5 de junio de 2009

"SOMOS HIJOS DE DIOS"

TRINIDAD  -B-  Dt 4,32-40 /Rom 8,14-17/ Mt 28, 16-20

Dice el Deuteronomio: "Reconoce y medita en tu corazón que el Señor  es el único Dios, allá arriba en el cielo y aquí abajo, en la tierra, no hay otro Dios". ¿Podemos "conocer" a Dios?. Llevamos tanto tiempo recorrido –de vida propia, de historia, de cultura y religiones- que la pregunta quiere ser ya definitiva.¿Qué hacer para "comprender, para acercarnos  al misterio de Dios"?.

San Agustín nos narra su experiencia en capítulo XV de su tratado "De Trinitate": "Fijé mi atención en esta regla de fe; te he buscado según mis fuerzas y en la medida en que Tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste que te encontrara y me has dado la esperanza de un conocimiento más perfecto. Ante ti está mi firmeza y mi debilidad; sana ésta, conserva aquélla. Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de ti, te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta la reforma completa"

            En un verso de singular profundidad, en el que dialogan el alma y Dios, escribe Santa Teresa de Jesús:
                       
Y si acaso no supieres
                        dónde me hallarás en Mí,
                        no andes de aquí para allí,
                        sino si hallarme quisieres
                        A Mí has de buscarme en ti.

El poeta Leopoldo Panero, ante el misterio se pregunta:

                        "Ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que Tú,

                        dime quién eres.

                        Dime quién eres y qué agua tan limpia tiembla en toda mi alma;

                        Dime quién soy yo también;

                        Dime quién eres y porqué me visitas,

                        Por qué bajas a mí, que estoy tan necesitado,

                        Y por qué te separas sin decirme Tu nombre,

                        Ahora que la noche es tan pura y que no hay nadie más que Tú..."

 

¿Quién eres Tú, Dios mío?. La Palabra nos recuerda hoy que Dios se revela como Trinidad y nos llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de su Vida, de su Misterio de Amor. Por el Bautismo hemos recibido un espíritu no  de esclavitud para recaer en el temor, sino de hijos adoptivos  y de hermanos.  Somos con toda verdad "hijos de Dios", somos "herederos de Dios" de sus bienes, de su amor y misericordia.  Esta es nuestra nueva condición humana; nuestra vida marcada por la dignidad soberana de la libertad que nos hace llamar al mismo  Dios: "Abba" (Padre querido).

En Cristo, la Palabra hecha carne, se nos manifiesta cuál es el nombre de Dios  y, al mismo tiempo, se nos muestra la vocación humana: la comunión. Una comunión que en Dios es Plenitud (Padre, Hijo y Espíritu) y en nosotros aspiración, búsqueda... Por eso nuestra vocación es la santidad en medio del mundo y por eso debemos predicar y enseñar lo que vivimos y experimentamos. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad,  a vivir la experiencia de su amor. No de un amor de poesía o irreal, sino un amor actual, concreto, hecho obras. Un amor que se experimenta en la vida diaria, en el sufrimiento, en la entrega al prójimo, en los momentos más obscuros de la vida. Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Que así sea con la Gracia de Dios.

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