24 de diciembre de 2009

"Y JESÚS IBA CRECIENDO..."

SAGRADA FAMILIA –C- Ecl 3,2-6.12-14/Col 3,12-21/Lc 2,41-52

           

            Las raíces más profundas de la familia se encuentran en Dios creador, que hizo al hombre a su imagen ("Hombre y mujer los creó"), le llamó al amor y a la comunión ("Y dejará y serán los dos...") e hizo fecunda su unión. Mediante la comunión de personas, que se realiza en el matrimonio, hombre y mujer dan origen a la familia, institución sólidamente arraigada en la naturaleza misma del hombre que, en su seno, aprende a ser hijo, padre, hermano.... El árbol genealógico de cada uno de nosotros tiene un tronco, nuestros padres; y unas raíces, nuestros abuelos, bisabuelos... Las ramas necesitan un tronco fuerte y unas raíces profundas que aporten la savia necesaria de los valores y el sentido de la vida heredados de su mejor tradición y de la experiencia de los antepasados. El hombre, como el árbol, no puede vivir sin raíces. Dicen que la encina tiene tanto volumen de raíces bajo tierra, como ramas hacia el cielo. Así es capaz de soportar la sequía o el vendaval; de igual modo, la familia con raíces profundas se mantiene firme y sabe transmitir y vivir la fe en Dios y el amor al hombre en la verdad, el bien y la belleza.

La fiesta de la Sagrada Familia pone de relieve los valores permanentes de la que es  unidad básica de la sociedad humana y centro fundamental de la vida afectiva y moral del individuo. Al ser humano no le bastan las relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad, ternura... que realiza la familia cuando es una comunidad  bien constituida bajo cuyo techo, sin ocultar las dificultades y los problemas,  "cada uno es querido y aceptado por lo que es no por lo que tiene". El evangelio, al recordarnos que Jesús "crecía en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y los hombres", nos afirma que la procreación responsable y generosa se prolonga siempre en la tarea educativa. Esta misión consiste en el paciente trabajo de sacar lo mejor de los hijos para que aprendan a vivir en la verdadera libertad del amor. Los padres son los primeros evangelizadores de sus hijos y    lo son, ante todo, con su testimonio y ejemplo de confianza en Dios, de oración y de diálogo y ayuda mutua. 

 La vida familiar no es nunca una cosa fácil ni es presentada en los textos bíblicos como una realidad idílica. Por la más buena voluntad que pongamos, siempre hay cosas que angustian, que no se entienden demasiado, que uno piensan que deberían ser de una manera y otro de otra... Hoy hemos vista como, en aquella familia de Nazaret tan llena de fe y de buena voluntad, las cosas no iban siempre sobre ruedas: por lo poco que nos explica el evangelio, sabemos que junto al amor que se profesaban José, María y Jesús, también existían momentos de angustia. No todo cuadraba siempre. Y es en esta situación, con estos momentos de complicación y de malentendidos, donde los tres reconstruyen la vida de amor familiar que es modelo para todas nuestras familias. Así, asumiendo todo esto, las cosas buenas y las cosas difíciles de la condición humana, Dios ha vivido nuestra vida. Y por eso podemos decir con gozo que somos hijos de Dios: somos hermanos de Jesús, hombres y mujeres que viven cosas como las que Jesús vivió.

Nuestra vida: esta vida que a menudo nos preocupa tanto y que a veces nos alegra. Esta vida, la nuestra, es la vida de Dios, la vida que Dios ha querido para sí mismo. "Mirad qué amor nos ha tenido al padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". Son profundas estas palabras; significan precisamente aquellos que celebramos en Navidad. Dios ha venido a hacerse uno de los nuestros, con todo lo que esto significa, y por eso nosotros ahora somos de la familia de Dios. Podemos mirar a Dios cara a cara, sin temor, con toda confianza, como hijos de un Padre que sabe amar profundamente, totalmente.  Que así sea con la  Gracia de Dios. Y a todas las familias los mejores deseos de crecimiento en el amor y  en la unidad para el nuevo año.

18 de diciembre de 2009

"DICHOSA TÚ QUE HAS CREÏDO..."

IV DOMINGO DE ADVIENTO –C- Miq 5,1-4/Heb 10,5-10/Lc 1,39-48

 

En un contexto social y cultural en el que muchos hombres y mujeres han perdido la esperanza en un Dios Salvador o sencillamente viven atraídos por otras seducciones marcadas por el paganismo o el consumismo... una de las enseñanzas que nos recuerda la  Palabra de este domingo es que no podemos perder el asombro ante el Misterio de Dios –que se manifiesta de forma sorprendente-  y la respuesta de fe del hombre en la vida. Dos apuntes:

. Creer y esperar: El modo de actuar de Dios contrasta con el modo de actuar del hombre, siempre tentado de cumplir cosas extraordinarias y de exigir a Dios gestos sensacionales para creer. Dios, sin embargo, se dirige a aquello que parece insignificante en la historia de los hombres y lo coloca en el centro de su proyecto de salvación al mismo tiempo que invita a los hombres a reconocerlo: Belén, María, José, Nazareth, una visita, un saludo... "Dichosa tú que has creído que se cumplirá lo que te ha dicho el Señor". ¡Dichosa tú!, porque para Dios "nada hay imposible". La Carta a los Hebreos, que más que ningún otro escrito del NT subraya la plena humanidad de Jesús, presenta el momento sublime, el Misterio fundamental del Dios hecho hombre, como un acontecimiento que pasó desapercibido a los ojos de la historia y de los hombres. Y, sin embargo, ese hecho es el centro de la historia. Para acogerlo es necesaria la fe, don de Dios que toma la iniciativa y respuesta libre del hombre que se fía de su Palabra.

. Acompañar y servir: María creyó, esperó e hizo. El primer gesto tras acoger y decir sí a la propuesta de Dios es ponerse en camino y marchar aprisa para acompañar a otra mujer que necesita su cercanía.La fe solo tiene sentido si suscita la vida. La virginidad de María es fecunda porque ofrece su vida. "No ofrendas, ni sacrificios, ni holocaustos...", sino la vida entregada a Dios para hacer su voluntad. Esta es la experiencia que vivió María. Su fe es una actitud de apertura y disponibilidad incondicional al Señor: es servicialidad plena al Hijo de Dios y solicitud maternal por todos los hombres como queda patente en su visita a Isabel. María, con su actitud se introduce y nos introduce en el corazón del cristianismo que palpita al ritmo del amor a Dios, a su palabra y al prójimo. Se vive plenamente el mandamiento del amor a Dios y se expresa en el amor hacia el hermano. Como María nos ponemos en camino, salimos de nuestras rutinas, inconsciencias e individualismos y expresamos la fe que nos mueve acompañando y sirviendo,  a quien se siente solo, abandonado, enfermo o deprimido. Servir en las pequeñas cosas que están a nuestro alcance.

La verdad es que Dios no cita a sus hijos en lejanos lugares, sino que sale a nuestro encuentro en la persona de cualquier caminante. Recuerdo esta sencilla historia: "Tuvo Dimitri que salir, por orden del Señor, hacia un lugar de la estepa rusa para allí celebrar con El, a una hora determinada, una importante conversación. En el camino tropezó con un viajero cuyo carruaje se había atascado. Se detuvo a ayudarle. La operación fue muy laboriosa, duró largo rato. Al final, Dimitri consultó la hora, vio que se había hecho muy tarde y reemprendió su marcha a toda prisa. Voló más que corrió y llegó jadeante al lugar de la cita. ¡Inútil! Dios no había esperado, se había ido ya!, pensó el pobre Dimitri. Pero, sin embargo, de pronto oyó la voz de Dios que le dijo: "Has llegado puntualmente a la cita, pues yo era arriero al que se le había atascado el carro".

Si Cristo naciera mil veces en Belén  y ninguna en nuestro corazón confiado, sería falsa la Navidad..., por eso preparemos en nuestro espíritu y en nuestras familias una digna morada en  la que Él, en cada hombre, nuestro hermano,  se sienta acogido con fe y amor. Que así sea con la Gracia de Dios.

11 de diciembre de 2009

"¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?"

III DOM. DE ADVIENTO -C-  Sof 3,14-18a/Fil 4,4-7/Lc 3,10-18 

 

Estamos en un momento en el que, en muchas ocasiones y en no pocos temas importantes, tenemos la sensación de que vamos hacia el vacío, la indiferencia; en donde los gozos están más que contados y parece que nos aplasta  un sopor tristón, conformista. Y sin embargo,  estando como estamos, en pleno tiempo de adviento, la Iglesia nos invita a estar alegres y a ponernos siempre en movimiento. No se trata de un imperativo sino que nos recuerda la  verdadera sabiduría, esa que proviene no del privilegio, sino del don que recibimos del Señor y que nos permite  ver las cosas, la realidad,  con una mirada distinta. Las circunstancias seguirán siendo las mismas, pero las contemplaremos desde otra óptica, esa que coincide con los ojos de Dios.

La liturgia de la Iglesia nos llama a la alegría desbordante como preparación inmediata a la fiesta del gozo y salvación con que celebraremos el nacimiento del Señor. Es la alegría de una Buena Noticia que nos recuerda nuevamente que lo que  mueve y llena el corazón del hombre, de todo hombre, es el deseo de ser definitivamente amado. La vida es el torpe o el feliz comentario  de este deseo infinito escrito en nuestra entraña. El acontecimiento cristiano es un hecho en la historia que narra con pasión y belleza que ese deseo de nuestro corazón es verdadero y que Jesús ha venido para hacer posible que la exigencia de felicidad que nos embarga sea cumplida y realizada en nuestra humanidad. Es como un guiño de esperanza para que se despierte nuestra alegría; no una alegría fugaz y tramposa sino esa que nadie nos podrá arrebatar porque   nace del  encuentro con el Dios que viene.

Pese a las contrariedades y los momentos difíciles de la vida, el creyente lleva siempre en su interior la convicción de estar acompañado por Alguien que no le abandona: "No temas... el Señor se complace en ti, te ama y se alegra como en un día de fiesta", ha recordado el profeta Sofonías al pueblo de Israel que, sabiéndose amado por Yavé,  recobra sus fuerzas, deja de temer y da gracias porque su suerte ha cambiado. Estos mismos temas : alegría, proximidad del Señor, valentía y liberación proféticos los encontramos en la segunda lectura. Pablo exhorta a los cristianos de Filipos con una frase: "Estad siempre alegres en el Señor" e invita a vivir en la paz de Dios, con mesura,  el don de una relación íntima con el Señor que  está cerca. Esta presencia y proximidad de Dios es la que nos hace vivir gozosos pues lo sabemos cercano en tantas experiencias de entrega, de amor, "en cada hombre y en cada acontecimiento"; una  presencia que no nos adormece en una falsa seguridad. 

Por eso, también nosotros como los que se acercaban a Juan podemos preguntar "¿Qué tenemos que hacer?". Con aparente simplicidad Juan nos sitúa ante nuestra verdad y responsabilidad personal. La respuesta es semejante y concierne a todos: el que goce de cualquier situación de privilegio  que no se aproveche de ella; nada de acumular, extorsionar o chantajear. Así de claro, así de simple. No valen evasiones, ni excusas: tú puedes ser honrado y honesto, solidario; tú puedes ser  gente legal que no se aprovecha de la injusticia. Todas sus exigencias están referidas a la convivencia, al reconocimiento de la dignidad y al respeto de los otros… no es poca exigencia para quien tiene la misión de preparar el camino al liberador y Salvador que llega. Su llamada a la responsabilidad ética  no se basa en mero voluntarismo; acompaña a la certeza de que el Señor llega y esto nos  llena de esperanza.  Dios cercano quiere un mundo de hombres y mujeres libres, generosos; un mundo de hombres y mujeres hijos suyos que viven desde la serenidad y la paz del corazón. Hemos rezado en el Salmo: "El Señor es mi Dios y Salvador, confiaré y no temeré...". Que así sea con la Gracia de Dios.

4 de diciembre de 2009

"PREPARAD EL CAMINO AL SEÑOR..."

II DOMINGO ADVIENTO -C-  Bar 5,1-9/Fip 1,4.6-8.11/Lc 3,1-6

 

            Lucas -que es el evangelista que seguiremos a lo largo del año litúrgico que acabamos de comenzar -C- quiere remarcar con mucho énfasis que Jesús es hijo de una tierra, de una época y de una cultura concreta. Y por eso, tras documentarse con atención,  nos recuerda solemnemente quienes eran los gobernantes políticos y religiosos cuando acontecía lo que nos quiere explicar. Allí, en aquellas circunstancias propias, movido por lo que veía y vivía, comienza a predicar y a remover conciencias Juan, un hombre sorprendente. Juan (último profeta que anuncia la llegada del Mesías y primer testigo de la misma),  quiere que el pueblo de Israel, su pueblo, despierte, se prepare para cambiar de vida, y sea capaz de creer que Dios quiere actuar en aquel mundo tan necesitado de esperanza. Juan habla y predica porque vive a fondo la vida, las angustias y las esperanzas de su pueblo. Y así, desde la vida de su gente, desde la realidad de su momento,  será capaz de anunciar la llegada  del enviado de Dios, Jesús, y de reconocer, al mismo tiempo, que no es digno de él.          

 Juan predicaba a la gente la conversión y recogía unas palabras proféticas: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos". En medio de la vida difícil, confusa, a menudo desconcertada,  invitaba a cambiar el corazón y a encontrar cuál era el camino de Dios, lo que esperaba el Señor. Se trataba que cada uno descubriera en su interior los pasos nuevos que tenía que dar para cambiar, cómo podía acercarse más a la clase de mundo que Dios quería, como podía contribuir a hacer que la vida de todos estuviera regida por el amor y la generosidad de Dios y no por la dureza y la cerrazón. La consigna del Bautista en el evangelio de Lucas es concreta y actual: todos sabemos qué puede significar -dentro de la metáfora y aplicada a nuestra vida de cada día- esta invitación: "preparad el camino, allanad senderos, enderezar lo torcido...". En nuestra vida hay cosas que sobran e impiden la marcha,  hay lagunas y deficiencias, desvíos... esa es nuestra historia y ese es el lugar de la salvación.

            Necesitamos redescubrir que ser cristiano es orientar e impulsar nuestra vida actual hacia su plenitud final. Escuchar una llamada a "preparar caminos" que nos acerquen a los hombres al estilo de vida y convivencia promovido por Jesús.  Todos podemos ayudarnos a ser más humanos, a crear un nuevo tipo de solidaridad entre nosotros, a  humanizar comportamientos ante los bienes y las personas, a reaccionar con valentía, coherencia  y honestidad  frente a abusos, mentiras y manipulaciones. Lo que debemos tener siempre claro es que «la espera de una nueva tierra no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana» (Gaudium et Spes). Todos podemos y debemos colaborar en la gestación de ese hombre nuevo.

            La salvación es un don de Dios, no una conquista de nuestras fuerzas. Pero, a la vez, exige una respuesta activa por nuestra parte. Dios mismo preparará el camino de vuelta del destierro de Babilonia, guiará con su justicia y misericordia a un pueblo que debe alzarse y caminar, despojarse del luto, mirar con ojos nuevos… como nos ha recordado el hermoso texto profético de Baruc. El mensaje es claro: aunque parezca increíble la salvación de Dios sigue siendo viable, pero hay que creer activamente, quitar obstáculos, construir puentes en vez de  levantar muros; es necesario  seguir madurando en la fe como ha recordado san Pablo: "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más" hasta  "el día de Cristo". Que así sea con la Gracia de Dios.