4 de diciembre de 2009

"PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR..."

II DOMINGO ADVIENTO -C-  Bar 5,1-9/Fip 1,4.6-8.11/Lc 3,1-6

 

            Lucas -que es el evangelista que seguiremos a lo largo del año litúrgico que acabamos de comenzar -C- quiere remarcar con mucho énfasis que Jesús es hijo de una tierra, de una época y de una cultura concreta. Y por eso, tras documentarse con atención,  nos recuerda solemnemente quienes eran los gobernantes políticos y religiosos cuando acontecía lo que nos quiere explicar. Allí, en aquellas circunstancias propias, movido por lo que veía y vivía, comienza a predicar y a remover conciencias Juan, un hombre sorprendente. Juan (último profeta que anuncia la llegada del Mesías y primer testigo de la misma),  quiere que el pueblo de Israel, su pueblo, despierte, se prepare para cambiar de vida, y sea capaz de creer que Dios quiere actuar en aquel mundo tan necesitado de esperanza. Juan habla y predica porque vive a fondo la vida, las angustias y las esperanzas de su pueblo. Y así, desde la vida de su gente, desde la realidad de su momento,  será capaz de anunciar la llegada  del enviado de Dios, Jesús, y de reconocer, al mismo tiempo, que no es digno de él.          

 Juan predicaba a la gente la conversión y recogía unas palabras proféticas: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". En medio de la vida difícil, confusa, a menudo desconcertada,  invitaba a cambiar el corazón y a encontrar cuál era el camino de Dios, lo que esperaba el Señor. Se trataba que cada uno descubriera en su interior los pasos nuevos que tenía que dar para cambiar, cómo podía acercarse más a la clase de mundo que Dios quería, como podía contribuir a hacer que la vida de todos estuviera regida por el amor y la generosidad de Dios y no por la dureza y la cerrazón. La consigna del Bautista en el evangelio de Lucas es concreta y actual: todos sabemos qué puede significar -dentro de la metáfora y aplicada a nuestra vida de cada día- esta invitación: "preparad el camino, allanad senderos, enderezar lo torcido...". En nuestra vida hay cosas que sobran e impiden la marcha,  hay lagunas y deficiencias, desvíos... esa es nuestra historia y ese es el lugar de la salvación.

            Necesitamos redescubrir que ser cristiano es orientar e impulsar nuestra vida actual hacia su plenitud final. Escuchar una llamada a "preparar caminos" que nos acerquen a los hombres al estilo de vida y convivencia promovido por Jesús.  Todos podemos ayudarnos a ser más humanos, a crear un nuevo tipo de solidaridad entre nosotros, a  humanizar comportamientos ante los bienes y las personas, a reaccionar con valentía, coherencia  y honestidad  frente a abusos, mentiras y manipulaciones. Lo que debemos tener siempre claro es que «la espera de una nueva tierra no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana» (Gaudium et Spes). Todos podemos y debemos colaborar en la gestación de ese hombre nuevo.

            La salvación es un don de Dios, no una conquista de nuestras fuerzas. Pero, a la vez, exige una respuesta activa por nuestra parte. Dios mismo preparará el camino de vuelta del destierro de Babilonia, guiará con su justicia y misericordia a un pueblo que debe alzarse y caminar, despojarse del luto, mirar con ojos nuevos… como nos ha recordado el hermoso texto profético de Baruc. El mensaje es claro: aunque parezca increíble la salvación de Dios sigue siendo viable, pero hay que creer activamente, quitar obstáculos, construir puentes en vez de  levantar muros; es necesario  seguir madurando en la fe como ha recordado san Pablo: "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más" hasta  "el día de Cristo". Que así sea con la Gracia de Dios.

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