia - Si 3,3-7/Col 3,12-21/Mt 2,13-15.19-23

 

Jesús vive en familia; en ella recibe protección y cuidado; en ella crece y asimila los valores de unos padres profundamente religiosos y honestos; en ella vive, en clima de afecto y fidelidad, el amor y la experiencia de vivir "en presencia de Dios"; a través de ella se inserta en una historia y en una cultura. La mirada al portal, a las peripecias de la huída a Egipto y a la estancia en Nazaret muestran un estilo de ser familia, plural y abierta,  escuela de amor y solidaridad, atenta al proyecto de Dios. Pero la familia de Jesús es semilla para abrirse a una familia más amplia, la gran familia humana de los hijos-as de Dios; se inserta en la perspectiva universal del Reino de Dios.

El papa Benedicto XVI en su visita al templo de La Sagrada Familia nos dejó una reflexión válida para la fiesta de hoy: "El Hijo del Altísimo, se anonadó haciéndose hombre y, al amparo de José y María, en el silencio del hogar de Nazaret, nos ha enseñado sin palabras, la dignidad y el valor primordial del matrimonio y la familia, esperanza de la humanidad, en la que la vida encuentra acogida, desde su concepción a su declive natural. Nos ha enseñado también que toda la Iglesia, escuchando y cumpliendo su Palabra, se convierte en su Familia. Y más aún nos ha encomendado ser semilla de fraternidad que sembrada en todos los corazones aliente la esperanza".

Y refiriéndose a San José Manyanet que "imbuido de la devoción a la Sagrada Familia de Nazaret" fue uno de los inspiradores del templo recordó que "desde siempre, el hogar formado por Jesús, María y José ha sido considerado como escuela de amor, oración y trabajo".  Por último,  actualizando el mensaje a nuestros días, añadió: "Las condiciones de la vida han cambiado mucho y con ellas se ha avanzado enormemente en ámbitos técnicos, sociales y culturales. No podemos contentarnos con estos progresos. Junto a ellos deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar".

Cada familia está llamada a edificar el hogar en el que crecer, desarrollarse, ser felices, afrontar las dificultades. El hogar es mucho más que la casa; es el espacio de amor y perdón, el entorno en el que nos encontramos y queremos desde lo más profundo de nosotros mismos, en el que aprendemos a convivir en el respeto y la ayuda mutua. No basta compartir aficiones, bienes o sensaciones para garantizar un proyecto familiar; tampoco es posible hacerlo si la persona no vive unificada interiormente. El amor verdadero, las convicciones profundas y compartidas, "la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión" ayudan a consolidar un programa de vida en común fundado en el amor verdadero. Fe y confianza se dan la mano en cada familia cristiana que, como la familia de Nazaret,  se siente bendecida y acompañada por Dios. Trabajemos, valoremos, cuidemos de la familia abriendo en ella un espacio de acogida  para la presencia de Dios. Que así sea con Su Gracia.

16 de diciembre de 2010

... QUE SIGNIFICA "DIOS CON NOSOTROS"

IV DOMINGO ADVIENTO -A- Is 7, 10-14/Rom 1, 1-7/Mt 1, 18-28

 

La Palabra de Dios en este domingo es una especie de vigilia litúrgica de la Navidad. Se anuncia la llegada inminente del Hijo de Dios; se subraya que este niño que nacerá en Belén es el prometido en las Escrituras y constituye la plena realización de la Alianza entre Dios y los  hombres. La primera lectura expone el oráculo de Isaías. El rey Acaz desea aliarse con el rey de Asiria para defenderse de sus vecinos. Ve las cosas desde el punto de vista terreno: quiere asegurarse una alianza con el más fuerte, decide unirse a los hombres despreciando el precepto de Dios. Frente a esa actitud Isaías le propone una respuesta de fe y confianza total en la providencia de Dios; le ofrece un signo: "la virgen está en cinta y da a luz un hijo y le pone por nombre Emmanuel, es decir, Dios con nosotros".

La tradición cristiana ha visto en este oráculo un anuncio del nacimiento de Cristo de una virgen llamada María. Tanto la carta a los Romanos como el evangelio indican que las profecías encuentran su cumplimiento en Cristo Jesús: "Todo ha sucedido para que se cumpliesen las Escrituras". La Alianza es un pacto que nace del amor de Dios y encierra un plan maravilloso para la humanidad. Anunciada en el Génesis, expresada en el Arco Iris tras el diluvio, establecida en el sacrificio de Abraham, formulada en el Sinaí (los diez mandamientos) encuentra su culmen en la Encarnación del Hijo de Dios. Dios que nos había hablado por los profetas, en los últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo. Parece que nada ha hecho desistir a Dios de su amor y alianza con los hombres.

            El misterio de la Encarnación se ha realizado en el momento en el cual María ha pronunciado su Fiat: "Hágase en mí según tu palabra". Aquel abandono de fe que no supo dar el rey Acaz, se ve fielmente realizado en María que dio su pleno consentimiento a la acción de Dios. Y también José, "el hombre justo" atento a cumplir la voluntad de Dios. Aun cuando advierte que en María está sucediendo algo extraordinario, es capaz de intuir la cercanía y la santidad de Dios (Moisés, Isaías, Ezequiel...) y se confía en sus  manos aunque no comprende todo su plan. La encarnación no es un acto divino que se impuso sobre los hombres. En ella, Dios tiene la delicadeza de esperar el consentimiento de aquella pareja de Nazaret, José y María. De esta manera Jesús es el fruto del "diálogo" más perfecto entre Dios y los hombres, fruto de la escucha de la Palabra de Dios y de su obediencia. Solo así podía Dios encarnarse y ser salvador siendo "Dios con nosotros".

            La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana. El Emmanuel es el Dios con nosotros. Jesucristo con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección, y el envío del Espíritu de la verdad, lleva a la plenitud toda la revelación. Estas verdades fundamentales hacen sólida nuestra fe y nos ayudan a comprender la riqueza de nuestra vocación cristiana. Al contemplar cómo Dios nos ama, nos busca y nos envía a su Hijo, debería nacer en nuestro corazón un sentimiento de gratitud y confianza. Frente a la realidad humana con su dureza, frente al misterio del pecado del hombre y de la muerte, está el amor y la misericordia de Dios que son eternos. Sintamos que nuestras vidas, aunque heridas las múltiples contradicciones de la existencia, están en manos de Dios y que lo bueno para nosotros es "estar junto a Dios". Y que nuestra voluntad sea conforme a la voluntad de Dios, aunque esto implique, en ocasiones, "cambiar nuestros planes". "Dios con nosotros", sin ruido, sin propaganda, sin imponerse a la fuerza, transformando los corazones y el mundo…Que así sea con su Gracia.

9 de diciembre de 2010

"¡Y DICHOSO EN QUE NO SE ESCANDALICE DE MI!"

III DOMINGO ADV -A-  Is 35,1-10/St 5,7-10/ Mt 11,2-11

 

Juan se lo jugó todo por sus semejantes,  recorrió pueblos y aldeas preparando la llegada del Mesías,  denunció la injusticia y llamó a la conversión..., era un hombre íntegro, ascético... pero está en la cárcel, donde morirá decapitado por orden de Herodes.  Allí recibe noticias que no coinciden con la idea que él se había forjado del Mesías, que no parecen responder a sus expectativas y sacuden los cimientos más sólidos de su inconmovible personalidad. Su idea de justicia de Dios (las severas imágenes del domingo pasado: el hacha, el bieldo, el fuego…) tropieza con la misericordia que se atribuye a Jesús con los pecadores. De ahí nace su pregunta humilde y angustiosa: "¿Eres tú el que ha de venir? ¿Tenemos que esperar a otro?". Es la misma pregunta que a veces nos hacemos nosotros ante determinadas situaciones que no esperamos, que nos desbordan  y que chocan con la idea que nos hemos formado de Dios, no siempre coincidente con la que se nos revela en el evangelio.

 Por eso Jesús, pensando en Juan y también en nosotros responde, no con bellas palabras, sino con obras que hablan de salvar y de dar buenas noticias. Su respuesta  nos reconduce a la primera lectura. Los signos que avalan su identidad mesiánica están por doquier: los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen y a los pobres se les anuncia la buena noticia…, un mundo al revés, en el que los que no cuentan recobran su dignidad. Y Juan, seguro,  entiende bien la respuesta: ¡es Él y no hay que esperar a otro!. "¿Eres Tú el que ha de venir?": Jesucristo es la respuesta al deseo de felicidad de la persona; solo en  él encontramos la salvación y la plenitud anhelada; solo Él es el Hijo de Dios; sólo él es la fuente de la felicidad que busca el corazón... En Dios se encuentra todo lo que el hombre acostumbra a asociar a la palabra felicidad e infinitamente más, pues «ni ojo vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1 Co 2,9).

Pero, además, Jesús presenta a Juan "como el mayor de los nacidos de mujer", un elogio  que contrasta, sin embargo con la afirmación, poco después,  de que  "el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él". Lo nuevo supera lo anterior. El Reino de Dios que hace presente Jesús supera el Antiguo Testamento. Donde abundó la maldad Dios respondió haciendo que sobreabundara la gracia, la justificación desinteresada, el perdón. Todo esto rompe muchas expectativas creadas, por eso quizás Jesús termina diciendo:  "Y dichoso el que no se escandalice de mi!". Y es que, no solo Juan, también los discípulos, también nosotros,  sentimos, en ocasiones,  el mismo desconcierto de Juan, ante una vida y unas enseñanzas  que nos muestran que el más importante en el Reino de Dios es el servidor de todos y que asumir la cruz es central en la vida del discípulo como lo fue en la del Maestro. Incluso  hoy día seguimos preguntándonos  acerca del mejor modo de llevar a cabo la misión de Jesús (recientemente se ha creado en Roma un nuevo dicasterio para reflexionar y animar a la Nueva Evangelización de Europa). Sin embargo, en el fondo,  sólo por la fe se puede captar la paradoja de Jesús, es decir la fuerza de Dios en la debilidad de la palabra y de los signos que anuncian el Reino.

Santiago nos exhorta a la espera paciente y activa de la venida del Señor, imitando el ejemplo del que siembra y el aguante de los profetas. Paciencia, esperanza, fe invulnerable al desencanto y siempre en camino. Serenidad y alegría del corazón que nacen de la profunda convicción de que en Cristo, el Señor, el pecado y la muerte han sido derrotados. Y esta certeza  es motivo de una serena alegría. "Ten tu alegría en el Señor, y escuchará lo que pida tu corazón» (Sal 37,4). "Sed fuertes, no temáis. Que las manos débiles no decaigan, que las rodillas vacilantes no cedan... Dios en persona viene, Dios es nuestra salvación y ya está aquí", Que así sea con su Gracia. 

1 de diciembre de 2010

"DAD EL FRUTO QUE PIDE LA CONVERSIÓN"

II DOMINGO DE ADVIENTO -A- Is 11,1-10/Rom 15,4-9/Mt 3,1-12 

 

            Isaías es uno de esos hombres benditos que no han perdido la capacidad de soñar. Es un profeta, hombre de Dios y poeta al mismo tiempo,  que sueña en lo que ha de venir: la reunión de todos los pueblos de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la paz entre todos los hombre. Utiliza imágenes simbólicas  con  hondo significado espiritual: los animales salvajes «conviven» con los animales domésticos... El lobo y el cordero serán vecinos, la vaca y el oso pacen... El niño meterá la mano en la hura de la víbora... En esta profecía, Isaías anuncia para el «fin de los tiempos», un retorno al paraíso primitivo. Lo que se nos promete es, pues, una «nueva creación», en la que  no habrá fuerzas hostiles al hombre,   la persona no sentirá temor,   los instintos agresivos estarán dominados;  un lugar y un tiempo en el que  todos los hombres podrán convivir en paz unos con otros. -"Nadie hará mal en toda mi montaña santa... Porque el conocimiento del Señor llenará la tierra, como las aguas llenan el fondo del mar". Un sueño, sin duda hermoso que, quizás, todos hemos tenido  alguna vez. Pero, el profeta  ha empleado, además,  una imagen muy expresiva: de un tronco viejo que parecía seco  brotará una rama nueva, llena de vigor.«Brotará un renuevo del tronco de Jesé»: Esta es la gran promesa:  es el Mesías, el Enviado de Dios. Sobre él descenderá el Espíritu de Dios con todos sus dones: "… espíritu de prudencia y sabiduría, ciencia y temor del Señor...". 

No hay que despreciar a los poetas, pero frente a una mirada quizás excesivamente idealista,  el evangelio nos muestra el realismo de Juan el Bautista que grita: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". Es una invitación personal a la conversión, a la renovación,  por un motivo muy real: hay una posibilidad de más vida, más justicia, más amor (esto es lo que significa "está cerca el Reino de Dios"). Es necesario preparar el camino del Señor (anhelar su venida, creer en ella, eliminar obstáculos, trabajar por su Reino). La austeridad de vida de Juan es un testimonio de que es preciso tomárselo en serio ( desde la comodidad, no se hace nada) y de que no es suficiente el simple cumplimiento ritual, exterior (es la severa crítica a los "fariseos y saduceos").  Es necesario "dar el fruto que pide la conversión"; un fruto que sea trigo y no paja, obras y no solo buenas razones. Por eso, con honestidad todos podemos  preguntarnos: "¿qué debemos hacer?". Y responder desde nuestra vida, sabiendo que todos nuestros esfuerzos son muy limitados, pero confiando en la fuerza de la promesa: de un árbol viejo brotará un retoño, de lo caduco y corrompido surgirá lo más nuevo y lo más limpio. Cuando el Espíritu sopla con fuerza, hasta los huesos secos recobran vida y toda la faz de la tierra rejuvenece; no debemos desesperar. Por muy acabados y desanimados que nos sintamos, se nos ha prometido un bautismo de "Espíritu Santo y fuego". Quien se deja empapar de este Espíritu  quema todo lo caduco y se abre a una vida nueva. Está con nosotros Aquel «que puede más», que nos ha bautizado y llenado  con su Espíritu.

            ¿Qué es más fácil: que el  lobo habite con el cordero o que el hombre conviva  con el hombre y, juntos,  con Dios?. El hombre es capaz de lo mejor y más sublime y también de lo peor y más destructivo. Pablo nos ha invitado a "acogernos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios".  Estamos en  el tiempo de la Esperanza, de abrirnos al Espíritu, de soñar y construir lo sueños en la realidad de la vida con la Fuerza de Dios. Afirma el Papa Benedicto XVI: "Tenemos un futuro: Dios; por eso creemos,  valoramos y construimos el presente".  Que así sea con la Gracia de Dios.

24 de noviembre de 2010

"DAOS CUENTA DEL MOMENTO EN QUE VIVÍS"

 I Domingo de Adviento  -A-  (Is. 2, 1-5; Rom. 13, 11-14; Mt. 24, 37-44)

 

Adviento es tiempo de espera, pero de espera, no pasiva, sino activa. La vida es una oportunidad que Dios nos da de amar y prepararnos para la eternidad. El saber que nuestra vida terminará pronto no debe angustiarnos, ni llevarnos a despreciar el mundo y sus responsabilidades, sino al contrario implicarnos en hacer un mundo mejor para los que vendrán. Amor es sembrar para otros. No sabemos si terminaremos lo que iniciamos, pero no importa, eso lo dejamos en manos de Dios.

           

Una pequeña historia: "El viejo y el manzano":

  "En una casa de campo bellísima vivía un anciano de ochenta años, llamado Juan, que cada día se levantaba muy temprano y se ponía a trabajar la tierra como si fuese un joven. Una mañana empezó a hacer hoyos y a plantar manzanos. Al poco tiempo pasó por allí un vecino que, extrañado de la actitud del hombre, le preguntó:

   - ¿Qué estás haciendo, Juan?

   - Pues mira, hoy estoy plantando manzanos y mañana plantaré otros árboles frutales -contestó tranquilo el anciano.

   El vecino, sorprendido por verlo tan emocionado en una tarea nada fácil, le dijo, con cierto tono de burla:

   - ¿Es que crees que vas a vivir para siempre? Tú sabes que los árboles tardan muchos años en dar fruto y para ese tiempo tú ya estarás muerto. No podrás probar ni una sola de tus manzanas.

  - Ya lo sé -dijo el anciano-. Pero toda mi vida he comido manzanas, y que no había plantado yo. No hubiera podido yo comer ninguna si otros hombres no hubiesen hecho lo que yo estoy haciendo ahora. Sólo quiero pagar a mis semejantes con la moneda de la generosidad que ellos tuvieron conmigo".

 

Desde esta actitud activa, que mira más allá de uno mismo,  es necesario salir al encuentro del Señor que se acerca, y hacerlo acompañados de las buenas obras. Este es el punto central que unifica las lecturas de este primer domingo de adviento. El Señor volverá, esto es una certeza que nace de las palabras mismas de Cristo en el Evangelio. Sin embargo, no conocemos ni la hora ni el día de su llegada, por eso la actitud propia del cristiano es la de una amorosa vigilancia. Más aún, ante el Señor que se avecina hay que salir a su encuentro "viviendo el momento presente"; despiertos del sueño para ver que el día está por despuntar. Escribía Tagore: "¿No oíste sus pasos silenciosos? Él viene, viene, viene siempre. En cada instante y en cada comunidad, todos los días, todas las noches. Él viene, viene, viene siempre".

La visión del Profeta Isaías nos presenta "el final de los días" como una explosión gozosa de la esperanza mesiánica. Todos los pueblos, todos los hombres, están invitados a subir al monte del Señor. El Señor mismo será quien nos instruirá por sus caminos y a una época de guerra y división, sucederá una época de paz y concordia. Al final de los tiempos el Señor reinará, vencerá el bien sobre el mal; el amor sobre el odio; la luz sobre las tinieblas. Dios mismo será el árbitro y juez de las naciones. Espléndida visión del futuro que posee una garantía divina. Habrá que caminar a la luz del Señor y esto significa, nos recuerda muy gráficamente san Pablo, que no  podemos seguir viviendo en las tinieblas del pecado. Caminar en la luz es caminar en la nueva vida que nos ofrece el Señor por la redención de nuestros pecados. Por ello, habrá que revestirse de Cristo Jesús, en el corazón y en las obras,  para poder caminar como en pleno día.  Que así sea con la Gracia de Dios.

18 de noviembre de 2010

"SEÑOR, ACUÉRDATE DE MI CUANDO LLEGUES A TU REINO"

CRISTO REY -C- 2 Sam 5, 1-13/Col 1, 12-20/Lc 23, 35-43

El domingo pasado  se nos hablaba de cárceles, persecuciones, sufrimientos a causa del evangelio y recordábamos a tantos hombres y mujeres asesinados, perseguidos y discriminados por su fe en Jesucristo. Hoy esa persecución y  se pone de manifiesto en la persona del Maestro: Cristo no disimula su dolor, ni lo tapa,  ni lo esconde, lo muestra abiertamente. Éste es nuestro Rey, el que la Iglesia ofrece como icono y ejemplo; el crucificado, desnudo y humillado  ¡es el Hijo de Dios!  que reina y salva por encima de la muerte, las ofensas y el dolor.

            El P. Maximiliano Kolbe asesinado en 1940 en el campo de concentración de Auschitz al ofrecer su vida a cambio de la de un padre de familia que iba a ser ejecutado, había escrito respecto a la fiesta de hoy: "Jesús no dijo "no" cuando Pilatos le preguntó si él era rey. Solo dijo que su reino no era de este mundo. Sabemos que los reinos de este mundo se basan en el poder. Un reino del mundo, que repose sobre el amor, es muy difícil de encontrar. El reino de Cristo está fundado sobre algo más profundo, sobre el amor, y llega hasta el alma y penetra en las voluntades. Por eso no es un reino que oprime. Jesús atrae las almas hacia sí por medio del amor".

            En esta Solemnidad que cierra el año litúrgico podemos encontrar tres hermosos mensajes para nuestras vidas:

. Jesús es el centro de la historia, pero su reino no es de este mundo ni se construye con la espada, ni con el poder, ni con el dinero. Su Reino se construye con la entrega, la generosidad y la sencillez de vida; desde la Cruz ("Por su sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados")

. el Reino de Cristo es profundamente humano, se dirige al hombre, llega hasta el alma, por eso es un reino que no oprime, un reino de libertad; en él no hay cetros, ni joyas, ni títulos honoríficos, ni coronas doradas, pero está siempre, en el centro,  el hombre que vale mucho más que todos los cetros. La fiesta no trae despliegue de banderas o sonido de cañones; va dirigida a los corazones, antes que a las naciones.

. el reino de Cristo no ofrece un régimen político ideal sino que forma hombres-mujeres capaces de concebir mejores regímenes y sobre todo, capaces de comprometerse en la lucha por la justicia y el bien de la persona. Los imperios caen, la Cruz permanece... ("Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz").

El Reino de Cristo se recibe como regalo;  se instala en la vida de los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Por eso, los cristianos rezamos que venga su Reino a nuestro mundo: reino de  verdad y de vida, de  santidad y  gracia, de  justicia,  amor y paz;  lo pedimos y lo realizamos en la medida de nuestras posibilidades. No nos desanimemos en esta lucha: al ladrón arrepentido Jesús le dice: "Hoy estás conmigo en el árbol de la cruz – Hoy estarás conmigo en el paraíso". La flaqueza de la Cruz es la fuerza y el poder de Dios. Jesús no buscaba gente que le aclamara ("desapareció cuando, tras la multiplicación de los panes,  querían proclamarle rey) sino gente que le ame y esté decidida a construir el Reino de Dios siguiéndole y viviendo sus valores. "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida": esto es lo que vivió Jesús, por eso hoy le celebramos como  Señor y "rey" de nuestras vidas. Que así sea con la Gracia de Dios.   

11 de noviembre de 2010

"CON VUESTRA PERSEVERANCIA SALVAREIS VUESTRAS ALMAS"

XXXIII TO-C- Mal 3, 19-20 (4,1-2) / 2Tes 3, 7-12 / Lc 21, 5-19

 

En medio de las dudas, de la desesperanza y de la oscuridad que suponen para la fe el triunfo de los malvados y el dolor de los justos, el profeta Malaquías proclama que, a pesar de las apariencias, el Señor es justo. No hay que dejarse arrastrar por el aparente triunfo de los pecadores; estos perecerán, en cambio sobre quienes siguen la ley del Señor "honrando su nombre" brillará  "un sol de justicia que lleva la salud en sus alas".

En este misma línea de reflexión podemos subrayar que la finalidad del discurso que presenta Lucas no es tanto describir los acontecimientos que se van a suceder en el fututo y ponerles fecha, cuando dar a los creyentes de las primeras comunidades, que esperaban impacientemente  la vuelta del Señor, la fuerza y el coraje para que puedan vivir el tiempo de la Iglesia, el seguimiento de Jesús, en medio de las pruebas y dificultades recordándoles el valor del tiempo presente. Jesús no responde directamente a las pregunta de los discípulos; se preocupa más en el "cómo" vivir el "antes" del encuentro definitivo con el Padre. Ni los falsos mesianismo, ni los agoreros de cualquier tipo, ni los vendedores de utopías, ni las guerras, ni las catástrofes naturales anuncian el fin del mundo. El día que debe preocuparnos es el "antes" y ese día es "hoy", pues también hoy es ya el "día del Señor". La tarea en este mundo es dar testimonio de Jesús y hacerlo siempre con confianza ("Con la perseverancia salvaréis vuestras almas").

Vale esta frase evangélica para describir la actitud heroica de muchos cristianos-as del mundo. El día 31 de octubre era asaltada la catedral sirio-católica de Bagdad. Murieron más de 40 fieles y tres sacerdotes, y hubo, además,  muchos heridos. El domingo día 7 los cristianos de Bagdad afirmaron la fuerza de su fe y mostraron con su testimonio valiente  que  la persecución y las amenazas continuas  no podrán derrumbarles; ellos son   auténticas  "piedras vivas" de la fe en un país martirizado por el terrorismo. Lo son, ciertamente, pero, como en otros lugares de Oriente Medio, son discriminados por su fe, menospreciados y presionados continuamente para abandonar sus propios países, en los que representan, en muchos casos, minorías con una presencia mucho más antigua que la de los propios musulmanes que quieren echarles.

            Muchos cristianos de Tesalónica pensaban que el día del Señor, el final de los tiempos, iba a llegar de un día para otro. ¿Para qué trabajar, entonces? San Pablo les dice que sigan trabajando para ganarse el pan, como él mismo ha hecho siempre. Y es que la espera de la Segunda Venida de Jesús convirtió en holgazanes a algunos de los miembros de la comunidad. También San Agustín tuvo que escribir un pequeño libro sobre la necesidad del trabajo a algunos de sus monjes que se apoyaban, para justificar su holganza, en unas frases que Cristo había dicho a sus discípulos: "Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y vuestro padre celestial las alimenta" (Mt. 6, 26).

Sin embargo, y subrayando la necesidad de confiar en la Providencia, no olvidemos el consejo de Jesús: "Cada día tiene su afán". Y recordemos que frente a tantas preguntas sobre el fin de este mundo físico y concreto, el Señor no responde directamente, pero nos dice algo que queda muy claro: "no tengáis pánico… ni un cabello de vuestra cabeza perecerá". Nuestro esfuerzo y creatividad, siempre sustentado todo en la inspiración del Espíritu Santo, ha de ir precisamente en esa dirección: trabajar sin desmayo, sin pereza y con entusiasmo hasta el día en el que Señor aparezca definitivamente, siendo profundamente realistas y siempre con esperanza. Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de noviembre de 2010

"... PARA ÉL TODOS ESTÁN VIVOS"

DOMINGO XXXII TO -C- 1- 2Mac 7,1-2.9-14/Tes 2,16-3,5/Lc 20,27-38

 

            El texto del libro de los Macabeos es un testimonio de firmeza, valentía y serena confianza en Dios; de martirio como entrega generosa y expresión de fidelidad a las propias convicciones.  Detrás del hecho de comer o no carne de cerdo (trivial) hay un trasfondo mucho más importante: la aceptación o no del culto pagano como sustituto de las raíces religiosas del pueblo judío -fe en Dios-. El texto no recoge las bellas formulaciones de la madre cuando dice, llena de ternura: "Yo no se cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di la vida ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo...Él con su misericordia os devolverá el aliento y la vida". Para la tradición bíblica es fundamental la fe en un Dios personal que nos ha llamado a la vida y nos resucita a una nueva vida: "Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará... para la vida..."

            Jesús, en la respuesta a los saduceos, hunde sus raíces en lo más hondo de la tradición bíblica: nada puede quebrar la fidelidad de Dios. El Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Será vida, ciertamente, aunque distinta de la presente sujeta a las coordenadas del espacio y el tiempo, y a los esquemas de la vida terrena. A veces  tenemos tan poca imaginación que no podemos pensar otra vida que no sea calcada de la que llevamos ahora. Creemos en un Dios que es espíritu, que no es palpable con nuestras manos y se nos hace imposible pensar en nuestra realidad espiritual; no somos pura biología, solo cuerpo... "algo más", aunque el "misterio" permanece íntegro....

 Escribía el sacerdote y periodista Martín Descalzo:

 «Y entonces vio la luz.
La luz que entraba
por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida
y entendió que la muerte ya no estaba.

Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura».


            No es un optimismo barato. Es de sabios recordar de dónde venimos y a dónde vamos. Es razonable pensar que el ansia de felicidad  e inmortalidad que anida en nuestro corazón será colmada... que nuestra sed de infinito será saciada... Es una pasión por la vida que empieza aquí, como puro don y esfuerzo por amar vivir dignamente, y acaba en las manos de Dios. Dice el Salmo: " Al despertar me saciaré de tu semblante": Bellísima promesa para la Resurrección que esperamos. Con Pablo: "que el Señor dirija nuestro corazón para que "seamos fieles a la tradición recibida", amemos y confiemos en el Dios de la vida". El hombre muere sí en su condición actual, pero no es un ser para la muerte, lo es para la vida. El creador de la vida es más fuerte que la muerte porque "no es un Dios de muertos, sino de vivos porque para Él todos están vivos". Esta esperanza es la "roca de nuestro corazón". Que así sea con la Gracia de Dios.

28 de octubre de 2010

"...HOY TENGO QUE ALOJARME EN TU CASA"

DOMINGO XXXI TO -C- Sb 11, 23-12, 2/2 Ts 1, 11-2, 2/Lc 19, 1-10

 

El texto del libro de la Sabiduría es hermoso, consolador, reconfortante. Dios no solo es el "creador" en el sentido de ser el origen de todo y de todos. Dios es el que "mantiene", "sostiene", "sustenta" la vida. Es, ¡qué hermosa expresión!,  "amigo" de la vida. Sabemos que ante el Señor no somos más que un grano de arena en la balanza, una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra;  conocemos por propia experiencia nuestra debilidad y nuestro pecado, nuestro efímero pasar por la existencia. Pero también sabemos, porque la Palabra de Dios así nos lo dice, que el Señor se compadece de todos, a todos perdona y "corrige poco a poco" y a todos ama, porque somos suyos y Él no "odia" nada de lo que  ha hecho.  Cada ser humano, aunque pueda parecer despreciable lleva, en palabras del libro de la Sabiduría,  "el soplo incorruptible" del Dios vivo, cuya   omnipotencia le inclina a la compasión.

 

Un magnífico ejemplo de esta pedagogía divina la encontramos en el evangelio de hoy.  Jesús, en un gesto provocador, se invita a sí mismo, de esta forma manifiesta cuál es su misión: "salvar lo perdido". Deja a la multitud de admiradores que lo reciben en Jericó y va a casa de un pecador despreciado por su trabajo y por su estatura. Y Zaqueo "bajó en seguida y lo recibió muy contento". Cuando se dejó encontrar por Dios, cambió toda su vida. Hasta entonces su casa, su existencia, había estado llena de egoísmo e intereses materiales; desde que Dios entró en su  corazón... todo cambió, todo se dejó iluminar por una luz nueva: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más". El encuentro con Jesús es pacificador y transformador: Zaqueo recupera su dignidad de hijo de Dios y cambia su vida devolviendo con creces todo lo robado. Si antes tenía puesta su mirada en el dinero, ahora la pone en el prójimo. Ha experimentado el amor misericordioso e incondicional de Dios y esto le llena de alegría y le da una nueva visión de las cosas. 

 

Causa dolor ver cómo a veces tantos hombres y mujeres, tantos cristianos, caminan tristes por la vida, sin esperanza, porque piensan que Dios los ha abandonado. Tal vez porque han vivido momentos difíciles piensan que ya no son "dignos" del amor de Dios. Y sin embargo, hoy nos dice Jesús, "voy a hospedarme en tu casa"-"quiero entrar en lo más íntimo de tu vida" (no nos dice: "Eres un pecador, un ladrón, un adúltero..."). No cerrar las puertas a estas palabras de Jesús, nos llevará a transformar nuestras actitudes. Demos un primer paso: dejémonos encontrar por Dios, como Zaqueo, y toda nuestra vida cambiará. Porque también nosotros somos hijos de Abrahán. Y el Hijo del hombre ha venido a salvarnos, a liberarnos del temor, a darnos vida, a "hospedarse, si le dejamos, en nuestra casa".

 

Es verdad que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia  forma de ser. Pero todos y cada uno, nos recuerda Pablo, desde nuestra debilidad, estamos llamados a desarrollar nuestra vocación, cumpliendo "los mejores deseos y la tarea de la fe, para que así nuestro Señor sea glorificado en nosotros y nosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo". Hemos de aplicarnos con pasión a la tarea de salvar lo perdido, mediante la fraternidad profunda entre los hombres. Tenemos que ofrecer al mundo el rostro compasivo, alegre, cercano al hermano, sea quien sea. Para ello pidamos a Dios que nos haga dignos de nuestra vocación y con su fuerza nos ayude a cumplir la tarea de la fe. Nuestras vidas han de ser la Gloria de Dios, canales por donde Dios quiere pasar para regar con su gracia y su bondad el alma y la vida de otras personas. Que así sea con la Gracia de Dios.

21 de octubre de 2010

"EL PUBLICANO BAJÓ A SU CASA JUSTIFICADO..."

DOMINGO XXX - TO -C- Ecl 35, 12-18/2 Tim 4, 6-8.16-18/Lc 18, 9-14

           

            Los destinatarios que Jesús tiene en mente al contar la parábola evangélica de hoy -exclusiva de Lucas- eran "algunos que teniéndose por justos se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás", es decir, los fariseos. Idea que se plasma, por contraste en los dos protagonistas: el fariseo y el publicano. Quizás, más que mostrarnos la importancia de la oración humilde para alcanzar el favor de Dios (lo veíamos el domingo pasado con el relato de la viuda pobre), el mensaje de la escena de hoy es ver la proclamación de la misericordia de Dios. Aquí se encuentra la conclusión de esta parábola, desconcertante sin duda para los oyentes en cuanto que el miserable publicano consigue el favor de Dios y el fariseo sin tacha, que pone la seguridad en sí mismo,  no. Así es Dios y así obra, como está escrito en el salmo 50: "Un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias, Dios mío".

            Lo que últimamente nos salva no son nuestros méritos y obras buenas que, sin duda, todos tenemos; lo que nos salva, como tantas veces repite Pablo es nuestra fe en Jesucristo que es la que da valor a nuestras obras. El que justifica es Dios. Y, sin embargo,  ninguno de nosotros está libre de esa tentación farisea de creernos los mejores, de vernos superiores, de pensar que ya estamos convertidos del todo y que podemos mirar por encima del hombro a los demás, olvidando el camino de la sencillez.

Si caminamos en la verdad, si somos capaces de reconocer la verdad de nuestro yo, cargado siempre de luces y sombras, tenemos que reconocer que nuestra verdadera actitud ante Dios no es la del que ora erguido en el templo, ni la del que desprecia a los demás.

Nuestro sitio está en el fondo del templo, repitiendo la vieja oración del publicano: "Señor ten compasión de este pecador". Jesús mira nuestro interior. NO valen las apariencias, la imagen, la fachada…Por eso, aunque la caridad es la cima de la vida cristiana, la humildad es su principio y fundamento. Mientras que el orgullo y la soberbia provocan envidias, celos y discordias, la humildad es la base de la fraternidad en la familia, la Iglesia y la sociedad. La humildad gana el corazón de Dios, como dice la primera lectura ("escucha las súplicas del oprimido..., los gritos del pobre alcanzan a Dios"). Nuestro apoyo y nuestra fuerza es Dios.

Esa convicción la viven y tienen todos los misioneros-as de la Iglesia. Hoy, día del Domund,  nos recuerda que la Iglesia es misionera en su naturaleza; que la misión, obra y responsabilidad de todos, es signo de vitalidad  y confianza. La reflexión de este año, bajo el lema: "¡Queremos ver a Jesús!",  nos recuerda  que debemos reflejar las actitudes y gestos de Jesús; "hacer ver al Señor" a quienes lo buscan con un corazón sincero. Escribe el papa Benedicto XVI en su Mensaje: "En una sociedad multiétnica que cada vez más  experimenta  formas de soledad y de indiferencia, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en los hermanos universales cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometerse a hacer del planeta la casa de todos". Misioneros y misioneras de todo el mundo dedican su vida exclusivamente a hacer visible el rostro de Jesús con la esperanza de que el Reino de Dios se manifieste cada vez más plenamente: ésta es su recompensa y su alegría.

Pablo en un texto de hondura personal,  cierra,  al final de su vida, el balance de su trabajo misionero, no para hacer recuento de sus méritos, sino para reconocer que fue la gracia del Señor quien le dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje y nos  invita a ser "humildes y amables"; también nosotros sabemos de quien nos hemos fiado y en qué manos generosas está nuestra recompensa. El Señor premiará a los justos en el día final. Que así sea con la Gracia de Dios.

14 de octubre de 2010

"DIOS HARÁ JUSTICIA A SUS ELEGIDOS QUE CLAMAN A ÉL"

XXIX TO -C- Ex 17, 8-13 / 2 Tim 3, 14-4, 2 / Lc 18, 1-8

           

El domingo pasado la Palabra  nos invitaba a ser agradecidos por los dones que Dios nos regala. Hoy,  nos recuerda  que también es bueno y necesario pedir. Y es que al pedir reconocemos nuestra limitación y ponemos nuestra confianza en Dios. Moisés, presentado como intercesor ante Dios, nos enseña  esta disposición, pues cuando levanta los brazos en actitud de súplica Israel vence y cuando los baja, porque no suplica ni confía, el pueblo pierde.

Jesús, en el evangelio,  cuenta la parábola del juez inicuo para explicar cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos y perseverar en la oración con insistencia, pues entonces estamos mostrando nuestra total confianza en Dios. Pero no pidamos imposibles, no podemos obligar a Dios a alterar el ritmo de la naturaleza. Pidamos mejor que sepamos aceptar nuestras limitaciones y sobre todo sabiduría para asumir lo que no podemos cambiar. Cuando llega el dolor o la enfermedad tan importante es pedir la curación como aceptación y confianza serena ante la enfermedad. No olvidemos que la oración no es para cambiar a Dios sino a nosotros mismos... Es verdad que Dios conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, también un padre sabe lo que necesita su hijo, pero le gusta que se lo diga, pues es señal de confianza en él. Dios te dice cada día: "si me pides soy don para ti, si me necesitas, te digo: estoy aquí, dentro de ti".

            San Benito enseñaba a sus monjes: "Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones del día. En el trabajo, en la casa se trabaja, pero poniendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros". El hombre, por tanto, no compartimenta su vida diaria o el domingo en, por un lado, horas de trabajo y, por otro, ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo. Por la oración respiramos a Dios por eso no es perder el tiempo, si bien, es verdad, la oración pertenece al campo de la gratuidad.

            Remueven las entrañas las palabras conclusivas de Jesús: "Cuando vuelva el Hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?". Miramos a nuestro alrededor y encontramos indiferencia sí, pero también hombres y mujeres de profunda fe. Escribe San Agustín "la fe es la fuente de la oración, no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua". Es decir, quien pide es porque cree y confía. Pero, al mismo tiempo la oración alimenta nuestra fe, por eso le pedimos a Dios que "ayude nuestra incredulidad".  La oración nace de la fe y alimenta la fe, por ello, es tan  necesario recuperar la oración personal, familiar, comunitaria... para mantener la llama encendida y seguir creyendo y experimentando que "Todo es posible para el que cree". Nos dice san Pablo que la Palabra, recibida de Dios y leída con fe, nos educa en la virtud y nos capacita para obrar el bien. Que así sea con la Gracia de Dios.

7 de octubre de 2010

"¿NO HA VUELTO MÁS QUE UN EXTRANJERO PARA DAR GLORIA A DIOS"

DOMINGO XXVIII -C- 2 Reyes 5,14-17/2 Tim 2,8-13/Lc 17,11-19     

 

Los dos milagros que leemos en la Palabra de Dios de este domingo destacan, en primer lugar,  el poder de la obediencia de la fe. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de Jesús. No se mencionan fórmulas dirigidas al enfermo como en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato: "Báñate siete veces en el Jordán"-"Id a presentaros a los sacerdotes". Ni Naamán, ni los diez leprosos han sido curados, ni siquiera saben si los serán. Pero se fían y obedecen. La obediencia implica ya, al menos un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece.

Una fe que, como vemos en los textos,  no está exenta de tropiezos y dificultades. Esto es patente en la historia de Naamán, leproso y general sirio. Tenía otras expectativas sobre el milagro y el modo de realizarse ("Yo me imaginaba..."). Nada de lo que él esperaba se realizó. Quiere volver, perdida la esperanza de curación. Frente a su expectativa el profeta prescribe una cosa demasiado  sencilla, simplemente bañarse... y son los siervos los que le persuaden de que lo haga. Los diez leprosos se ponen en el camino hacia Jerusalén, y caminando, sienten que se carne se renueva y sana. La obediencia de la fe posee la potencia del milagro y éste se realiza en las cosas cotidianas. Debemos percibir la presencia cariñosa de Dios en las pequeñas y, al mismo tiempo, grandes vivencias de nuestra vida. Ahí se realizan los auténticos milagros de cada día: "Haz el bien y no mires a quién".

            Ambos relatos confluyen también en la gratitud. Éste es un sentimiento profundamente arraigado en la persona. Desde pequeños nos enseñan a dar gracias pues es una actitud noble ante los que vamos recibiendo en la vida. Pocas cosas hay más humillantes que llamar a alguien de verdad "desagradecido". Si a nivel humano lo entendemos así, a nivel espiritual también. No sólo nos acordamos de Dios para expresarle nuestros lamentos, quejas o pedir auxilio en momentos de necesidad, también hay que vivir la relación con Dios de forma agradecida. Para hacerlo es necesario captar lo positivo de la vida: no dejar de asombrarnos ante el bien,  el sol de la mañana, el despertar de cada día, el amor y la amistad de las personas, la alegría del encuentro, la naturaleza, la fe, el hogar... Si percibimos todo esto como don proveniente de Dios, fuente y origen último de todo bien, la vida se convierte en alabanza. A pesar de todos los sinsabores, fracasos y pecados o "lepras" la vida es don que hemos e acoger cada día en actitud de agradecimiento y alabanza.

Escribía Chesterton: "Una vez al año agradecemos a los Reyes Magos los regalos que nos encontramos en los zapatos, pero nos olvidamos de dar las gracias todos los días a Dios que nos ha dado los pies para meterlos en ellos". Si de verdad mantenemos viva la relación con Dios no tenemos  más que una tarea: la de ser y estar agradecidos. Sólo el leproso, samaritano, vuelve agradecido y escucha de Jesús: "Levántate y vete tu fe te ha salvado".  Todos han sido curados físicamente, pero sólo él queda sanado de raíz, salvado.  El consejo de Pablo a Timoteo nos sirve hoy: "Haz memoria de Jesucristo", el gran Don de Dios para todos. Que así sea con la Gracia de Dios.

30 de septiembre de 2010

"SI TUVIERAIS FE..."

DOMINGO XXVII TO -C- Habacuc 1,2-3,2,2-4/2 Tim 1,6-8.13-14/Lc 17,5-10

            El mensaje central de las lecturas de hoy es la fe, como subraya la petición que hicieron los apóstoles y que es nuestra propia oración: "Señor, auméntanos la fe". El profeta Habacuc, hace unos 2600 años,  planteaba la misma pregunta que hoy nos hacemos ante las desgracias de este mundo y que, sin duda, el hombre se ha hecho desde que comenzó a serlo: "¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?¿Por qué tanta desgracia, injusticia..?". Cuando el profeta se hacía estas preguntas su campo de mira era estrecho y se refería a un entorno geográfico reducido (Israel sufría la opresión de los enemigos y Dios parecía ausente); hoy, basta encender el televisor para ver imágenes de desgracias, violencia, catástrofes y guerras en nuestra pequeña aldea global y podemos poner nombres de zonas geográficas cercanas o muy lejanas a nosotros... y están, además, los problemas personales cercanos a nuestra vida, que nos llevan a gritar con Habacuc: "¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches..., sin que me salves?".

            Dice el dicho japonés: "el camino es según el compañero". El camino supuestamente más cómodo por las mejores autopistas y con el mejor de los coches, puede ser incómodo, desagradable y aburrido si lo es el compañero que va con nosotros. Y el camino de montaña, sembrado de piedras y raíces, empinado entre riscos, puede convertirse en el recuerdo más maravilloso de nuestra vida según la mano del compañero en el que nos apoyamos y confiamos. Esto es lo que nos da la fe. No nos da un camino privilegiado y cómodo.  Nos da un compañero que nos enseña desde el comienzo cuál y cómo va a ser el camino.  Un compañero que se define a Sí mismo como Pastor que camina delante por senderos de montaña, Pastor cuya mano fuerte está siempre al alcance de la nuestra por si resbalamos en el camino, que conoce bien sus caminos, aunque a nosotros no nos lo parezca.

 La fe da sentido al camino porque el Señor va delante y sabe a dónde va.  La fe nos da la alegría de caminar hombro con hombro con el Señor. Es la  fe que nos hará decir: "Señor, caminando tras de Ti no hago más que lo que tengo que hacer..." . La fe es un don de Dios que nos permite descubrir su presencia en el vivir de cada día, en nuestra historia.  Es un  don que hemos recibido de otro y que tenemos la responsabilidad de transmitir a otros. Es un acto personal ciertamente pero no es un acto aislado. Debemos vivirla con los demás. Por ello, pedir hoy el don de la fe es pedirle a Dios que nos ayude a reconocerlo en nuestras vidas, en nuestra historia y poder así vivir su presencia y su palabra con mayor plenitud. Huir de la cruz es humano, gritar al Señor y dudar también. Por eso hoy, con san Pablo, vamos a pedir "reavivar el don de Dios", reconocer los miedos que puede haber en nuestra vida y confiar en la misericordia del Señor como lo hicieron Pedro, la mujer pecadora… Hoy pedimos al Señor que aumente nuestra  fe. Lo pedimos para cada uno de nosotros y para todos, con las profundas palabras del poeta Gerardo Diego:

"Porque Señor, yo te he visto y quiero volverte a ver, quiero creer. Te vi, sí, cuando era niño y en agua me bauticé y, limpio de culpa vieja, sin velos te pude ver, quiero creer. Devuélveme aquellas puras transparencias de aire fiel, devuélveme aquellas niñas  de aquellos ojos de ayer, quiero creer.  (...) Tú que pusiste en las flores rocío, y debajo miel,  filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe. Porque Señor, yo te he visto y quiero volverte a ver, creo en Ti  y quiero creer".

¡Una gota, una sola gota de fe –como un granito de mostaza-  para cambiar la vida y el mundo!. Que así sea con la Gracia de Dios.

23 de septiembre de 2010

"... POR ESO ENCUENTRA AQUÍ CONSUELO MIENTRAS TÚ PADECES"

XXVI TO-C- Am 6, 1ª.4-7 / 1 Tm 6, 11-16 / Lc 16, 19-31

Existen hombres y mujeres que ponen toda su ilusión en la apariencia y en el tener, en las cosas, en lo exterior, despreocupados de quienes cabalgan en el lomo de la indigencia. Prefieren los sueños palaciegos, el glamour de los títulos y el señorío del dinero que adultera y corrompe las entrañas de la humanidad. Es la denuncia del profeta Amos (contra el lujo despreocupado de la ruina del pueblo)  y de Jesús en el evangelio (contra la ostentación y la indiferencia). No es la riqueza la perdición sino la indiferencia ante el pobre y el necesitado (económica o espiritualmente). Este es el gran abismo infranqueable. Decía madre Teresa: "El peor mal del mundo es la indiferencia".

Existen personas que cuidan su corazón, el interior,  como el mejor tesoro y el mejor espacio para ser felices, que miran dentro de ellos mismos y son capaces de abrirse y ser sensibles a las necesidades de los demás. Personas que tienden puentes para superar los abismos y separaciones que se establecen en la vida, que tiran cables de salvación..., convencidos de que nadie puede salvarse solo, de que todos necesitamos de todos; todos somos hijos y hermanos... Hay  gente sentada ante nuestra puerta: esposo-a, hijo-a, padres, enfermos...que necesitan y están pidiendo a gritos  tiempo, cariño, dedicación, amabilidad, palabras cercanas, perdón, ayuda... No esperemos ningún "hecho extraordinario" para cambiar ("Te ruego, entonces, padre,  que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento").  Tenemos a los profetas, a la Palabra de Dios... sabemos lo que tenemos que hacer... la clave está en leer con la mirada del corazón los hechos de la vida de cada día. El cardenal Newman, recientemente beatificado por el papa Benedicto XVI tenía como lema, tomado de San Francisco de Sales: "El corazón habla al corazón".

 Ojalá sepamos cumplir con lo esencial y esforzándonos por escuchar lo que nos dicta el corazón: acoger a los demás fructifica, enriquece, une  aquí en la tierra, y un día, nos llevará  junto a Dios. No hay nada peor que un corazón embravecido y ensombrecido por las seducciones del día a día y de espaldas a tantas realidades no tan halagüeñas como las nuestras. Curar y cuidar el corazón debe ser un objetivo siempre necesario en la vida, entre otras cosas, porque Dios no habla tanto por lo extraordinario cuanto en lo ordinario de cada día. Y, ahí, nosotros tenemos mucho que ver y otro tanto que hacer. ¿Lázaro o Epulón? ¡Ese es el permanente dilema para alcanzar y dar felicidad!. Vivir el fundamento de la fe cuyo test es el amor y sus frutos: paciencia, mansedumbre. Tenemos en el Cristo el mejor modelo de corazón sangrante y amante, cercano a abierto..., solidario y lleno de esperanza. El Cristo que rompió el abismo entre Dios y el Hombre: se hizo hombre, cercano, compartió, murió... para elevarnos a Dios y hacernos hermanos en el amor. Pablo nos invita hoy a ser  ricos en buenas obras, a practicar "la justicia, la piedad, la fe, el amor, la delicadez"  y no olvidemos la regla de oro del Evangelio: "Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros" (Lc 7, 12). Que así sea con la Gracia de Dios.

16 de septiembre de 2010

"NO PODEIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO"

DOMINGO XXV TO -C-  Am 8,4-7/1 Tim 2, 1-8/Lc 16,1-13

 

El profeta Amós nos recuerda, en la primera lectura,  que la honradez y la honestidad  con el prójimo son requisitos indispensables para llevar una  sana y correcta vida religiosa. Tener el corazón amarrado al dinero conduce a cometer injusticias cuyas víctimas son los más pobres, por eso el profeta denuncia la lógica de una religiosidad falsa que esconde un corazón impío. Está claro que necesitamos de los bienes económicos para vivir. Nunca la miseria fue buena, ni querida por Dios. Pero hay riquezas injustas, adquiridas a costa de la explotación de los más débiles y esta  protesta  le causa la persecución por parte del rey Jeroboán y del sacerdote Amasías.

            En el evangelio leemos una parábola no fácil de entender. Sorprende la alabanza de Jesús al administrador astuto que se dedica a hacer trapicheos, entrando en el juego, de ayer y de hoy,  de las comisiones. Sin embargo, como suelen decir los comentadores el administrador no hacía nada que fuese injusto. Lo que hace es rebajar la factura de los acreedores, renunciando a la comisión que como administrador le correspondía; al hacerlo muestra una gran habilidad para ganarse a la gente, si bien, evidentemente no ha sido fiel a su amo. Esto lleva a Jesús a dos consideraciones: la primera es "los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz", que es otra forma de expresar esa actitud que nos pide de no ser ingenuos sino "sencillos como palomas y astutos como serpientes". Y, en la segunda,   nos advierte sobre la capacidad que tiene el dinero de pervertir el corazón del hombre ("Poderoso caballero es don dinero").

            Y es que si olvidamos que somos "administradores" más que dueños absolutos de personas y cosas corremos el riesgo de dejarnos seducir por los bienes materiales. Debemos saber relativizar las cosas de este mundo, utilizarlas de tal modo que nos ayuden a conseguir lo principal, que no nos impidan caminar hacia la meta; tenemos que ser sagaces para las cosas espirituales como lo somos para las económicas y materiales de nuestra vida, pues "el negocio más importante es nuestra propia salvación". El dinero, legítimo y necesario para vivir con dignidad,  no   nos puede hacer olvidar que hay otros valores más importantes en la vida; no puede bloquear nuestra paz interior, y nuestra apertura hacia el prójimo más necesitado y hacia Dios. No debemos idolatrar el dinero ni los bienes materiales del mundo, por necesarios que sean: "No podemos servir a Dios y al dinero". Sólo a Dios, y en su nombre y para su gloria y la de los hombres, servirnos de todo lo demás con honestidad.

Hoy damos gracias a Dios por quienes administran el dinero y los bienes materiales para hacer el bien; entre ellos  la ONG católica Manos Unidas, premio Príncipe de Asturias a la Concordia 2010 por el extraordinario trabajo que, desde hace más de cincuenta años, realizan invirtiendo lo que reciben, en la educación,  sanidad,  promoción social y ayuda a los más pobres. El amor verdadero, la generosidad y la entrega,  no se compran ni se venden, como tampoco se compra la felicidad que proporciona el hacer una obra buena en favor de un necesitado, acompañar a un enfermo o escuchar a una persona atormentada. No nos dejemos engañar por quienes  pretenden  estafarnos acostumbrándonos a creer que  es el dinero y el lujo la verdadera y única  moneda de la felicidad.

San Pablo nos recuerda hoy que la oración de la comunidad cristiana debe ser universal  pues a todos los hombres, especialmente los que rigen los destinos de los pueblos de los que depende en buena parte el bienestar de todos,  deben alcanzar la única salvación ofrecida por Jesucristo. Ojalá,  sin ira ni división en el corazón, podamos alzar las manos limpias en una oración confiada y sincera a Dios por todos los hombres y mujeres nuestros hermanos. Que así sea con la Gracia de Dios.   

9 de septiembre de 2010

"ESE ACOGE A LOS PECADORES Y COME CON ELLOS"

XXIV DOMINGO TO -C-   Ex 32, 7-11.13-14/1 Tim 1, 12-17/ Lc 15, 1-32

 

            La pregunta que hacen los fariseos y escribas nos ayuda a comprender  el mensaje de las parábolas. Ellos se sorprenden de la cercanía de Jesús con los publicanos y pecadores; y su sorpresa estaba justificada porque para ellos Dios solo aceptaba a los puros y santos. Por eso los judíos ortodoxos se purificaban cada vez que se acercaban al Templo, pues para estar cerca de Dios había que guardar cierta pureza ritual. Sin embargo, Jesús les ha demostrado, tal como sucede en la primera lectura, que Dios camina con su pueblo, no porque este pueblo fuera santo, o porque fuera perfecto, sino por su infinita y gratuita misericordia. Tal como san Pablo lo dice también en la segunda lectura, es Dios quien se acerca a nosotros para compartir su amor; no porque lo merezcamos, sino por su infinito amor.

            Este es uno de los mensajes del evangelio de hoy: Dios nos ama incondicionalmente y nos recibe con los brazos abiertos; sólo necesita de nuestra libertad, de que reconozcamos que él es nuestro Padre y que podemos regresar a casa para vivir como verdaderos hijos de Dios. No es por nuestra santidad que nos acercamos a Dios, sino por su infinita bondad que asoma al horizonte esperando la vuelta de los hijos perdidos. El hombre se salva por la misericordia de Dios. Dos caras de esta misericordia son el amor y el perdón. Dios ama a todos hombre, Dios ama al pecador (oveja perdida, el hijo pródigo...) y, porque ama, muestra su amor (perdonando, abrazando, mostrando alegría, organizando una fiesta...). Este amor y perdón no están sometidos al tiempo (el corazón de Dios abierto las 24 horas y siempre el hombre puede ponerse en camino), no se agotan jamás y transforma la vida y el corazón del hombre restituyéndole la dignidad que el pecado anula.

            Es lógico que, cuando perdemos algo de valor, nos dediquemos a su búsqueda...pero ¿es normal que como el pastor, la mujer y el padre, demos más importancia a lo que perdimos que a lo que aún conservamos? El pastor abandona a 99 en un lugar inseguro (algo imprudente); la mujer deja de cuidarse de la casa (nada inteligente); el padre vivía como si sólo tuviera un hijo... (poco justo con el hijo que quedaba)... Pues bien Jesús nos dice: así es nuestro Dios: más interesado en recuperar lo pedido que en guardar lo que nunca se le va a extraviar... No nos hubiéramos atrevido a imaginar semejante comportamiento en Dios –tan insólito como irracional- si Jesús mismo no nos lo hubiera desvelado. Si Jesús no impidió a los malos que le acompañaran, no fue porque desconociera su malicia, la negara o la disculpara, sino porque deseaba darles la oportunidad de hacerlos buenos.

            "Hay más alegría en el cielo por un pecador...". Podría parecernos una exageración pero si damos fe a las palabras de Jesús,  Dios se siente feliz cuando puede ofrecer de nuevo el hogar. "Dios es todopoderoso en el amor". Parecería que Dios recompensa la fidelidad con la tristeza y el pecado con la alegría.  No es así en realidad. Quienes no se perdieron nunca  le dieron preocupación, ni dolor y por eso tampoco el gozo de recuperarlos ("Todo lo mío es tuyo"). La alegría de la vuelta del pecador es siempre superior a la pena de la pérdida. No hay pecado lo suficientemente grave ni falta demasiado vergonzosa que nos pueda impedir volver a Dios para devolverle la alegría. Cristo vino a salvar: la mejor prueba de ello es el cambio de vida en él operado y que pueden constatar cuantos le conocen. Hablaríamos mejor de la salvación si nos sintiéramos salvados. Que así sea con la Gracia de Dios.

3 de septiembre de 2010

"QUIEN NO LLEVE LA CRUZ DETRÁS DE MÍ NO PUEDE SER DISCÍPULO MÍO"

XXIII TO –C- Sap 9, 13-18 / Fl 9b-10.12-17 / Lc 14, 25-33

 

             ¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?. El sabio  llega a la conclusión de que nuestros razonamientos son falibles, que apenas conocemos las cosas terrenas,  que la realidad escapa de nuestras manos, por ello  pide fuerza moral para obrar rectamente, luz interior para descubrir los designios de Dios convencido de que  cuando descubrimos la verdad aprendemos lo que Dios quiere de nosotros y alcanzamos la felicidad (la salvación).  Si "La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad. El encuentro con Dios es la felicidad misma".

            En nuestro mundo centrado en  la sola búsqueda de la eficacia, del éxito, de la productividad que arrasa las demás valoraciones éticas y religiosas... se pierde el atractivo, el interés por el saber, el cultivo del espíritu, el gozo interior, la experiencia religiosa y con ello la capacidad de afrontar  las grandes decepciones y frustraciones de la vida. El conocimiento científico-técnico es necesario e importante pero la sabiduría espiritual, que permite al hombre hallarse a sí mismo asumiendo los valores superiores del amor y la contemplación..., es esencial para vivir una vida plena y con sentido.

            Hay muchas dificultades que nos impiden el encuentro con Dios. Jesús nos advierte en el Evangelio de los obstáculos para descubrirle y seguirle que suponen ciertas ataduras. El pasaje del Evangelio de este domingo es uno de esos que dan la tentación de ser dulcificados por parecer demasiado duro para los oídos: «Si alguno viene donde mí y no pospone a su padre, a su madre…». El Evangelio es en ocasiones provocante, pero nunca contradictorio. Poco después, en el mismo Evangelio de Lucas, Jesús recuerda con fuerza el deber de honrar al padre y a la madre (Lc 18 20) y a propósito del marido y la mujer, dice que tienen que ser una sola carne y vivir en la unión conyugal bendecida por Dios. Entonces, ¿cómo puede decirnos ahora que hay que "dejar" al padre y a la madre, a la mujer, a los hijos y a los hermanos? Sería totalmente equivocado pensar que este amor por Cristo está en competencia con los diferentes amores humanos: por los padres, el cónyuge, los hijos, los hermanos.

Cristo no es un «rival en el amor» de nadie y no tiene celos de nadie.   El amor por Cristo no excluye los demás amores sino que los ordena. Es más, en él todo amor genuino encuentra su fundamento, su apoyo y la gracia necesaria para ser vivido con generosidad,   hasta el final. Jesús nos pide un compromiso radical con su misión; es realista, no engaña a nadie... (no es un buen publicista o político) no le valen las medias tintas.  Nos deja libertad de elección y nos advierte claramente de las  dificultades que entraña la aventura de seguirle. Hay que construir el edificio (la torre), calculando los gastos y todos los pormenores para asentar sólidamente nuestra decisión. Jesús es muy claro: "El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío". Hay que vivir el desprendimiento para conseguir la "libertad de espíritu". La clave está en entender que el discípulo no es aquella persona que ha dejado algo sino que ha encontrado a "Alguien" y este encuentro hace que pase a segundo lugar todo lo demás. Todo se mira desde la perspectiva de  Jesús y todo así adquiere su verdadero valor. A los que le tienen confianza, El le devuelve cien veces más.

            Pidamos al Señor que nos ayude a aceptar las  propias cruces, a desterrar egos estúpidos, abandonar falsas seguridades que se convierten en ataduras. Que nos de fuerzas para  aprender a renunciar, a consolidar los cimientos,  a calcular bien nuestras fuerzas para vencer, junto a Él,  las batallas de la vida. Que así sea con la Gracia de Dios.

25 de junio de 2010

"PARA VIVIR EN LIBERTAD, CRISTO NOS HA LIBERADO"

XIII TO –C- 1 Re 19, 16b.19-21 / Gal 5, 1.13-18 / Lc 9, 51-62

 

Las lecturas bíblicas de la misa de este domingo nos invitan a meditar en un tema siempre fascinante: libertad y seguimiento de Cristo. El evangelista Lucas narra que «cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén». En la expresión «decididamente» podemos entrever la libertad de Cristo. Él sabe que en Jerusalén le espera la muerte en la cruz, pero obedeciendo a la voluntad del Padre se ofrece por amor. En esta obediencia al Padre Jesús realiza su propia libertad, opción motivada conscientemente por el amor. Él vivió la libertad como servicio.  Al igual que la vida del hombre, la libertad encuentra su sentido en el amor.

            El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Galacia, dice: "Hermanos: para vivir la libertad, Cristo nos ha liberado". Nos puede parecer a veces que el cristianismo coarta nuestra libertad, nos limita el deseo de ser libres que todos llevamos en nuestro corazón. Vemos la ley de Dios como un yugo que nos ata, que nos obliga a una serie de cosas que nos molestan, o que impiden nuestros planes. Y sin embargo, Cristo nos ha liberado y quiere que vivamos como seres libres. La libertad es sin duda algo bueno, es un derecho inalienable del hombre, tan esencial y necesario a la naturaleza humana, que el mismo Dios lo respeta hasta lo sumo. Si, por una hipótesis absurda, el Señor fuera contra la libertad del hombre, podríamos decir que iba contra sí mismo, ya que la libertad la quiso el Creador para su criatura humana desde el inicio y esto a pesar del riesgo evidente: "vuestra vocación es la libertad".

            "... no una libertad para que se aproveche el egoísmo, al contrario vivid según el Espíritu...". La libertad es buena como es bueno que el hombre actúe con autonomía, pero está claro que el ejercicio de esa libertad puede ser incorrecto, es decir, que lo que es bueno de por sí se use para lo que no lo es. Precisamente porque el hombre es libre, es también responsable de sus actos. Y si éstos son buenos, ese hombre merece el elogio y el premio, pero si sus actos son malos merece la recriminación y el castigo. De ahí que la perfecta libertad sea la que se ejercita para el bien y no para el mal. Por esto es necesario que existan unos principios o normas que hagan posible un correcto ejercicio de la libertad. No para anularla, sino para que esa libertad conduzca al hombre a su salvación y no a su condena.

Es absurdo admitir que las normas justas limitan la libertad. Pensemos, por ejemplo, qué enorme caos sería el tráfico sin señales que lo regularan. Pues lo mismo ocurre en la vida cotidiana de los hombres. La ley es necesaria para que la libertad de cada uno se realice perfectamente. Por eso Dios nos da unos Mandamientos que nos sirven de cauce por donde discurra nuestra libertad. El Señor quiere que seamos felices, que hagamos de este mundo algo justo y bueno para todos. Y así cuanto nos manda se puede reducir a que nos amemos mutuamente por amor a él, pues sólo quien actúa por amor, hace libremente lo que ha de hacer.

La libertad cristiana es seguimiento de Cristo en el don de sí hasta el sacrificio de la cruz. Puede parecer una paradoja, pero el Señor vivió la cumbre de su libertad en la cruz.  Cuando en el Calvario le gritaban: «Si eres el Hijo de Dios, ¡baja de la cruz!», él demostró su libertad de Hijo quedándose  en ese patíbulo para cumplir hasta el final con la voluntad misericordiosa del Padre. Esta experiencia la han compartido otros muchos testigos de la verdad: hombres y mujeres que han demostrado ser libres incluso en la celda de una cárcel o bajo las amenazas de la tortura. Jesús dijo: «La verdad os hará libres» para enseñarnos que quien pertenece a la verdad nunca será esclavo de ningún poder, sino que sabrá vivir en la libertad del Espíritu que guía a la entrega amorosa  por los hermanos "sin mirar atrás". Que así sea con la Gracia de Dios.

NB. Dicen en mi tierra que "en tiempo de melones, no hay sermones". Les saludo deseándoles un feliz verano, con la esperanza de reencontrarnos, si Dios así lo  quiere, a inicios de septiembre. Que el buen Dios les bendiga.