19 de septiembre de 2009

"...Y EL SERVIDOR DE TODO"

DOMINGO XXV DEL T.O. -B-  Sab 2,17-20/St 3,16-4,3/Mc 9,30-37

 

            Marcos presenta a unos discípulos muy humanos,  tanto que parece que Jesús no se puede fiar de ellos pues sus proyectos y expectativas son tan distintos a los que Él les presenta. No terminan de entender cómo se va a cumplir el Mesianismo de Jesús y Él les instruye, en el segundo anuncio de la Pasión y dentro de la teología del justo sufriente,  que tiene que pasar por la muerte pero ésta no será definitiva pues el Padre le resucitará;  ellos, si embargo, parecen sordos,  están "en sus cosas" y "sus cosas" son el reparto del poder y  planificar su futuro de manera individual...        

Jesús va poniendo las bases de una comunidad alternativa y ofrece los criterios sobre el poder y servicio dentro de la comunidad: el más importante es el que sirve; querer ser el primero no es luchar por alcanzar el puesto de más relevancia sino  ponerse el delantal del servidor, empezando por quienes tienen más responsabilidad en la comunidad;  y  hacer sitio,  acoger, no rechazar,  a quienes no cuentan y necesitan ayuda: "Cogiendo a un niño lo puso en medio, lo abrazó y les dijo: El que acoge a uno de estos por causa mía me acoge a mí". Resulta que los pequeños y los últimos se convierten en sacramento privilegiado y desconcertante de Jesús y de Dios. "Y quien me acoge a mí no es a mí a quien acoge sino al que me ha enviado". Jesús orienta el sentido de grandeza que ellos sueñan hacia el servicio.

            Sólo cuando se haya logrado esta nueva actitud vital, esta convicción  existencial, "la sabiduría que viene de arriba, que es pura, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía" guiará el obrar humano y cada uno de sus actos. Sin esta configuración que requiere gracia, esfuerzo y tiempo, las viejas estructuras de poder seguirán vigentes y con ellas actuar conducido por las contiendas, las codicias, los deseos de poder, las envidias. Cambiar la vida es la gran tarea del cristiano, llevada a cabo con constancia y entusiasmo y asumiendo, como se nos recordaba el  domingo pasado que "hay que cargar con la propia  cruz", esto es,  aceptarse en la propia realidad, reconocer con serenidad lo que somos, limitados e infieles a  la llamada del evangelio y responsabilizarse de la propia vida sin ampararse  en lo que otros hacen ni excluirse porque otros no sean tan coherentes como dicen.

            La Carta de Santiago  tiene junto a la preocupación social y la insistencia de las obras junto a la fe un alto contenido moral. Esto no es extraño pues las primeras comunidades cristianas tienen que convivir en una sociedad heredera de la gran cultura grecorromana pero llena de contradicciones. Santiago reprocha a los cristianos que habiendo entrado en la comunidad siguen viviendo  como los que no creen y recuerda que  la fe conlleva una práctica, un "ethos", una elección de vida en la que no caben ni envidias ni rivalidades que traen solo males… sino  procurar la  justicia y sembrar la paz. Esta actitud "sabia" es un regalo que hay que acoger y un camino hacia lo "máximo" que perfecciona a la persona haciéndola más humana. 

Ahora que hemos iniciado en el colegio el nuevo curso escolar es legítimo y recomendable recordar la importancia de educar en máximos. Cada hijo, cada alumno es una promesa que hay que  hacer realidad en la máxima excelencia posible. Aspiremos a los bienes más altos y concretemos esa aspiración con un proyecto de vida personal. Decía San Escrivá de Balaguer: ¿Por qué conformarse con ser un ave de corral cuando se puede ser una águila?. Que así sea con la Gracia de Dios.

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