20 de noviembre de 2009

"Tú lo dices. Soy rey"

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO -B- Dn 7,13-14/Ap 1,5-8/Jn 18,33-37

 

            Pilato y Jesús representan dos concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilato no puede concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a unos súbditos, como el famoso Herodes el Grande. Jesús, sin embargo, habla de un reino que no es de este mundo, es decir, no tiene en el mundo de los hombres su proveniencia, sino en solo Dios. Pilato piensa en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor. Pilato no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilato decir que alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu. A Pilato le preocupa el poder, a Jesús la verdad. Dos concepciones diferentes del reino , que siguen presentes en la historia.

            El reino de Jesús es un reino  en el que se cumple lo que los profetas de siglos anteriores habían prometido de parte de Dios. El señorío de Jesús es el del Hijo del hombre, a quien Dios le entrega todo poder y todo reino como recuerda el profeta Daniel. El reino de Jesús goza de una gran singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo, aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu. El rey se define como testimonio de la verdad,  y los súbditos como los que son de la verdad y escuchan su voz. Jesús  es rey en cuanto da testimonio de la verdad, es decir, de la Palabra de Dios Padre que él encarna, y que el Espíritu interioriza y hace eficaz en los corazones de los hombres. Jesús es un rey totalmente libre; el mundo no tiene poder sobre él. Y lo que Jesús dice de sí mismo se aplica también a nosotros. Cada uno de nosotros es un rey, una reina. Hay en nosotros una naturaleza que no pertenece a este mundo y por eso el mundo no tiene poder sobre nosotros. La paradoja consiste en que esta naturaleza se hace visible en la Pasión, allí donde somos débiles, heridos, enfermos..., es entonces cuando  se manifiesta un espacio que nadie puede dañar: nuestra dignidad real que nace de la filiación divina.

            Jesús no es rey del espacio, sino del tiempo, de todos los tiempos. El texto del Apocalipsis nos revela que Jesús, el primogénito de entre los muertos,  es "alfa y omega", principio y fin, el que da sentido a la historia. Jesús es "el que es, el que era y el que viene". Además, dice el Apocalipsis,  que ese Jesús triunfador es también "aquel que nos amó" y "nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre". Más aún: el que "nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre". Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. De esta manera, los cristianos  participamos de la misión real de Jesús; somos una comunidad soberana y libre, no esclavos de nada ni de nadie; una comunidad que visibiliza la realeza de Cristo no mediante el poder, el prestigio o el esplendor sino mediante la lucha por la justicia,  por la reconciliación y por la paz en el mundo. No olvidemos la lección de la historia: por muy poderosos que parezcan los imperios son efímeros, caen. Por eso, ojalá que solo ante Dios nos arrodillemos. El es el único Señor, el rey de nuestros corazones. Que así sea con la Gracia de Dios.

No hay comentarios: